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  1. © Fernando Cuartero
    Especial para Razón Atea

    En noviembre de 1936, Alan Turing publicó el artículo “On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem” en la revista de la Sociedad Matemática de Londres. En este artículo se presentan dos conceptos cruciales de la Teoría de la Informática, la Máquina de Turing y el Problema de Parada (Halting Problem).
    En su versión original, Turing planteaba la cuestión de la existencia de un número natural x, tal que, para todo número natural y, la Máquina de Turing número x podría predecir si la Máquina de Turing número y pararía tomando como entrada la cinta vacía. La esencia de este problema, trasladada a un leguaje más sencillo, y puesto que una Máquina de Turing es un algoritmo, que, en definitiva, es un programa informático; puede ser descrita como la pregunta de si es posible predecir con antelación y por análisis de su código, si un algoritmo, o un programa informático parará, o continuará su ejecución indefinidamente.
    La idea subyacente en el problema analizado por Turing, en mi humilde opinión, y probablemente equivocada, puede ser extrapolada para preguntarnos por la posible existencia de un ser con la cualidad de la «omnipotencia», y es lo que pretendo plasmar en las siguientes líneas.
    Es cierto que en la Biblia no aparece ninguna referencia a la cualidad de «omnipotencia», y tampoco parece muy claro que significa ese concepto. Mis conocimientos de teología son muy limitados o nulos, pues aunque, en principio, se afirma la existencia de un ser Todopoderoso, es decir, que todo lo puede; los teólogos rebajan esta capacidad sustancialmente. Por ejemplo, Dios no puede mentir, Dios no puede cometer pecados, etc. Comienzan, pues, las limitaciones a la omnipotencia divina, rebajando esta cualidad a afirmar que Dios puede hacer todo aquello que no vaya contra su carácter o algo así. Bueno, podemos aceptar eso, parece razonable; pero continúan las limitaciones, por ejemplo, parece que Dios tampoco puede crear un círculo cuadrado, y tampoco crear una roca tan pesada que él no pueda levantar. Tampoco esto puede, y las razones son que Dios no puede cometer contradicciones ni crear absurdos.
    Particularmente, siempre me ha parecido poco honesto intelectualmente el ir proponiendo soluciones ad hoc conforme van apareciendo limitaciones a la omnipotencia de Dios. No obstante, debemos admitir que cada uno puede definir la omnipotencia como quiera, incluso, si al final queda reducida a que la misma simplemente le permite hacer nacer a su hijo de una virgen, por supuesto, siempre que nadie lo pueda analizar, o a que puede hacer resucitar de la muerte a su hijo al tercer día de morir, también en ausencia de testigos e incluso aunque esos tres días queden reducidos a poco más de 30 horas, pues la omnipotencia de Dios sí que le permite crear días de 10 horas. Siguiendo en esa línea, y con una adecuada definición, dicha omnipotencia podría ser perfectamente alcanzada por los bajitos y algo rellenos, como el autor de estas líneas. Como si no bastase definir a un dios, cualquier dios, como «muy poderoso», sino que debe ser «todopoderoso», aunque sea necesario rebajar el concepto, con el consabido abuso de las hipérboles en los calificativos para describir a un Dios, Todopoderoso, Omnisciente, Altísimo (por cierto, ésta siempre me ha chocado, ¿alguien sabe cuánto mide?), etc.
    En definitiva, ya que la omnipotencia de Dios queda reducida sensiblemente, pidámosle algo bastante terrenal y mundano, como experimento para ver hasta donde puede llegar esta omnipotencia divina, y si aún merece seguir recibiendo tal calificativo. Por ejemplo, podríamos pedirle que le echara una mano a Turing.
    El experimento propuesto será el siguiente. Todos sabemos que las computadoras son máquinas infernales, creadas por el mismo demonio para confundir a los hombres de buena voluntad y aumentar, en la medida de lo posible, todos los males de este mundo. Prueba de ello lo tenemos en la maldita habilidad que tienen las mismas para quedarse en un estado catatónico, que en jerga informática se denomina «ordenador colgado». En ese estado, la máquina es absolutamente incapaz de responder a ningún estímulo exterior, la pantalla se bloquea, el teclado no responde, el ratón está en su madriguera, etc. La única solución es apagar la alimentación eléctrica. Además esto suele ocurrir cuando llevamos horas trabajando en (pausa para grabar) el informe trascendental para nuestro futuro profesional que debemos presentar antes de media hora, y está casi terminado pero sin grabar nada.
    Dudo que los santos Agustín y Tomás de Aquino hubiesen aceptado en este Dios la cualidad de bondad infinita, de haber sabido que permitiría en un futuro la existencia de estos engendros del infierno, y dudo también que el mismísimo Leibniz aceptase que es el mejor de los mundos posibles aquel en que se permiten tamañas barbaridades.
    La situación descrita suele alcanzarse cuando el programa en ejecución, normalmente por error, alcanza un estado que se repite indefinidamente sin que sea posible salir de él. Por ejemplo,

    I = 0;
    Mientras I < i =" I">


    Es un programa sencillo, bien estructurado y que para tras diez ejecuciones de un bucle. Pero es fácil cometer un error, y escribir

