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  1. Crece el escándalo por los abusos cometidos por la Iglesia irlandesa. Involucra a 35 mil chicos violados y maltratados en más de 250 institutos católicos.


    © Julio Algañaraz
    Publicado en Clarín

    En el colegio San José de Cabra, especializado en chicos sordos, operaba una patrulla de prelados degenerados, encabezados por un tal John Brander, un «educador» que era un abusador físico y sexual en serie, un maníaco violento, que hasta llevaba un diario cotidiano con las puniciones corporales que infligía.
    El devastador documento de 2.575 páginas de la Iglesia irlandesa sobre los abusos sexuales y de todo orden contra 35 mil infantes y adolescentes en los últimos 60 años, a cargo de 250 instituciones católicas convertidas en sádicos campos de concentración, ha estallado la semana pasada y dentro de una o dos semanas se conocerá un segundo informe sobre los horrores cometidos en la arquidiócesis de Dublin.
    La Comisión sobre Abusos a los Niños ha producido tras nueve años de investigaciones el Informe Murphy, cuyos resultados son mucho peores de lo que se esperaba. En el país más católico de Europa junto con Polonia, el prestigio de la iglesia irlandesa ha quedado en ruinas.
    Para el Papa, aunque el Vaticano anuncia que está en favor de la línea dura y pide que se «investigue todo», el caso irlandés es un nuevo ladrillazo del annus horribilis de su pontificado que lleva cuatro años. Desde el 21 de enero 2009, cuando Benedicto XVI aprobó el decreto fatal que levantó la excomunión a cuatro obispos cismáticos del grupo Lefebvre, la figura y la autoridad del Papa han sufrido un proceso de contestación en Europa prácticamente sin precedentes en la era contemporánea.
    En Irlanda, los resultados del informe han dejado tan horrorizados a los fieles de una sociedad que históricamente identifica al catolicismo y a la Iglesia con su sufrida identidad nacional debido al colonialismo inglés, que el cardenal primado Sean Brady ha declarado: «Siento una enorme vergüenza y pienso en lo que han sufrido tantas víctimas inocentes durante tantos años».
    El cardenal Brady confirmó que en junio se conocerá un segundo informe circunscrito a la arquidiócesis de Dublin, la capital, que según se adelantó contiene testimonios tan espantosos como los del informe a nivel nacional.
    Los 250 institutos católicos que recibían a jóvenes pobres o a internados en las escuelas-reformatorio, estaban en parte manejados por curas y monjas sádicos que se especializaban en continuos castigos corporales y en abusos sexuales. Thomas Wall, que hoy tiene 62 años, es uno de los testigos sobre lo que ocurría en el colegio-prisión de la congregación del «Fratum Christianorum», los Hermanos Cristianos de Glin, una ciudad sobre el río Shanon. «Era un chico y todos los días un sacerdote abusaba sexualmente de mi. No había forma de evitarlo». Los alumnos más grandes completaban los abusos con «supervisiones» nocturnas en complicidad con los curas.
    Los Hermanos Cristianos controlaban varios institutos. Como las monjas de las Hermanas de la Piedad, que tenían un poder absoluto sobre los niños y adolescentes que eran, en la práctica, sus prisioneros.
    Sadie O’Meara era una de las víctimas y cuenta que «la comida era asquerosa, había barras en las ventanas y los maltratos y abusos sexuales eran continuos». Una película, Magdalena, causó un gran impacto en 2002 narrando estos horrores.
    Los casos se prolongan «ad infinitum» en el informe de la Iglesia irlandesa. No se sabe si alguno será castigado porque por pedido de las congregaciones la magistratura de Irlanda aseguró el anonimato de los culpables. Esto ha aumentado la indignación general.
    Cuando fue elegido Papa, el 19 de abril 2005, uno de los grandes objetivos de Benedicto XVI era devolverle al alicaído catolicismo europeo su misión de vanguardia y la debilitada hegemonía que todavía mantiene después de tantos siglos.
    La crisis de 2009 ha golpeado seriamente este proyecto pontificio. Entre los cuatro obispos a los que el Papa Ratzinger levantó la excomunión para reintegrarlos al seno de la Iglesia, se encuentra el inglés Richard Williamson, que en una entrevista a la TV sueca declaró que el Holocausto de los judíos no existió y que tampoco funcionaron las cámaras de gases nazis en los campos de exterminio.
    Esas declaraciones desataron una seguidilla de reacciones que terminaron embistiendo al propio Papa. Obispos y Conferencias Episcopales de Alemania, Suiza, Austria, Francia, Holanda, protestaron.
    La premier germana Angela Merkel pidió aclaraciones que obligaron al pontífice a asumir posiciones rígidas frente a los lefebvrianos y a repudiar al obispo Williamson, que vivía en la Argentina y fue expulsado por nuestro gobierno. En Austria hubo una rebelión de los obispos por el nombramiento de un obispo ultra conservador por parte de Benedicto XVI y el Papa debió dar marcha atrás.
    Una declaración del pontífice contra el uso de los preservativos como arma contra la difusión del SIDA en África determinó nuevos revuelos. Protestaron muchos obispos europeos y el Parlamento belga condenó las declaraciones del Papa, algo nunca visto en los últimos decenios.
    Europa decía ser el verdadero «continente de la esperanza» y se ha convertido en la usina mayor de la protesta. En Suiza, hace pocos días, se puso en marcha una nueva ley de testamento biológico que da amplia autonomía a las personas para establecer que quieren que no les hagan en materia de ensañamiento terapéutico cuando su vida llega al final. La posición de los obispos católicos en favor del diálogo estuvo en neto contraste con el Vaticano y el Papa, que adoptaron posiciones muy rígidas y agresivas a raíz de la muerte de Eulana Englaro, una joven que había vivido 17 años en coma irreversible. La magistratura italiana autorizó a su padre a hacer suspender los tratamientos para mantenerla en vida. Algunos colaboradores del Papa lo trataron de «asesino».
    Las contraposiciones religiosas y culturales con el Papa ultra conservador, tradicionalista, mantiene vivo un debate encendido con muchos obispos europeos que acusan al Vaticano de posiciones anacrónicas que la separan de la existencia social.


