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  1. La virgen de la cocaína

    viernes, noviembre 27, 2009


    EFE- El film mexicano Morenita, el escándalo promete caldear los ánimos con el cartel que lo promociona, en el que se ve a la virgen de Guadalupe, símbolo nacional, delineada con lo que parece cocaína y junto a tres balas
    «El bien y el mal están en el mismo cartel, yo quiero ponerlo como un símbolo», ha explicado en conferencia de prensa el director de la cinta, el mexicano Alan Jonsson, quien ha reiterado en varias ocasiones que no busca ofender a nadie con la imagen, pero ha admitido que se buscó llegar hasta una imagen que llamara la atención.
    «Ser mexicano es ser guadalupano», ha explicado en referencia a la devoción que profesa gran parte del país y que hace a la «morenita del Tepeyac» medular para México. La virgen de Guadalupe es un icono de la identidad mexicana.
    Morenita, el escándalo narra cómo un joven, por una deuda con el narcotráfico, se ve forzado a robar la imagen sagrada de la virgen expuesta en la Basílica capitalina, corazón religioso del país.
    La imagen, protegida en la realidad por fuertes medidas de seguridad, quedó grabada en el ayate (poncho) del indígena Juan Diego después de que se le apareciera la virgen, según la tradición.
    Hace siete años, el estreno de El crimen del Padre Amaro, protagonizada por Gael García Bernal, fue objeto de fuertes protestas, debido a que cuestionaba el celibato, involucraba una imagen de la virgen, y hablaba de aborto.
    «La gente ha cambiado, ya no es tan fácil que se impresionen tanto», ha apuntado por su parte el crítico de cine Gerardo Gil, aunque el 90% de los mexicanos se declara católico, según datos oficiales.
    Gil ha descartado que los grupos de presión se hayan interesado por Morenita, ya que el filme no transgrede ningún dogma católico y «también han aprendido a no hacerlo» para no dar publicidad extra a una obra.
    «El director quiso generar la polémica, pero a la hora de la hora le tembló la mano», ha añadido el crítico, que ha agregado que lo que se cuestiona no es si la imagen es o no legítima, «sino la moral que hay detrás de eso».
    Jonsson rodó la peregrinación anual para honrar a la virgen, que atrae a millones de personas cada 12 de diciembre, y enseñó el material a la curia, que lo tomó como parte de un documental.
    La Iglesia aún no se ha pronunciado públicamente sobre el tema, pero, con polémica o sin ella, el protagonista del film, Horacio García, considera que estrenar la película, tal y como está el cine mexicano, y encima con 200 copias, «ya es un milagro».