    I = 0;
    Mientras 1 < i =" I">


    Confundir el símbolo 1 con el símbolo I no es difícil, y el resultado es que 1 siempre es menor que 10, de donde el programa al alcanzar esta situación nunca re recuperará. En ocasiones puede terminar con un error, cuando el rango de números se supera, pero en otras, ni aún así termina, y podría no haber más remedio que un reinicio de la máquina, para la recuperación.
    Por supuesto los culpables de esta situación no podían ser otros que los informáticos, una raza descastada ruin, y malvada, gentes de baja cualidad, y generalmente con su alma vendida al demonio, incapaces de hacer el bien y de contribuir a la felicidad y bienestar de la especie humana para contrariar los designios del señor.
    Como informático renegado, y para volver al camino del señor y a la senda del bien, me planteé deshacer todo el mal que los informáticos propagan por el mundo. Para ello, ideé la realización de un programa informático con un funcionamiento bastante simple. Este programa, instalado en el disco duro de un ordenador, analizaría cualquier otro programa para garantizar que funcionaría correctamente y no se quedaría colgado.
    Tras mucho trabajo, me confesé incapaz de realizar ese esfuerzo, quizá tantos años de propagar el mal me habían debilitado para la tarea, o quizá, con los años de inactividad, mi habilidad se había resentido. Oré por tanto con fervor, oré por la salvación de la Tierra, oré por la regeneración de los informáticos, oré por el bienestar de la humanidad; y Dios, en su bondad, me escuchó. Dios me hizo gala de un Don y me ofreció Su Programa. Un programa informático que llamaré P, y que instalé sin dudar en mi disco duro. Este programa funcionaba como he indicado, analizaba cualquier otro programa grabado en el disco, llamémosle Q, y en un sencillo fichero localizado en el escritorio me dejaba su divina respuesta, un «SÍ» con el que indicaba que el programa tenía una posibilidad de fallar, en alguna posible condición de su ejecución, y quedarse colgado, o bien, mediante un «NO», indicaba que el programa no fallaba, tenía un comportamiento correcto, y tras un tiempo de ejecución, siempre terminaría, en cualesquiera que fuesen las circunstancias.
    Debo reconocer que, en un asomo de duda, antes de firmar el contrato de aceptación como usuario final, le pedí una comprobación ejecutando P con entrada el propio P, la respuesta «NO» me tranquilizó; aunque era innecesaria, pues ¿quién podía dudar de una garantía divina por toda la eternidad?
    Lo instalé, y probé, con Windows XP, respuesta «SÍ», con Word versión X.X, respuesta «SÍ», con Mozilla, respuesta «SÍ», con diversos programas de tipo «Hola mundo», obteniendo respuesta «NO». Todo concordaba, el funcionamiento era perfecto, como no podía ser de otra manera en un programa realizado por Dios. Por supuesto, admitiendo que se introduzcan todos los datos, claro; mientras un programa espera unos datos, que no le son introducidos, es claro que no puede continuar. Además, esto puede hacerse, pues al fin y al cabo, un ordenador tiene una memoria finita, y los posibles estados en que se ejecuta el programa, realizado por Dios, también son finitos. Por supuesto, la cantidad puede ser grande, pero el tiempo necesario es una minucia para Dios, y aunque al final nos fuese inútil por el tiempo de respuesta, eso es una cuestión que en estos momentos no hace al caso, sino que es posible hacerlo.
    Sólo faltaba generalizarlo, y obligar a todo informático a que, antes de que licenciara un programa, me lo enviara para su comprobación, y que sólo se distribuyeran programas que diesen «NO». Bueno, para extender más los beneficios podría distribuir las copias del programa, pero tampoco hay que desdeñar los beneficios de un monopolio.
    Pero entonces ocurrió la catástrofe. Antes de comenzar a explotarlo en serie, se me ocurrió realizar el siguiente experimento. Creé un programa que llamaré R y lo grabé en mi disco duro para examinarlo. El programa era sencillo y entraba dentro de las habilidades que aún mantenía, y en esencia, hacía lo siguiente:


    Programa R
    1. Ejecutar el programa P tomando como entrada el programa R, grabado en el disco duro.
    2. Si en el fichero de salida aparece un NO entonces entrar en un bucle infinito.
    3. Si en el fichero de salida aparece un SÍ entonces finalizar.


    Lo curioso es que, antes de ejecutar este programa, y para asegurarme, una vez grabado en el disco duro procedí a analizarlo con el programa P. El programa, con funcionamiento garantizado por toda la eternidad falló, y no dio ninguna respuesta. Se quedó colgado. ¿Qué chapuza me había dado Dios? ¿Qué diablos había ocurrido? Un programa garantizado por toda la eternidad, qué indignante.
    Por supuesto, busqué el número de atención al cliente de la Factoría de Software del Cielo. Exigí hablar con el mismísimo Dios en persona, que, debo reconocerlo, me trató con mucha amabilidad; me confesó que era un impostor, y que le perdonase pues lo de su omnipotencia era una vulgar invención, pero era muy difícil estar a la altura de las circunstancias para atender al mercado. Por supuesto que le perdoné, como informático sujeto siempre a las prisas entendí su situación, y nos fuimos de copas a adorar a Dionisios, el único Dios que en esas circunstancias está siempre a tu lado.

  2. © Richard Dawkins
    Traducción: Gabriel Rodríguez Alberich

    Existe una cobarde blandeza del intelecto que aflige a gente que, normalmente racional, se enfrenta a religiones establecidas desde hace mucho tiempo (aunque, de manera significativa, no con tradiciones más modernas como la Cienciología o los Moonies). S. J. Gould, comentando la actitud del Papa [Juan Pablo II] acerca de la evolución en su columna de Natural History, es representativo de una escuela dominante de pensamiento conciliador entre creyentes y no creyentes:

    La ciencia y la religión no están en conflicto, ya que sus enseñanzas ocupan dominios diferentes... Creo, con todo mi corazón, en un concordato respetuoso, incluso amoroso [el énfasis es mío]...

