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  1. Descubren prueba de la materia oscura

    miércoles, agosto 23, 2006

    © Javier Sampedro

    El 'Chandra' detecta el enigmático fenómeno por la colisión de dos cúmulos de galaxias

    Todo lo que nos parece que existe es sólo el 5% de lo que existe, según la mejor física disponible. Otro 20% es la materia oscura, que se puede inferir del comportamiento gravitatorio de las galaxias, pero que no consiste en gas caliente y estrellas (como casi toda la materia común), pues de ser así las galaxias tendrían que brillar varias veces más. Las observaciones del radiotelescopio espacial de la NASA Chandra, que aprovechó la colisión de dos cúmulos de galaxias, no aclaran qué es la materia oscura, pero son casi su primera fotografía.
    El 75% restante de lo existente es la aún más misteriosa energía oscura, similar a una fuerza que se opone a la gravedad a grandes escalas de distancia. Es la explicación favorecida por los físicos para explicar que el universo se esté expandiendo de forma acelerada.
    El radiotelescopio de la NASA observó la explosión más violenta del universo después del Big Bang: el choque de dos cúmulos de galaxias en el llamado bullet cluster, o cúmulo de la bala. Un equipo de astrofísicos coordinado por Doug Clowe, de la Universidad de Arizona, ha utilizado el observatorio Chandra de rayos-X, en combinación con en telescopio espacial Hubble y varios observatorios terrestres para concentrarse en el bullet cluster, una agrupación de galaxias situada a más de 3.000 millones de años luz, y surgida a partir de los restos de una inmensa catástrofe cósmica: la colisión de dos cúmulos de galaxias preexistentes y, naturalmente, menores que el observable actualmente.
    «Éste es el segundo acontecimiento más violento del que tenemos noticia después del Big Bang», explica en un comunicado de la NASA el miembro del equipo Maxim Markevitch, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian de Boston. La energía de la colisión fue tal que la materia normal y la oscura se disociaron, y sus trayectorias opuestas han impreso en los ojos del Chandra la imagen que predice la teoría.
    Los investigadores han identificado la materia oscura por la fuerte atracción gravitatoria que ejerce sobre la materia circundante. «Estas observaciones aportan la evidencia más fuerte hasta ahora de que la mayoría de la materia del universo es oscura», afirma la NASA. «La única forma de explicar estas observaciones es la materia oscura», aseguró el martes Sean Carroll, de la Universidad de Chicago, un cosmólogo no relacionado con la investigación.

    Necesidad teórica
    Los físicos no han llegado a la materia oscura por sadismo intelectual, sino por la presión de los datos. Casi toda la materia normal consiste en estrellas y -sobre todo- gas incandescente situado en su mayor parte entre las galaxias que forman cada cúmulo. Pero la suma de las galaxias y el gas no da la masa suficiente para mantener el cúmulo unido. De ahí la necesidad teórica de esa enorme cantidad de materia oscura. «Un universo dominado por materia oscura parece algo ridículo», admite Clowe, «pero estos resultados son una prueba directa de ello».
    La demostración definitiva de la existencia de la materia oscura, y el esclarecimiento de su naturaleza, requerirán aislarla en un experimento de laboratorio. La dificultad está en detectar un fantasma que no interactúa con el resto del mundo salvo en una cosa: generar una atracción gravitatoria.
    «Ésta es la clase de resultado que las futuras teorías tendrán que tomar en cuenta», opina Carroll. «A medida que progresemos en el entendimiento de la verdadera naturaleza de la materia oscura será imposible ignorar estos nuevos resultados del Chandra». Los datos también respaldan que las leyes de la gravitación (en particular la teoría general de la relatividad de Einstein) son uniformes en todo el universo, puesto que la principal interpretación alternativa a la existencia de la materia oscura es una leve modificación de esas leyes en ciertas escalas.