  2. Darwinius masillae

    miércoles, mayo 20, 2009

    ¿Es éste el «eslabón perdido»?




    © Christine McGourty
    Publicado en BBC

    Los preservados restos de una criatura hembra de 47 millones de años, similar al lémur, fueron develados en Estados Unidos.
    La preservación es tan buena que es posible observar el contorno de su pelaje e incluso los rastros de su última comida.
    El fósil, denominado Ida, es considerado el «eslabón perdido» entre los primates haplorrinos –monos, simios y humanos– y sus parientes más lejanos.
    Sin embargo, algunos expertos independientes, que esperaban la oportunidad de ver al nuevo fósil, han mostrado escepticismo ante la afirmación de que finalmente se encontró dicho eslabón.
    Además, han criticado el despliegue publicitario que ha rodeado la presentación de Ida.
    El fósil fue presentado por el alcalde de la ciudad en medio de una gran fanfarria en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
    Aunque los detalles de Ida sólo han aparecido en una publicación científica –PLoS One– ya existen un documental y un libro asociados.
    Ida fue descubierta en la década de 1980 en el sitio fosilífero de Messel, un terreno que se convirtió en un tesoro oculto de fósiles ubicado en Darmstadt, Alemania. Durante la mayor parte de este tiempo ha estado en una colección privada.

    En el Eoceno
    La investigación sobre la importancia del fósil fue encabezada por Jorn Hurum del Museo de Historia Natural de Oslo, Noruega.
    Hurum indicó que la criatura fósil era «lo más cercano que tenemos a un ancestro directo» y calificó el descubrimiento como «un sueño hecho realidad».
    El animal vivió durante una época en la historia de la Tierra conocida como el Eoceno, la cual fue crucial para el desarrollo de los primeros primates.
    A simple vista, Ida se parece a un lémur, sin embargo, la criatura carece de rasgos primitivos como el denominado «peine de dientes finos», una característica anatómica en la cual tanto los colmillos como los incisivos inferiores son alargados, están juntos y salidos hacia fuera. Tampoco tiene una garra especial utilizada para acicalarse.
    El equipo concluyó que Ida no era simplemente otro lémur sino una nueva especie. Su nombre científico es Darwinius masillae, para celebrar su lugar de origen y el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin.