  2. Nobel de Física y «apóstol del ateísmo»

    miércoles, noviembre 11, 2009

    © Daniel Utrilla
    Publicado en El Mundo

    Contraviniendo todas las leyes de la Física, Vitali Ginzburg no dejó de trabajar ni un solo día después de cumplir los 90 pese a la insuficiencia cardiaca que lastraba su salud.
    Nobel de Física en 2003 por sus aportaciones a la teoría de los materiales superconductores (fue el octavo ruso galardonado con este premio), Ginzburg participó en la fabricación de la primera bomba de Hidrógeno de la URSS (probada en 1949), y se convirtió en un fervoroso apóstol del ateísmo tras la caída del régimen comunista.
    Ginzburg, cuya actividad intelectual abarcó la Astrofísica, la Radioastronomía (estudió el origen de la radiación cósmica, la corona solar y los campos magnéticos intergalácticos), la Termodinámica de los fenómenos ferroeléctricos e incluso la Óptica de cristales, no creía en nada más allá del mundo físico. Ateo confeso y materialista convencido, remitió en 2007 junto con otros 10 científicos una carta abierta a Vladimir Putin, entonces presidente de Rusia, en la que criticaba el papel exagerado de la Iglesia Ortodoxa en la sociedad y satanizaba la enseñanza de Religión en las aulas. «Si creyera en Dios, me despertaría cada mañana diciéndole: "Gracias, Señor, por haber hecho de mí un físico teórico"», bromeó una vez en una entrevista televisada.
    A lo largo de sus 93 años de vida, Ginzburg demostró una capacidad de trabajo sobrenatural. Durante 40 años impartió puntualmente un seminario semanal en el Instituto de Física de la Academia de las Ciencias de Rusia, una cita intelectual que uno de los entusiastas que participaban en ella definió una vez como «orgía cerebral». En 2001 Ginzburg ofició el último de sus 1.700 seminarios.
    Por encima de sus pobladas cejas se extendía uno de los cerebros más brillantes de la Física teórica de la Unión Soviética. Ginzburg quedó imantado por la Física ya desde su más tierna infancia, cuando los boletines científicos desplazaron a los cuentos como lecturas de cabecera.
    Nacido en 1916 en el seno de una familia judía de ingenieros, sólo pudo estudiar cuatro años en la escuela, debido a que su escolarización se vio interrumpida por las reformas educativas impuestas por Lenin.
    Ginzburg se sacó el graduado escolar cuando ingresó en la universidad. En 1938 se graduó en la Facultad de Física de la universidad MGU, y en 1942 se doctoró coincidiendo con la invasión nazi de la URSS. Aquel invierno Ginzburg lo pasó en Kazán, donde el frío lo atenazó, apenas tenía comida y el agua se congelaba en la habitación. En 2003, en la ceremonia de entrega del Nobel de Física, bromeó acerca de aquel crudo invierno en Kazán, en el que situó el origen de su inexplicable atracción por «las bajas temperaturas», condición clave para que los materiales se transformen en superconductores de electricidad.
    Entre 1942 y 1962, encabezó la cátedra de transmisión de ondas en la Facultad de Física de Gorki (actual Nizhni Novgorod). A finales de los 40, Ginzburg comprobó, además, que no había en el mundo físico sustancia más inflexible que la muralla del Kremlin: el antisemitismo oficial cargó contra él después de haberse casado en segundas nupcias con una mujer acusada en 1944 de participar en un complot contra Stalin.
    Cuando su destino ya parecía marcado con plomo, fue reclutado para participar en la fabricación de la primera bomba de Hidrógeno junto al académico Andrei Sajarov. Por ello recibió la orden de Lenin y el premio Stalin de primer nivel. «Me salvó la bomba de hidrógeno», confesó Ginzburg en un artículo escrito para la comisión del premio Nobel.
    En 1951, sin embargo, fue apartado del proyecto en medio de una nueva ola de antisemitismo desatada por Stalin, cuya muerte en 1953 lo salvó de forma providencial de una condena segura.
    Ginzburg compartió el premio Nobel con Alexei Abrikosov y Anthony Leggett por sus aportaciones a la teoría de la superconductividad, que desarrolló en 1950 junto con el eminente físico Lev Landau. Las aplicaciones de la superconductividad se encuentran hoy en las máquinas de resonancia magnética de los hospitales e incluso en circuitos digitales y filtros de radiofrecuencia para estaciones de telefonía móvil. Ginzburg también formuló teorías sobre la propagación de ondas electromagnéticas en plasmas y el origen de la radiación cósmica.
    Autor de más de 400 artículos científicos, y de 12 monografías que son libros de cabecera para miles de científicos, Ginzburg fue redactor jefe de Éxitos de las ciencias físicas, una de las más influyentes revistas científicas de la URSS
    «Soy materialista, soy ateo, y soy partidario de la democracia, de la democracia y una vez más de la democracia», dijo en una de sus últimas entrevistas consciente de que la democracia, más que una ciencia exacta, es casi un milagro.
    No en vano, Ginzburg dirigió en 2005 un llamamiento para impedir el deslizamiento de Rusia hacia el pasado totalitario.
    Vitali Ginzburg, científico, nació el 4 de octubre de 1916 en Moscú, donde murió el 8 de noviembre de 2009.