    Stephen Jay Gould
    Bien, ¿en qué consisten esos dos dominios diferenciados, esos «Magisterios No Superpuestos» que deberían apiñarse en un concordato respetuoso y amoroso? De nuevo, Gould:
    La red de la ciencia cubre el universo empírico: de qué está formado (hecho) y por qué funciona de esta manera (teoría). La red de la religión se extiende sobre cuestiones del significado y el valor moral.

    ¿Quién ostenta la moral?
    Ojalá fuera tan perfecto. En un momento abordaré lo que realmente dice el Papa sobre la evolución, y luego otras afirmaciones de su iglesia, para ver si realmente están tan bien diferenciadas del dominio de la ciencia. Sin embargo, primero haré un inciso sobre la afirmación de que la religión posee algún tipo de preparación especial sobre cuestiones morales. Esto lo acepta a menudo incluso la gente no religiosa, presumiblemente con el ánimo de esforzarse civilizadamente por concederle al oponente la mejor cualidad que puede ofrecer –por muy débil que sea esa cualidad.
    La pregunta «¿Qué es lo correcto y lo equivocado?» es una pregunta genuinamente difícil que la ciencia no puede responder. Dada una premisa moral o una creencia moral a priori, la importante y rigurosa disciplina de la filosofía moral secular puede buscar formas científicas o lógicas de razonamiento para sacar a relucir implicaciones ocultas de esas creencias, o inconsistencias ocultas entre ellas. Pero las propias premisas morales absolutas deben provenir de algún otro sitio, presumiblemente de la convicción no argumentada. O, puede esperarse, de la religión –lo que significa una combinación de autoridad, revelación, tradición y escritura.
    Desafortunadamete, la esperanza de que la religión pueda proporcionar un lecho de roca a partir del cual pueda derivarse nuestra moral (que de otra manera estaría basada en arena), es una esperanza vana. En la práctica, ninguna persona civilizada utiliza las Escrituras como autoridad última para el razonamiento moral. En lugar de eso, escogemos las partes bonitas de las Escrituras (como el Sermón del Monte) e ignoramos alegremente las partes desagradables (como la obligación de lapidar a los adúlteros, ejecutar a los apóstatas y castigar a los nietos de los delincuentes). El propio Dios del Viejo Testamento, con sus celos vengativos y despiadados, su racismo, sexismo y ansias de sangre, no sería adoptado como modelo de comportamiento literal por nadie que usted o yo queramos conocer. Sí, por supuesto que es injusto juzgar las costumbres de una era antigua con nuestros estándares ilustrados. ¡Pero ése es precisamente mi punto! Evidentemente, tenemos una fuente alternativa de convicción moral última que invalida a las Escrituras cuando nos conviene.
    Esa fuente alternativa parece ser algún tipo de consenso liberal sobre la decencia y la justicia natural que cambia a lo largo del tiempo histórico, frecuentemente bajo la influencia de reformistas seculares. Hay que admitir que eso no suena como un lecho de roca. Pero, en la práctica, nosotros, incluídos los religiosos, le damos una prioridad mayor que a las Escrituras. En la práctica, más o menos ignoramos las Escrituras, citándolas cuando respaldan nuestro consenso liberal, olvidándonos de ellas silenciosamente cuando no lo hacen. Y, venga de donde venga ese consenso liberal, nos es accesible a todos nosotros, seamos religiosos o no.
    De manera similar, los grandes maestros religiosos como Jesús o Gautama Buddha pueden inspirarnos, con su buen ejemplo, a adoptar sus convicciones morales personales. Pero, de nuevo, escogemos nuestros líderes religiosos, evitando los malos ejemplos como Jim Jones o Charles Manson, y podemos escoger buenos modelos de comportamiento seculares como Jawaharlal Nehru o Nelson Mandela. También las tradiciones, por mucho tiempo que haya pasado desde que las seguimos, pueden ser buenas o malas, y utilizamos nuestro juicio secular de la decencia y la justicia natural para decidir cuáles seguir y cuáles abandonar.

    La religión sobre el césped de la ciencia
    Pero esta discusión sobre los valores morales no era más que una digresión. Ahora regreso a mi tema principal de la evolución y de si el Papa cumple con el ideal de mantenerse fuera del césped de la ciencia. Su «Mensaje sobre la Evolución de la Academia Pontificia de las Ciencias» comienza con un casuístico discurso tergiversador diseñado para reconciliar lo que Juan Pablo II estaba a punto de decir con los pronunciamientos anteriores más equivocados de Pío XII, cuya aceptación de la evolución era comparativamente más reacia y de mala gana.

    La Revelación nos enseña que [el hombre] fue creado a imagen y semejanza de Dios. [...] si el cuerpo humano tiene su origen en materia viva preexistente, el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios [...] Por consiguiente, las teorías de la evolución que, de acuerdo con las filosofías que las inspiran, consideran a la mente como algo que emerge de las fuerzas de la materia viva, o como un mero epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. [...] Con el hombre, por tanto, nos encontramos ante una diferencia ontológica, un salto ontológico, podríamos decir.


    Para crédito del Papa, en este punto reconoce la contradicción esencial entre las dos posiciones que intenta reconciliar:

    «Sin embargo, ¿no va la existencia de esa discontinuidad ontológica en contra de esa continuidad física que parece ser la línea de investigación principal en la evolución, en el campo de la física y la química?»


