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  1. Ateo y antiabortista

    jueves, abril 23, 2009


    «Desde mis postulados materialistas converjo plenamente con los obispos y su verdad revelada: no al aborto»


    © Javier Neira
    Publicado en La Nueva España

    El filósofo asturiano Gustavo Bueno analiza en esta entrevista –en vísperas de la conferencia que ofrecerá mañana– el debate sobre el aborto, sobre la nueva ley que prepara el Gobierno y sobre las declaraciones de la ministra Aído que ha pedido a la Iglesia que se limite a hablar de pecado o no pecado. Bueno afirma que desde sus postulados materialistas llega a la misma conclusión que la Conferencia Episcopal desde su verdad revelada: no al aborto.
    –¿No caben los indiferentes en el debate sobre el aborto?
    –Afecta a todos. Hay posturas muy definidas. Muy terminantes y claras. Pero defendidas con ideas cortas. Cada cual lo ve desde una perspectiva que parece evidente pero que no llega al fondo del asunto. Es imposible entenderse sobre todo con quienes pretenden mantener ideas racionales y progresistas. La ministra de Igualdad, por ejemplo, dice que su postura no es religiosa y que el debate se debe plantear en términos civiles y racionales. Pues no sabe lo que dice. Tiene la inocencia de la ignorancia. Como quienes la siguen, incluida esa comisión de supuestos expertos que mantiene.
    –Ahora se proponen plazos.
    –Cuando se habla y se propone una ley de plazos se da por supuesto que es progresista. Pero ¿cómo que hay plazos? Eso es lo que se debe demostrar. ¿Qué plazos? Los plazos se ponen desde fuera. Desde los primeros minutos, desde los 13 días, desde los dos primeros meses o lo que sea. Son plazos y divisiones extrínsecas. Es como dividir el tiempo en horas de sesenta minutos. El tiempo es continuo y lo dividimos en plazos por convención. Como los plazos de las letras de los bancos. Quien habla de la ley de plazos sin mayor crítica no sabe lo que dice, es un inconsciente.
    –¿Hay plazos claros y distintos?
    –Se discute mucho entre embrión y feto. El embrión empieza con la maduración tras la unión entre el cigoto y el espermatocito, aunque no exactamente en el minuto de penetrar la membrana sino unas horas después. Y la nueva célula única pasa por las fases de mórula, gástrula y demás. Cuatro células, ocho, dieciséis, de ahí las fases pero ¿qué significan esas fases?
    –Eso ¿qué significan?
    –Una fase decisiva, dicen, aparece cuando se distinguen terminaciones nerviosas que hacen pensar que el feto siente dolor. Y en eso fundan algunos los límites del aborto, cuando duele ya no se puede abortar. Dolería el pinchazo, se le causaría un trauma al feto. O sea que bastaría con anestesiar a un individuo para matarlo. ¿Cuándo empieza el cigoto a ser un individuo singularizado? La cuestión es qué es un individuo singularizado. García Bellido dice que la singularización se da en todas las células. De ahí que, como afirmaban los estoicos, no haya dos hojas iguales en un jardín. Por eso la idea de la clonación es absurda. Es imposible, habrá como mucho semejanzas e igualdades.
    –¿Y la igualdad?
    –La Ministra debería saber que la igualdad es una relación simétrica y transitiva que necesita el parámetro ¿igualdad en qué?, ¿en peso?, ¿en tamaño? Ese Ministerio de Igualdad debería dar su parámetro y por lo tanto denominarse Ministerio de Igualdad K, donde K sería el parámetro. Si no es así simplemente se trata de una definición metafísica y vaga. La tesis extrema es afirmar que la singularidad empieza con el cigoto. Curiosamente no se habla de algo clave, del día 13.
    –¿Qué ocurre ese día?
    –En ese día de la gestación se decide si el organismo pluricelular se decanta por formar un individuo o dos, por formar siameses. Se podría decir que se trata de una fase esencial. Ya Feijóo abordó eso en un discurso. Le hicieron una consulta desde Medinasidonia sobre una liebre geminada, sobre liebres siamesas que corrían en un sentido y cuando se cansaban corrían para el otro lado. Feijoo dice al respecto cosas muy bonitas. Claro, no se sabía entonces qué eran realmente los siameses. La gente no repara en ese día 13 como punto esencial y se fija sin embargo en si el feto siente o no, en el sentimiento, en la sensibilidad que todo lo inunda hoy en día.
