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  1. Ideas y pseudoideas

    martes, febrero 24, 2009

    © Gustavo Bueno
    Dos fragmentos de La fe del ateo (2007)




    La llamada «Idea de Dios», en su sentido ontológico, sería en realidad una pseudoidea, o una «paraidea» (a la manera como el llamado concepto de «decaedro regular» es en realidad un pseudoconcepto o un paraconcepto, es decir, para decirlo gramaticalmente, un término contrasentido).
    Desde la perspectiva del ateísmo esencial, en la que por supuesto nosotros nos situamos, las preguntas habituales: «¿Existe Dios o no existe?», o bien: «¿Cómo puede usted demostrar que Dios no existe?», quedan dinamitadas en su mismo planteamiento, y con ello su condición capciosa. En efecto, cuando la pregunta se formula atendiendo a la existencia («¿Existe Dios?») se está muchas veces presuponiendo su esencia -o si se quiere, el sujeto gramatical, y no el predicado- (si la existencia se toma como predicado gramatical en la proposición: «Dios es existente»). Y, esto supuesto, es obvio que no es posible la inexistencia de Dios, sobre todo teniendo en cuenta que su existencia es su misma esencia; y dicho esto sin detenernos en sus consecuencias, principalmente en ésta: que quien niega la esencia de Dios está negando también la existencia, precisamente en virtud del mismo argumento ontológico que los teístas utilizan.
    Cuando nos referimos a sujetos gramaticales (distintos de Dios), por ejemplo, a un planeta desconocido o a una bolsa de petróleo que suponemos enterrada en un determinado valle, o al monstruo del lago Ness, la pregunta por la existencia presupone obviamente la esencia, es decir, el concepto de planeta, de bolsa de petróleo o de monstruo lacustre. En estos casos, y cuando la prueba de la inexistencia no pueda llevarse a cabo de modo contundente, siempre quedará la duda de su existencia posible, siempre que esa esencia no sea contradictoria, como contradictorio es, por ejemplo, el «concepto de decaedro regular». Yo puedo afirmar con toda seguridad que el «decaedro regular» no ha existido nunca, ni existe, ni puede existir (porque es contradictorio, al no cumplir la fórmula de Euler). Precisamente porque no es una esencia, porque no existe el «concepto de decaedro regular», sino sólo el nombre de un mosaico de conceptos e imágenes geométricas agrupadas en una totalidad imposible.
    El ateísmo esencial sostiene que la idea de Dios es una pseudoidea, o una paraidea, una idea compleja inconsistente, del estilo del concepto de decaedro regular. Y por ello se resiste a aceptar las preguntas antedichas. Porque lo que el ateo esencial está negando no es la existencia de Dios, sino la idea de Dios de la Teología natural (que por supuesto no puede confundirse con la esencia o la existencia de una divinidad óntica finita, como pueda serlo Zeus, Odín, Apolo, o acaso el monstruo del lago Ness).
    La llamada idea de Dios, propia de la teología natural metafísica y preambular es una idea límite (o una confluencia de ideas límite) que conduce a una paraidea de tipo general, pero que adquiere una interesantísima condición especial de idea aureolar cuando se involucra con la teología dogmática de las religiones terciarias, y singularmente con la teología dogmática del cristianismo trinitario. Las ideas aureolares no son propiamente ideas ya constituidas o per-fectas, sino ideas in-fectas («ideas haciéndose», en devenir), porque requieren suponer dados, como integrantes de su unicidad, ciertos elementos o componentes situados en su futuro, pero de tal forma que estas ideas no podrían constituirse como tales, dado que estos elementos o componentes de referencia, dados en el futuro (relativo a la propia idea), se supone que forman parte esencial del constitutivo de la idea misma que está haciéndose en el presente, a la que acompañan como aureola (a la manera como acompaña la aureola a la cabeza del santo, que dejaría de serlo, en la pintura, en el momento en el cual esa aureola fuese borrada).

    (...)

    La idea de Dios no es, desde luego, según lo que venimos diciendo, una idea unívoca, sino más bien análoga, por no decir equívoca, puesto que unas veces tiene que ver con el Dios de los filósofos, con la idea metafísica y abstracta de Dios, y otras veces con los dioses o númenes concretos y «personiformes» de las religiones primitivas.
    No entramos aquí en las cuestiones de prioridad de unos o de otros. Nos limitamos a constatar que la idea de Dios no es unívoca, y que antes que una idea es el nombre de dos ideas, o de dos familias de ideas muy diferentes, a saber, la idea metafísica de Dios y la idea positiva de Dios.
    Y ocurre que estas dos familias de ideas requieren un tratamiento muy diferente, en sí mismo y en sus relaciones con la religión. Y nos apresuraremos a constatar, ante todo, que los debates que dominaron desde la época de la Ilustración hasta nuestros días, los debates entre los teístas, ateos y agnósticos, eran debates que giraban en torno a la idea metafísica de Dios (Voltaire, Rousseau, Kant) antes que en torno a su idea positiva. Eran debates característicos de les philosophes, de los filósofos de la Ilustración y de sus precursores del siglo anterior (Leibniz, Espinosa, Wolff, Newton...).
    Sin embargo es esta idea del Dios de los filósofos, precisamente en cuanto idea metafísica, la que no puede ser considerada como una idea vinculada por sí misma a la religión (y otra cosa es que la religión pueda vincularse a ella). En efecto, para que la idea metafísica de Dios pudiera tener algo que ver con la religión, debería contener la idea de una persona, de una voluntad, de una inteligencia... Pero la idea de una persona capaz de apetitos y de conocimiento es una idea necesariamente asociada a sujetos corpóreos, dotados de conducta volitiva o cognitiva, a sujetos finitos que se enfrentan a otros sujetos y a cosas impersonales. Ésta es la razón de fondo por la cual una persona o sujeto infinito con voluntad omnipotente y con conocimiento omnisciente es una contradicción del mismo calibre que la que contiene la expresión «decaedro regular», de la que hemos hablado antes, o la expresión «círculo cuadrado». Por ello puede decirse que la idea de Dios -la idea metafísica de Dios, la idea de Dios de la filosofía metafísica de la Ilustración (cuyo racionalismo se definía sobre todo por su oposición a las religiones positivas, calificadas por los ilustrados como supersticiones)- es, como hemos dicho, una pseudoidea, una paraidea, y no existe como idea por estar constituida por atributos esenciales contradictorios.