    Que no cunda el pánico. Igual de a menudo que en el pasado, el oscurantismo viene al rescate:

    Considerando el método utilizado en las variadas ramas del conocimiento, es posible reconciliar dos puntos de vista que parecen irreconciliables. Las ciencias de la observación describen y miden las múltiples manifestaciones de la vida con creciente precisión y las correlacionan con la línea del tiempo. El momento de transición a lo espiritual no puede ser objeto de este tipo de observación que, sin embargo, puede descubrir, a nivel experimental, una serie de signos muy valiosos que indican lo que es específico del ser humano.


    En lenguaje corriente, hubo un momento en la evolución de los homínidos en el que Dios intervino e inyectó un alma humana en un linaje que previamente era animal. (¿Cuándo? ¿Hace un millón de años? ¿Hace dos millones de años? ¿Entre el Homo erectus y el Homo sapiens? ¿Entre el Homo sapiens «arcaico» y el H. sapiens sapiens?) Es necesaria una inyección súbita, por supuesto, porque de otra manera no habría distinción en la que basar la moralidad católica, que es especiesista hasta la médula. Puedes matar animales adultos como alimento, pero el aborto y la eutanasia son asesinatos porque está implicada vida humana.
    La «red» del catolicismo no se limita a las consideraciones morales, aunque sólo sea porque la moral católica tiene implicaciones científicas. La moral católica requiere la presencia de un gran abismo entre el Homo sapiens y el resto del reino animal. Tal abismo es fundamentalmente antievolutivo. La inyección súbita de un alma inmortal en la línea del tiempo es una intrusión antievolutiva en el dominio de la ciencia.
    Hablando más generalmente, es completamente irrealista afirmar, como hacen Gould y muchos otros, que la religión se mantiene fuera del césped de la ciencia, restringida a la moral y los valores. Un universo con una presencia sobrenatural sería un universo fundamental y cualitativamente distinto de uno que no la tuviera. La diferencia es, ineludiblemente, una diferencia científica. La religión realiza afirmaciones sobre la existencia, y esto significa afirmaciones científicas.
    Lo mismo es cierto para muchas de las principales doctrinas de la Iglesia Católica Romana. La Inmaculada Concepción, la Asunción corporal de la Virgen María, la Resurrección de Jesús, la supervivencia de nuestras almas tras la muerte: todo esto son afirmaciones de una naturaleza claramente científica. O Jesús tuvo un padre corporal o no lo tuvo. Ésta no es una cuestión de «valores» o «moral»; es una cuestión sobre un hecho formal. Puede que no tengamos la evidencia para responderla, pero es una cuestión científica. Puede estar seguro de que si se descubriese alguna evidencia que apoyara esa afirmación, el Vaticano no se resistiría a promocionarla.
    O se descompuso el cuerpo de María cuando murió, o fue extraído físicamente de este planeta hacia el Cielo. La doctrina católica oficial de la Asunción, promulgada tan recientemente como en 1950, implica que el Cielo tiene una ubicación física y existe en el dominio de la realidad física –¿Cómo podría el cuerpo físico de una mujer ir allí de otra manera?–. No estoy diciendo aquí que la doctrina de la Asunción de la Virgen sea necesariamente falsa (aunque, por supuesto, así lo pienso). Simplemente estoy refutando la afirmación de que está fuera del dominio de la ciencia. Al contrario, la Asunción de la Virgen es evidentemente una teoría científica. También lo es la teoría de que nuestras almas sobreviven a la muerte corporal, y todas las historias de las visitas angélicas, manifestaciones marianas y milagros de todo tipo.
    Hay algo deshonesto y auto beneficioso en la táctica de afirmar que todas las creencias religiosas están fuera del dominio de la ciencia. Por un lado, las historias milagrosas y la promesa de la vida tras la muerte se utilizan para impresionar a la gente sencilla, ganar adeptos y engrosar rebaños. Es precisamente su poder científico lo que les da a estas historias su atractivo popular. Pero, al mismo tiempo, se considera golpe bajo someter a las mismas historias a los rigores habituales de la crítica científica: son temas religiosos y por tanto están fuera del dominio de la ciencia. Pero no se puede jugar a dos bandas. O, al menos, no se debería dejar a los teóricos y proselitistas religiosos que jueguen a dos bandas. Desafortunadamente, demasiada gente, incluyendo a gente no religiosa, está inexplicablemente dispuesta a dejarles.
    Supongo que es gratificante tener al Papa como aliado en la lucha contra el creacionismo fundamentalista. Es ciertamente gracioso ver cómo se fastidian los planes de creacionistas católicos como Michael Behe. A pesar de ello, si me dieran a elegir entre el fundamentalismo genuino por un lado, y el doblepensamiento oscurantista y nada ingenuo de la Iglesia Católica Romana por otro, sé muy bien cuál prefiriría.

    Publicado en The Geek.
    Artículo original en Secular Humanism.

    Ver también: La involución papal.