    –La discusión central es si se puede hablar de un ser humano o no ya en la concepción.
    –Es la tesis de Santo Tomás. Por cierto, no la de San Agustín, al principio, que era traduccionista. De «traducción», de quienes suponían que el alma procede de los padres como la rama de tronco. Para Santo Tomás el alma está creada por Dios y sólo hay una. Es una cuestión central. Los franciscanos creían que había varias almas. Dios, dice Santo Tomás, crea el alma racional. Es una tesis teológica, fuera de la discusión pues es una cuestión de fe.
    –¿Entonces?
    –Lo que llaman argumentos religiosos tienen mucho de filosofía. La filosofía creacionista de Santo Tomás. Y la discusión de Santo Tomás y de San Agustín se plantea en términos filosóficos. Dentro de la tradición de Aristóteles. Funciona la idea de sustancia invariante, de identidad sustancial y esencial, cosas ya de filosofía en serio. Pero [tanto] el biólogo genetista [como] el que no lo es no saben lo que dicen. Usan ideas filosóficas trascendentales que les desbordan, que no dominan. No saben lo que dicen. «Forma» y «materia», el hilemorfismo de Aristóteles, todo eso está ahí. Santo Tomás lo plantea en términos de hilemorfismo, en términos filosóficos. Desde mis postulados materialistas converjo plenamente con los obispos y su verdad revelada: no al aborto. No es una cuestión religiosa. Ni de izquierdas y derechas. Cuando Zapatero ganó las elecciones por segunda vez hace poco más de un año reunió a sus huestes y les dijo que había que dar un giro a la izquierda, así que iba a replantear la cuestión del aborto. Zapatero identifica el aborto como una seña de identidad de la izquierda. Oponerse sería el signo del clero reaccionario. Menudo argumento, menuda calaña. No saben nada. Da tanta pereza argumentar contra esos disparates que sólo provocan desprecio. Pero hablar de propiedad del cuerpo es individualista, lo contrario del socialismo.
    –A lo largo de la historia se han sucedido muchas posturas y opiniones sobre el aborto.
    –Recuerdo al padre Barbado Viejo, dominico, de Pola de Lena, hermano del obispo de Salamanca, por ahí le conocí. En el año 1943 estaba en la Facultad de Filosofía de Madrid, sabía mucha biología, había sido discípulo de Cajal, había estado mucho tiempo en Roma, tenía una historia de la Psicología fantástica y escribió ¿Cuándo se une el alma al cuerpo?. Recogía mil teorías. Una, de algunos averroístas, decía que el alma era racional y como la razón empieza a los siete años pues se une a los siete años al cuerpo así que antes se puede matar a un niño. Algunos aun ahora mantienen esa misma teoría por otras vías. Otros que al decir «papá» y «mamá», con el lenguaje, con el logos. Otros que después de nacer, pero no explican la diferencia entre estar dentro o fuera del útero. Los plazos son sólo pragmáticos.
    –¿Jurídicamente?
    –Las mujeres no tienen derecho a abortar, tienen la obligación de no abortar. El genio de Caamaño, el ministro de Justicia, dice que si pueden casarse a los 16 años también pueden decidir abortar. Confunden el tocino con la velocidad. Pondría multas durísimas a las que abortan por negligentes, por el despilfarro económico. La ministra Aído habla como una esclava, dice que «tiene derecho a su cuerpo». Eso sólo lo decían los esclavos que no tenían otra cosa. ¿Qué derecho?, ¿natural o positivo? Si es natural no vale para un socialdemócrata, racionalista y progresista. Sería sólo una fantasía metafísica. El derecho siempre es positivo. Tendrá derecho a abortar cuando una ley lo permita. Decir que tiene sin más derecho es pedir el principio. Si lo tiene es porque se lo damos. Afirman que es una cuestión democrática, que el pueblo lo quiere. Entonces, si en el futuro el pueblo no lo quiere, se quita ese derecho y en paz.