  2. Dios en el cerebro

    lunes, febrero 23, 2009

    Hallazgos neurocientíficos explican por qué el hombre se refugia en las religiones

    © Javier Sampedro
    Publicado en El País el 23/02/2009

    El Dios de Abraham era justo, inapelable, incorruptible, trascendente, omnisciente, omnipotente, omnipresente y omnibenevolente. El cristianismo antiguo se centró en la pericoresis o fusión de tres personas en una sola entidad divina. Para la vía negativa de Maimónides sólo nos es dado discutir sobre lo que Dios no es. El Todo de los herméticos es más complicado que la suma de cuanto existe, y el Buda puso el énfasis en la liberación del sufrimiento en la tierra. Vista así, la religión tiene poco de universal.
    Pero los experimentos han hecho aflorar una capa subyacente más simple. Por ejemplo, los psicólogos cuentan a grupos de voluntarios una historia en la que Dios atiende a cinco problemas a la vez. Los creyentes de cualquier confesión monoteísta aceptan la narración con naturalidad, puesto que Dios tiene sobrados poderes cognitivos para ello. Pero si se les pide recordar la historia un rato después, casi todos cuentan que Dios atiende los cinco problemas uno por uno: su subconsciente ha humanizado al omnipotente Dios de la doctrina.
    La investigación reciente en psicología cognitiva, neurobiología y antropología cultural ha revelado que la mayoría de los creyentes, sea cual sea su culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios. No sólo posee una figura humana, sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento y motivación que las personas. Las creencias explícitas sobre la divinidad son muy distintas entre religiones, pero los supuestos tácitos son casi idénticos en la mayoría de las personas.
    La característica central de cualquier religión es un núcleo de creencias sobre agentes no físicos. Este tipo de «conceptos sobrenaturales» –que también aparecen en la fantasía, los sueños y las supersticiones– está muy condicionado por nuestro conocimiento del mundo real. Un espíritu es un tipo de persona, sólo que atraviesa paredes. Dios comparte esas limitaciones dentro de la cabeza de los creyentes.
    Más en general, las creencias subconscientes de la gente religiosa de cualquier credo son extraordinariamente parecidas: los agentes sobrenaturales ejercen una vigilancia permanente del comportamiento moral de la persona, con acceso instantáneo a sus pensamientos y deseos más íntimos. Los creyentes de cualquier culto también albergan creencias sobre la existencia y las propiedades de esos agentes sobrenaturales, y suelen guardar símbolos o amuletos que los representan, y celebrar rituales en su nombre. Cada grupo social suele atribuir a esos agentes su sistema moral, y su propia cohesión social.
    Los científicos cognitivos han reunido muchas evidencias de que esta especie de religión natural se enraíza en cualidades humanas universales –como la capacidad para simular relaciones con personajes ficticios– que no son específicas de la experiencia religiosa, sino una consecuencia de tener el cerebro más desarrollado, y las estructuras sociales más complejas y estables, que han evolucionado en ninguna especie animal de este planeta.
    «El pensamiento y el comportamiento religiosos pueden considerarse parte de las capacidades naturales humanas, como la música, los sistemas políticos, las relaciones familiares o las coaliciones étnicas», dice Pascal Boyer, de la Universidad de Washington en Saint Louis. Boyer ha publicado en el último año dos trabajos de referencia sobre la evolución cognitiva de la religión (Nature 455:1038; Annual Review of Anthropology 37:111).
    El filósofo Daniel Dennett sostiene que los cerebros animales han evolucionado a través de tres fases. El comportamiento de las criaturas darwinianas está determinado genéticamente. Las criaturas skinnerianas (por el psicólogo conductista norteamericano B. F. Skinner) disponen de una gama de comportamientos, pero despliegan uno u otro al azar. Los humanos somos criaturas popperianas (por el filósofo de la ciencia Karl Popper). Una criatura popperiana hace lo mismo que una criatura skinneriana, pero sólo dentro de su propia cabeza, como una serie de simulaciones mentales.
    El ingeniero de la Universidad de Michigan John Holland, padre de los algoritmos genéticos, asegura que «la verdadera esencia de una ventaja competitiva, sea en el ajedrez o en la actividad económica, es el descubrimiento y la ejecución de jugadas en un escenario ficticio». Y entre las principales jugadas que tenemos que simular los humanos, desde la más tierna edad, están las situaciones sociales ficticias.
    «Todos los niños entablan relaciones sociales importantes y duraderas con personajes de ficción, amigos imaginarios, familiares desaparecidos, héroes invisibles, novios figurados...», dice Boyer. La práctica constante con ese tipo de «agentes no físicos», de hecho, puede explicar parte de la extraordinaria destreza social de nuestra especie, muy superior a la de los demás primates. Y desde ahí, el científico de Washington sólo ve un pequeño paso hasta otros «agentes no físicos» como espíritus, dioses y demonios, «intangibles pero implicados socialmente».
    Los agentes sobrenaturales son a menudo la fuente de la moral para las personas religiosas, y también sus vigilantes omniscientes, esto es, que basta con pensar en algo pecaminoso para que se den por enterados. Ésta es otra de las creencias más generales entre los fieles de cualquier culto.
    La psicología experimental indica, sin embargo, que los niños comprenden los imperativos morales básicos, como los relativos al trato justo y al daño a sus semejantes, desde que están en edad preescolar. Eso es antes de que puedan comprender esos conceptos abstractos y con independencia del entorno religioso en que se obtengan los datos. La neurobiología, por otro lado, ha revelado nexos muy relevantes entre los juicios morales y algunas de las emociones humanas más básicas y universales.
    Uno de los nodos centrales de la red emocional del cerebro es el córtex prefrontal ventromedial (VMPC). Los pacientes que tienen destruida esa zona del córtex muestran una disminución general en su capacidad de respuesta emocional y una marcada reducción de las emociones sociales -como la compasión, la vergüenza y la culpa que están estrechamente relacionadas con los valores morales-.
    El VMPC es muy conocido por los neurólogos desde el 13 de septiembre 1848, cuando una explosión accidental disparó una barra de hierro de un metro de largo y seis kilos de peso exactamente hacia esa zona del cerebro de Phineas Gage, el capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril. Sobrevivió, y sin daños en la capacidad del lenguaje ni en otras funciones intelectuales. Pero como dijo poco después un amigo suyo: «Este hombre ya no es Phineas Gage».
    Todos los graves defectos que muestran estos pacientes se refieren a la respuesta a los estímulos emocionales o a la regulación de los propios sentimientos. Sus capacidades de la inteligencia general, de razonamiento lógico y de conocimiento de las normas sociales y morales están intactas.
    Según el neurólogo Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias, muchas reacciones morales aversivas son una combinación del visceral rechazo a ciertos actos (matar a alguien, por ejemplo) y de la compasión instintiva por otro ser humano. Damasio cree que las emociones no sólo se asocian a los juicios morales, sino que son cruciales para elaborarlos.
    «Aunque los creyentes suelen atribuir su moralidad a un agente sobrenatural», dice Boyer, «los modelos cognitivos indican todo lo contrario: que nuestros sentimientos morales son reclutados para dar verosimilitud a las nociones morales de la religión».
    Los ritos religiosos también parecen muy distintos entre unas culturas y otras, pero todos pertenecen a una clase de «comportamientos rituales» constantes en la especie humana. Los ritos se basan siempre en alguna secuencia de actos arbitraria, obligatoria, ejecutada en un orden rígido, desligada de un objetivo práctico obvio y repetida muchas veces. También implican a menudo el uso de números, colores llamativos y símbolos de la pureza, el orden o la simetría.
    Nuevamente, estos comportamientos rituales son un tema común en el desarrollo infantil: por ejemplo, cuando un niño sólo puede andar por la acera pisando las baldosas rojas, o tiene que subir el primer peldaño de su portal antes de que se cierre la puerta de la calle. Los niños suelen asociar estos rituales a unas vagas nociones de purificación y protección del peligro. Cuando estos sistemas se pasan de revoluciones, ocurren los trastornos obsesivo-compulsivos.
    «Sabemos que el cerebro humano tiene redes de seguridad y precaución dedicadas a prevenir peligros como la predación», dice Boyer. «Las aserciones religiosas sobre la pureza, la suciedad y el peligro oculto de los demonios al acecho estimulan esos mismos sistemas, y hacen que las precauciones rituales resulten intuitivamente atractivas».
    La crítica científica de la religión se ha centrado hasta ahora en argumentos racionales. El astrofísico Carl Sagan, por ejemplo, escribió: «¿Cómo es que apenas ninguna religión ha mirado a la ciencia y ha concluido: "¡Esto es mejor que lo nuestro! El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más sutil y elegante?"».
    «Hay quien tiene un concepto tan amplio de Dios que no hay forma de evitar que lo acabe encontrando en cualquier parte», afirma Steven Weinberg, físico teórico y premio Nobel. «Si quieres decir que Dios es energía, lo puedes hallar en un montón de carbón».