  3. ¿Ha encontrado la ciencia a Dios?

    lunes, octubre 09, 2006


    © Victor J. Stenger
    Traducción de Fernando G. Toledo

    Cuando los primeros resultados del satélite COBE (Explorador Cósmico de Radiación de Fondo) se publicaron en 1992, George Smoot, científico de la misión, hizo esta comparación: «Si usted es religioso, es como buscar a Dios». Los medios de comunicación lo amaron. La portada de un tabloide mostró el rostro de Jesús (según la interpretación de artistas medievales, por supuesto) rodeado por una foto difuminada del cosmos.
    Al informar sobre la conferencia «La ciencia y la búsqueda espiritual», celebrada en el Centro para la Teología y la Ciencia en Berkeley, este verano, la portada del 20 de julio de Newsweek anunciaba: «La ciencia encuentra a Dios». Los varios cientos de científicos y teólogos del encuentro fueron virtualmente unánimes en acordar que la ciencia y la religión eran ahora convergentes, y que en lo que ambas convergían era en Dios. El cosmólogo y cuáquero sudafricano George Ellis expresó el consenso: «Hay un montón de información acumulada que apoya la existencia de Dios. El asunto es cómo evaluarla».
    La nota de Newsweek señalaba que «los avances de la ciencia moderna parecen contradecir la religión y socavar la fe». De cualquier modo, «para un creciente número de científicos, los mismos descubrimientos ofrecen apoyo a la espiritualidad y rastros de la verdadera naturaleza de Dios». Nos enteramos de que «los físicos han tropezado con señas de que el cosmos está diseñado para la vida y la conciencia». La cosmología del Big bang, la mecánica cuántica y la teoría del caos, todo es interpretado como una «puerta abierta a la acción de Dios en el mundo».
    Los estudios, sin embargo, no confirman el argumento de que «un creciente número de científicos» están encontrando apoyo a la espiritualidad en sus estudios científicos. Una encuesta reciente a los miembros de la Academia Estadounidense de la Ciencia indicó que sólo el 7% cree en un creador personal, un descenso del 15% con respecto a 1933 y del 29% con respecto a 1914. Si eso indica algo, es que la mayoría de los científicos parecen sentirse bastante alejados de la espiritualidad.
    Aparentemente, lo que estamos escuchando no es la voz de una creciente mayoría de científicos, sino la bien notoria y creciente voz de una minoría decreciente. El encuentro de Berkeley fue una especie de reunión de «conservadores de premisas» («Premise-Keepers») para académicos que buscan mantener con vida su premisa de que Dios existe, mientras la ciencia continúa operando exitosamente sin necesitar de esa premisa.

    Cruzando la línea. En un comentario acerca de la reunión de Berkeley, George Johnson, del New York Times, destacaba que «los creyentes parecen más ansiosos que nunca por cruzar la línea, intentando interpretar la información científica que apoye las verdades reveladas de su propia teología».
    Para la mayoría de los creyentes teístas, la vida humana no tendría sentido en un universo sin Dios. Con toda sinceridad y un anhelo comprensible por hallar un propósito de existencia, ellos rechazan esa posibilidad. Así, sólo un universo creado sería posible, y los datos nada pueden hacer para apoyar esta «verdad».
    Sin embargo, la buena práctica de la ciencia exige que todo esté abierto a cuestionamiento, incluso las premisas que son usadas en la interpretación de datos. Mientras algunas asunciones están siempre presentes en el proceso científico, todo está sujeto a cambiar cuando las asunciones más poderosas y económicas se vuelven evidentes. Los «conservadores de premisas», tan puros como lo puedan ser sus motivos, practican mala ciencia cuando confinan la interpretación de las observaciones científicas a un diseñador del universo.
    Para el «conservador de premisas», el big bang provee «evidencia» de que la creación tuvo lugar en el tiempo, tal como en el mito (en realidad, babilónico) de la Biblia. Algo no puede salir de la nada, y entonces el universo necesita un creador. Que ese creador deba salir de la nada es sutilmente obviado. Dios sigue un «tipo de lógica» diferente a la del universo, un tipo de lógica que no requiere creación. Los teólogos no dejan en claro por qué el universo mismo no puede seguir este tipo de lógica.
    Los «conservadores de premisas» reconocen que no pueden probar la existencia de Dios. Ellos simplemente expresan la poderosa sensación de que un diseño inteligente queda demostrado por el orden del universo. Desafortunadamente, la ciencia tiene poca simpatía por los sentimientos y deseos, cuan sinceros sean. El universo es del modo en que es, sin importar lo que uno quisiera que fuese. Si la humanidad es de hecho un grano de arena en el infinito Sahara, tal como lo muestran cada vez más nuestros telescopios, entonces no podemos desear que sea lo contrario. Debemos aceptar los hechos y aprender a vivir con ellos.
    Los no creyentes reconocen que no pueden probar la inexistencia de Dios. Simplemente arguyen que el universo sin creador es la premisa más económica y consistente con todos los datos. Un emergencia sin causa y diseño del universo desde la nada no viola los principios de la física. La energía total del universo parece ser cero, así que ningún milagro de la energía creada «de la nada» se requiere para producirla. Del mismo modo, ningún milagro es necesario para la aparición del orden. El orden puede aparecer, y de hecho aparece, espontáneamente en los sistemas físicos.

