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  1. Una muerte clara

    lunes, julio 30, 2007







    Escena de Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1962).

  2. La generosidad de las ratas

    martes, julio 24, 2007

    © Jorge Laborda

    Muy posiblemente, casi todos recordamos la parábola del buen samaritano, descrita en el evangelio de San Lucas. En ella, Jesús quiere ilustrarnos sobre el hecho de que la compasión y la generosidad deben ser ejercidas con todos, y no sólo con nuestros familiares o con quienes consideramos nuestros amigos o compañeros. Para educarnos sobre este aspecto Jesús cuenta la historia de un hombre que es atracado en el camino y abandonado malherido a su suerte. Un sacerdote y un Levita pasan de largo por el camino sin ayudarle, pero un samaritano, el buen samaritano, lo recoge, lo conduce hasta un mesón y le dice al mesonero que lo cuide hasta que sane y que él correrá con todos los gastos.
    «Ama al prójimo como a ti mismo» (y alcanzarás la vida eterna) es la máxima que Jesús quiere enseñarnos, máxima absolutamente fabulosa para acabar con muchos de los problemas de la humanidad, pero de la que desconocemos si es o no posible que el ser humano pueda cumplir.
    Y quiero aclarar que no estoy hablando de religión, o de moralidad, sino de biología. Me explico. Si Jesús o cualquier otro líder social nos hubiera dado la máxima «aprended a volar como águilas» (y alcanzaréis la vida eterna), sólo unos cuantos locos se hubieran creído que este objetivo era alcanzable. Los demás hubiéramos dicho que si Dios hubiera querido que el ser humano volara como un águila, le habría dado alas. Es decir, no está en nuestra biología y nuestra naturaleza volar como águilas. Es imposible, pues, cumplir esa máxima.
    Lo que es evidente desde el punto de vista de nuestras cualidades físicas, no lo es tanto desde el punto de vista de las cualidades intelectuales, emocionales, o morales que poseemos. Es decir, conocemos mejor nuestras limitaciones físicas que nuestras limitaciones intelectuales. Muy pocos se creen grandes atletas, pero muchos se creen muy listos. Y también podemos quizá creer que podemos ser más generosos y buenos con el prójimo de lo que realmente podemos. Es decir, la pregunta es: ¿realmente está en nuestra naturaleza, en nuestra biología, la capacidad de amar al prójimo como a nosotros mismos?
    Seguramente cada uno tendrá su propia idea sobre la respuesta a esta pregunta. No obstante, no vendría mal llevar a cabo algunos estudios para comprobar lo que la ciencia tiene que decir al respecto. ¿Es el ser humano capaz de ser generoso con quienes ni siquiera conoce? ¿Con sus propios enemigos? ¿Hasta qué punto está esta cualidad en la naturaleza humana?
    Y bien, estudios para responder esta pregunta se han llevado a cabo. Las conclusiones de los mismos son positivas, aunque no han demostrado que seamos capaces de amar a los demás como a nosotros mismos. De hecho, hasta hace muy poco se creía que el ser humano era el único capaz de ejercer la llamada reciprocidad generalizada. Es ésta una cualidad que permite que ayudemos a los demás, indiscriminadamente, dependiendo de lo que el ambiente y el entorno en general nos ayude o favorezca. Como ejemplo, si por azar nos encontramos un billete de 50 euros en la calle, lo normal es que nos sintamos más generosos con los demás ese día o, al menos, en los minutos que siguen al afortunado encuentro.
    Además de este tipo de reciprocidad, el ser humano es también capaz de la reciprocidad directa (ayudar a quien te ayuda) y de la reciprocidad indirecta (ayudar a quien ayuda a otros). Es decir, somos capaces de evaluar la generosidad de los demás y de ejercer o no la nuestra dependiendo del resultado de esa evaluación. Pero es difícil que seamos generosos con los demás si el ambiente no nos es favorable y si nuestros congéneres más próximos no nos ayudan.
    Otra buena forma de confirmar que en nuestra biología está ser generosos y ayudar a los demás es averiguar si animales más primitivos que nosotros son también capaces de generosidad con otros de su especie. Si estos animales primitivos poseen en su naturaleza esta capacidad, es muy probable que animales más evolucionados (entre los que usted se encuentra) también la posean.
    Por esta razón, dos investigadores de la Universidad suiza de Berna decidieron estudiar la generosidad de las ratas de laboratorio. Seguramente si un animal tan despreciable como la rata es generoso, un animal como el ser humano debería serlo en mayor medida.
    Para evaluar la generosidad de las ratas, los investigadores entrenaron a varios de estos animales para pulsar una palanca de modo que dispensara alimento para un congénere, pero no para ellas mismas. Encontraron que las ratas que recibieron comida caritativamente por este procedimiento eran un 20 por ciento más inclinadas a ayudar a un congénere desconocido que las ratas que no la habían recibido. Esto es un ejemplo de la llamada reciprocidad generalizada, que hemos mencionado antes y que, ante la sorpresa general, estos roedores también pueden ejercer. El ser humano deja, una vez más, de ser especial y único también en su generosidad, y comparte esta característica con animales tan simpáticos como las ratas.
    Pero no acaba aquí la generosidad de las ratas. Los investigadores también averiguaron que las ratas que habían sido ayudadas por un congénere conocido eran un 50 por ciento más inclinadas a ayudarle que si este congénere no les había ayudado en primer lugar. Esto es un ejemplo de reciprocidad directa, de la que al parecer estos animales, como nosotros, también son capaces. Estos resultados se han publicado recientemente en la revista Plos Biology.
    Estos estudios sugieren que ayudar a los semejantes ha sido posiblemente una característica seleccionada a lo largo de la evolución de las especies, por su capacidad para contribuir a la supervivencia de las mismas. Es decir, aquellas especies, al menos de mamíferos superiores, que han contado con organismos que cooperan, y no sólo que compiten entre sí, son las que han sobrevivido hasta nuestros días. Evidentemente, la capacidad para ser generosos con todos, o solo con algunos, depende de habilidades intelectuales o cognitivas para discriminar cuándo debemos ser generosos y con quien, habilidades que también han tenido que desarrollarse a lo largo de la evolución.
    Así pues, el «ama al prójimo como a ti mismo» está en alguna medida en nuestros genes, en nuestra naturaleza. Los estudios con las ratas descritos aquí y otros realizados con seres humanos indican, además, que si ponemos en práctica esta máxima también inducimos a los demás, a su vez, a practicarla. No son solo buenas palabras. Existe una base científica, biológica y racional para ello. Puede, por tanto, funcionar. Puede, por tanto, que tan solo con ser un poco más generosos que las ratas y ayudar a quienes nos rodean, sean quienes sean, consigamos todos un mundo mejor.