    Sueño
    El doctor Jens Franzen, un experto en las excavaciones que han tenido lugar en Messel y miembro del equipo que desenterró a Ida, la describió como «la octava maravilla del mundo», debido a la extraordinaria preservación del esqueleto.
    Esta es información con la que normalmente «los paleontólogos sueñan», señaló.
    Además, Ida guarda «un cercano parecido a nosotros mismos», agregó, con uñas en vez de garras, una mano y un dedo pulgar, como los humanos y algunos otros primates.
    Sin embargo, dijo que algunos aspectos de los dientes indican que Ida no es un ancestro directo, es más una «tía» que una «abuela».
    «Ella pertenece al grupo del cual los primates haplorrinos y los humanos se desarrollaron, pero mi impresión es que ella no está en la línea directa».
    Expertos independientes están interesados en estudiar el nuevo fósil pero se muestran escépticos ante cualquier anuncio de que éste podría ser «el eslabón perdido».
    El doctor Henry Gee, uno de los editores de la publicación científica Nature, dijo que el término en sí mismo es engañoso y que la comunidad científica necesitaría evaluar su importancia.
    «Es algo muy bueno tener un nuevo hallazgo y será muy bien estudiado», afirmó. No obstante, agregó que el hallazgo probablemente no se encuentre en el mismo nivel que importantes descubrimientos como el «Hobbit» o dinosaurios con plumas.
    El doctor Richard Beard, curador del Museo Carnegie de Historia Natural, dijo sentirse atemorizado por la maquinaria de publicidad que rodea al nuevo fósil.
    Argumentó que podría afectar negativamente la popularización de la ciencia si la criatura no resultara ser tan importante como la presentaron.
    Todavía Beard no conoce los detalles científicos del descubrimiento pero afirmó que podría ser muy bueno tener un nuevo fósil del Eoceno y que Ida «sería bienvenida como una nueva criatura en el mundo de los primeros primates».
    Sin embargo, indicó que «estaría absolutamente estupefacto si resulta ser un potencial ancestro de los humanos».

    Todo está en el pie
    En la publicación PLoS, los científicos no dicen que la criatura es un ancestro directo de los humanos, pero el doctor Hurum cree que eso es exactamente lo que Ida es.
    Hurum le dijo a la BBC que la clave para probar esto descansa en el detalle de su pie. La forma de un hueso en el pie llamado talus parece «casi antropoide».
    Añadió que el equipo estaba planificando una reconstrucción en tres dimensiones del pie, lo que demostraría que Ida esa aun ancestro directo de los humanos.
    «Aún no hemos terminado con este espécimen», expresó Hurum. «Habrá muchas investigaciones sobre Ida en el futuro», prometió.