    Un universo ajustado para la vida. En años recientes, la noción de que las leyes de la física estaban «finamente ajustados» para la existencia de vida había cautivado la imaginación tanto de los científicos creyentes como de los teólogos. En efecto, probablemente ninguna idea había recibido mayor atención en las últimas discusiones sobre religión y ciencia.
    El argumento del ajuste fino descansa en una serie de hechos llamados «coincidencias antrópicas». Básicamente, dicen que si el universo hubiera aparecido con pequeñas variaciones en los valores de sus constantes fundamentales, ese universo no podría haber producido los elementos, como carbono, oxígeno y otras condiciones necesarias para la vida.
    El argumento del diseño fino asume que solamente una forma de vida es posible. Pero muchas formas diferentes de vida podrían aún ser posibles con distintas leyes y constantes de la física. El requerimiento principal parece ser que las estrellas vivan lo suficiente para producir los elementos necesarios para la vida y dejen tiempo para que los sistemas complejos y no lineales que llamamos vida evolucionen. He hecho algunos cálculos en los cuales yo aleatoriamente cambio los valores de las constantes físicas en varios órdenes de magnitud y busco los universos que podrían existir bajo esas circunstancias. Encuentro que casi todas las combinaciones conducen a universos, algunos muy extraños, con estrellas que viven miles de millones de años o más. Alguna clase de vida sería probable en la mayoría de esos universos posibles.

    El dios de las ecuaciones. Un segundo argumento, en la línea de los encontrados en diálogos recientes. Las ecuaciones de las matemáticas y la física son atribuidas a la evidencia de un platónico ordenador del universo que trasciende el universo de nuestras observaciones.
    Tendencias recientes en la teología cristiana y sus aproximaciones a la ciencia han acercado a la cristiandad a una posición que encuentra una deidad en el orden de la naturaleza, una entidad creativa que trasciende el espacio, el tiempo y la materia, y es responsable de ese orden. Efectivamente, la noción moderna de Dios en la teología occidental está quizás más cercana al Demiurgo de Platón que al Jehová-Zeus de barba blanca de la cúpula de la Capilla Sixtina o al imberbe Jesús-Apolo de la pared.
    Y aquí es donde algunos científicos y teólogos parecen encontrar actualmente un terreno común: en la idea de que la realidad última no se halla en los quarks, los átomos, las rocas, los árboles, los planetas y las estrellas de la experiencia y la observación. Más bien, la realidad existe en la perfección matemática de los símbolos y las ecuaciones de la física. La deidad entonces coexiste con esas ecuaciones en cierto reino de perfección matemática más allá de la observación humana. Este Dios es cognoscible, no por su apariencia física ante nosotros, sino por su presencia en esa realidad platónica. Todos existimos en la «mente de Dios».
    Las disputas pasadas acerca de la existencia de Dios fueron en gran parte confinadas a filósofos y teólogos. Este tipo de discurso puramente lógico, con pocas referencias surgidas de observaciones, es considerablemente desdeñado por los científicos, tanto creyentes como increyentes. Los científicos «conservadores de premisas» afirman que están yendo más allá de los tradicionales argumentos teológicos, y que ven evidencia directa de un diseño inteligente en sus observaciones y ecuaciones.
    Como escribió Paul Davies: «El hecho mismo de que el universo es creativo, y que las leyes han permitido las estructuras complejas para que emerja y se desarrolle el punto de la conciencia –en otras palabras, que el universo ha organizado su propia autoconciencia– es para mí una poderosa evidencia de que hay “algo funcionando” detrás de todo. La impresión de diseño es abrumadora». Nótese el uso de la palabra «evidencia» antes que de «prueba» en esta cita.
    De todas formas, un Dios platónico no necesita tener algo que ver con el Dios de la Biblia, o con alguna otra deidad imaginaria, abstracta o personal. Y las ecuaciones no necesitan realmente representar una deidad trascendente. La verdad es que los físicos platónicos ven los campos cuánticos y los tensores métricos del espacio-tiempo como «más reales» que los quarks y los electrones. Los físicos materialistas, por contraste, piensan que los quarks y electrones son más reales que los tensores métricos o los campos de cualquier tipo, que ésos son simplemente invenciones humanas. Pero la mayoría en ambas partes no ve ninguna de esas realidades posibles como deidades. No ven que un «milagro» sea necesario para que la vida y el universo existan.

    Y dale con buscar el Dios de los huecos. Esto ilustra por qué la proclamada convergencia de la ciencia y la religión no es capaz de resistir el menor escrutinio. Echemos un vistazo a la historia. La ciencia ha explicado siempre las observaciones en términos de fenómenos naturales (esto es, no sobrenaturales). La religión siempre ha propuesto explicaciones sobrenaturales para llenar esos huecos sobre los que la ciencia no ha dado explicaciones naturales, o simplemente ha callado. Solamente un dominio de la existencia ha sido ocupado en ambos casos: el dominio de las observaciones humanas.
    Los chamanes en los bosques de antaño enseñaban que los «espíritus» hacían que las rocas bajaran de una colina, hasta que Newton dijo que era por la gravedad. Los sacerdotes enseñaban que «Dios» creó a los hombres a su imagen y semejanza, hasta que Darwin dijo que la evolución nos creó a imagen y semejanza de los simios. Y ahora, tenemos a esta nueva raza de científicos-teólogos arguyendo de nuevo que sólo porque la ciencia no puede explicar esto, eso o aquello, entonces todavía tenemos una habitación para Dios.
    No podemos explicar por qué las constantes de la naturaleza tienen los curiosos valores que tienen, entonces puede que Dios las hizo. No podemos explicar la «espectacular efectividad de las matemáticas», entonces Dios inventó las matemáticas.
    Quizás. Pero, ¿es este moderno Dios de los huecos más plausible que el Dios de los chamanes y los sacerdotes? Quizás algún día la ciencia pueda tapar esos huecos sin la premisa de Dios.