    Ver también: La ética prescinde de la religión y La insana fe religiosa.
    Además: ¿Por qué tenemos los mismos genes que un ratón?

  3. ¿El mito del ateísmo suicida?

    lunes, julio 23, 2007


    Los 10 países con más altos índices de suicidio:

    1) Rusia: 75% cristianos ortodoxos

    2) Lituania: 69% católicos

    3) Belarús: mayoría ortodoxa y católica (sin porcentajes)

    4) Kazajstán: 47% musulmanes, 44% cristianos ortodoxos

    5) Eslovenia: mayoría católica (sin porcentajes)

    6) Hungría: mayoría católica (cerca del 68%)

    7) Estonia: Luteranos 14%, Ortodoxos 13%, ateos 6%, otros cristianos 2%, no afiliados 33%, no especificados 32%

    8) Ucrania: predominio cristiano (sin porcentajes)

    9) Letonia: 55,2 a 68,3% de evangélicos luteranos

    10) Japón: 64% a 65% de «no creyentes»

    El primer país de la lista en el que predominan los increyentes está último en el top ten.

    Fuente del ranking.

  4. La guía de la razón

    sábado, julio 21, 2007

    «Quien vive bajo la guía de la razón se esfuerza cuanto puede en compensar, con amor o generosidad, el odio, la ira, el desprecio, etc., que otro le tiene».
    (Ética, 4, Prop. XLVI)

    Baruch Spinoza

    El porqué de esta cita, en el artículo anterior.