    El diseñador inteligente

    La campaña «Probablemente, Dios no existe» de los autobuses se gestó en Londres en el pasado otoño, y uno de sus grandes promotores fue el biólogo Richard Dawkins (Universidad de Oxford). Él es, posiblemente, el autor de divulgación más popular de los últimos 30 años, pero su gran éxito editorial no es un libro de ciencia sino de religión: El espejismo de Dios, publicado en 2006 y traducido a 31 idiomas.
    En los años ochenta, Dawkins aplicó las ideas de la selección natural darwiniana a la propagación de los modelos culturales. Las ideas serían memes (en vez de genes) que se replicarían de boca en boca y competirían entre sí por el éxito reproductivo. Las ideas religiosas, que por definición no deben demostrarse, serían memes de alta propagación.
    Dawkins, como otros científicos, también desarrolla en El espejismo de Dios una refutación racional de la teología natural. Esta corriente teológica, que sedujo tanto a Darwin como al propio Dawkins en la juventud de ambos, deduce la existencia de Dios a partir de la complejidad de sus criaturas, y sigue siendo el gran argumento detrás del diseñador inteligente del creacionismo norteamericano. Pero un diseñador inteligente, aduce Dawkins, debe ser aún más complejo que las criaturas a las que pretende dar explicación, luego no les da ninguna.
    Son argumentos más bien abstractos. La escuela evolucionista que representa Pascal Boyer, por el contrario, ha presentado evidencias de que el pensamiento religioso es la «línea de menor resistencia» de nuestro sistema cognitivo. «La incredulidad suele ser el resultado de un esfuerzo racional deliberado contra nuestras predisposiciones naturales», concluye Pascal en Nature, «lo que no es la ideología más fácil de propagar, precisamente».

  3. A la buena de Dios

    martes, febrero 17, 2009

    © Fernando Savater
    Publicado en El País el 17-02-2009



    Es para no creerse lo que aún sigue dando Dios que hablar. Ahora que ya ha vuelto a sus lares el cardenal Bertone (quien por cierto tiene un aire al malvado mago Sokhura que interpretó genialmente Torin Thatcher en Simbad y la princesa) y que nuestras piadosas autoridades se han sacudido de la ropa el olor a incienso, quizá podamos hablar con franqueza de los llamados «autobuses ateos» (?). Reconozco que me cuesta no simpatizar con cualquier iniciativa que escandaliza al obispado, pero en este caso el eslogan («Probablemente Dios no existe. Despreocúpate y disfruta de la vida») me parece de una ingenuidad teológica propiamente... anglosajona, al estilo por un lado de Richard Dawkins y por el opuesto del poco añorado George W. Bush.
    Dos objeciones pueden hacerse a esa profesión motorizada de escepticismo. Para empezar, los creyentes veneran a Dios precisamente para aminorar su preocupación principal –la muerte– y así poder disfrutar mejor o peor de la vida, como intentamos los demás. Hoy en día, aquellos a los que la religión les produce más sufrimiento que consuelo no tardan en abandonarla. Segundo, decir que Dios «probablemente no existe» es decir demasiado o demasiado poco. Imaginemos que alguien nos pregunta si el Banco de Santander existe: como hay numerosas sedes de esa entidad, directivos y empleados, gente que le confía sus ahorros, cotiza en Bolsa y reparte jugosos dividendos, etcétera..., la única respuesta lógica y sensata es la afirmativa. Pero si mi interlocutor me asegura que acaba de encontrarse con el Banco de Santander por la calle y le ha revelado fórmulas para escapar de la crisis, me negaré a creerle... porque el banco en cuestión no existe, es decir, no existe en el sentido que vale para los viandantes, Barack Obama, la sierra de Gredos o los animales invertebrados. Creo que lo mismo ocurre con Dios: en un sentido es imposible negar que existe, en otro es imposible afirmarlo. Lo que no entiendo es que Rouco considere una «ofensa a Dios» el lema cauteloso del autobús: podía haberlo considerado una coartada (Stendhal dijo que «la única excusa de Dios es que no existe») o una confirmación de su fe (el gran teólogo Bonhoeffer, asesinado por los nazis, aseguraba que «un Dios que es, no es»).