    Ejemplo del «derecho» invocado por algunos defensores del aborto

    ACTUALIZACIÓN:




  2. El timo de la religión

    sábado, abril 18, 2009

    Por Gonzalo Puente Ojea
    En Dominio Público


    Un timo es la «acción y efecto de timar», y por timar debe entenderse, en su acepción general, «quitar o hurtar con engaño». Pero, en un sentido más específico y relevante, timo significa «engañar a otro con promesas y esperanzas» (DRAE). En esta clase de engaños existe una subclase especialmente dramática, en virtud del alcance y las consecuencias que puede tener en la vida personal de los timados. Me refiero al timo de la religión.
    Lo que en este timo resulta definitorio consiste en prometer algo que es de toda evidencia contra natura: la negación de la muerte y la afirmación de una felicidad plena. Por esta razón nuclear y fantástica, y por algunos de sus corolarios, al timo religioso le ha cabido el honor histórico de ser el padre de los demás timos, y así, el más pernicioso, pues su engaño descansa sobre el mito más irreal generado por la mente humana: el de la existencia de almas y espíritus inmateriales como entes reales, y también de sus derivados, los dioses de los politeísmos, el Dios de los monoteísmos y los espíritus de los panteísmos.
    Para que ocurra un timo se precisa una relación de engaño entre dos sujetos: el timador y el timado. Y además se requiere un referente que especificará la naturaleza concreta del engaño. En esa relación, el oferente promete lo que en la fase profética de la religión se llamó la salvación personal, porque está asistido por Dios o el gran Espíritu y cuenta con su delegación. Es decir, actúa por procuración divina o parte ya como un redentor divinizado que ostenta el poder de cumplir la realización de las promesas pactadas. Porque el vínculo personal constituido por la fe religiosa es un contrato sinalagmático (del verbo griego synallásso o synallátto: unir, pactar, conciliar), por el cual el oferente propone al ofertado una especie de trato jurídico recíproco que obliga a ambos al cumplimiento íntegro de lo prometido, de modo que, en caso de incumplimiento, las partes asumen la condición de felones según quien sea o no el culpable de la ruptura.
    Sin embargo, la constatación del incumplimiento que debe exhibir la parte que se considere perjudicada resulta muy problemática en el momento de atribuir la carga de la prueba. Si esto ya es así en las causas jurisdiccionales terrenales, imagínese el lector qué sucede cuando el contrato recae entre almas, espíritus y dioses, entre ángeles y demonios o entre la demás ralea de esos espacios celestes o infernales en los que se lucha por premios o castigos eternos, o por rebajas de pena a golpe de costosísimas indulgencias, o por intercesiones de vírgenes y santos con clientelas propias, con trámites complejos y costosos en los cuales los «económicamente débiles» suelen estar en condiciones evidentes de inferioridad. Una dificultad prácticamente insuperable se presenta cuando el máximo tribunal divino tiene que decidir quién se ha salvado o condenado, estableciendo así, sin réplica, lo siguiente: si se ha producido ya un incumplimiento insanable; quién ha sido el imputable, y qué pena o premio le corresponde. En esta coyuntura se da la curiosísima situación de que el tribunal divino es juez y parte, y por su propia entidad es omnisciente, justiciero y misericordioso. Cualquier intención del condenado de clamar inocencia no sólo pondría en cuestión la excelencia del tribunal, sino que su rebeldía demostraría la justicia de la sentencia y su ineludible condición de réprobo.
    Lo chocante y espantoso del timo religioso consiste en su inicua ventaja sobre los timos mundanos: mientras todos los códigos jurídicos modernos establecen garantías en relación con la celebración y el cumplimiento de los contratos –exigiendo una eficiente identificación personal de los contratantes o una declaración de sus voluntades sin coacción o intimidación, etc.–, las confesiones de fe se atribuyen ritualmente por las Iglesias a recién nacidos, enfermos, moribundos, torturados en las mazmorras de la Inquisición o poblaciones enteras en virtud de concordatos fraudulentos que enajenan la voluntad de las personas y la soberanía de los Estados. Los fieles depositan sus conciencias en el palio de sus iglesias mediante una fe transmitida mecánicamente en el hogar y la escuela, una fe meramente gestual y vehiculada por mitos infantiles y creencias que, al ser aceptadas sin verdadera convicción y sin escrutinio intelectivo, degradan la dignidad humana y dañan la capacidad cognitiva de sujetos dotados de los atributos innatos de inteligencia y creatividad.
    Cuando las instituciones religiosas barruntan superficialmente su responsabilidad e imputabilidad éticas, improvisan actitudes de arrepentimiento que se quedan en imploraciones insinceras de perdón colectivo. Pero no cesan en su ejercicio del timo religioso, alimentado por su implacable proselitismo universal a favor del timo supremo de «la vida después de morir». Pero, ¿cómo certificar que se produjo el timo, si no hay testigos de vista de los hechos trascendentales? En último término, el timado tendrá solamente la consolación de la esperanza; sin embargo, como quiera que esa esperanza se cifra en imposibles, resultará siempre frustrada. Ahora bien, una institución carece de conciencia y no es imputable de engaños o timos. Sólo son responsables los individuos en función de sus propios actos. Por consiguiente, las Iglesias ni pueden pedir perdón ni ser perdonadas, a no ser por medio de la irresponsable escenificación de un engaño suplementario. Son los sacerdotes y demás hombres de Iglesia, y sólo ellos, quienes deberían responsabilizarse personalmente del engaño mediante el cumplimiento de las sanciones penales, previa restitución a las víctimas por los daños causados; y, en caso de muerte, serán sus sucesores los obligados a prestar las correspondientes reparaciones físicas y morales.