    La pelota en el aro
    El otro lado enigmático de la realidad, la energía oscura, tiene la más curiosa de las historias en la física teórica del siglo XX. Según la relatividad general -la teoría de la gravedad que Einstein descubrió en 1916, tras 10 años de lucha intelectual-, los objetos deforman el espacio y el tiempo (el espaciotiempo) de su entorno, como una bola de petanca deforma una cama elástica. Si hay otra bola de petanca rodando por las proximidades, la deformación hará que caiga en espiral hacia la primera (y viceversa). Esas danzas geométricas de los objetos en caída libre por las curvaturas del espaciotiempo son la gravedad.
    Pero la relatividad general tenía un problema grave: si los cúmulos de galaxias deforman la cama elástica del espaciotiempo , el universo debería colapsarse pendiente abajo. Como en 1916 el Universo era estático, Einstein inventó una fuerza o presión repulsiva (imaginen un ventilador situado debajo de la cama elástica) que viniera a compensar las deformaciones causadas por las bolas. La llamó «constante cosmológica», y eligió su magnitud de manera arbitraria y cuidadosa para que el universo pudiera seguir siendo estático a gran escala. Pero, como ha explicado el físico Brian Greene, la trampa de Einstein equivale exactamente a pedir a una pelota que se quede parada sobre el aro de la canasta. Lo más fácil es que se acabe saliendo, y eso es lo que ha ocurrido: la energía oscura parece ser esa constante cosmológica inventada por Einstein, descartada después cuando se descubrió la expansión del universo, y recuperada aún más tarde al saberse que ésta era acelerada.

    Publicado en El País, de Madrid

  2. Washington, 17 de agosto (Télam).- Científicos estadounidenses creen haber hallado el gen que ayudó al cerebro a evolucionar desde el que poseían los primates al que tienen los humanos, informó hoy el diario norteamericano Nature.
    Los autores del estudio dijeron haber descubierto un área del genoma humano que parece haber evolucionado unas 70 veces más rápido que el resto del código genético.
    El gen también parece tener relación con la veloz triplicación del tamaño de la corteza cerebral, que es responsable de algunas de las funciones intelectuales más complejas, como el lenguaje y el procesamiento de información.
    Identificado como HAR1F, el gen no existía hasta hace 300 millones de años y está presente sólo en mamíferos y pájaros, pero no en peces ni en invertebrados.
    Sin embargo, existen diferencias en ese gen entre los humanos y los chimpancés, y estas diferencias parecen haber aparecido a medida que el hombre se desarrollaba.
    El equipo científico que realizó el hallazgo estuvo encabezado por los doctores David Haussler, director del Centro de Ciencia e Ingeniería Biomolecular de la UNiversidad de California, y la bióloga Sofie Salama.

  3. La ética prescinde de la religión

    sábado, agosto 12, 2006

    © Peter Singer

    ¿Es necesaria la religión para la moralidad? Muchas personas consideran escandaloso, blasfemo incluso, negar el origen divino de la moralidad. O bien un ser divino creó nuestro sentido moral o bien lo adquirimos a partir de las enseñanzas de la religión organizada.
    En cualquiera de los dos casos, necesitamos la religión para poner coto a los vicios de la naturaleza. Parafraseando a Katharine Hepburn en la película La reina africana, la religión nos permite elevarnos por encima de la perversa madre naturaleza, al brindarnos una moral.
    Sin embargo, abundan los problemas que se les plantean a los que opinan que la moralidad procede de Dios. Uno es el de que no podemos decir simultáneamente, sin caer en la tautología, que Dios es bueno y que nos dio la capacidad para discernir entre el bien y el mal, pues en ese caso lo único que decimos es que Dios cumple sus normas.
    Un segundo problema es el de que no hay principios morales que compartan todas las personas religiosas, independientemente de sus creencias concretas, pero no los agnósticos y los ateos. De hecho, los ateos y los agnósticos no actúan menos moralmente que los creyentes religiosos, aun cuando sus actos virtuosos se basen en principios diferentes.
    Con frecuencia los no creyentes tienen un discernimiento tan intenso y correcto del bien y del mal como cualquiera y han trabajado, por ejemplo, en pro de la abolición de la esclavitud y han contribuido a otros esfuerzos para aliviar el sufrimiento humano.
    Lo opuesto también es cierto. La religión ha incitado a personas a la comisión de una larga letanía de crímenes horrendos: desde el mandato de Dios a Moisés hasta la matanza de midianitas —hombres, mujeres, muchachos y muchachas no vírgenes— pasando por las Cruzadas, la Inquisición, los innumerables conflictos entre musulmanes suníes y chiíes y quienes cometen atentados suicidas con bombas, convencidos de que el martirio los conducirá al Paraíso.
    La tercera dificultad para los que opinan que la raíz de la moralidad es la religión es la de que algunos de sus elementos parecen universales, pese a las profundas diferencias doctrinales entre las más importantes religiones del mundo. De hecho, esos elementos se dan incluso en culturas como la de China, en la que la religión es menos importante que las concepciones filosóficas, como la de Confucio.
    Tal vez un creador divino nos brindara esos elementos universales en el momento de la creación, pero una explicación diferente y coherente con los datos de la biología y la geología es la de que a lo largo de millones de años hemos obtenido mediante la evolución una facultad moral que infunde intuiciones sobre el bien y el mal.
    Por primera vez, las investigaciones en materia de ciencias del conocimiento, partiendo de argumentos teóricos procedentes de la filosofía moral, han permitido resolver la antigua controversia sobre el origen y la naturaleza de la moralidad.
    Examine el lector los tres casos hipotéticos siguientes. En cada uno de ellos, rellene el espacio en blanco con «obligatorio», «permisible» o «prohibido».

