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  1. Habla de soga en la casa del ahorcado

    viernes, mayo 26, 2006

    © Eduardo Montes Bradley

    A Ron Howard se le ocurrió hablar de soga en la casa del ahorcado y va a terminar purgando su osadía en Elba como el petit cabrón de Bonaparte. Mucho más les han perdonado los franceses a las miserias latinoamericanas. Pero Howard no es boliviano y, además, viene a meter la mano en el callo de la Iglesia, sobre la que cabalga la intolerancia.
    En El código Da Vinci, el capitán Bezu Fache es un soldado del Opus Dei dispuesto a todo con tal de neutralizar la búsqueda del Santo Grial. Fache representa al Estado francés, mecanismo que el director utiliza para señalar el compromiso de Francia con la Iglesia. Hasta allí vamos bien. Pero tanto las convicciones de Howard como las de Fache acabarán cediendo al arrepentimiento. Tres cuartos de lo mismo sucede con los protagonistas.
    Pero el peor de los pecados sería pensar que el film apunta contra la Iglesia cuando en realidad le salva las papas (o los papas) del fuego eterno. En la mirada de Howard, los malos son un puñado de manzanas podridas a las que uno puede excluir del cajón y todos somos hijos de la Esperanza evangelizadora. Un horror. El arrepentimiento de Fache no hace más que recordar la historia oficial de Ireneo de Lyon, que deja afuera el Evangelio de Judas al editar la película (libro) más taquillera de todos los tiempos: la Biblia; Robert Langdon opta por el celibato y Sophie Neveu, la única descendiente de Jesucristo, tiene que optar por salvar a la humanidad contribuyendo con su silencio a una mentira de dos mil años.
    Para el norteamericano, Magdalena no es más que la esposa de Jesús, obviando que los restos que yacen en el sarcófago son los de una madre viuda judía que recaló en las costas del sur de Francia y que de su vientre (grial) descienden muchos de los monarcas diseñadores de muebles de estilo. Pero finalmente Howard supone que esa sangre real tiene un último y único eslabón, lo cual desafía la idea de que al menos hubiera unos 50 millones.
    Por otra parte, el director se pierde la oportunidad que hubiera sido suponer que los descendientes de María Magdalena y Jesús acabaron en la Argentina como los veteranos del Acorazado Potemkin, los nazis croatas, los judíos perseguidos, los cowboys asaltantes de bancos y los tripulantes de submarinos alemanes. De haber sido así, alguno de ellos habría sacado la cabeza a tiempo al leer en los diarios que el Gobierno le garantizaba al cardenal Bergoglio que no presentaría una iniciativa ante el Poder Legislativo para la despenalización del aborto.

    Publicado en diario Perfil, el 21-5-2006.
    Ver también: Polémica presente, cine sin futuro

  2. Polémica presente, cine sin futuro

    viernes, mayo 19, 2006


    © Fernando G. Toledo

    ¿Es esto sólo una película? El código Da Vinci, es, sin dudas, el éxito cinematográfico del año, aun cuando son pocos los espectadores que la han visto. Pero la cinta, basada en uno de los libros más vendidos y más defenestrados por la crítica mundial, ya es motivo de conversación desde hace rato. Entonces, ¿es sólo una película, cuando ni siquiera se requiere verla? ¿Es esto cuando la "furia vaticana" se ha alzado sobre ella, cuando abundan páginas webs, bitácoras, manuales y todo cuanto pueda solicitarse para saber de ella aun sin ponerse cómodo en la butaca?
    Pero si hablamos de la película, ciertamente, El código Da Vinci no pasa de ser una cinta más. Es menos "bodrio" de lo que la crítica en Cannes proclamó y mucho menos interesante que un thriller bien hecho, de los que se estrenarán a montones.
    Ron Howard pone, con su libretista Akiva Goldsman, el libro de Dan Brown por encima de todo, quizá porque éste parece un guión antes que una novela. En la historia, que combina intrigas internacionales, secretos guardados por siglos, asesinatos, pugnas de poder eclesiástico y una revelación que pondría en riesgo la religión más difundida del planeta, los personajes son meras bocas parlantes de la intrincada historia.
    El nivel de sofisticación de la maquinaria hollywoodense puede hacer estas cosas. Hay pocas fisuras en la bella fotografía, en los efectivos trucos visuales, la tecnología está puesta a favor de la prolijidad.
    Lo que queda en manos de la parte creativa, es más discutible. No es ésta la mejor actuación de Tom Hanks (que sin embargo es el que transmite un semblante de espanto ante todo lo que está presenciando, no se sabe si de la ficción o de lo que se ha dicho por esta cinta), Audrey Tautou está un poco mejor aunque fría como un crucifijo, Jean Reno casi ni se ve, Ian McKellen brilla y Paul Bettany (el albino Silas) se dedica a interpretar un cliché que no hace honor a todo lo que se dice sobre el Opus Dei.
    De a ratos lenta, palabrosa y previsible, ingeniosa para combinar el arte de Leonardo con el misterio, contenida por cuentagotas en su supuestas "blasfemias" (la humanidad de Jesús ha sido objeto de debate desde hace siglos, pues la creencia en su divinidad sólo es aceptada por la fe), El código Da Vinci es, quizá, menos peligrosa para la Iglesia que para el cine. Porque si éste es el futuro del cine, pues, habrá que buscarse otro entretenimiento.