  3. © Leonardo M. D’Espósito
    Publicado en Crítica

    ¿De qué religión es el cine? La pregunta parece inadecuada, pero no es así: cuando un film creado para distribución internacional (léase, por lo general, Hollywood) toca algún tema sensible al cristianismo –o, mucho más específicamente, al catolicismo romano–, parece arder Troya, o mejor, Roma. Hace un par de años, cuando el estreno de El código Da Vinci, se hablaba más de su supuesto sacrilegio que de la (por lo demás, pésima) adaptación de la novela de Dan Brown. Algo similar sucede ahora con Ángeles y demonios, secuela de aquel film –aunque el libro era una precuela–, donde la controversia viene morigerada y se reduce a que el Vaticano no permitió el rodaje en sus edificios.
    Es cierto, sin embargo, que la interferencia religiosa (repitamos: básicamente católica) es paradójicamente secular en cuanto al cine se refiere. La primera gran operación de control y censura de los contenidos cinematográficos, el Código Hays, fue una iniciativa católica. En 1934, los productores de cine tenían miedo del poder de movilización de los católicos en grandes centros urbanos como Nueva York, ante lo que éstos consideraban «la suciedad» de las películas (léase sexo –especialmente homosexual–, muerte explícita y algunas otras cosas). Los obispos católicos desconfiaban de la censura que podían ejercer los gobiernos estaduales (básicamente protestantes) y abogaban por que la propia industria se autorregulase. Hays, gran publicista, estableció reglas que fueron acordadas por los grandes estudios y rigió los contenidos de las películas hasta 1967.
    En otros países, la influencia católica fue aún más fuerte. En la España de Franco directamente no se estrenaba lo que la Iglesia no permitía estrenar. O se cambiaban cosas para que nadie entendiera mal. En Intriga internacional, el gran film de Hitchcock, hay una secuencia donde el galán Cary Grant y la heroína Eva Marie-Saint pasan –en parte accidentalmente, en parte con toda la intención– la noche juntos en un camarote de tren. En la copia española, el diálogo en castizo salta al italiano para que «no se entiendan» las cosas horrorosamente sensuales que decían.
    Estos traspiés –la Argentina también los sufrió, y cómo– han sido frecuentes y, con el tiempo, demuestran ser inútiles y hasta torpes. Sin embargo, hubo casos donde la protesta vaticana llegó más allá de un quítame de allí esas tetas. La cuestión es simple: para la Iglesia católica, el Evangelio es un dogma universal y no puede ser tocado ni puesto en pantalla de modo libre. A veces se pierde de vista que las tres religiones reveladas, aunque presentes en todo el mundo, no llegan –sumadas– a ser profesadas por la mitad de los seres humanos. Hay muchos que no creen que ésos sean textos sagrados. Y muchos otros que consideran la Biblia sólo como una fuente de mitos, como a los cristianos puede parecerles el Mahabbaratha. Incluso más: se supone que en el catolicismo el hombre es libre de pecar. Se llama «libre albedrío». Si ver películas donde se pone en tela de juicio, se juega estéticamente o se contradicen las Escrituras es pecado, pero no hay texto que lo prohíba.
    Hecha la salvedad, algunos ejemplos. Cuando en la Argentina, ya en plena democracia, estuvo por estrenarse La vida de Brian (era de 1979 pero, dictadura mediante, recién se pudo ver en 1985), los fanáticos católicos elevaron su grito por lo que consideraban un sacrilegio. El film, obra de los satíricos Monty Python, hablaba de un pobre tipo que vivió en los tiempos de Jesús y fue confundido con un mesías. En el momento de su estreno original, muchos católicos la consideraron blasfema, pero sólo se prohibió en países alejados de la democracia. En el nuestro, seis años y una elección general más tarde, tardó meses en estrenarse porque hubo amenazas de bombas en los cines. Pero se estrenó igual y fue un moderado éxito de público, mucho más grande luego en su edición en video.
    Algo peor sucedió un poco más tarde en ese mismo 1985. El escándalo se llamó Yo te saludo, María, de Jean-Luc Godard. El film narra la historia de María y José –más una fábula sobre Eva– en el mundo contemporáneo, y fue condenada como «blasfema» por la Iglesia francesa. A tal punto llegó la discusión pública que el gobierno francés de entonces, cuyo presidente era nada menos el socialista François Mitterrand, consideró prohibirla. Aunque se trata de un ensayo fílmico complejo, bastante poco complaciente hacia el gran público (como la mayoría de la obra de Godard), tuvo enormes problemas. Nadie pareció soportar que el personaje central apareciera desnudo, que fuera una empleada de estación de servicio, y que José fuera un taxista. Mucho menos, horror de horrores, que en el film hubiera escenas eróticas. En la Argentina, la discusión también fue grande. Aunque en ese año ya no se prohibían películas, la presión de la Iglesia y algunos laicos hicieron que el film directamente no tuviera distribución. Lo curioso es que ni siquiera fue editado –por lo menos legalmente– en video ni DVD. Quien quiera verlo –es además un film muy bello y profundo– puede descargarlo de internet.
    Pero Godard era un nombre para iniciados y su film, minoritario desde su concepción. Más complicado es cuando se trata de una película con actores muy conocidos, con un director respetado y conocido mundialmente, con Hollywood detrás. Es el caso de La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, basado en la novela homónima de Nikos Katzanzakis, autor griego y marxista que ya se había acercado al mito cristiano y la figura de Jesús en una obra llamada Cristo nuevamente crucificado, muchísimo más polémica, rodada en 1957 por Jules Dassin con el nombre de El que debe morir (paradoja, se vio muchas veces en la televisión de aire argentina y nunca tuvo problemas de censura en ninguna parte). Lo primero que le pasó a Scorsese fue que varios estudios se negaron a financiarla, hasta que lo hizo Universal con coproducción francesa. Cuando esto se supo en Francia, el obispo de Nancy dijo que no debía permitirse rodar esa blasfemia en territorio galo. Se hizo, con mínimo presupuesto y bastantes problemas en Marruecos y en el estreno francés se rompió algún cine. Hubo prohibición en Chile, Filipinas y Sudáfrica. En otros países, tuvo la categoría máxima, cercana a la pornografía (en la Argentina primero se la calificó «prohibida para menores de 21» y luego se la recalificó «para 18»; hoy es «para 16»). El caso argentino es central: en primer lugar, las protestas de grupos católicos fueron tan fuertes que la distribuidora decidió no estrenarla en 1988, aunque tenía varias nominaciones al Oscar (entre ellas, Mejor Director). Luego, a principio de los 90, existió la posibilidad de estrenarla –para entonces, era un film largamente conocido por haber sido visto en Uruguay, donde se estrenó, y por copias piratas en VHS, amén de exhibiciones semiclandestinas en universidades). No se pudo. Cuando lo intentó el canal de cable Space en 1996 (se sabe, uno el cable lo paga y elige libremente qué ve o qué no), un grupo laico vinculado con el Opus Dei pidió su prohibición. De hecho, ya había sido prohibida en un territorio argentino (la Catamarca de los Saadi) en 1988, cuya Senado exigió que no se exhibiera por «no responder a los intereses y a la real idiosincrasia» de los catamarqueños. Un año más tarde se autorizó su proyección, pero Space nunca la puso al aire «por las dudas». Luego se editó en VHS y DVD, lo mismo que la sátira católica Dogma, de Kevin Smith (La otra cara del amor).
    Pero se sabe: poderoso caballero es Don Dinero. Por eso es que la última polémica hasta ahora tuvo efecto cero. Fue por El código Da Vinci, donde todo el problema se reducía a decir que Jesús se había casado con María Magdalena y tenido una hija. Eso bastó para que la Iglesia se quejara. Pero una producción con todo Hollywood atrás, megaestrellas como Tom Hanks y una recaudación que finalmente fue de más de 757 millones de dólares en todo el mundo, pasó por alto cualquier resistencia. Es más: la polémica funcionó como un aliciente publicitario. En su momento, el cardenal Bertone, secretario de Estado del Vaticano, pidió a los católicos que «boicotearan la película». El tiro, pues, salió por la culata y las recaudaciones hablan de hasta qué punto, hoy, el Vaticano perdió influencia en su grey. Y tantas voces transformaron una película en un pingüe negocio que los productores bien habrían podido agradecer con una misa.