    Gonzalo Puente Ojea es el autor de La religión ¡vaya timo! (Ed. Laetoli)

  3. Se responde al artículo publicado en El Catoblepas e intitulado «Dice el necio que el necio dice en su corazón: "hay Dios" (I)», firmado por Desiderio Parrilla, y que se presenta confusamente como «atención a las dudas» (sic) de los lectores de Razón Atea

    © Jorge Méndez

    1) Nuevamente, [Desiderio] Parrilla [Martínez] pide el principio (táctica abogadil típica de escolásticos, denunciada por el mismísimo católico Unamuno) al sostener que Dios es un «principio» y no una «idea» sin ningún tipo de demostración, ya que ni siquiera da citas textuales del Aquinate en donde diga lo que él (inspirado por Gilson) le atribuye (mucho menos da citas bíblicas ni demostraciones racionales de tal supuesto gratuito y metafísico).
    Y por si fuera poco se contradice ya que supuestamente los principios son todos «operaciones de la razón», pero el «principio Dios» es... ¡sobre-racional e ignoto! (sic).

    2) Decir que la esencia de Dios es «una quididad actual ignota» es una petición de principio que se basa en la fictio mentis de que «tiene» (según la premisa indemostrada de partida) que haber un ser con plenitud y sin vacíos, actual y perfecto que vaya más allá de las sustancias y de lo que no es sustancia y que, frente a él, esos entes «sean» sólo por analogía con un supuesto ser supremo que les daría el «ser».

    3) Decir gratuitamente que el «principio Dios» está por encima del intelecto no es más que el viejo dogma fideísta («fe de carbonero», como lo llamaba Vogt) de nulo valor probatorio que sólo prueba que aunque la mona fideísta se disfrace con ropajes escolásticos, más aparatosos que los del vetusto agustinismo fideísta, mona fideísta queda.

    4) Curioso que Parrilla hable contra el «logicismo» en circunstancias que por logicismo se entiende también la creencia de que los principios, que designan a las proposiciones primeras, son principios inconmovibles y «aristocráticos» que gobiernan todo y que no son gobernados por nadie (como el supuesto «principio Dios»), suposición que fue derrumbada gracias a los avances de la psicología (que demolió la pretención de que la inteligencia era un set de «principios» encuadrados en una teoría de categorías a favor de una concepción de la inteligencia más «operativa» y menos «intuitiva»), de las matemáticas (en donde se crearon geometrías no-euclidianas mandando de paseo al otrora «soberano» postulado de las paralelas de Euclides) y de la física (en donde la descripción de los fenómenos cuánticos ha hecho necesaria la abolición, en ese contexto, del principio lógico de exclusión de la tercera posibilidad a favor de lógicas multivalentes que tengan más de 2 valores veritativos).