  5. La insana fe religiosa

    sábado, julio 14, 2007



    © Fernando G. Toledo

    «Creo que la decadencia de la fe dogmática sólo puede hacer bien»
    Bertrand Russell

    a cantinela de la inmoralidad congénita que padecerían los ateos es lugar común en la crítica proveniente de círculos confesionales. Teólogos, religiosos y moralistas de toda laya argumentan que, al carecer de lo que John Rawls llama «estructura moral previa», los ateos son náufragos del mar inmoral, sin salvavidas éticos de los cuales aferrarse. Pero, ¿qué otro asidero más que la pura especulación tiene esta creencia? Quienes sostienen tal argumento apelan irreflexivamente a la historia del siglo XX y a los gobiernos criminales de Pol Pot o Stalin, cuyos regímenes acabaron con millones de vidas humanas. Es cierto, uno y otro eran ateos pero, ¿está en el ateísmo y su supuesta «carencia de valores» la razón de esta perfidia? ¿Qué pasa entonces con la moral de otros criminales de ese siglo, no menos sangrientos, como Videla, Pinochet, Mussolini o el propio Hitler, confesadamente religiosos ellos? ¿No será, en estos casos, la irracionalidad antes que la irreligiosidad la que ha abierto las puertas al espanto? Y, a propósito, ¿quiénes conceden más terreno a la irracionalidad en uno y otro bando, si es que de bandos hablarse puede?
    Un buen modo de responder estas cuestiones con algo que escape a la vacuidad de lo especulativo es preguntarse, por ejemplo, si la «religiosidad» contribuye de manera positiva a la «salud» de una sociedad, y si los creyentes tienen, como suele ser opinión común (sobre todo porque hay más creyentes que ateos), una moral de la que los incrédulos carecen.
    Al hablar de religión pensemos con el ejemplo del cristianismo. Si es cierto que la religión es la fuente de acceso a la moralidad, y dado que no habría, según se dice, bases seculares para ser moral, una sociedad en la que la población sea mayormente religiosa (i. e. cristiana) dará por resultado una armonía social alta. Y si es verdad que la creencia en un Dios creador, omnipotente y amoroso permite a cada uno de los creyentes en él preocuparse por la inmortalidad de su alma, tendremos por resultado que los ateos serán, cuanto menos, quienes llenen las cárceles, que es el lugar donde acaban los inmorales cuando la justicia civil funciona.

    Mayor religiosidad, peor sociedad
    Pero resulta que nada de eso se corresponde con la realidad, a juzgar por lo que puede considerarse la investigación más rigurosa, amplia y concluyente de las realizadas hasta hoy para conocer la relación entre religiosidad y salud social. Un estudio cuyos resultados muestran no sólo que las personas creyentes no tienen un sistema moral más infalible que el de los que no creen en Dios ni la inmortalidad, sino algo «peor»: que mientras más religiosa es una sociedad, mayores son los índices de disfuncionalidad. Y, a sensu contrario, mientras más laicismo se respira, mejor van las cosas.
    El estudio en cuestión se dio en llamar «Las correlaciones internacionales entre salud social cuantificable con la religión popular y laicismo en las democracias prósperas», y fue publicado por su autor, Gregory S. Paul, en 2005 en el Journal of Religion and Society (EEUU).
    Se trata de un impresionante muestreo realizado sobre 18 de las democracias más desarrolladas del mundo, y que relaciona la cantidad de población que confiesa ser religiosa –no sólo creyente, sino también practicante– con las tasas de homicidio, aborto y embarazo adolescente. Sobre una base de datos de nada menos que 800 millones de personas, el resultado es un verdadero escándalo para quienes siguen sosteniendo que la religión es fuente y garantía de moralidad. Es que, en efecto, el estudio muestra por ejemplo que los índices de homicidio son notablemente altos en aquellos países en los que el porcentaje de «creencia absoluta en Dios» o de ciudadanos que «asisten a servicios religiosos varias veces al mes», y muy inferiores entre los que se dicen «agnósticos y ateos».

    Los creyentes abortan más
    En otro de los cotos más defendidos por el dogmatismo religioso, el aborto, hay más motivos para que recapitulen todos quienes equiparan ateísmo con relativismo y perdición. Los hechos hablan: no importa cuán legalizada esté esta práctica en tal o cual país, mientras las sociedades tienden a ser más religiosas, más abortos se registran. Al destacar el hecho de que los Estados Unidos encabece las peores estadísticas, Gregory Paul se permite una ironía: «El actual (en ese entonces) líder de la mayoría de la Casa Blanca, T. De Lay, cree que los altos índices de crimen y tragedias como el atentado en Columbine continuarán mientras se continúe enseñando a los niños que “no son más más que monos superiories que han evolucionado (sic) a partir de una sopa primordial de fango”». Sin embargo, los datos gritan lo opuesto: Estados Unidos es la democracia más desarrollada en la que menor crédito se da a la teoría evolucionista y, al mismo tiempo, el país donde mayor cantidad de homicidios se cometen.