    Este artículo fue publicado en el volumen 19, número 1, de la revista Free Inquiry.
    Ver también: ¿Dónde ponemos a la religión?, El conflicto irresoluble y La involución papal.
    Otro artículo de Stenger: Por qué no soy agnóstico.

  4. La lenta corrección del Más Allá

    domingo, octubre 08, 2006

    © Juan G. Bedoya

    Fue en el verano de 1999 cuando Juan Pablo II tomó la decisión de corregir la doctrina sobre el llamado Más Allá: cielo, infierno, purgatorio, limbo e, incluso, las teorías sobre Satanás. El Cielo, dijo el pontífice polaco, no es «un lugar físico entre las nubes». El Infierno tampoco es «un lugar», sino «la situación de quien se aparta de Dios». El Purgatorio es un estado provisional de «purificación» que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás «está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor».
    La nueva escatología fue oficiada por el Papa en cuatro catequesis que acapararon sus dos últimas audiencias de julio y las dos primeras de agosto. Pero llegaba fuera de tiempo. Había por entonces una larga relación de teólogos –Hans Küng y Von Balthasar, entre los principales– que llevaban décadas proclamando, tras el Concilio Vaticano II, lo que predicaba Roma aquel verano de 1999.
    Para una mirada de lego, la nueva escatología papal ponía patas arriba la interpretación clásica de los textos sagrados, aquello que enseñaron a los niños españoles catecismos tan afamados como los de Astete y Ripalda y, sobre todo, la proclamación del imponente Tomás de Aquino, que entre los placeres esenciales de los que van al Cielo colocaba en lugar preferente, además de la visión de Dios, el poco cristiano de la contemplación de los sufrimientos a que están sometidos los arrojados al Infierno.
    Si todo es tan evidente, ¿por qué el Vaticano revisa tan lentamente la doctrina sobre el Más Allá? Lo cierto es que no le queda más remedio. Primero, por exigencias de la ciencia: Roma no quiere repetir la amarga historia de Galileo. La segunda razón se basa en estadísticas: el 60% de los católicos cree en Cristo, pero no en el Infierno ni en el Paraíso. Y, por último, el Papa cumple a regañadientes una obligación conciliar: Se trata del aggiornamento (puesta al día), la palabra preferida de Juan XXIII y su Vaticano II.


    Publicado en El País de Madrid el 07/10/2006

    Ver también: La involución papal, Ratzinger contra la ciencia, El Papa Rottweiler ladra, El Rottweiler de Dios se muerde la cola, Falacias y errores de Ratzinger sobre el Islam, Islam vs. cristianismo, Paleólogos. También: Sin noticias de Ratzinger.