    5) Pretender que el sistema del filósofo Bunge (cuyo sistemático tratado de filosofía básica abarca ocho libros) es obra de un «indocumentado» (a pesar de que Bunge ha dado pruebas de estar bien documentado en filosofía y en ciencias) sólo prueba que el verdadero «galeato» es quién comente la falacia de ataque ad hominem en contra de Bunge y de otros supuestos «jíbaros» que da la casualidad que no son del agrado de Parrilla.

    6) Divertido es que Parrilla reconozca que pide el principio, pero que se justifique diciendo que sus petitio principii tienen una mayor «potencia explicativa» que las teorías rivales (pero si pedimos el principio es para mostrar la potencia explicativa de los mismos); pero si sus premisas tienen capacidad explicativa, ¿qué mecanismos describen? ¿A través de qué mecanismo el «principio Dios» hizo el mundo ex nihilo? Al final, las contradicciones entre los dogmas teológicos (Dios creador vs Dios absoluto; Dios infinito vs Dios consciente, etc.) siguen carcomiendo el edificio teológico aunque no sean notas constitutivas de una imposible idea. No menos divertido es que Parrilla nos hable sobre la presunta «superioridad de sus premisas realistas», a pesar de que la única justificación de las mismas sean la repetición ad nauseam del dogma gratuito del «principio Dios ignoto sobre-racional» y citas de la «auctoritas» Gilson o de los «iluminados» profesores de la escuela de la Universidad de Navarra o de Barcelona (los nuevos focos hispanos de la «sabiduría filosófica» que iluminan a las tienieblas de la escolástica degenerada y de la no menos degenerada filosofía moderna) que no son mejores que las premisas antiguas de los silogismos del doctor angélico que se basaban en las supuestas «verdades de la fe» (que se reducían a citas bíblicas y a opiniones de los padres de la Iglesia) y a supuestas verdades de la «luz natural de la razón» (que se reducian a las opiniones de Aristóteles, bautizado como «El Filósofo»), del tipo: «esto es así porque lo dijo El Filósofo en su libro acerca del alma, etc.», que no pasan de ser afirmaciones gratuitas y ad hoc que carecen de toda capacidad demostrativa.

    7) En rigor filológico, «esse» no es «existencia», como dice Parrilla, sino que es el verbo latino «ser» y «lo ente» –participio presente de ese verbo– significa «lo que es».

    8) Parrilla sigue cometiendo el mismo error que Bueno, ya que secuestra el sintagma «realismo filosófico» (como Bueno hace con «materialismo filosófico») sin tomar en cuenta que:
    a) Hay muchas doctrinas gnoseológicas que se declaran realistas, pero que no son de tradición tomista (realismo de Locke, realismo de Diderot, realismo marxista, realismo bungeriano, etc.).

    b) Toda doctrina realista es filosófica, porque es meta-científica (aunque se inspire en la metodología científica) y, por eso, el sintagma «realismo filosófico» es tan redundante como «ética filosófica» o «física científica».

    9) Para concluir me gustaría señalar que Parrilla, como buen metafísico que es, está preso del –llamado por Carlos Vaz Ferreira– «paralogismo de los metafísicos», que ha afectado a casi toda la filosofía tradicional ya que, como dice el autor del libro Lógica viva, «la gran mayoría de las demostraciones clásicas de las tesis metafísicas son un caso de esta falacia, pues consisten en admitir una tesis y darla por probada con la demostración que la tesis contraria nos lleva a absurdos, a contradicciones, a inconsecuencias o a improbabilidades, sin tener en cuenta que posiblemente las dos tesis están en ese mismo caso»; o sea, dicho en plata, si Parrilla admite la falsa disyuntiva: «Dios es idea o principio» ya produjo el sofisma, ya que una vez que pruebe que una de las tesis es absurda (ej: «Dios es idea») declarará exultante: «luego, Dios es principio», que puede ser tan absurda o falta de sentido como la anterior; o en palabras de Carlos Vaz: «Supongan, pues, ustedes, que se plantea alguna de las proposiciones que encontramos en estos pasajes: “el alma, ¿es negativa o no es negativa?”. La falacia es dejar pasar esta formulación verbal, la de admitir el problema, ¿entienden bien?, sea para sostener o sea para combatir que el alma es negativa; es absolutamente lo mismo: en cuanto el problema se admite, ya el sofisma está producido y no hay salvación lógica posible. Hay que rechazar estos problemas; y hay que acostumbrarse a adquirir una especie de instinto que nos hace sentir la inadecuación verbal, aún antes de empezar a pensar sobre las cuestiones».