    Divorcio y dogmatismo
    Si nos salimos de este apabullante estudio en busca de más evidencias, seguimos encontrando más anomalías entre creyentes que entre ateos. Al punto que incluso bajo algunas premisas morales que los religiosos tienen por dogmáticas, los ateos y agnósticos se muestran más «eficientes». Por ejemplo: ¿se divorcian menos o más las personas religiosas que las que aconfesionales? El divorcio para los cristianos católicos es «ofensa grave contra la ley natural» (sic). Según el Catecismo, «el matrimonio celebrado y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte». Pero a la hora de mirar los números proporcionados por una investigación del Barna Research Group, los ateos y agnósticos se ubican en lo más bajo (con 21%) de una tabla que consigna también los casos de divorcios de judíos (30%) y cristianos de diversas ramas (entre un 24% y un 27%). ¡Para los ateos no es pecado divorciarse y, sin embargo, son «menos pecadores»! Vaya ironía.

    Casi no hay ateos en las cárceles
    Si hacemos caso a las estadísticas elaboradas por la Oficina Federal de Prisiones de los Estados Unidos en 1997, los ateos ocupan, además, los puestos más bajos de las nóminas entre los criminales condenados (0,209%), en un país en el que los cristianos representan entre el 75% y el 82% de la población y los ateos y agnósticos, juntos, apenas entre 0,3% y 2%. Quien sabe leer las estadísticas notará que el porcentaje de ateos es incluso menor que el del total de los ateos. Por cierto, el porcentaje de cristianos encarcelados es casi equivalente al de la población (cerca del 80%) y los católicos lideran el deshonroso ranking, aun cuando no son mayoría en ese país norteamericano. Vale decir que los números de este estudio se parecen a otros similares, por ejemplo a alguno realizado en Colombia y del que hablaba el abogado Juan Carlos Bircamm en un artículo hace un par de años.

    Mito sobre mito
    La fe no es más que una casa de espejos. Y cuando se instala el «espejismo de Dios» a éste comienzan, indefectiblemente, a crecerle más espectros. Entre esos está, al parecer, la inmoralidad del «insensato ateo». Sam Harris le llama a este fantasma «el mito del caos moral laico». Su razonamiento es límpido y resume lo escrito hasta este punto, aunque haga referencia a otra investigación:
    «Si la religión fuera necesaria para la moralidad, habría alguna evidencia de que los ateos son menos morales que los creyentes». Pero «de acuerdo al Reporte de Desarrollo Humano de la ONU (2005), las sociedades más ateas –países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Holanda, Dinamarca y el Reino Unido– son en realidad las más saludables, según indicadores que destacan la expectativa de vida, alfabetismo, ingresos per cápita, nivel educativo, trato equitativo de los sexos, tasas de homicidios y mortalidad infantil. A la inversa, las 50 naciones actualmente clasificadas por las Naciones Unidas en los puestos más bajos del desarrollo son decididamente religiosas. Por supuesto, datos correlativos de este tipo no resuelven cuestiones de causalidad: la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social, la disfunción social puede fomentar la creencia en Dios, cada uno de estos factores puede posibilitar el otro, o ambos pueden surgir de una fuente más profunda de malestar. Si dejamos de lado el tema de causa y efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es perfectamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; y prueban además, concluyentemente, que la fe religiosa no asegura en absoluto la salud de una sociedad».

    Al principio nos preguntábamos si era más bien la irracionalidad antes que la «impiedad» la causa de lo que llamamos «actos inmorales», y ahora podemos dar respuesta afirmativa a esa cuestión y equiparar la irracionalidad con la religiosidad. Acaso porque una moralidad basada en seres imaginarios tenga un efecto apenas relativo en el mundo real, que es donde vivimos y para el cual construimos toda moral.



    Ver también: La ética prescinde de la religión y Dejad que los niños vengan a mí.
    El mismo tema, en otro blog: Más religión, menos salud
    Para descargar el Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU, pinche aquí.

  6. Todo esperma es sagrado

    miércoles, julio 11, 2007



    Vía: El Predicador Malvado.

