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  1. © Javier Sampedro (*)

    Porque la naturaleza humana no es cosa de genes, responderá el místico. Porque nuestros genes parecen los mismos pero no lo son, protestará el técnico. Porque no somos más que ratones, sonreirá el cínico. Expresadas con más solemnidad, y sobre todo con muchas más palabras, éstas vienen a ser las tres reacciones generales a la más chocante paradoja que la moderna genómica nos ha arrojado a la cara: que sólo tenemos 25.000 genes, pocos más que un gusano y muchos menos que una cebolla, y que encima los compartimos con el ratón. El místico, el técnico y el cínico tienen una brizna de razón, no digo que no, pero les voy a proponer otra respuesta mucho mejor.
    Un siglo de neurología ha demostrado por encima de toda duda razonable que el córtex cerebral, sede de la mente humana, está hecho de módulos especializados. Una lesión localizada puede eliminar las inflexiones gramaticales, las operaciones aritméticas, el tacto social o la capacidad para tomar decisiones, y las modernas técnicas de imagen confirman cada día la naturaleza modular de nuestra mente. Pese a todo ello, hace casi 30 años que el neurólogo norteamericano Vernon Mountcastle se convenció de que el córtex es casi uniforme por cualquier criterio que se considere -el mismo aspecto, la misma organización en seis capas, los mismos tipos de neuronas en cada capa, la misma arquitectura de circuitos- y, en un brillante salto conceptual, propuso que todas las áreas del córtex, los célebres módulos especializados, ejecutan la misma operación. No precisó cuál.
    Pero no importa, porque si su hipótesis es correcta, los estudios de decenas de laboratorios sobre cada área concreta del córtex ya nos han dado casi todas las pistas. Tomen, por ejemplo, las áreas visuales del córtex. Forman una "cadena humana", excepto que el cubo mejora en cada relevo. La primera área recibe de la retina un vulgar informe de luces y sombras, pero entrega un mapa de fronteras entre luz y sombra, clasificadas por su orientación precisa. La siguiente recibe esas líneas y entrega polígonos, que la otra convierte en formas tridimensionales. Y ahora vean lo que hace la siguiente: recibe formas concretas (un cubo visto en cierta orientación) y entrega formas abstractas (un cubo visto en cualquier orientación). Más arriba en esa jerarquía hay pequeños grupos de neuronas que significan "Bill Clinton" o "Halle Berry", por citar dos ejemplos reales descubiertos por Christof Koch, de Caltech.
    Ya lo ven. Si Mouncastle está en lo cierto, ya sabemos el secreto de la mente humana, porque todo el córtex debe funcionar como el córtex visual: aprendiendo qué elementos tienden a darse juntos en el input, poniendo un nombre a ese conjunto y pasando el nombre a la siguiente área del córtex para que le aplique el mismo procedimiento. Ésta es la esencia de la teoría de Jeff Hawkins, ingeniero informático de Sillicon Valley y director del Instituto Redwood de Neurociencias. Léanla en su libro Sobre la inteligencia (Espasa, 2005).
    ¿Ven ahora por qué tenemos los mismos genes que un ratón? Porque lo único importante que nos distingue de un ratón es que nuestro córtex es más grande y, por tanto, puede dar más pasos de abstracción. Para agrandar el córtex no hacen falta miles de nuevos genes. Lo más probable es que no haga falta ni uno solo, y que baste con tocar un poco los niveles de actividad de unos pocos genes maestros: los que diseñan las unidades básicas del córtex, que por supuesto son los mismos en un ratón y en una persona.
    Esas unidades se llaman columnas. Cada una ocupa medio milímetro en la superficie del córtex y tiene unas 10.000 neuronas distribuidas en seis capas apiladas, con una arquitectura típica de conexiones. Los detalles de su estructura y la lógica genética de su construcción se conocerán pronto. Si son la clave de todo el córtex, el enigma de la mente humana está por fin al alcance.

    (*) Publicado en El País de Madrid (6-08-2005)

  2. 2 comentarios:

    1. Un lector de Razón Atea, que sólo firma como "Otro anónimo", ha preguntado insidiosamente por qué somos tan distintos de los animales (ver comentarios al primer artículo de julio de 2005), acaso presuponiendo con su pregunta que, en realidad, Dios nos ha tocado con el dedo para ser distintos. He aquí un texto que indica, en realidad, por qué nos parecemos tanto. Un amigo suele decir: "yo fui tocado por Dios, pero me metió el dedo en el ojo".

    2. Anónimo dijo...

      Aunque a mí los "San" siempre me resultan algo sospechosos, Javier Sampedro cuenta con toda mi simpatía. Su didáctico artículo no hace más que refrendar los diarios descubrimientos acerca del genoma humano, con su principal tema derivado: la clonación. La ardua tarea de la decodificación del ADN y la correcta lectura de la función de cada gen es apasionante. Carl Sagan dice que somos primos de los árboles (genéticamente hablando). ¿Por qué durante por lo menos cien años, la ciencia ha utilizado a los "cobayos" como animales de laboratorio? Los han sometido a todos los químicos posibles. Pobres ratones, "los seres eliminables". Otra que Dr. Moreau. Wells ya sabía que éramos parientes de esos mamíferos antisociales. Pinky, Cerebro y el Ratón Pérez terminarán dominando al mundo.