    El viejo truco de enviar a camarógrafos disfrazados para rodar donde no se puede
    Hace un par de semanas, los productores de Ángeles y demonios contaron cómo hicieron para filmar una película que transcurre básicamente en el Vaticano, cuando se prohibió rodar el film dentro de la Ciudad Santa. Fue sencillo: se despachó a varios fotógrafos y camarógrafos disfrazados de turistas y, gracias a ellos, se tomaron unas 250 mil fotografías y horas de video. De esa manera, luego pudo reproducirse de modo digital y en estudio cada uno de los interiores y exteriores relevantes a la trama.
    El Vaticano no suele permitir rodajes en la Santa Sede, aunque antes de prohibirlo lee el guión de cada película. Y en el caso de Ángeles… no hizo falta. El cardenal Fibbi, vocero de la diócesis de Roma, explicó que «el nombre de Dan Brown fue suficiente para prohibir el acceso».
    No es la primera película que no se puede filmar en el Vaticano: sucedió con casi todas las que tienen al ínfimo Estado por escenografía. En Las sandalias del pescador, de Michael Anderson (1968), se usó material de archivo de la elección de Paulo VI para ilustrar la historia. En El Padrino III sí hubo autorización –aunque el film narraba de alguna manera el escándalo del Banco Ambrosiano y la Logia P2–, pero sólo para exteriores. Es que los interiores, más allá de la cuestión religiosa, son verdaderamente depositarios de obras de arte frágiles, a las que un andamio para cámaras o un foco pueden estropear de modo definitivo.
    La otra razón es la seguridad. Lo mismo sucede en el Pentágono, la Casa Blanca y la sede de Naciones Unidas. La solución que Ron Howard encontró para Ángeles y demonios la había hallado Hitchcock en 1959, cuando debía rodar interiores en la ONU para Intriga internacional: envió fotógrafos disfrazados de turistas, filmó exteriores y reprodujo el lobby y las dependencias interiores.

    Gibson no tuvo problemas
    Nunca hubo problemas para el Vaticano con La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, film valioso y extraño que es tan traidor a la palabra de los Evangelios –y tan profundamente católico– como los de Scorsese o Smith. Digámoslo rápidamente: de la tortura física del Cristo y su Vía Crucis el texto canónico dice poco y nada. Juan dice que los soldados romanos lo abofetearon y lo coronaron de espinas en un par de líneas; el viaje al Gólgota es una sola frase; Mateo menciona el hecho con poco detalle sangriento; Marcos hace lo propio; y Lucas todavía dice menos: no menciona la corona de espinas y del camino al calvario casi no habla.
    Nada de látigos con puntas de metal, carne desgarrada, huesos rotos o cosa por el estilo. Sin embargo, cuando varias comunidades judías sospecharon que el film podía ser antisemita, los clérigos católicos estadounidenses afirmaron que «se atenía fielmente a las Escrituras». Por supuesto, fue un megaéxito mundial por sus (inventadas, ficticias) escenas gore.