  5. Paleólogos

    domingo, octubre 01, 2006

    © Fernando Savater

    Reconozco que me ha extrañado un poco que personalidades que condenaron sin paliativos la «provocación» de las llamadas caricaturas de Mahoma en una revista danesa (así por ejemplo el presidente Zapatero) se hayan apresurado ahora a defender al Papa en la marejada que ha levantado su sermón de Ratisbona. Después de todo, las caricaturas iban claramente dirigidas contra quienes utilizan el islam para justificar el terrorismo mientras que la cita del emperador Manuel II Paleólogo hecha por Benedicto XVI suena a censura general a los métodos proselitistas de esa religión (como el jerarca bizantino no es referencia habitual en los discursos del siglo XXI, parece tomar a la gente por imbécil tratar de convencerla de que el Papa lo trajo a colación aun discrepando radicalmente de él). Sin duda el Pontífice tiene derecho democrático -no reconocido, por cierto, en los medios de comunicación vaticanos al resto de los publicistas- a opinar lo que le parezca oportuno en estas oscuras materias. Y las reacciones desaforadas de algunos radicales islámicos son muestra deplorable de su incapacidad de respetar no ya la libertad de expresión sino la libertad religiosa de los demás. Una lástima, sin duda. Aunque no por ello la doctrina expresada por el Santo Padre haya de convertirse en luz y guía de Occidente, como tratan de hacernos creer algunos de los talibanes católicos o asimilados que últimamente padecemos.
    Me dicen que Ratzinger es una cima de la teología y aun la filosofía contemporáneas y yo, claro está, no lo pongo en duda. Pero me da la impresión de que el hombre tiene sus días mejores y peores, como todo el mundo. No sé cómo sería antes de verse iluminado por el Espíritu Santo, porque no conozco sus obras previas, pero lo que nos viene llegando de su inspiración pontifical últimamente deja bastante que desear: en Ratisbona, sin ir más lejos, estuvo tan profundo como un cenicero y tan sutil como un ladrillazo. Me refiero a los resultados, desde luego, porque su intención seguro que era buena. Insistió en ese foro universitario el Papa sobre la confluencia en el cristianismo entre la fe bíblica y la filosofía griega, de la que brota lo que hoy llamamos Europa. Para completar la imagen habría que añadir la jurisprudencia romana, pero aun así el asunto tiene muchos matices que se pasan interesadamente por alto.
    Los griegos, por ejemplo, nunca aplicaron criterios de «verdad» y «falsedad» al terreno religioso: eso fue un rasgo definitorio de la razón monoteísta que introdujeron los cristianos en su batalla ideológica contra el paganismo. Como primer resultado acabaron con el tolerante pluralismo politeísta, pero siglos después sufrieron las consecuencias de esta exigencia de verdad aplicada a la teología en su propia doctrina: los científicos positivistas que niegan los dogmas religiosos en nombre de la razón son precisamente los herederos directos de los intransigentes cristianos que derribaron los altares de los olímpicos... Lo peligroso de la razón es que, una vez suelta, no puede ser constreñida a la celebración del sano «orden natural» como quisieran los piadosos. No hace prisioneros, no respeta tutelas teológicas ni de ningún otro tipo. Verbigracia, el Papa tacha de «irracional» la teoría de la evolución porque no admite la hipótesis del Creador divino, confundiendo lo racional en el sentido de «comprensible por la razón» y lo racional entendido como «dirigido por una Razón», que es la acepción que a él le interesa por prurito profesional. Benedicto XVI protesta ante la razón moderna que excluye lo divino de sus premisas, considerando que las sociedades religiosas se ven gravemente atacadas por ella y que es incapaz de abordar el diálogo entre las culturas. Llega tarde, pues ese movimiento subversivo no tiene marcha atrás. Sin embargo, siempre será más fácil a largo plazo que los humanos nos entendamos a partir de la razón que a partir de la fe porque creencias cada cual tiene la suya pero la razón es común (por eso en cada momento hay una sola civilización dominante mientras que se contraponen diversas culturas con iguales pretensiones de validez).
    Según parece el discurso de Ratzinger y su defensa de la razón como ancilla theologiae tuvo como principal objetivo marcar diferencias con la concepción musulmana de la divinidad: Alá es absolutamente trascendente y no está «domesticado» por categorías racionales. De aquí podría derivarse que esa línea cultural -representada a efectos prácticos inmediatos por Turquía- es inasimilable en el contexto de la Europa unida. Como tampoco soy experto en el islam ignoro hasta qué punto esto es así, aunque Avicena, Averroes y el nihilistaOmar Jayán (desde luego no muy creyentes) manejaban a mi juicio los mecanismos lógicos y la capacidad razonante tan adecuadamente por lo menos como cualquier cardenal. Pero en cambio lo que conozco de primera mano, porque está respaldado por los pensadores religiosos que más me interesan (para asumir las categorías de Aristóteles o Hegel no me hace falta ninguna divinidad), es que hay una concepción de Dios dentro del cristianismo tan trascendente como pueda serlo la que más: un Dios para el que la necesidad no existe y para quien todo es posible, que no se siente atado por la coacción del «dos más dos son cuatro» o por las muy decentes convenciones morales (¡ordena a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac!) y ni siquiera por la irreversibilidad del tiempo que hace irrevocable el pasado. Es sin duda el Dios de Lutero, el de Pascal, el de Kierkegaard y Dostoievski o el de León Chestov. Fue precisamente Chestov -un pensador extraordinario en el sentido más literal del término- quien planteó en el mismo título de su obra principal el enfrentamiento entre Atenas y Jerusalén, mucho antes de que Leo Strauss retomara el dilema en una conferencia famosa en Nueva York. De modo que recordemos que en el cristianismo, además de Roma y Bizancio, también existen Worms, París, Copenhague, Kiev, etcétera.
    Pero naturalmente no pretendo aquí discutir de teología, Dios me libre. Lo que intento señalar es que la concepción de la razón que maneja Benedicto XVI es vieja, anticuada: como diría Bachelard, tiene la edad de los prejuicios. El Papa también es un Paleólogo, en el sentido etimológico del término. Por supuesto los islamistas que organizan algaradas o cometen desmanes en protesta por sus palabras no son en modo alguno más razonables ni cuentan con mejores argumentos en su haber. Ahora parece que el uno y los otros hacen esfuerzos por limar asperezas, lo cual es muy buena noticia para quienes creemos que los humanos están hechos para entenderse, no por razones de altruismo sino de prudencia. Pero también resulta evidente, como ha señalado Carlo Augusto Viano, que «en general, en el mundo contemporáneo, las religiones se configuran como amenazas relevantes a la posibilidad de encontrar formas de convivencia entre grupos que tienen historias diversas y que pertenecen a etnias y culturas diferentes» (en Laici in ginocchio, ed. Laterza). Como muchos de nosotros, creyentes o no, Viano se lamenta de la aceptación global del punto de vista beligerantemente religioso y de la falta de instrumentos intelectuales en la sociedad europea para combatir las pretensiones dogmáticas contrapuestas de las iglesias. Que sólo suelen coincidir, por cierto, en su compartido aborrecimiento del laicismo democrático, es decir, del conjunto de medidas institucionales (sobre todo educativas) contra la imposición de medidas clericales en el ámbito de lo público y común.
    Mientras llegan otras alianzas planetarias más ambiciosas, ¿no sería bueno al menos propugnar un «pacto laico», según la expresión que inventó Jean Baubérot hace más de quince años? Es decir, crear un ámbito nacional y sobre todo internacional tanto para católicos como para protestantes, para musulmanes, judíos o budistas y para ateos de toda laya, en el que se respetaran normas de convivencia comunes sin barniz religioso alguno, cimentadas en los principios fundamentales que sirven de base a las democracias de cualquier parte del mundo. Para ello, claro está, sería necesario recuperar el sentido político de nuestros valores ciudadanos de convivencia, porque como ha dicho muy bien Régis Debray «no hay ejemplo, con o sin democracia, en que una desmoralización de lo temporal no se haya traducido en una repolitización de lo espiritual».

    Artículo original en El País de Madrid.

    Ver también: La involución papal, Ratzinger contra la ciencia, El Papa Rottweiler ladra, El Rottweiler de Dios se muerde la cola, Falacias y errores de Ratzinger sobre el Islam, Islam vs. cristianismo. También: Sin noticias de Ratzinger.