    Saludos anti-metafísicos a todos.

  4. Abortos y otras malformaciones

    jueves, abril 02, 2009

    © Fernando Savater
    Publicado en El País el 02-04-2009

    Durante la mayor parte de la historia, las leyes han servido para fijar y hacer obligatoria la moral mayoritaria de la sociedad. Hoy también es así en muchos aspectos, desde luego, pero además apuntan otro cometido más revolucionario: permitir que diversas opciones morales convivan juntas, señalando límites al comportamiento admisible aunque no a la conciencia. Las leyes contemporáneas de las democracias avanzadas no pretenden zanjar todas las disputas morales, sino impedir que lo que unos consideran pecado deba convertirse en delito para todos. Como todo reconocimiento institucional de la libertad de conciencia, ello obliga al incómodo ejercicio de convivir con lo que no nos gusta y aceptar que no se castigue penalmente las transgresiones de lo que nosotros íntimamente nos prohibimos.
    Me parece muy comprensible que, digan las leyes lo que digan, el aborto siga constituyendo un problema moral para muchos ciudadanos. Es más, incluso me tranquiliza sobre la dudosa salud ética de nuestra comunidad que sea así. La responsabilidad por la procreación o por su renuncia demuestra una valoración de la persona venidera muy estimable y que no debe descartarse como un risible prejuicio. No creo en modo alguno que el aborto sea mera cuestión de la posesión de su cuerpo por parte de la mujer y me gustaría que también la opinión del progenitor masculino, si decide hacerse responsable, fuese de algún modo atendida. En este asunto hay muchos dogmas supersticiosos y no todos provienen de los curas... Si alguien me preguntase, yo diría que la única justificación de aborto es precisamente el derecho de quien va a nacer a no llegar al mundo con el rechazo previo de los primeros semejantes que deben acogerle. Bastante peliaguda es ya la cosa sin semejante lastre...
    Lo inaceptable en nombre de la convivencia es convertir el asunto en una disputa entre criminales y protectores de la vida, como si la existencia de las personas fuese una cuestión biológica y no de interpretación social. No son argumentos de obstetricia ni de ninguna otra ciencia los que pueden zanjar legal ni mucho menos moralmente una cuestión tan delicada que compromete valores fundamentales de nuestra sociedad. Los científicos pueden aportar datos indispensables pero siempre abiertos a estimaciones controvertidas, que las leyes tratarán de reflejar dando protección a la libertad de los individuos presentes y también a la estima que merecen los venideros. Por cierto, sería muy aconsejable que esta relativización de las constataciones científicas fuese también aplicada en otros casos de flagrante prejuicio, como la cruzada contra las drogas que tantos daños sociales y políticos acarrea.
    Sin duda las organizaciones y ciudadanos contrarios a la reforma de la ley pueden expresar su discrepancia, aunque sería bueno que se distinguiese entre objeciones al nuevo texto y al aborto en términos absolutos. También la Iglesia católica, claro, puede hacerse oír. Pero de nuevo se plantea el papel público de esta influyente entidad privada. Por ejemplo, las procesiones de Semana Santa: o bien son una manifestación folclórica como los sanfermines, que imponen en algunas ciudades limitaciones a la vida urbana de cierto peso y no por todos aceptadas con el mismo entusiasmo, o bien son una expresión de dogmas de alcance social y político sectario que ni las autoridades ni el resto de la ciudadanía tienen que acatar como algo perentorio y universal. Hay mucha gente que se resigna a las vírgenes apuñaladas y cristos ensangrentados como una tradición festiva, pese a su lúgubre aspecto, pero no se les puede pedir que se entusiasmen con ellas si las ven utilizadas contra su propio derecho a la libertad de conciencia.
    Digan lo que digan los autobuses polémicos, el problema no es si Dios existe o no, sino si vivimos en una sociedad realmente laica, es decir, con leyes que distinguen eficazmente entre delitos y pecados.