  4. Ateos por Jesús

    lunes, mayo 11, 2009


    © Richard Dawkins
    Traducción de Ismael Valladolid Torres
    En La Media Hostia

    El argumento, como una buena receta, tiene que ser cocinado despacio y con los ingredientes bien calculados de antemano. De momento, el título, un aparente oxímoron. En una sociedad donde la mayoría de los teístas son al menos declaradamente cristianos, las dos palabras son tratadas como sinónimos. La memorable reclamación del ateísmo de Bertrand Russell recibía el título de Por qué no son cristiano en lugar del probablemente más adecuado Por qué no soy teísta. Todos los cristianos son teístas, esto no es necesario acalararlo.
    Por supuesto Jesús era teísta, pero esto es lo menos interesante que puede decirse sobre él. Era teísta porque en su tiempo todo el mundo lo era. El ateísmo no era una alternativa, incluso para alguien de pensamiento tan radical como Jesús. Lo interesante y remarcable de Jesús no era el hecho obvio de que creyese en el Dios de su religión judía, sino que se rebeló contra muchos de los aspectos incómodamente vengativos de su Yavé. Al menos en las enseñanzas que se le atribuyen, Jesús se demostraba partidario de la bondad, y fue en realidad uno de los primeros en hacerlo. Para todos los familiarizados con las crueldades tan a la manera de la Sharia que se cuentan en el Levítico o en el Deuteronomio, para todos los crecidos temiendo al Dios Ayatollah vengativo de Isaac y Abraham, el joven y carismático predicador que promovía el perdon generoso les habría parecido radical hasta la subversión. No resulta prodigioso que le crucificaran.

    «Oísteis que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente. Más yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra; Y al que quisiere ponerte á pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa. Y a cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos. Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehúses.» —Mateo 5:38


    Mi segundo ingrediente es otra paradoja que tiene origen en mi campo, el darwinismo. La selección natural es un proceso profundamente molesto, como el propio Darwin se encargó de remarcar.

    «¿Qué libro escribiría un capellán del diablo sobre el trabajo torpe, derrochador, primitivo y horriblemente cruel de la naturaleza?» —Charles Darwin