    1. Un vagón de carga descontrolado está a punto de atropellar a cinco personas que caminan por la vía. Un trabajador ferroviario está junto a un cambio de vías que puede desviar el vagón a otra vía, en la que matará a una persona, pero las otras cinco sobrevivirán. Accionar el cambio de vías es...

    2. Pasa usted junto a una niña pequeña que está ahogándose en un estanque poco profundo y es usted la única persona en los alrededores. Si saca a la niña, ésta sobrevivirá y sus pantalones se estropearán. Sacar a la niña es...

    3. Cinco personas acaban de ser llevadas a toda prisa al hospital en estado crítico y cada uno de ellos necesita un órgano para sobrevivir. No hay tiempo suficiente para pedir órganos de fuera del hospital, pero hay una persona sana en la sala de espera. Si el cirujano obtiene los cinco órganos de esa persona, ésta morirá, pero las cinco que están en estado crítico sobrevivirán. Obtener los órganos de la persona sana es(tá)...

    Si el lector ha considerado el caso 1 permisible, el caso 2 obligatorio y el caso 3 prohibido, ha hecho lo mismo que las 1.500 personas del mundo entero que respondieron a esos dilemas planteados en nuestros tests sobre el sentido moral que figuran en una página web. Si la moralidad es palabra de Dios, los ateos deberían juzgar esos casos de forma diferente a la de las personas religiosas y sus respuestas deberían deberse a justificaciones diferentes.
    Por ejemplo, como los ateos carecen supuestamente de una brújula moral, deberían guiarse por el puro y simple interés personal y pasar de largo ante la niña que está ahogándose, pero no había diferencias estadísticas significativas entre los sujetos con una formación religiosa y los carentes de ella, pues el 90 por ciento, aproximadamente, dijeron que es permisible accionar el cambio de vías, el 97 por ciento que es obligatorio rescatar a la niña y el 97 por ciento que está prohibido obtener los órganos de la persona sana.
    Cuando se les pide que justifiquen por qué algunos casos son permisibles y otros están prohibidos, los sujetos no saben hacerlo u ofrecen explicaciones que no dan cuenta de las diferencias pertinentes. Es importante que entre los que tienen una formación religiosa haya tantos que no responden o dan explicaciones incoherentes como entre los ateos.
    Esos estudios dan soporte empírico a la idea de que, como otras facultades psicológicas de la mente, incluidos el lenguaje y las matemáticas, estamos dotados de una facultad moral que guía nuestros juicios intuitivos sobre el bien y el mal. Esas intuiciones reflejan el resultado de millones de años en los que nuestros antecesores vivieron como mamíferos sociales y forman parte de nuestro patrimonio común.
    Nuestras intuiciones resultantes de la evolución no nos brindan necesariamente las respuestas correctas o coherentes para los dilemas morales. Lo que fue bueno para nuestros antepasados puede no serlo hoy, pero las apreciaciones sobre el paisaje moral en transformación, en el que cuestiones como las de los derechos de los animales, el aborto, la eutanasia y la ayuda internacional han pasado a primer plano, no procedían de la religión, sino de la reflexión profunda sobre la humanidad y lo que consideramos una vida apropiada.
    A ese respecto, es importante que conozcamos el conjunto universal de intuiciones morales para que podamos reflexionar sobre ellas y, si así lo decidimos, no respetarlas. Podemos hacerlo sin blasfemar, porque es nuestra propia naturaleza, no la de Dios, la que es el origen de la moralidad.