    No me gusta que a uno le llamen «ateo», «agnóstico» y otros calificativos religiosos: es como esos carnets de conducir para no conductores que hay en USA, a fin de no privar a nadie de tan imprescindible documento de identidad. Pero, si me resigno al mote, me parece imposible hacer compatible el ateísmo con el afán misionero: tiene cierto morbo pero es un afán incongruente, como una monja dedicada a bailar strip tease. Otra cosa es que a un ateo le encanten los debates con creyentes, como a mi buen amigo Paolo Flores d’Arcais. Ya lleva muchos y su especialidad son los cardenales, que en Italia son como los cocineros en el País Vasco, pues están por todas partes y los hay de diversos tipos: desde el sutil y post-heideggeriano Angelo Scola (véase Dio? Ateismo della ragione e ragioni della fede, ed. Marsilio) hasta el mismísimo Ratzinger antes de ascender al papado (¿Dios existe?, ed. Espasa), más convencional. Lo mejor de este último librito es la coda posterior de Paolo, Ateísmo y verdad, y aún más sabrosa su discusión con dos filósofos –Michel Onfray y Gianni Vattimo– en Atei o credenti?, Fazi editore. No creo que nadie pueda argumentar con mayor paciencia, aunque hasta él se permite alguna broma: «[las creencias religiosas son] como el cubito de sentido para el caldo de la existencia».

  4. 20 años de condena

    sábado, febrero 14, 2009


    Se cumplen 20 años de la fatwa de Jomeini contra el escritor Salman Rushdie


    Londres, 14 feb (EFE).- La fatwa con la que el ayatolá Jomeini condenó a muerte al escritor anglo-indio Salman Rushdie tras la publicación de Los Versos Satánicos cumple hoy 20 años, un periodo en el que el autor ha tenido que vivir escondido y protegido.
    La fatua (pronunciamiento legal en el Islam emitido por un especialista en ley religiosa sobre una cuestión específica) sigue vigente, según afirmó esta semana el Gobierno de Irán, aunque desde 1998 excluye oficialmente que se persiga la muerte de Rushdie.
    No obstante, el escritor (Bombay, 1947) sigue viviendo puertas adentro por miedo a sufrir represalias de quienes consideran que el libro es blasfemo y, aunque su aislamiento no es tan severo como hace unos años, afirmó recientemente que percibe este asunto de la fatwa como «si tuviera un albatros enganchado al cuello».
    El libro fue publicado en el Reino Unido en septiembre de 1988 y fue inmediatamente prohibido en India, su país de origen.
    A eso le siguieron numerosas manifestaciones de musulmanes en todo el mundo, con la quema de ejemplares de su libro, hasta que la máxima autoridad de la Revolución Islámica le condenó a muerte.
    Rushdie nunca sufrió un ataque, pero sí fueron víctima de agresiones personas relacionadas con su traducción o publicación.
    El año pasado afirmó a cadena pública BBC que ha pensado en varias ocasiones escribir un libro sobre lo que ha supuesto vivir permanentemente escondido.
    Más recientemente, en otra entrevista con el diario The Times, reconocía que la fatwa le convirtió en uno de los autores más conocidos del mundo, pero le obligó a vivir apartado del mundo.
    El escritor afirmaba que aquella condena del ayatolá Jomeini hace dos décadas fue sólo «el prólogo» de lo que iba a ocurrir después con el fundamentalismo musulmán.
    «Todo el mundo tendió a creer que era un incidente aislado, más que una indicación de algo más grande; se tendió a creer que era mi culpa», decía Rushdie, que lamentaba que las ciudades de su vida -Nueva York, Londres y Bombay- hayan sufrido tres de los atentados terroristas más sangrientos de los últimos años.
    «Es extraño que las tres ciudades que he querido en mi vida hayan sufrido ataques terroristas en los últimos 10 años», señalaba.
    Rushdie criticaba a los países occidentales de falta de contundencia contra los fundamentalistas islámicos.
    En el caso del Reino Unido, aseguraba, estos extremistas se han instalado con la complacencia de los sucesivos Gobiernos, tanto los conservadores como los laboristas, hasta el punto de que se hable de la capital británica como «Londonistán».
    «Este país se convirtió en refugio seguro para todos los grupos extremistas de este mundo. Es de idiotas, de idiotas», decía.
    La cuestión de la fatwa se recuerda hoy con motivo del aniversario, pero el escritor aparece con más frecuencia en los medios británicos por su vida personal que por sus problemas políticos o incluso que por su trayectoria literaria.
    En la citada entrevista con The Times, el autor de los Versos satánicos explicaba que le cansa haberse convertido en un protagonista de la prensa del corazón por su inestable vida sentimental y sus salidas nocturnas, y lamentaba que los tabloides británicos le retraten como un juerguista mujeriego.
    «Todo el mundo va a fiestas. La diferencia es que cuando yo voy a fiestas sale en la prensa», decía Rushdie, de 61 años, que se ha divorciado en cuatro ocasiones y tiene dos hijos.