    No son sólo los hechos naturales, entre los que destacó el hábito de las larvas del meloncillo de alimentarse de cuerpos de orugas vivas. La propia teoría de la selección natural parece calculada para fomentar el egoísmo a expensas del bien público, la violencia, la calculada indiferencia al sufrimiento, la codicia a corto plazo a expensas de las previsiones a largo. Si las teorías cientificas pudiesen votar, la evolución con seguridad votaría republicano. Mi paradoja viene del hecho tan enfrentado al darwinismo, y que todos podemos comprobar entre nuestros seres cercanos, de que la mayoría de la gente es amable, generosa, compasiva, deseosa de ayudar. Buena. El tipo de persona de la que decimos «es un santo» o «es el buen samaritano».
    El darwinista puede forjar explicaciones a la amabilidad humana, generalizaciones de los bien establecidos modelos de selección de clase y altruismo recíprico. El resultado benéfico de la teoría del gen egoísta, que pretende explicar cómo el altruismo y la cooperación entre animales individuales puede derivarse del comportamiento egoísta a nivel genético. Pero el tipo de gran amabilidad en humanos de la que hablo va mucho más allá. Es una auténtica perversión de cómo interpreta Darwin la bondad. Y si es una perversión, es justo el tipo de perversión que debemos promover y difundir.
    Es una perversión del darwinismo porque en una población salvaje sería eliminada de inmediato por la selección natural. Es también, aunque no tenga espacio para entrar en detalles sobre este tercer ingrediente de mi receta, una perversión adicional a ese tipo de teorías racionales de la elección con la que los economistas explican el comportamiento humano como uno calculado para maximizar el beneficio propio.
    Digámoslo más rotundamente. Desde un punto de vista darwinista, o meramente racional, la bondad en el ser humano es una simple idiotez. De nuevo, es justo el tipo de idiotez que debemos promover, y ese es el propósito de mi artículo. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo partimos de esa minoría de seres humanos amables a los que cada uno conoce e incrementamos su número, idealmente hasta que se conviertan en una mayoría de la población? ¿Podemos inducir a que la bondad se difunda como una epidemia? ¿Podemos empaquetarla de forma que se transmita por las futuras generaciones en una propagación vertical?
    ¿Tenemos algún ejemplo comparable, donde las ideas estúpidas hayan conseguido propagarse como una epidemia? Sí, por Dios. La religión. Las creencias religiosas son irracionables. Son entre idiotas y muy idiotas. Superidiotas. La religión lleva a gente en cualquier caso sensata al celibato en monasterios. O a estrellarse a sí mismo contra un edificio en New York. La religión motiva a la gente a flagelarse la espalda, o a prenderse fuego a ellos mismos o a sus hijas, a denunciar que sus abuelas son brujas o, en casos menos extremos, a permanecer arrodillados semana tras semana durante ceremonias estupefacientemente aburridas. Si es posible infectar a la gente con un tipo de estupidez tan dañina, infectarles con bondad debería ser un juego de niños.
    Las creencias religiosas, desde luego, se difunden como epidemias y, de manera más obvia, pasan de generación en generación como tradiciones verticales y promueven comportamientos de irracionalidad peculiar. Podríamos no entender por qué los seres humanos se comportan de esa grotesca manera que llamamos religión, pero es un hecho que lo hacen. La existencia de la religión es una evidencia de que los seres humanos gustosamente adoptan creencias irracionales y las difunden, verticalmente en tradiciones pero también horizontalmente en epidemias evangelizadoras. ¿Puede esta susceptibilidad, esta palpable vulnerabilidad a la irracionalidad infecciosa, ser utilizada para un buen uso genuino?
    Los humanos tenemos una fuerte tendencia a aprender de y a copiar a nuestros admirados modelos de comportamiento. Bajo las circunstancias adecuadas, las consecuencias epidémicas pueden ser dramáticas. Ya sea el corte de pelo de un futbolista, cómo se viste un cantante, los manierismos del presentador de televisión, todas son idiosincrasias triviales que se difunden a través de la población de una época como un virus. La industria publicitaria se dedica profesionalmente a la ciencia —o debería escribir arte— de lanzar epidemias meméticas y alimentar su crecimiento. El cristianismo en sí mismo fue difundido por los antecesores de la disciplina, originalmente San Pablo y posteriores clérigos y misionarios quienes consiguieron sistemáticamente incrementar el número de conversos a un ratio exponencial. ¿Podemos conseguir esa amplificación exponencial en el número de gente buena?
    Esta semana tuve una charla pública en Edinburgo con Richard Holloway, antiguo obispo de esa bella ciudad. Holloway evidentemente supera el naturalismo que aún la mayor parte de los cristianos identifican con su religión. Se describe a sí mismo como un post-cristiano, o un «cristiano recuperado». Conserva su reverencia hacia la poesía de los mitos religiosos, algo suficiente para hacerle volver a la Iglesia cada semana. Durante nuestra discusión hizo una sugerencia que va al núcleo de lo que explico. Tomando prestado un mito poético del mundo de las matemáticas y la cosmología, describió a la humanidad como una «singularidad evolutiva». Quería decir exactamente lo mismo que intento yo en este ensayo, aunque lo hizo de forma diferente. La llegada de la bondad humana es algo sin precedentes en los miles de millones de años de historia evolutiva. Es probable que después de la singularidad que supone la aparición del homo sapiens, la evolución ya nunca vuelva a ser lo mismo.
    No te ilusiones, igual que Holloway no lo hacía. La singularidad es un producto de la propia evolución ciega, no la creación de inteligencia alguna. Resulta de la evolución el hecho de que el cerebro humano, por las fuerzas de la selección natural, se haya expandido hasta un punto en el que, inesperadamente, se supera a sí mismo y empieza a comportarse de manera insana desde el punto de vista de su propio gen egoísta. Esto resulta transparente si piensas en lo completamente antidarwiniano que resulta el uso de preservativos, separando el placer sexual de su función natural como propagador de genes. Menos obvio resulta pensar en la persecución artística o intelectual, desperdicio de un tiempo y energía que deberían estar siendo empleados en sobrevivir y reproducirse. Nuestro gran cerebro alcanza la capacidad sin precedentes evolutivos de predecir, de forma genuina, consecuencias a largo plazo distintas de las egoístas ganancias a corto. Al menos en algunos individuos, el cerebro se sobrepasa a sí mismo hasta el punto de comprometerse con la bondad, esa cuya existencia singular es la paradoja central de mi tesis. El gran cerebro humano se salta los mecanismos hacia la consecución de objetivos originalmente al servicio del gen egoísta y los divierte, o subvierte, o pervierte, desde el cometido darwiniano hacia otras tareas.
    No soy ingeniero memético y tengo poca idea sobre cómo incrementar el número de seres humanos buenos y difundir ese meme por toda la pecera. Lo mejor que puedo hacer es ofrecer un eslogan molón. «Ateos por Jesús» queda bien en una camiseta. No hay un motivo evidente para elegir a Jesús como icono en lugar de otros grandes bondadosos de la historia como Mahatma Gandhi —la odiosa Madre Teresa no, por el amor de los cielos—. Creo que le debemos a Jesús el honor de haber separado su ética radical y original del sinsentido sobrenatural que inevitablemente le haría un hombre de su tiempo. Creo que el impacto oximorónico de ese «Ateos por Jesús» puede ser justo lo que necesitamos para iniciar la carrera hacia una sociedad post-cristiana necesariamente buena. Si jugamos bien nuestras cartas, puede que consigamos alejar a la sociedad de las tenebrosas regiones de su origen darwiniano hacia una nueva época amable y compasiva, más allá de la singularidad hacia un nuevo Siglo de las Luces.
    Creo que si Jesús volviese a nacer vestiría esta camiseta. Resulta un lugar común suponer que si volviese hoy, se asombraría de lo que hacen en su nombre. Desde la Iglesia Católica hasta los fundamentalistas de la derecha religiosa. Es menos obvio pero aún plausible que a la vista del conocimiento científico actual, dejase de lado el oscurantismo sobrenatural. Probablemente su modestia le obligaría a darle la vuelta a la camiseta. Jesús para los ateos.