    Publicado el 5/2/2006 en Clarín.

    Ver también: Por un ateísmo poscristiano, Tener espíritu y Asimov y la ética de los ateos.

  4. Por un ateísmo poscristiano

    lunes, agosto 07, 2006

    © Michel Onfray (*)

    El ateísmo cristiano. Durante mucho tiempo el ateo funcionó como la cara opuesta del cura, punto por punto. El negador de Dios, fascinado por su enemigo, a menudo adoptó varias de sus manías y defectos. Ahora bien, el clericalismo ateo no ofrece nada de interés. Las capillas de librepensamiento, las uniones racionalistas tan proselitistas como el clero y las logias masónicas al estilo de la Tercera República, apenas llaman la atención. Se trata, en adelante, de apuntar hacia lo que Deleuze llama un ateísmo tranquilo, es decir, menos una posición estática de negación o de lucha contra Dios que un método dinámico que desemboque en una proposición positiva, que deberá constituirse después de la lucha. La negación de Dios no es un fin, sino un medio para alcanzar la ética poscristiana o francamente laica.
    Para empezar a definir los límites del ateísmo poscristiano, detengámonos en lo que aún debemos superar en la actualidad: el ateísmo cristiano o el cristianismo sin Dios. ¡Extraña quimera, una vez más! Pero existe, y caracteriza a un negador de Dios que afirma al mismo tiempo la excelencia de los valores cristianos y la índole insuperable de la moral evangélica. Su trabajo presupone la disociación de la moral y la trascendencia: el bien no tiene necesidad de Dios, de cielo o de un anclaje inteligible, pues se basta a sí mismo y depende de una necesidad inmanente: proponer una regla de juego y un código de conducta entre los hombres.
    La teología deja de ser la genealogía de la moral, y la filosofía toma el relevo. Mientras que la lectura judeocristiana supone una lógica vertical –desde lo bajo de los humanos hasta lo alto de los valores–, la hipótesis del ateísmo cristiano propone una exposición horizontal: nada fuera de lo racionalmente deducible ni disposiciones en otro campo que no sea el mundo real y sensible. Dios no existe, las virtudes no se derivan de una revelación, no descienden del cielo, sino que provienen de un enfoque utilitarista y pragmático. Los hombres se dan a sí mismos las leyes y no tienen necesidad para ello de recurrir a un poder extraterrestre.
    La escritura inmanente del mundo distingue al ateo cristiano del cristiano creyente. Pero no los valores comunes. El sacerdote y el filósofo, el Vaticano y Kant, los Evangelios y la Crítica de la razón práctica, la madre Teresa y Paul Ricœur, el amor al prójimo católico y el humanismo trascendental de Luc Ferry tal como lo expone en El hombre-Dios, la ética cristiana y las grandes virtudes de André Comte-Sponville, evolucionan en un campo común: la caridad, la templanza, la compasión, la misericordia, la humildad, pero también el amor al prójimo y el perdón de las ofensas, poner la otra mejilla cuando nos pengan una vez, el desinterés por los bienes de este mundo, la ascesis ética que rechaza el poder, los honores, las riquezas como falsos valores que desvían de la verdadera sabiduría. Éstas son las opciones que profesan teóricamente.
    El ateísmo cristiano deja de lado, la mayor parte del tiempo, el odio paulino del cuerpo, el rechazo de los deseos, los placeres, las pulsiones, las pasiones. Más de acuerdo con su época sobre las cuestiones de la moral sexual que los cristianos con Dios, los defensores de un retorno a los Evangelios –con el pretexto del retorno a Kant, incluso a Spinoza– consideran que el remedio contra el nihilismo de nuestro tiempo no necesita un esfuerzo poscristiano, sino una relectura laica e inmanente del contenido y del mensaje de Cristo. Desde el continente judío, Vladimir Jankélevitch –véase su Tratado de las virtudes–, Emmanuel Levinas –léase Humanismo del otro hombre o Totalidad e infinito–, pero también hoy Bernard-Henri Lévy –El testamento de Dios– o Alain FinkielkrautSabiduría del amor–, proporcionan a este judeocristianismo sin Dios una parte de sus modelos.