  5. Darwin: 200 años

    miércoles, febrero 11, 2009



    Perfil del científico británico Charles Darwin

    El científico británico Charles Darwin (1809-1882), figura capital del evolucionismo y del pensamiento moderno, representa como pocos el antagonismo entre religión y ciencia, pues no sólo se dio en sus obras sino en su propia vida.
    Principal artífice de la teoría de la evolución por selección natural, validada más de un siglo después por la genética, Darwin, que estudió para ser clérigo, fue y es aun cuestionado porque atribuyó a la naturaleza facultades que muchos consideraban y consideran exclusivamente divinas.
    Popularmente Darwin es conocido como el científico que descubrió que el hombre desciende del mono, en contraposición a la versión bíblica que dice que Dios lo hizo a su imagen y semejanza a partir de un puñado de arcilla.
    Darwin creía que toda la vida en la Tierra evolucionó durante millones de años a partir de unos pocos ancestros comunes y que mediante un mecanismo de selección natural se llegó a las especies que hoy pueblan el planeta.
    Nacido el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury en el seno de una familia acomodada, Charles Robert Darwin manifestó desde pequeño gran interés por las ciencias naturales.
    En 1825, siguiendo los pasos de su padre y abuelo, comenzó a estudiar para médico, pero a los dos años lo dejó y a propuesta de su padre decidió estudiar para ser ministro de la Iglesia de Inglaterra en Cambridge.
    Más interesado en la naturaleza que en la teología, comenzó a asistir voluntariamente a las clases del botánico y entomólogo John Henslow, el cual fue una figura decisiva para que llegase a ser quien fue y no un clérigo rural como quería su padre.
    Gracias a Henslow, Darwin tuvo a los 22 años la oportunidad de integrarse como naturalista sin paga a la expedición comandada por el capitán Robert Fitzroy a bordo del «HMS Beagle».
    El barco zarpó de Davenport el 27 de diciembre de 1831 y regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836.
    En esos casi cinco años de periplo, Darwin conoció las islas de Azores y Cabo Verde, las costas de América del Sur, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y Sudáfrica, entre otros lugares, y comenzó su «segunda vida», como él mismo la definió, dedicada a la investigación y la ciencia.
    A su regreso a Inglaterra se puso a trabajar en un diario del viaje, que fue publicado en 1839, el mismo año de su boda con su prima Emma Wedgwood, y en la elaboración de textos sobre sus observaciones geológicas y zoológicas.
    En su cabeza ya bullían algunas de las ideas que años más tarde desarrolló y plasmó en El origen de las especies (1859).
    Aunque supo que, «al fin, había conseguido una teoría con la que trabajar», durante varios años se abstuvo de escribir ni siquiera un esbozo. Se cree que por miedo al escándalo y los prejuicios, aunque hay también que lo atribuyen a que no quería herir los sentimientos de su esposa, que era una cristiana devota.
    En 1842 redactó 35 páginas, ampliadas a 230 en 1844, pero hasta comienzos de 1856 no emprendió la redacción de la obra que le daría fama universal y el repudio de los defensores a ultranza con la teoría de la creación del mundo tal como es contada en la Biblia.
    En medio de la tarea recibió de otro investigador británico, Alfred Russell Wallace, un breve manuscrito con una teoría de la evolución por selección natural que coincidía con la suya.
    Darwin no quería parecer un usurpador y a punto estuvo de olvidar para siempre su teoría.
    Finalmente se buscó una solución salomónica que satisfizo al propio Wallace: resumir el texto de Darwin y presentarlo a la Linnean Society junto con el trabajo de Wallace y un extracto de una carta de 1857 en la que constaba un esbozo de la teoría darwiniana.
    Tras esa presentación y en solo trece meses y diez días quedó por fin redactada la obra On the Origin of Species by means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life.
    El mismo día de la aparición del libro, el 24 de noviembre de 1859, se agotaron los 1.250 ejemplares y posteriormente se tuvieron que hacer seis ediciones sucesivas.
    En 1860, el obispo Samuel Wilberforce ridiculizó con brillante elocuencia las tesis evolucionistas en una sesión en Oxford y con igual brillo el zoólogo Thomas Henry Huxley defendió la teoría de Darwin, quien se mantuvo al margen de la controversia.
    Por aquel entonces Darwin era ya una celebridad científica y hacía muchos años que había abandonado Londres para instalarse en Down, en plena campiña inglesa, donde nacieron la mayoría de sus diez hijos, de los cuales solo siete llegaron a la edad adulta.
    En 1871 alimentó la polémica creada con El origen de las especies con la publicación de El origen del hombre (The Descent of Man and Selection in Relation to Sex), donde defendía la teoría de la evolución del hombre desde un animal similar al mono.
    Fue miembro de la Sociedad Real (1839) y de la Academia Francesa de las Ciencias (1878) y los últimos diez años de su vida los dedicó a diversas investigaciones en el campo de la botánica.
    Falleció a consecuencia de un ataque al corazón el 19 de abril de 1882 y está enterrado en la abadía de Westminster como otros británicos ilustres.
    Lady Elizabeth Reid Hope, una evangelizadora cristiana, afirmó en 1915 que estuvo con Darwin poco antes de su muerte y que éste estaba arrepentido de sus teorías y reconocía a Jesucristo como el salvador de la humanidad, pero su familia lo negó y hoy esa afirmación es considerada una leyenda urbana. (Agencia EFE).

  6. Gustavo Bueno y los crucifijos

    miércoles, febrero 04, 2009


    Se critica la toma de postura de Gustavo Bueno al respecto de la retirada de los crucifijos en un colegio público

    © Fermín Huerta Martín
    Publicado en El Catoblepas Nº 84

    «Así como la mariposa Caligo extiende sus alas cuando se le acerca su ave predadora para no ser devorada por ella, así también nosotros debemos extender los brazos en cruz para no ser devorados por los sacerdotes.» Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión.

    El pasado día 17 de febrero de 2008 recibí un e-mail del servicio de alertas de Google con un enlace a la pagina de Internet de la cadena de radio COPE, que hacia referencia a una declaraciones de Gustavo Bueno a Popular TV, en la cabecera decía: «Como ateo me parece absurdo que se retiren los crucifijos». La noticia iba acompañada del enlace a la entrevista donde se habían hecho tales declaraciones, el entrevistador ponía cara de estar deseando en aquel momento estar retransmitiendo en directo el paso de un huracán en EEUU a 500 metros de sus narices antes que entrevistar a aquel personaje que parecía tener más fuerza que ese huracán. Las declaraciones a que me refiero decían cosas como esta: «El crucifijo –afirma uno de los más reputados pensadores españoles– es un símbolo histórico, teológico y artístico que forma parte de nuestra cultura. Quitar el crucifijo es quitarse el vestido. Los que lo defienden son unos indoctos. El que haya leído no a Santo Tomás sino a Hegel, sabe que el crucifijo no se puede quitar.»

    Vaya por delante que me considero un indocto, no solo por no leer a Hegel o Santo Tomás, sino porque pienso que comparados con Bueno la mayoría de los mortales de este planeta son unos indoctos.

    Estas declaraciones han venido acompañadas de dos textos relacionados con el tema, por una parte la colaboración de Bueno: «¡Dios salve la razón!», al libro Dios salve la razón, Encuentro Ediciones (agradezco muy especialmente a Juan Carlos Paredes Zubeldía por informarme de la existencia del mismo y recomiendo la visita a su blog http://paredesz.blogspot.com/). Y el texto de Javier Pérez Jara, «Europa y cristianismo: análisis del surgimiento del fenómeno cultural cristiano y su desarrollo histórico», publicado en El Basilisco, nº 39 (se agradece el reconocimiento a la importancia de las aportaciones de Gonzalo Puente Ojea al estudio del cristianismo).

    El punto clave de la cuestión (bajo mi indocto punto de vista) se puede resumir en esta frase que aparece en la pág. 377 del libro de Bueno, La fe del ateo:

    «Dada la situación efectiva de la Humanidad, transcurrido el segundo milenio del cristianismo, puede decirse que los pueblos no están preparados para organizarse socialmente bajo los auspicios de un racionalismo filosófico y ateo; por consiguiente se hace preciso evaluar el grado de racionalismo actuante en las distintas confesiones religiosas realmente existentes.»


    El Estado laico es rechazado en la pág. 372:

    «Ahora bien, desde una metodología materialista, el Estado carece de sentido al margen de su materia, representada entre otras cosas por la sociedad civil. Según esto, la definición laica del Estado no puede tomarse como una definición real, sino puramente nominal e ideológica, porque si la sociedad civil es religiosa, y vinculada a una religión que exige publicidad y propaganda fide, entonces el Estado laico sólo podrá ser reconocido, por el materialismo, como una superestructura jurídica, una ficción creada por el formalismo que supone la realidad de una sociedad política laica, aun cuando de hecho se manifiesta continuamente su condición religiosa en mil formas (templos, procesiones públicas, ritos de paso, establecimientos de enseñanza).»