  3. Así funciona la fe

    lunes, mayo 15, 2006

    © Robert Todd Carroll

    La fe es una creencia no racional en alguna proposición. Una creencia no racional es aquella que es contraria a la suma de evidencia a su favor. Una creencia es contraria a la suma de la evidencia a su favor si hay evidencia abrumadora en contra de tal creencia, por ejemplo, que la Tierra es plana, que es hueca o que es el centro del universo. También la creencia es contraria a la suma de la evidencia si ésta parece ser igual para ambos lados, en contra y a favor, a pesar de que uno consigne a una de dos o más proposiciones igualmente fundadas.
    Una mala interpretación común relativa a la fe -o quizá sea un intento intencional de desinformación y obscurantismo- es la de los apologistas del Cristianismo quienes hacen afirmaciones como la siguiente:

    Afirmaciones como «no existe Dios, y no puede haber dios; todo se desarrolló a partir de meros procesos naturales» no pueden ser apoyadas por el método científico y son afirmaciones de fe, no de ciencia (Richard Spencer, Dr. en Filosofía, profesor asociado de ingeniería eléctrica y computacional en UC Davis y consejero de la Unión Cristiana de Estudiantes -Christian Student Union-. Citado en The Davis Enterprise, Enero 22, 1999).


    El error o engaño en esto, es insinuar que cualquier enunciación que no sea científica, en especial la apoyada por evidencia dispuesta de la manera como los científicos lo hacen para sustentar sus afirmaciones científicas, es materia de fe. Utilizar el término «fe» en ese sentido tan amplio es despojarlo de toda significación teológica que de otra manera tendría.
    Tal concepción de la fe trata toda creencia en enunciaciones no empíricas como actos de fe. Por tanto, creer en el mundo exterior, creer en la ley de la casualidad, o aún en los principios fundamentales de la lógica como el principio de contradicción o la ley del medio excluido, serían actos de fe según esta visión. Parece que hay algo profundamente engañoso o falso en comparar actos como la fe en la concepción virginal de Jesús con el creer en el mundo exterior y el principio de contradicción. Tal perspectiva trivializa la fe religiosa colocando en su misma categoría a las supersticiones, los cuentos de hadas, las alucinaciones de todo tipo, y todas las afirmaciones no empíricas.