  7. Ni muerto en la cruz ni resucitado

    domingo, julio 08, 2007

    ¿Y si la Sábana Santa fuera legítima? ¿Y si los evangelios pudieran tomarse más o menos literalmente? ¿Nos llevaría esto a considerar la veracidad de lo que allí cuentan y convertirnos en cristianos? Pues, no necesariamente. El forense Miguel Lorente argumenta que la cruz y la sábana acogieron a un simple mortal que jamás «se levantó de entre los muertos»: Jesús de Nazareth

    (Agencia Efe).- Miguel Lorente, forense y experto en violencia de género, ha publicado un libro sobre la crucifixión en el que sostiene, en base a los análisis de la sábana santa y las tradiciones funerarias judías de la época, que Jesucristo no murió en la cruz ni resucitó.
    Lorente, especialista en análisis de ADN, afirma que como consecuencia de la crucifixión, Jesús sufrió un coma superficial o muerte aparente y que cuando José de Arimatea descolgó el cuerpo de la cruz para enterrarlo, durante el proceso de lavado y embalsamamiento, recuperó su mecanismo respiratorio, volviendo a la vida en un proceso que el escritor denomina «resucitación biológica».
    El autor, profesor asociado de Medicina Legal en la Universidad de Granada y asesor de varias Comisiones en el Congreso y el Senado sobre violencia de género, afirma que su libro 42 días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección de Jesucristo, no busca criticar la religión ni la fe cristiana y que su intención «no es atacar o minar los misterios de la fe».
    Se trata, afirma, de «explicar con una argumentación científica unos hechos que ya otros intentaron bajo otras referencias, pero considero que el verdadero milagro no está en lo extraordinario, sino en lo excepcional de lo ordinario».
    Miguel Lorente dijo que sus estudios sobre las investigaciones y análisis que se han venido llevando a cabo sobre el sudario sagrado que se guarda en Turín, le llevan a la tesis de que, con toda probabilidad, Jesús no murió en la cruz ni posteriormente resucitó, «aunque los acontecimientos llevaron a los testigos a percibir los hechos de esa manera».
    Lo que nosotros entendemos en la palabra resurrección, afirmó Lorente, no es lo que se entiende como tal en aquella época –y de hecho la de Jesús no es la única como recogen los Evangelios– porque no tiene el sentido sobrenatural o de retorno de la muerte, que damos hoy a esa palabra.
    Miguel Lorente, indicó a Efe, como sostiene en su libro, que la sábana santa data de la época en que vivió Jesús, y afirma al respecto, coincidiendo con los análisis de otros científicos e investigadores, que las pruebas del carbono 14 que la sitúan en siglos posteriores «no estuvieron bien hechas, como se ha demostrado».
    Este error, dice, pudo deberse a los avatares que ha sufrido la tela a lo largo de la historia por los efectos del fuego y del agua, la incorporación de materiales extraños y contaminaciones orgánicas cada vez que la sábana ha sido manipulada para ser exhibida a lo largo de los siglos.
    Esta tela, recuerda, no es la misma con la que el cuerpo de Jesús fue envuelto al ser bajado de la cruz, sino que corresponde a la que le envolvió como sudario al ser tendido sobre ella en el sepulcro para, según los ritos judíos, lavarlo y embalsamarlo.
    Lorente insiste en que el descendimiento tuvo efectos rehabilitadores para el proceso respiratorio tras el colapso o aparente muerte, que al tumbar el cuerpo se distribuyó mejor la sangre tras la postura forzada de la crucifixión, y que los productos (entre ellos aloe y mirra) que se le aplicaron tras el lavado tuvieron efectos cicatrizantes, hidratantes y antipiréticos, que llevaron a la «resurrección» biológica.
    Editado por Aguilar, el título de «42 días» del libro corresponde al período de tiempo que abarca desde el prendimiento de Jesús, su crucifixión y sus apariciones posteriores, hasta su marcha definitiva de este mundo que, en la tradición cristiana se conoce como la Ascensión a los cielos.



  8. Educación sexual moderna

    domingo, julio 01, 2007

    Para celebrar los 2 años de

    Razón Atea


    ofrezco esta pieza de «música sacra»





    a modo de clausura provisoria del tema central del mes pasado: abusos de niños y el Vaticano.
    La obra está escrita e interpretada por Les Luthiers.
    ¡Felicidades!