    Un ateísmo posmoderno. La superación del ateísmo cristiano permite plantear, sin caer en la redundancia al calificarlo así, un auténtico ateísmo ateo…, este casi pleonasmo para significar la negación de Dios acoplada a una negación de una parte de los valores que se desprenden de ello, sin duda, pero también para cambiar de episteme y luego desplazar la moral y la política sobre otra base, no nihilista sino poscristiana. No se trata de acondicionar las iglesias, tampoco de destruirlas, sino de construir más allá, en otra parte, otra cosa, para los que no quieran seguir habitando intelectualmente lugares que ya fueron demasiado utilizados.
    El ateísmo posmoderno anula la referencia teológica, pero también la científica, para construir una moral. Ni Dios, ni Ciencia ni Cielo inteligible, ni el recurso a propuestas matemáticas, ni Tomás de Aquino, ni Auguste Comte o Marx; sino la Filosofía, la Razón, la Utilidad, el Pragmatismo, el Hedonismo individual y social, entre otras propuestas a desarrollar dentro del campo de la inmanencia pura, en favor de los hombres, para ellos y por ellos, y no para Dios o por Dios.
    La superación de los modelos religiosos y geométricos en la historia vino por el lado de los anglosajones Jeremy Bentham –léase y reléase Deontología, por ejemplo– y su discípulo, John Stuart Mill. Ambos echaron las bases de construcciones intelectuales, aquí y ahora, y aspiraron a edificaciones modestas, es verdad, pero habitables: no eran catedrales inmensas e inhóspitas, aunque bellas a la vista –como las edificaciones del idealismo alemán–, poco prácticas, sino obras en condiciones de ser realmente habitadas.
    El Bien y el Mal existen no sólo porque coinciden con las nociones de fiel e infiel en la religión, sino porque atañen a la utilidad y la felicidad de la gran mayoría. El contrato hedonista –no puede ser más inmanente…– legitima la intersubjetividad, condiciona el pensamiento y la acción, y prescinde completamente de Dios, la religión y los curas. No hay necesidad de amenazar con el Infierno o de seducir con el Paraíso, y de nada sirve fundar una ontología de premio y castigo post mortem para alentar las buenas acciones, justas y rectas. Una ética sin obligaciones ni sanciones trascendentes.


    (*) Extraído de Tratado de ateología (2005). Traducción al castellano por Ediciones de la Flor (Buenos Aires).
    Ver también: Ensayo contra Dios, Propuesta y ¿Dónde ponemos a la religión?

  5. Para verme mejor

    jueves, agosto 03, 2006

    La nueva estética de esta bitácora es fruto del talento, la amabilidad y la paciencia denodados de Primo Ralsa.

    El logotipo es un diseño de Romina Arrarás, también talentosa, paciente y, además, amada.


    A ellos, todo mi agradecimiento.