    Javier Pérez Jara profundiza un poco más y dice en la pág. 65 de su artículo:

    «El materialismo filosófico, por tanto, no podrá estar de acuerdo con el laicismo en “sentido débil” (parejo a la ideología de la “neutralidad estatal”, las religiones como meros fenómenos privados o al agnosticismo positivo “que ni afirma ni niega”), sino más bien con el Estado laico “en sentido fuerte”, es decir, con el Estado ateo, o al menos racionalista, que no sólo no prescinde del estudio de las religiones, sino que a través de la instauración del estudio sistemático histórico, antropológico y filosófico de las religiones, es decir a través de la instauración en los planes de estudio de una Filosofía de la Religión de sesgo materialista nutrida de los contenidos positivos de la Antropología Cultural, la Historia, la Sociología, &c., puede ofrecer una visión crítica y sistemática de la génesis y evolución de las religiones, así como una trituración de sus elementos más irracionales, mitológicos o arcaicos.»


    En la pág. 64 expresa una idea también repetida a veces:

    «…ante las religiones o se está a favor o se está en contra…»


    Cabría preguntar entonces ¿el materialismo filosófico, esta a favor o esta en contra de las religiones? Es decir, en este supuesto Estado ateo, ¿qué se haría con los curas y los templos?, ¿se metería los curas en la cárcel y se destruirían los templos?, ¿se transformarían los templos en delegaciones de la Fundación Gustavo Bueno donde poder impartir la asignatura de Filosofía de la Religión de sesgo materialista y se obligaría a los curas a asistir a esas clases? o ¿se daría un ministerio a Rouco Varela en premio por el esplendor pasado de la filosofía escolástica?

    Uno de los motivos que parecen mover a Gustavo Bueno a estas posiciones es el temor al fanatismo islámico, pero bajo mi punto de vista, lo que tiene que hacer para luchar más eficazmente contra ese miedo no es pedir que se mantengan los crucifijos de las escuelas, lo que tiene que pedir es que aumente el presupuesto del Ministerio de Defensa, de la Policía Nacional, de la Guardia Civil y del CNI, ¿o es que piensa que si nos intentan invadir los musulmanes, los curas se organizaran en batallones y con el crucifijo en la mano saldrán a la defensa de nuestra querida patria?

    En la cita de la pág. 377 se hace un salto muy curioso, se dice que si los pueblos no están preparados para organizarse socialmente bajo los auspicios de un racionalismo filosófico y ateo, hay que evaluar el grado de racionalismo actuante en las distintas confesiones religiosas realmente existentes. Dado que en España no hay gobierno ateo y la religión elegida mayoritariamente es el catolicismo, ¿quiere esto decir que España se organiza socialmente bajo principios católicos?

    Yo creía que nos organizábamos bajo los principios de la constitución de 1978 y no bajo el catecismo. En la nota de la pág. 372, dice «…si la sociedad civil es religiosa…». Yo me pregunto, ¿es la sociedad civil de la España actual religiosa? Veamos el barómetro del CIS de noviembre de 2008.

    «Pregunta 42. ¿Cómo se define usted en materia religiosa: católico, creyente de otra religión, no creyente o ateo? Católico 73,7%, creyente de otra religión 1,9%, no creyente 15,9%, ateo 7%, N.C. 1,4%.
    Pregunta 42-A. ¿Con que frecuencia asiste usted a misa u otros oficios religiosos, sin contar las ocasiones relacionadas con ceremonias de tipo social, por ejemplo, bodas, comuniones o funerales? Casi nunca 54,8%, varias veces al año 15,6%, alguna vez al mes 11,8%, casi todos los domingos y festivos 14,4%, varias veces a la semana 2,4%, N.C. 1%.»


    Si hacemos números y partimos de una población de España de 46 millones de habitantes en números redondos tenemos, la suma de creyentes sería 34.776.000, pero si quitamos a los que no van casi nunca o alguna vez al año a los oficios religiosos y a los que no contestan nos quedan 9.945.936 que es cifra similar a la suma de no creyentes y ateos que son 10.534.000. Por lo tanto, se podría decir que una parte de la sociedad civil es religiosa, pero no toda la sociedad civil.

    El propio Gustavo Bueno reconoce en su artículo «La influencia de la religión en la España democrática», editado en 1994 en el libro La influencia de la religión en la sociedad española, pág. 71:

    «Los confesionarios, los seminarios y los templos han quedado prácticamente vacíos (aún cuando en algunas ciudades, el 15% de la población que sigue yendo a misa los domingos sea suficiente –teniendo en cuenta el incremento demográfico– para mantener la apariencia de la iglesia llena en misa de doce).»


    Hay dos datos muy significativos que están más allá de las encuestas, primero, la Iglesia católica ha sido incapaz de autofinanciarse con las aportaciones de sus fieles y segunda, en España se han elegido desde la muerte de Franco dos presidentes agnósticos. Cosas incompatibles con una supuesta sociedad civil verdaderamente religiosa.

    Dice en La fe del ateo pág. 155: «Un gobierno realista podrá ser confesional, o antirreligioso, pero no neutral o laico.»

    No puedo imaginar un disparate antieutáxico más grande, se imagina alguien que ganando el PP las próximas elecciones, las primeras medidas que tomara fueran: prohibir el divorcio, el aborto, los métodos anticonceptivos, hacer obligatoria la enseñanza de la religión, &c. O que el PSOE al renovar el poder, cerrase las iglesias, prohibiera las procesiones, &c.

    El propio Bueno reconoce en el artículo antes citado de «La influencia de la religión en la España democrática», pág. 52:

    «Fue la misma imprudente política anticlerical de los gobiernos republicanos, muy poco maquiavélicos, uno de los principales desencadenantes de la reacción integrista promovida, sobre todo, por un clero acosado durante los años 30.»


    Lo eutáxico en la situación actual es el Estado neutral, llámele laico o aconfesional. Porque la guerra no va con la parte religiosa de la sociedad civil (dice Bueno en «La influencia de la religión en la España democrática», pág. 76: «Sin embargo, los católicos que han aceptado las reglas democráticas –prácticamente, la totalidad– aceptan también gustosos la concepción de la religión como cultura…»), sino con la organización eclesial, ávida de no perder más poder, pues esto y no otra cosa significa para ellos quitar el crucifijo de los lugares públicos.