    Una visión errónea de la fe
    Esto se hace obvio al analizar las aseveraciones del Dr. Spencer. Dice que afirmar «no existe Dios, y no puede haber dios; todo se desarrolló a partir de meros procesos naturales» es una enunciación de fe. Primero debemos notar que tenemos tres proposiciones: «no existe Dios», «no puede haber dios» y «todo se desarrolló a partir de meros procesos naturales». El Dr. Spencer da a entender que cada una de estar afirmaciones está a la par de decir «Dios existe», «Jesucristo es el Señor y Salvador», «la madre de Jesús era virgen», «un trozo de pan tiene la substancia del cuerpo físico y la sangre de Jesucristo», «Dios es un ser que comprende tres personas», etc.
    La proposición «no puede haber dios» claramente es conceptual y no empírica. Cualquiera que la afirme lo hará arguyendo que un concepto particular de dios contiene contradicciones, y por tanto no es significativo. Por ejemplo, creer que «algunos cuadrados son circulares» parece una contradicción lógica. Círculos y cuadrados están definidos de tal manera que los círculos no pueden ser cuadrados y los cuadrados no pueden ser círculos. James Rachels ha afirmado que dios es imposible, pero cuando mucho este argumento muestra que los conceptos de un Dios todo poderoso y uno que demanda adoración de Sus creaciones son contradictorios. Rachels dice que el concepto de adoración es inconsistente con el concepto de Dios judeo-cristiano tradicional.
    Rachels hace una argumentación. Algunos la encuentran convincente, otros no. Pero parece que su creencia no es un acto de fe en el mismo sentido que lo es el creer en la Encarnación, la Trinidad, Transubstanciación, o en la concepción virginal de Jesús. Los tres primeros artículos de fe parecen estar a la par con creer en la cuadratura del círculo; ya que, requieren de creer en contradicciones lógicas. De los nacimientos virginales ahora sabemos que son posibles, pero la tecnología para la implantación de óvulos fertilizados no existía hace dos mil años. Pero la creencia en el nacimiento Virginal involucra el creer que Dios milagrosamente impregnó a María con Él mismo. Y esta creencia parece también desafiar la lógica. Todos los argumentos acerca de estos artículos de fe son bastante diferentes del argumento de Rachels. Lo mejor que se puede hacer para defender estos artículos de fe es señalar que no se puede demostrar su imposibilidad. Sin embargo, el argüir que las contradicciones lógicas a pesar de todo podrían ser verdades, parece algo inelegible. Tal defensa requiere el abandono de los principios lógicos requeridos para hacer cualquier argumentación y en consecuencia dicha defensa es autoaniquilante. El hecho de que tanto los argumentos de Rachels y los de defensa de artículos de fe no sean empíricos o resolubles mediante métodos científicos difícilmente los iguala como materia de fe.
    La proposición «Dios no existe» es totalmente diferente a la de no puede haber dios. La última hace una afirmación de posibilidad; la primera es una afirmación de vigencia. Dudo que haya muchos teólogos o defensores del Cristianismo que dirían que su fe es una creencia en la posibilidad de esto o de aquello. Uno puede creer que no hay Dios porque no puede haber dios, pero uno puede también ser escéptico de la existencia de Dios mientras se admite la posibilidad del Dios judeo-cristiano. Dudar de la existencia de Dios es análogo a ser escéptico de Pie Grande, el Monstruo del Lago Ness, Santa Claus y el Conejo de Pascua. Aunque, aquellos que creen en Pie Grande y Nessie, por ejemplo, no creen por fe. Decir que tienes fe en Pie Grande o en Nessie suena ridículo. Los creyentes de Pie Grande piensan que existe buena evidencia de su existencia. Los que permanecen escépticos dicen que la evidencia no es sólida y no es suficiente para apoyar la proposición de que Pie Grande existe. Los no creyentes en Pie Grande no son escépticos como acto de fe, sino porque la evidencia no es convincente. Por otro lado, creer en Dios, puede ser un acto de fe o una creencia basada en conclusiones a partir de la evidencia y argumentación. Si la creencia teísta es un acto de fe, entonces el que la posee piensa que la evidencia en contra supera o iguala a la evidencia a favor, o mantiene la creencia sin interés por la evidencia. Del otro lado, la creencia no es un acto de fe, sino de creer que la evidencia a favor es más fuerte que la evidencia en contra.

    Naturalismo
    Por último, la proposición «todo se desarrolló a partir de meros procesos naturales» no es necesariemente un acto de fe. Si las únicas dos alternativas son que todo surgió de fuerzas sobrenaturales y de fuerzas naturales, y una es poco convincente por los argumentos o evidencia presentada por aquellos que creen en fuerzas sobrenaturales, lógicamente, la única creencia razonable es que todo se desarrolló a partir de fuerzas naturales. Sólo si la evidencia a favor de un ser sobrenatural fuera superior o igual a la evidencia y argumentos en contra, el creer que todo surgió por meros procesos naturales sería materia de fe.
    Aquellos de nosotros que somos ateos, y creemos que todo se desarrollo por fuerzas naturales, casi universalmente mantenemos que los teístas y sobrenaturalistas tienen un caso muy débil a favor de su creencia, aún más débil que el caso a favor de Pie Grande, Nessie o Santa Claus. Por tanto, nuestro descreimiento no es un acto de fe, y por consiguiente, no es no racional como las creencias de los teístas y apologistas cristianos. Con todo, si los defensores del Cristianismo insisten en que su versión cristiana y el rechazo de sus puntos de vista son igualmente actos de fe, insistiré en que ellos tienen una fe no racional, mientras que sus oponentes tienen una fe racional. Aunque pienso que sería menos deshonesto y engañoso admitir que los ateos y naturalistas no basan sus creencias en fe de ningún modo cercana a la fe religiosa.

    Voz «Fe» en el Diccionario Escéptico.
    Ver también Propuesta.

  4. La palabra Dios

    miércoles, mayo 10, 2006

    © William D. Gray

    Si se provee de unos criterios descriptivos para la palabra Dios, la afirmación «Dios existe» tiene significado empírico. Si se define a Dios como la existencia en sí misma, «Dios existe» es una tautología porque es verdad por definición. Si se apuntan a ciertos hechos experienciales como verificadores de la propuesta «Dios existe» pero no se permite que ninguna experiencia pueda contradecirla, simplemente se está dando una opinión. Finalmente, si no se dan criterios descriptivos de la palabra Dios y se afirma que no se tienen medios para verificar o falsificar si Dios existe, entonces se está hablando metafísicamente.
    Sólo en el primero de los casos se plantearía la posibilidad de demostrar si la afirmación «Dios existe» es verdadera o falsa.
    Por desgracia, siempre que se propone que Dios existe se hace bien dando una opinión o hablando metafísicamente (cuando no se incurre en alguna falacia argumentativa como afirmar una tautología).

    De Thinking critically about New Age ideas (1991).
    Vía Las Pirámides del Cerebro.