    Fernando G. Toledo



  6. Ensayo contra Dios

    miércoles, agosto 02, 2006



    © Fernando G. Toledo

    Pocas frases tan célebres y malinterpretadas como el «Dios ha muerto» de Nietzsche (La gaya ciencia, 1881). Célebre por su potencia. Malinterpretada por más de un apólogo, que refrenda la idea de que, por definición, Dios es inmortal y el que sí ha muerto es el filósofo alemán. En su combativo Tratado de ateología (Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2005), Michel Onfray se decide a poner las cosas en claro: Dios no ha muerto, pues las ficciones no mueren. «No se puede refutar un cuento de niños», admite el autor de Cinismos.
    Onfray (cuyo Tratado… despertó la ira de algunos sectores creyentes e inspiró por lo menos dos libros en su contra) se lanza a la tarea de deconstruir las creencias, en especial los monoteísmos, a los que el autor considera responsables de un odio que ha sido decisivo para nuestra historia trágica. En el libro, escrito con una pluma tan ágil como afilada, el filósofo francés sale al rescate de pensadores olvidados por el maremagnum teológico que ha dominado a la humanidad por siglos, y luego de exaltar a Epicuro, a Julien Ofroy de la Mettrie, a Ludwig Feuerbach y al Barón D’Holbach, se dispone a dar pruebas de las contradicciones teístas y su «odio» intrínseco, del cual el 11 de setiembre de 2001 es un botón de muestra.

    Así, en «Monoteísmos» denuncia la connivencia de las tres grandes religiones (judaísmo, cristianismo, islam), mientras que en «Cristianismo» se lleva por delante mitos como Cristo y su «vandalismo» histórico.
    Al fin, en «Teocracia», informa sobre la «pulsión de muerte» que late en lo religioso y propone un «laicismo poscristiano», materialista, hedonista y ético, apoyado en la ciencia, la razón y la filosofía.
    Ésta es quizá la apuesta principal del autor, quien después de exorcizar los fantasmas divinos (tan falsos como cualquier otro), invita a construir la «era poscristiana». Es que no basta, para el pensador, con ciertas formas de «ateísmo cristiano» de las que suelen abundar, porque éstas caen en una peligrosa condescendencia: aceptar que ciertamente hubo un mensaje cristiano y que es válido –decir que fue de Jesús ya es insostenible pues éste fue un judío respetuoso de su ley–. ¿Cuál sería ese mensaje? ¿Es ciertamente «cristiano» o tiene sus raíces en filosofías y tradiciones anteriores? Y, en cualquier caso, ¿cómo separar la paja del trigo? Un ateísmo cristiano representa el «reforzamiento de la episteme dominante», «se basa en la ética judeocristiana y se contenta a menudo con plagiarla». Además, disimula prácticas más visibles que el cristianismo (como los otros monoteísmos) sí ha construido con enjundia: alabar «la ignorancia, la inocencia, el candor, la obediencia, la sumisión»; en resumen: «desear lo contrario de lo real».
    Onfray, entonces, solicita lo que reconoce como un pleonasmo: un «ateísmo ateo» que instaure el laicismo poscristiano. Nada de «laicidad». Bravo por ella y por lo que ha hecho, dice, pero «al equiparar todas las religiones y su negación, como propone la laicidad que hoy triunfa, avalamos el relativismo: igualdad entre el pensamiento mágico y el pensamiento racional, el mito y el discurso argumentado, entre el discurso taumatúrgico y el pensamiento científico, entre la Torá y el Discurso del método, el Nuevo Testamento y la Crítica de la razón pura, el Corán y la Genealogía de la moral». Esa combinación de opuestos es una farsa. El paso, entonces, ha de darse. «El contrato hedonista –no puede ser más inmanente…– legitima la intersubjetividad, condiciona el pensamiento y la acción, y prescinde completamente de Dios, la religión y los curas. No hay necesidad de amenazar con el Infierno o de seducir con el Paraíso, y de nada sirve fundar una ontología de premio y castigo post mortem para alentar las buenas acciones, justas y rectas. Una ética sin obligaciones ni sanciones trascendentes», resume Michel Onfray.
    De a ratos panfletario y exaltado (por lo cual comete errores puntuales), el Tratado de ateología puede ser, sin embargo, una bisagra en las discusiones sobre el papel de la religión. Por lo pronto, cierra con una afirmación equiparable a la nietzscheana: el único «pecado realmente mortal» es ignorar «que sólo existe un mundo». Éste.



    Ver también ¿Dónde ponemos a la religión? y Propuesta.