    Dice Pérez Jara en la página 64 de su artículo:

    «…el llamado laicismo, cuando es entendido al modo light ( por ejemplo por la gran mayoría de nuestros políticos e ideólogos actuales) como un “mantenerse al margen” de las religiones, o ser “neutro” ante ellas, reservando las creencias religiosas, si las hay, para el ámbito de lo “privado”, pero excluyéndolas del ámbito de lo “público”, es una posición contradictoria, porque ante las religiones (que son esencialmente, desde un punto de vista antropológico, públicas, como vemos en el cristianismo y el Islam, ambos asociados al proselitismo, y por tanto a la “propaganda pública” de sus dogmáticas y sacramentos)…»,


    y esto lo dice poco después de hablar en la pág. 60 de la pérdida de poder de la Iglesia católica.

    Un Estado (laico, neutro o aconfesional) que consiguiera reducir al ámbito de lo privado el hecho religioso, ni seria neutro ni se mantendría al margen de las religiones, por que eliminar los crucifijos de los sitios públicos estatales, regular las procesiones, impedir que suenen las campanas de los templos para llamar a los fieles a la misa, no seria neutralidad, seria seguir quitando poder a la Iglesia católica, o ajustando ese poder hacia los que voluntariamente quieren aceptarlo, o sea sus fieles, no a toda la población.

    Esa es la lucha que parecen no ver desde el Materialismo Filosófico. Dice Bueno en El sentido de la vida, pág. 291:

    «La Iglesia católica ha tolerado el islamismo, o ha tolerado el darwinismo, o ha tolerado el socialismo precisamente cuando estos movimiento se han impuesto en virtud de su propia fuerza.»


    Y dice también Bueno en Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, pág. 37:

    «Esta sería la dialéctica de la historia actual de la Iglesia Romana: que tanto los que en su seno piden la integral conservación, como los que piden la renovación, tienen motivos de prudencia equivalentes y bien fundados. Solo que los motivos de los integristas (para decirlo al modo escolástico) se fundan en la esencia de la Iglesia, mientras que los motivos de los renovadores se fundan en su propia existencia. Aquellos dirán que mantener en la existencia una institución “desvirtuada”, que va perdiendo sus esencias más puras, es una traición; y éstos, que pretender mantener unas esencias que comportan necesariamente la progresiva extinción, la inexistencia más o menos próxima, es tanto como mantener una utopía, una esencia que no existe en ninguna parte.»


    Estoy seguro que a la Iglesia aun le queda mucha capacidad de adaptación y por mantener su existencia pueden dejar de ser tan publicas y tan propagandistas como lo son ahora.

    Se menciona en la cita de la pág. 372 de La fe del ateo, «de hecho se manifiesta continuamente su condición religiosa en mil formas (templos, procesiones públicas, ritos de paso, establecimientos de enseñanza)».

    ¿Qué templos?, ¿los templos vacíos que mencionaba antes?

    ¿Qué procesiones?, ¿las que cita en la pág. 80 de «La influencia de la religión en la España democrática», donde dice: «las romerías de la Virgen del Rocío se alimentan de intereses sociales no religiosos, cerca de los que mueven el creciente interés por la ópera en otras capas sociales: pero es la religión, por no decir el fetichismo, el cauce que lo canaliza»?

    ¿Qué ritos de paso?, ¿esos que comenta en «La influencia de la religión en la España democrática», donde dice:

    «Especialmente importante fue este proceso de impregnación aplicado a los “ritos de paso”, sobre los cuales la Iglesia católica mantenía un control mayoritario, a pesar de que, durante la República, importantes sectores de la población (sobre todo urbana) se había liberado del control eclesiástico.» «Durante el nacional-catolicismo, sencillamente, el ceremonial católico, en estos ritos de paso, se hizo prácticamente obligatorio para todos los españoles.» «No es nada fácil conseguir de la noche a la mañana, incluso suponiendo que se desee, el recambio, de instituciones tan arraigadas como las del bautismo, la primera comunión, la boda por la iglesia y el funeral católico.»


    En esa guerra se está en la actualidad y la retirada de los crucifijos es una batalla más. En la que Gustavo Bueno desde el bando ateo (para mi el ateísmo «teórico» de Bueno es el más sutil, interesante y elaborado de cuantos conozco, no así su ateísmo «práctico» tal como intento demostrar en este artículo) parece haber construido una tercera postura. La primera postura correspondería al clero que aboga naturalmente por el mantenimiento y extensión de su «marca de empresa» (Bueno llega a decir en «La influencia de la religión en la España democrática», pág. 65, sobre la Iglesia católica: «ella se ha convertido en una agencia de servicios»).

    La segunda postura sería la de los ateos-materialistas-indoctos que hacen el siguiente razonamiento, el crucifijo representa al hijo de Dios que resucitó, si Dios no existe no puede tener hijos y para un sistema materialista la resurrección es imposible, por lo tanto, es un símbolo falso que solo debe estar en los sitios donde se aceptan esas mentiras como verdades.

    La tercera postura, la del propio Bueno, que siendo ateo defiende el crucifijo para que no pongan en su lugar la media luna.

    No es sólo en esta cuestión de los crucifijos donde Bueno se ha alineado con el catolicismo, dice en su libro Zapatero y el pensamiento Alicia, pág. 305, al respecto de los matrimonios homosexuales:

    «incoherencia y sinsentido de un “orgullo democrático” ante situaciones en las que un Pueblo que mayoritariamente asume las normas del matrimonio romano (y luego cristiano) deja pasar, sin embargo, una ley que mina la estructura misma de nuestra sociedad de familias; un Pueblo que, si tuviera un orgullo democrático auténtico, debiera haberse plantado ante un gobierno formado por un atajo de ideólogos indoctos e irresponsables, que deciden, en nombre de un progresismo que les da miles y miles de votos, destruir las bases de una sociedad milenaria y plantear más problemas para el futuro de los que puede resolver en el presente inmediato.»


    ¿Por qué el matrimonio homosexual «mina la estructura misma de nuestra sociedad de familias» y por ejemplo el celibato y el voto de castidad de los curas no?

    Dice Bueno en «La influencia de la religión en la España democrática», pág. 55:

    «La confesión auricular tenía como condición el celibato del confesor, puesto que solo a alguien que por su situación se mantenía al margen de la familia…»


    Qué hubiera ocurrido si en un momento determinado del curso histórico de una sociedad, todos sus miembros decidiesen hacerse curas y monjas, que esa sociedad se quedaría sin familias, después, la sociedad misma desaparecería.

    Como ateo también apuesto por un Estado ateo y racionalista, pero en la España actual eso es una utopía antieutáxica, por lo tanto mi segunda opción no es ninguna «confesión religiosa realmente existente» que me tolere como ateo de alguna forma (como una limosna), si no puede haber un Estado ateo y racionalista prefiero un Estado neutro, aconfesional o laico. Que regule a creyentes y no creyentes, de tal forma que se asegure de forma legal (no como limosna) la recurrencia de los ateos en el tiempo.