  5. Poemas de un ateo esencial

    martes, mayo 05, 2009

    Viajero inmóvil es el nuevo libro de poemas de Fernando G. Toledo, que acaba de publicarse, con auspicio de la Municipalidad de Rivadavia, bajo el sello Libros de Piedra Infinita, que el propio autor dirige junto a Hernán Schillagi.
    El libro está prologado por la prestigiosa poeta Claudia Masin y el diseño y los dibujos son de Romina Arrarás.

    En Viajero inmóvil el tiempo parece tanto una farsa como una condena. El personaje que habla en estos poemas no acaba de dar el primer paso en la búsqueda de una mujer amada cuando descubre que no va a avanzar, que el trayecto que recorre engendra una distancia nueva imposible de resolver; que todo es, en suma, distancia. Por eso «el abismo es el punto de partida» y el viajero no puede hacer otra cosa -si quiere seguir siéndolo- que mirar lo que se aleja y regresar a lo que ya no sabe si alguna vez poseyó.




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    © Fernando G. Toledo

    Expuesto y escondido como todo el que viaja en la noche
    Voy recogiendo partes del mundo tiradas en el camino
    Piedras que no han merecido el viento
    Rostros que se repiten y son siempre una máscara
    Voces que nos llaman pero sólo a una acudimos

    Nada encuentro /como todo el que busca/ y por eso insisto
    Con este vicio nómade estancado en la partida
    Perdiendo a cada paso lo que sigo sin hallar
    Vuelto de espaldas contra la senda borrosa
    Que traza una línea rota alrededor del cuarto
    : La nave incendiada que estoy por abordar
    : El barco sin bandera y sembrado de pañuelos
    : El pozo donde la ausencia teje su velo
    Y lo tiende en la ventana para que la luna no entre

    Voy lamiendo una llaga con gusto a sal Dibujo las pisadas
    Que antes no he dado No llego Nunca llego
    Repito frases sueltas que ni siquiera recuerdo
    Y las copio en un cuaderno como una bitácora

    Viajo en la noche para tener los ojos cerrados
    Porque quien viaja no quiere moverse
    Porque lo que persigue la mirada es la sombra

    Viajo de noche y mis pasos suman una cifra infinita
    A punto de alcanzar el cero Viajo sin saber
    Porque en la oscuridad las formas se confunden
    Viajo como quien deja que un fuego se extinga
    Viajo como nada el agua en un río de peces

    Tengo prisa Escribo para andar más lento
    Leo viejos mensajes que dicen «Ya es tarde»
    Nada encuentro Mi cuerpo /manos ojos piernas boca sangre/
    No tiene herramientas para llevarme a sitio alguno
    Pero sé que mi cuerpo es la única herramienta
    Es un horizonte rendido que no retrocede
    Una caja sin fondo llena de cosas inútiles
    Una ropa empapada la suave caída por una pendiente
    Una palabra que ha quedado fuera del poema

    Por eso es de noche y ando Por eso tengo prisa
    Por eso viajo en mi cuerpo y aquí me quedo.

    De Viajero inmóvil (2009)