    Lo eutáxico en la España actual es trabajar por un modelo de Estado que tenga en cuenta a esos diez millones de ciudadanos de cada bando, de tal forma que todos podamos vivir y convivir. De hecho se da una situación próxima a esto, hoy en día en España tanto un católico como un ateo pueden vivir unas vidas dentro de su «modelo de mundo». Un católico puede bautizar a sus hijos, ir a misa diaria, dar a sus hijos una educación católica, vivir sin divorciarse, sin abortar sin usar anticonceptivos, casarse por la iglesia y ser enterrados por un cura. El ateo puede hacer todo lo contrario. El problema viene cuando la jerarquía católica quiere imponer su modelo de vida al resto de personas de la sociedad, una jerarquía que nunca entenderá que la existencia de una ley del divorcio no obliga a nadie a divorciarse.

    Esto supone un reajuste de determinadas prerrogativas de la Iglesia católica, lo que desde luego no implica su desaparición. Seria también importante que los dos grandes partidos aceptaran ese modelo neutral. A partir de ese punto la guerra se tiene que dar en otros ámbitos, en la divulgación de las respectivas ideas en los medios de comunicación, periódicos, revistas, Internet, radio, televisión, autobuses, &c. Lo que propiciaría o no un trasvase de un bando a otro.

    La lista de los reajustes puede ser muy larga, pero un criterio puede ser este, todo aquello particular que invada el espacio general debería ser regulado, empezando por los crucifijos en los lugares públicos dependientes del Estado. La bandera si es un símbolo de todos, el crucifijo no.

    Habría que regular cosas como el tocar las campanas para ir a misa, en este caso para prohibirlo.

    La presencia de curas militares en el ejercito, no se como esta el tema actualmente, cuando yo hice la mili en los años 1982-1983, el primer domingo de estar allí, preguntaron quien quería ir a misa, la mayoría no quiso ir, cuando marcharon los que si querían ir, a los que nos quedamos nos pusieron a limpiar toda la mañana las dependencias, no hace falta decir que al domingo siguiente todos fuimos a misa. Este es el típico comportamiento clerical que hay que eliminar.

    La enseñanza de la religión en los colegios, es otro tema a regular, no me importa que se de en los colegios públicos siempre que sea voluntario y que las asignaturas alternativas no las decida la jerarquía católica, tampoco me importa que den notas si con esto creen que se tomaran la asignatura mas en serio.

    Un Estado laico no tiene porque prescindir del estudio de las religiones. El propio Bueno lo dice en la pág. 76 de «La influencia de la religión en la España democrática»:

    «Los poderes públicos agnósticos podrían también propiciar la enseñanza crítica de la religión, en la forma de una Historia de las religiones comparadas.»


    Esta podría ser una buena asignatura alternativa a la religión católica y también con nota.

    Sobre el tema de la financiación de la Iglesia católica por el Estado (visto que no ha logrado su autofinanciación) me remito a la interesantísima cuestión 10ª de Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, titulada «El impuesto religioso» (¿De verdad cree Gustavo Bueno que si alguno de los entrevistadores de la emisoras procatólicas –a los que presuponemos muy afines a esa fe– hubiese leído la parte de ese texto donde habla del ortograma «resurrección de la carne», le hubiera entrevistado sin sentir repugnancia?).

    Veinte años han transcurrido desde que se editó aquel libro y hoy cabe preguntarse: ¿el Estado todavía no puede considerar ajena a la Iglesia católica?, a pesar del tiempo que lleva la jerarquía mordiendo la mano que le da de comer.

    Un ejemplo surrealista de hasta donde la Iglesia percibe su poder lo encontramos en este texto que pudimos leer en el periódico El Mundo del pasado 30 de noviembre de 2008:

    «La festividad del domingo es de origen religioso, así como las vacaciones de Semana Santa o Navidad. Igual sucede con una altísima proporción de denominaciones de personas. Repárese que tanto el presidente del Gobierno como el Rey –y millones de españoles– tienen nombres, no de uno, sino nada menos que de cuatro santos: José Luis y Juan Carlos. Llevando al extremo la sentencia del juez de Valladolid pudiera ocurrir que alguien pidiera la abolición de las festividades mencionadas (con el consiguiente trastorno para legítimos intereses sindicales) o una legislación de Registro Civil que vetara la inscripción de nombres de mujeres o varones con reminiscencias religiosas (con la consiguiente lesión de tradiciones familiares muy arraigadas). Tendríamos un problema, ciertamente.» (del artículo «Ni prudente ni proporcional» de Rafael Navarro-Valls.)


    Es otra típica actitud clerical, de limosna y de soberbia.

    ¿No estaremos ante un caso de «falsa conciencia» por parte de Gustavo Bueno, de pérdida de su capacidad correctora de errores?

    No sé si Bueno es consciente de que su imagen de prestigio (indiscutible) está siendo utilizada por determinados medios de comunicación cercanos a la jerarquía católica (hay que recordar que los ateos no tenemos jerarquía) como cuando un circo presentaba la mujer barbuda o el niño lagarto («¡Pasen y vean, el ateo que defiende los crucifijos!») cuando los católicos de base no lo van a entender (dice Pérez Jara en su artículo, pág. 64: «“Analfabetismo” de la mayoría de los creyentes “populares”») y a la jerarquía católica le trae sin cuidado sus argumentos pues no deja de ser un ateo. Solo le interesa que defienda sus posiciones y por eso se le da publicidad.

    ¿O es que olvida Gustavo Bueno que si la Iglesia católica recuperase el poder perdido en épocas pasadas, le quemarían a usted y a sus libros en la hoguera? Quizás le consuele pensar que este método es mas racional y escolástico que su homologo islámico.

    «La sistemática eliminación (incluyendo aquí la eliminación por la muerte o la hoguera) de quienes aportan “materiales” inasimilables o “conflictivos” al sistema de ortogramas dominantes es la causa principal del embotamiento dialéctico y la ocasión para el florecimiento de una frondosa red de recubrimientos apologéticos destinados a desviar los conflictos fundamentales hacia otros conflictos secundarios. La impermeabilidad hace posible el incremento eventual de una certeza o seguridad puramente subjetiva que conduce ordinariamente a la ingenua aceptación, como si fuera la única opción posible, de las propias construcciones ideológicas. La falsa conciencia termina convirtiéndose así en un aparato aislante del mundo exterior (del mundo social, no solamente individual) y su función está subordinada a los límites dentro de los cuales el aislamiento puede resultar ser beneficioso, hasta tanto no alcance un “punto crítico”. Pero en general, cabe afirmar que, cuanto mayor sea el grado de una falsa conciencia, tanto mayor será la evidencia subjetiva, aunque no siempre recíprocamente.» Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión.