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  1. © José Andrés Rojo

    Slavoj Žižek habla como una ametralladora. Y gesticula y se sumerge en la conversación como si le fuera la vida en ello. Nació en Liubliana (Eslovenia) en 1949 y es filósofo. Ha escrito de todo (la guerra de Irak, el cristianismo, el psicoanálisis, el 11-S, el ciberespacio, el cine), ha dado conferencias en La Sorbona, Harvard, Columbia, Princeton, Georgetown y trabaja como investigador en el Instituto de Estudios Sociales de su país. Vive un tercio del año en Buenos Aires (está casado en segundas nupcias con una argentina), otro tercio lo pasa en los aviones, y el resto en la ciudad donde nació, y donde aprendió a amar la filosofía de la mano de Heidegger en plena época comunista. A las nueve y media de la mañana, Žižek ya ha desayunado un par de veces, primero en su habitación y luego en el comedor, así que se toma una coca-cola y dice que es un tipo compulsivo que no deja de trabajar: «Si no lo hago, me siento culpable». Todavía defiende la lucidez de Marx para analizar el capitalismo, critica los mitos de la sociedad occidental (como el de la tolerancia) y reivindica la necesidad de mantener altas las espadas y luchar por la libertad. Ahora está con Hegel, «siempre ha sido uno de mis referentes», pero esta vez va en serio. «Siempre piensas que tienes que hacer el libro, y ya no puedo aplazarlo más, ya voy siendo mayor».
    En la que va a ser su obra definitiva (Žižek publica con frecuencia y aborda temas muy distintos, como si luchara permanentemente en varios frentes), pretende poner en relación a Hegel con el cristianismo. «Para ellos, lo que ocurre de verdad es que Dios muere en la cruz y que nos ha dejado solos, y que por eso no queda más remedio que vivir en una comunidad igualitaria. Ya no existe un Dios en las alturas al que exigirle cuentas, vivimos ya en el desorden y lo que vaya a pasar es asunto nuestro».
    Por si las cosas fueran a tergiversarse, Žižek se confiesa de inmediato ateo y reniega de un Papa, como Juan Pablo II, al que le gustaban los numeritos paganos de «una Virgen ascendiendo a las alturas y cosas por el estilo». Y añade: «El ateísmo hoy pasa por los caminos del cristianismo. No por ese ateísmo hedonista que se ha convertido en una obligación».
    Žižek tuvo que vivir cinco años de la traducción cuando terminó sus estudios porque no caía bien a las autoridades comunistas y le impidieron enseñar en la universidad. En 1990 se presentó a las elecciones presidenciales de Eslovenia en una candidatura colectiva. «Fue en parte un juego, pero tenía que estar ahí apoyando una candidatura laica de izquierda frente al pavoroso ascenso de las ideologías nacionalistas», dice. Es un tipo que ha escrito mucho de cine porque cree que son las películas «las que de verdad atrapan la ideología de una época». Su sueño secreto: dirigir una ópera. «A ser posible, el Parsifal de Wagner en Bayreuth».
    Žižek estuvo recientemente en Madrid camino de Valladolid, donde recibió uno de los premios, el de Humanidades y Pensamiento, de la Fundación Cristóbal Gabarrón. Dio una conferencia en el Círculo de Bellas Artes, y llenó. Habló de Platón. Ideas e ideas como proyectiles: «Estamos en una situación complicada, y por eso me acuerdo de T. S. Eliot, que decía que a veces hay que elegir entre la muerte y la herejía. Quizá ha llegado el tiempo en Europa de ser de nuevo heréticos, de reinventarnos».

    Vía: El País de Madrid.

  2. El «nuevo ateísmo»

    miércoles, octubre 17, 2007

    © A. J. Chien
    Traducción de Anahí Seri
    «Es el momento del ateísmo». Así lo afirma David Steinberger, director ejecutivo de Perseus Books LLC, que recientemente ha fichado a Christopher Hitchens para que edite un libro de lecturas ateas, que se publicará este otoño. El libro seguirá a God is Not Great (Dios no es grande) de Hitchens, el último de una retahíla de libros críticos con la religión que se han convertido en modestos superventas en los últimos años. En junio de 2007, había en imprenta 296.000 ejemplares del libro de Hitchens; 500.000 de The God Delusion (El espejismo de Dios) de Richard Dawkins; y 185.000 de Letter to a Christian Nation (Carta a una nación cristiana) de Sam Harris. El anterior libro de Harris, The End of Faith (El fin de la fe) se mantuvo, en 2004, durante treinta y tres semanas en la lista de superventas del New York Times.
    ¿Cómo pudo ocurrir tal cosa en un país en el que mayorías de más del 80% afirman creer en Dios, Cristo y los milagros? De acuerdo con algunos libreros, el deseo de «conocer al enemigo» es parte de la razón por la cual los libros se han vendido incluso en el Cinturón Bíblico. Pero puede que esté actuando también otra dinámica. Dawkins sugiere que lo que John Stuart Mill escribió en el siglo XIX sigue siendo cierto en la actualidad. «El mundo se asombraría si supiera cuán grande es la proporción de sus más relucientes ornamentos, de aquellos que más se distinguen incluso entre el pueblo por su sabiduría y virtud, que son completos escépticos en materia de religión». Pero en una cultura muy religiosa, declararse ateo puede ser tan difícil como era confesarse homosexual hace cincuenta años. Hoy en día, tras el movimiento del orgullo gay, el 55% de los que responden a una encuesta de Gallup declaran estar dispuestos a votar por un candidato homosexual: un porcentaje inferior al de los que votarían por un católico, una afroamericano, una mujer, un mormón o un septuagenario, pero más elevado que el 45% que votaría a favor de un ateo. Dawkins, entre otros, confía en ayudar a inspirar un movimiento de orgullo ateo, formando una masa crítica que animaría a los no creyentes a salir del armario.
    El argumento central de Dawkins es una variación sobre el argumento del diseño, que él ve como «fácilmente, el argumento más popular de los que actualmente se ofrecen a favor de la existencia de un Dios». La complejidad organizada de la naturaleza no podría haberse creado por azar. Del mismo modo que al encontrar un reloj inferimos la existencia de un relojero, al encontrar ojos, alas o sistemas digestivos deberíamos inferir un hacedor de la naturaleza. En su anterior libro El relojero ciego, Dawkins admira el asombro de William Paley, el teólogo del siglo XVIII que formuló este argumento, prefiriéndolo antes que la respuesta displicente de quienes no ven ninguna necesidad de explicar la naturaleza. Pero, por supuesto, Dawkins y la ciencia moderna dan una respuesta distinta de la de Paley. Si bien las mutaciones genéticas se producen por azar, en ocasiones una mutación mejora la aptitud. Los individuos con estas mutaciones tienden a dejar más descendencia, con lo que aumenta la proporción de la mutación en el banco de genes. A lo largo de un gran número de generaciones, una sucesión de mutaciones seleccionadas por la naturaleza dan lugar a adaptaciones complejas y a la apariencia de diseño.
    Así pues, el argumento a partir del diseño falla; cierto, es extremadamente improbable que la complejidad organizada apareciera por azar, pero es que no fue así. Todo esto sólo muestra que la existencia de Dios no ha quedado probada. Pero Dawkins aspira a más, a demostrar la inexistencia de Dios, modificando el argumento para aplicarlo a Dios. Un ser capaz de crear la naturaleza debe tener a su vez una complejidad organizada, y es muy improbable que ésta hubiera surgido por azar. Así pues, Dios, o al menos un Dios creativo como el de Abraham, probablemente no existe. Pienso que Dawkins tiene razón cuando afirma que no hay ninguna buena respuesta a este argumento, porque pone de manifiesto el doble estándar que es esencial para todas las versiones del creacionismo o del «diseño inteligente»: hay que explicar la naturaleza, pero Dios no necesita explicación alguna. El reciente libro de Victor J. Stenger estudia de manera exhaustiva los conflictos entre la ciencia moderna y la hipótesis de Dios.
    Estos asuntos están relacionados con la cuestión de si las creencias religiosas son ciertas, pero otro tema es dirimir si son nocivas. Es una cuestión independiente. Una opinión común, lo que Daniel Dennett llama la «creencia en la creencia», es que incluso si una religión dada no es cierta, inspira cosas buenas y por eso merece ser preservada. Harris y Hitchens nos recuerdan, sin embargo, las atrocidades inspiradas por la religión, a lo largo de la historia y hasta la actualidad: por no citar más que uno de los innumerables ejemplos, la inmolación, tras unas torturas indescriptibles, de los acusados de herejía durante la Inquisición. A quienes desestiman estos hechos calificándolos de perversiones del judeocristianismo, Harris les contesta señalando que, por el contrario, obedecían a mandatos de las escrituras tales como los siguientes:

    Si oyes decir que en una de las ciudades que Yahvé tu Dios te da para habitar en ella, algunos hombres, malvados, salidos de tu propio seno, han seducido a sus conciudadanos diciendo: «Vamos a dar culto a otros dioses», desconocidos de vosotros, consultarás, indagarás y preguntarás minuciosamente. Si es verdad, si se comprueba que en medio de ti se ha cometido tal abominación, deberás pasar a filo de espada a los habitantes de esa ciudad; la consagrarás al anatema con todo lo que haya dentro de ella. Amontonarás todos sus despojos en medio de la plaza pública y prenderás fuego a la ciudad con todos sus despojos, todo ello en honor de Yahveh tu Dios. Quedará para siempre convertida en un montón de ruinas, y no volverá a ser edificada. (Deuteronomio 13: 12-16)


    La Biblia tiene muchos pasajes como éstos. Dios ordena la muerte de los homosexuales, los adúlteros, las novias que no son vírgenes, aquellos que desobedecen a los sacerdotes, los que trabajan el sabbat, los niños rebeldes, todos los primogénitos de Egipto, los que obstaculizan a los hebreos o aquellos cuyos antepasados lo hicieron, los anteriores habitantes de la tierra prometida, y aquellos que desobedecen a Dios, entre otros. No hay clemencia para mujeres y niños. (Por ejemplo Éxodo 12:1-30, 32:1-28; Levítico 20:1-16; Números 31:7-18; Josué 6:1-21, 10:28-43; Samuel 15:1-33.). Esto parece suficiente para descalificar las escrituras como la mejor fuente de inspiración moral, por más que existan muchos pasajes excelentes.
    A menudo se considera que el Nuevo Testamento es más amable que el Viejo. Pero parece ser que Jesús aprueba toda la ley hebrea (Lucas 16:17, Mateo 5:17-18). Los evangelios tienen sus propias manchas, entre ellas el representar a los judíos como responsables colectivamente de la muerte de Jesús (por ejemplo Mateo 27:25), lo cual inspiró pogromos durante siglos. Y luego está el infierno: como señaló Bertrand Russell, este concepto solo ya descalifica al cristianismo como religión amable. Incluso aquellos que llevan unas vidas moralmente ejemplares, pero que no aceptan al Salvador, están destinados al fuego eterno. El perjuicio es real, aunque el infierno no lo sea. Dawkins nos habla de Jill Mytton, una psicoterapeuta especializada en ayudar a las personas aterrorizadas por el pensamiento del infierno, con frecuencia siendo niños. Mytton sugiere que el daño psicológico es tan grave como los abusos infligidos por los sacerdotes pedófilos.
    La mayoría de los devotos son personas decentes, no se creen todas las escrituras (o en los EE. UU. no saben mucho de ellas, de acuerdo con las encuestas), reconocen los abusos de su fe, en el presente y en el pasado, y a menudo apoyan una reforma desde dentro. Así, Leora Tanenbaum, en su reseña de Hitchens, descalifica sus argumentos contra la religión diciendo que están «basadas en el mínimo común denominador». Y cuando las personas religiosas hacen cosas malas, no podemos asumir que es debido a su religión, como tampoco podemos asumir que cuando los ateos hacen cosas malas es por culpa de su ateísmo. Un candidato al menos igual de válido es la naturaleza de la persona: en general, las personas buenas hacen cosas buenas y las malas, cosas malas.
    Ahora bien, aquí llegamos al meollo de la cuestión. Dawkins cita lo que añade Steven Weinberg: «Pero para que la gente buena haga cosas malas, hace falta la religión». El Papa, ¿condena el uso del condón en África, a pesar de las muchas vidas que salvaría, porque es mala persona? Los muchos fundamentalistas estadounidenses que ven con buenos ojos la guerra nuclear porque presagiaría el Segundo Advenimiento, ¿lo hacen porque son malas personas? Los cruzados, muchos de ellos pobres, que sacrificaban su sustento y se endeudaban por la causa, ¿eran simplemente malas personas? Aquí el problema es que la fe tiene el poder de imponerse por encima de la evidencia y del sentido común. Ésa es la esencia de la fe.
    Los moderados renuncian a una parte de su religión como reconocimiento de la modernidad. Pero entresacar pasajes de las enseñanzas religiosas no es seguir una religión, del mismo modo que el que elige qué leyes cumplir y cuáles no, no es un ciudadano respetuoso con la Ley. Son los extremistas los que están siguiendo la religión. Y lo que queda después de que uno ha entresacado determinados pasajes y rechazado los demás, no se puede considerar una fuente de moralidad, puesto que esta misma selección debe hacerse en función de una concepción del bien y del mal que ya se tiene previamente. Este sentido del bien y del mal es algo que uno da por supuesto en un adulto normal, independientemente de sus convicciones religiosas. Como plantea Hitchens, ¿no es insultante suponer que los hebreos, antes de recibir de Dios los mandamientos, no sabían que robar está mal?
    Mientras tanto, argumenta Harris, la moderación religiosa, en la medida en que insiste en la tolerancia, legitima el extremismo. Si se deben respetar todos los tipos de fe, eso incluye la fe de aquellos que creen que habría que ejecutar a homosexuales y adúlteros (como hacen los cristianos reconstruccionistas), o que las viudas hinduistas deberían inmolarse, o que las musulmanas solteras que van a ser madres deberían ser lapidadas. En una sociedad civil, podemos intentar controlar estos extremos mediante leyes y castigos penales. Pero la tolerancia religiosa significa que no podemos llegar a la raíz del problema: no podemos desacreditar las creencias en las que se basan estas actuaciones. De hecho, desde el punto de vista del creyente, el caso es impecable. Si Dios lo ordena, se debe hacer.
    Harris, Dawkins y Hitchens han sido objeto de numerosas reseñas, pero tengo la impresión de que estos puntos centrales a penas se han tratado. Una crítica común, por ejemplo por parte de Terry Eagleton, es que Dawkins pasa por alto muchas variantes de la creencia cristiana. Pero cualquier variante que plantea un Dios intervencionista está sujeta a los argumentos de Dawkins; si hay una variante que no lo hace, no es eso de lo que habla Dawkins. Por tanto, la crítica no tiene sentido. También son típicas las críticas como las que hace Tanenbaum: afirmar, sin más, la existencia de creyentes moderados es fácil, pero no es más que repetir lo que se ha concedido e ignorar el argumento sobre ellos.
    Yo, por mi parte, estoy básicamente de acuerdo con el caso hasta ahora. Pero no deberíamos ceñirnos a la religión. La gente tiene fe en muchas otras cosas aparte de Dios: en sus corredores de bolsa, en su equipo de fútbol, en sus amigos. Por supuesto que esto no siempre es nocivo, y puede ser beneficioso. A través de la fe en sí mismo, un alcohólico en fase de recuperación puede hallar la fuerza de voluntad que necesita. Su historia tal vez indique que no será capaz de recuperarse, pero para tener alguna oportunidad necesita creer en que será capaz.
    Pero consideremos ahora la fe en el país y en sus dirigentes políticos. Russell escribió una vez sobre un amigo griego que había analizado las motivaciones interesadas de todas las naciones que participaban en la Primera Guerra Mundial, salvo Grecia, país que, sin duda alguna por su parte, no tenía más que nobles intenciones. Si no nos vemos reflejados en esta historia, se debe a nuestras propias orejeras nacionalistas: la fe en lo que el país hace bajo su liderazgo político, lo cual recuerda la frase «Dios y la nación». Esto es nocivo, pues es parte de lo que alimenta la guerra. Es una fe que nos predispone a seguir a nuestros líderes sin exigir pruebas de que la guerra es necesaria, como requiere la democracia.
    Y no sólo ocurre entre la gente inculta. Comencemos con Sam Harris. Harris piensa que su crítica de la religión es especialmente urgente porque los terroristas podrían acceder a armas de destrucción masiva. Y él está convencido de que estos terroristas están motivados por la religión, en particular el Islam. Así pues, su crítica, por lo demás ecuménica, incluye un capítulo dedicado a «El problema del Islam». Desde su punto de vista, el problema es que el Corán ordena repetidamente la muerte de los no creyentes y promete recompensas celestiales a quienes lleven a cabo las órdenes. Esta es la razón por la cual «debemos enfrentarnos ahora a terroristas musulmanes en cualquier parte del mundo, más que a los jainistas». Daniel Dennett tiene una visión similar (Hitchens es un caso especial complicado).
    Harris se sitúa fuera de lo común con su énfasis en los motivos religiosos del terrorismo. El punto de vista ortodoxo es el expresado, por ejemplo, por Louise Richardson, quien admite que la religión es un posible factor, en parte porque promueve una visión del mundo maniquea en la cual los terroristas son buenos y sus objetivos malos. Pero añade que ésta «nunca es la causa única del terrorismo; más bien, las motivaciones religiosas se entretejen con factores económicos y políticos», y en términos generales con «las tres R»: revancha, renombre, reacción. Consideremos las bombas de Londres en julio de 2005. De acuerdo con la primera asignación, plausible, de responsabilidad, las bombas fueron una respuesta al apoyo británico a los EE. UU. en Irak y Afganistán. A los sospechosos los había inducido, supuestamente, la cobertura televisiva de los civiles muertos en Irak. Eso concordaba con la valoración de la inteligencia británica antes del atentado, en el sentido de que la intervención británica en Irak aumentaba el riesgo del terrorismo en suelo británico. El Informe Nacional de Inteligencia de EE. UU. también ha señalado que la ocupación de EE. UU. motiva a los terroristas. Así pues, esto apoyaría esencialmente el argumento de la primera «R» de Richardson, la revancha.
    El reconocer la venganza como motivo no justifica el terrorismo, pero nos invita a ampliar nuestra condena. El número de víctimas civiles a causa de la invasión y ocupación de Irak anda por los cientos de miles, de acuerdo con un estudio publicado en The Lancet, y una proporción en declive, pero considerable, de estos muertos (de un tercio a un cuarto en un período de tres años) se atribuyen directamente a los golpes militares de EE. UU. Como ha explicado Nick Turse, el público sabe poco acerca de los ataques sistemáticos por parte de las Fuerzas Aéreas de EE. UU. en los centros de población iraquíes, debido al secreto que guarda el Pentágono y a que se informa poco de ellos. En Afganistán, incluso Hamid Karzai ha denunciado los bombardeos regulares de la OTAN en zonas civiles; el número total de muertos no se conoce, pero hace cinco años había varias estimaciones que hablaban ya de miles. Otro conocido motivo de queja en el mundo islámico fue que EE. UU. promoviera de manera agresiva y consciente las sanciones contra Irak, que desempeñaron un importante papel en las muertes de cientos de miles de niños, de acuerdo con varios estudios.
    Nuestras víctimas superan, con mucho, las del 11 de septiembre. Pero Harris se une a la corriente dominante de los intelectuales occidentales ayudando a que aumente el número de muertos, asegurándose de que no nos avergoncemos. Él niega la «equivalencia moral» entre nuestros actos y los de los terroristas, y no lo hace negando los hechos: acepta que «sin duda, hemos hecho cosas terribles en el pasado [e] indudablemente estamos preparados para hacer cosas terribles en el futuro», y menciona el genocidio de los nativos americanos, la esclavitud, los bombardeos de Camboya, el apoyo a las dictaduras, etc. Sin embargo, Harris traza la habitual distinción entre nosotros y los terroristas: somos un «gigante con buenas intenciones». No matamos a los inocentes adrede. Si tuviéramos una «arma perfecta» que no produjera daños colaterales, razona, la emplearíamos para matar sólo a los malvados, mientras que los terroristas la emplearían para matar a inocentes.
    Aquí se plantean dos problemas. En primer lugar, imaginemos que un hombre quema una casa sabiendo que hay gente dentro. Su propósito no es matar a la gente, sino que quiere asegurarse que la casa no se emplee para tráfico de drogas. ¿Es él menos culpable que una persona cuyo objetivo es matar a la gente? Se diría que no. Esto queda reflejado en el derecho criminal de EE. UU., según el cual «a sabiendas» y «a propósito» son estados moralmente equivalentes a lo que se denomina mens rea (mente culpable). Así pues, en ambos casos se puede condenar por asesinato al pirómano. Nótese también que si el primer hombre pudiera decir, sin faltar a la verdad, que habría echado mano del «fuego perfecto» para salvar a las víctimas, eso no reduciría su culpa. Provocó, a sabiendas, un fuego real, y es responsable de ello.
    Este argumento de Harris aparece en el contexto de una crítica a Chomsky. Anticipando la respuesta de Chomsky (correctamente, en mi opinión) de que, independientemente de la intención, somos responsables de las consecuencias probables de nuestros actos, Harris replica que ésta es una norma poco razonable, citando a los fabricantes de montañas rusas, bates de béisbol y piscinas, quienes sin duda son inocentes a pesar de los daños potenciales que pueden derivarse del uso de sus productos. Que juzgue el lector si lanzar bombas de 200 kilos en zonas residenciales que se sospecha albergan a insurgentes es algo que se parece más al pirómano o al fabricante de piscinas. Para eliminar el sesgo, deberíamos imaginar que los aviones a reacción iraquíes bombardean regularmente los barrios de California persiguiendo a los sospechosos de ocupar Irak, tras una invasión ilegal de Irak por parte de EE. UU.
    Y esto nos lleva al segundo problema que presenta el apelar a nuestras buenas intenciones. ¿Qué pruebas hay? Harris acepta el registro histórico, que incluye muchos casos en los que ni siquiera se puede decir que la matanza de inocentes fuera un daño colateral, como los bombardeos de saturación en Laos, Camboya, Vietnam, el patrocinio de los escuadrones de la muerte en Guatemala, El Salvador, Nicaragua y otros lugares de América Latina, el derrocamiento de gobiernos elegidos democráticamente y el apoyo a las dictaduras en Chile, Irán, Guatemala, Haití y muchas otras. Aquí, los civiles fueron el objetivo, por razones expuestas en nuestros propios documentos de seguridad nacional: promover gobiernos que sirven a nuestros intereses económicos y estratégicos, desestabilizar a los que no, y combatir a los insurgentes, en parte cortándoles la ayuda para los ciciles. En el caso de Irak, recomiendo el libro Crude de Sonia Shah, en el cual nuestros intereses en el petróleo quedan todo lo patentes que deben estar (unos intereses a los que sirve una ley pendiente de Irak, redactada bajo supervisión de EE. UU., que otorgaría gran parte del control del petróleo iraquí a empresas extranjeras).
    Los americanos que ven buenas intenciones en las intervenciones de EE. UU. lo hacen por ser americanos. Ante hechos similares perpetrados por nuestros enemigos, no tenemos dudas sobre nuestros juicios morales: no nos planteamos las buenas intenciones de Irak cuando invadió Kuwait ni las de la Unión Soviética cuando instauró un gobierno títere en Afganistán, e hicimos bien. Análogamente, los extranjeros a menudo no llegan a captar nuestra benevolencia. Por ejemplo, una encuesta de la BBC de enero de 2007 determinó que en 18 países fuera de EE. UU., solamente el 29% de los que respondieron a las preguntas opinaban que los EE. UU. desempeñan en el mundo un papel fundamentalmente positivo. A la hora de exaltarnos a nosotros mismos (con la ayuda de los medios de comunicación), no diferimos del patriota griego al que se refiere Russell.
    He aquí, pues, la fe nacionalista de Harris. No es la fe de aquellos que niegan los hechos históricos, o no son conscientes de ellos. Es más fuerte. Porque como intelectual, él acepta las pruebas, que luego hay que invalidar. Esto, como hemos visto, es la esencia de la fe. E igual que ocurre con la fe religiosa, viene acompañada de la ilusión maniquea. En este sentido, la opinión de Harris de que «tenemos que enfrentarnos a los terroristas musulmanes en todos los rincones del mundo» no es tan distinta de la de Bush, que no es distinta de la de Bin Laden, salvo que el bando bueno y el malo están intercambiados. La explicación del registro histórico de EE. UU. es, no que somos malvados, sino que perseguimos nuestros propios intereses. Como todo el mundo; pero nuestro registro es peor porque tenemos más poder para hacerlo.
    Así pues, y porque éste es nuestro país, las críticas deberían comenzar en casa. Por ejemplo, si a Harris, Dennett o a cualquier otro americano le preocupa que las armas nucleares puedan caer en manos de los terroristas, deberían trabajar para cambiar la política de EE. UU. Los expertos nos dicen que las técnicas nucleares no son ningún secreto, y se pueden obtener de fuentes públicas, incluido Internet. Lo que se necesita es el control del material nuclear, como conseguiría el Tratado de Reducción de Materiales de Fisión. Al cual se oponen los EE. UU. EE. UU. rechaza negociar una zona libre de armas nucleares en todo Oriente Próximo (porque incluiría a Israel), como reclama la Resolución 687 del Consejo de Seguridad de la ONU. Al mantener su arsenal nuclear y desarrollar armas de la siguiente generación, EE. UU. está violando el Tratado de No Proliferación Nuclear. Socavando los acuerdos internacionales e interviniendo militarmente cuando lo considera conveniente, EE. UU. motiva a quienes podrían utilizar armas nucleares como venganza o en defensa propia, sean o no terroristas. Y todo esto supone para la civilización una amenaza mucho más grave que el Corán.

  3. Sobre Dios y la religión

    martes, octubre 16, 2007

    En 1989, cuatro años después de dar a conocer su ineludible ensayo El animal divino, el filósofo español Gustavo Bueno publicaba otro libro donde se explayaba en su teoría materialista de la religión. En Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión, el pensador profundiza algunas de las tesis ofrecidas en el volumen de 1985 pero, además, ofrece un repaso por su propia «experiencia religiosa» y reflexiona sobre, entre otros, temas como el llamado «Dios de los filósofos», el nihilismo religioso y la teología de la liberación.

    Las Cuestiones cuodlibetales…, editadas por Mondadori, eran prácticamente inhallables en las librerías de habla hispana. La Fundación Gustavo Bueno acaba de solucionar este problema con la edición digital, en formato PDF, de esta obra fundamental para el análisis filosófico de esos temas que interesan puntualmente a esta página. Es también un buen aperitivo para acompañar la publicación de una nueva obra de Bueno sobre estas cuestiones: La fe del ateo.

    A continuación, un fragmento del capítulo 1.


    ¿Por qué quienes son ateos y tampoco son religiosos pueden interesarse por Dios y por la religión?





    © Gustavo Bueno

    Supongamos probado este hecho: que existen, al menos en el mundo de las apariencias, muchos ateos (que se tienen y son tenidos por tales), así como también muchos hombres no religiosos (que se tienen y son tenidos por tales: «impíos», no practicantes, a veces llamados «duros de corazón» o, con terminología más conductista, «anticlericales») que, sin embargo, se interesan vivamente por Dios y por la religión. Hay que precisar algo más, sin embargo, para que este hecho adquiera el significado de un hecho problemático, incluso paradójico, de un «hecho» capaz de suscitar una cuestión general, de naturaleza filosófica como la que se expresa en nuestro enunciado titular. En efecto, el interés al cual nuestro enunciado se refiere, en cuanto tiene que ver, desde luego, con una categoría psicológica, es algo abstracto y confuso, porque ese interés tanto puede estar determinado (suscitado, motivado) por causas oblicuas o accidentales a lo «propiamente concerniente» a Dios y a la religión, como puede estar determinado por causas adecuadas, esenciales o directas («internas») a Dios o a la religión. También, simultáneamente, por causas o motivos oblicuos o internos confluyentes en un mismo sujeto o en un grupo de sujetos.
    Es evidente que un historiador de la música, aunque sea ateo o impío (es decir, se tenga o sea tenido por tal) tendrá que interesarse por Dios y por la religión, aunque no sea más que porque «Deus» es una palabra que aparece como soporte vocal de innumerables arias o coros de las misas católicas o luteranas y porque estas misas fueron originariamente compuestas para los servicios religiosos. Se comprende también que un fabricante de cirios pascuales, o un editor de devocionarios o un cosechero de uvas con destino a vino de misa, hayan de estar también vivamente interesados (si es que viven de su negocio) en los asuntos teológicos y religiosos, aunque sean ateos o impíos, lo que no les impedirá procurar obtener la mayor perfección y el mejor acabado posible de sus productos (cirios, devocionarios, vino de misa). Y puede incluso darse eventualmente el caso de que logren alcanzar sus objetivos más satisfactoriamente que otros fabricantes, editores o cosecheros cuyo afán teológico o fervor religioso les haga descuidar, como si fueran minucias, ciertos detalles técnicos significativos.
    Cuando nos referimos al interés por Dios o por la religión, lo hacemos sobreentendiendo a los intereses internos. Hablamos del interés por Dios o por la religión refiriéndonos a sus mismos contenidos semánticos propios o internos, y no a las determinaciones oblicuas que ellos pueden implicar. La cuestión titular ha de sobreentenderse aquí, por tanto, planteada en estos términos: ¿por qué quienes son ateos y tampoco son religiosos pueden interesarse adecuadamente (internamente) por Dios y por la religión?


  4. Reproduzco el comunicado de la Federación Internacional de Ateos :

    El pasado 9 de octubre tuvo lugar en las oficinas del Ayuntamiento de Toledo una reunión entre representantes de FIdA y el Concejal de Cultura, Ángel Felpeto Enríquez, con la presencia del 2º Teniente de Alcalde de la ciudad y Concejal de Vivienda, Aurelio San Emeterio, de la coalición Izquierda Unida.
    Habíamos negociado con San Emeterio la cesión del Centro Social Polivalente, de propiedad pública, para la celebración, del 9 al 11 de noviembre de 2007, del I Concilio Ateo organizado por nuestra asociación. Tres meses antes, el Concejal de IU nos había dado su compromiso de apoyo para que Toledo albergara la primera manifestación cultural atea de estas características, confirmando así la vocación de tolerancia y de convivencia entre culturas de que esta ciudad presume. En reuniones previas, que tuvieron lugar en las oficinas de IU a finales de julio y mediados de septiembre entre Aurelio San Emeterio y varios miembros de FIdA, éste había conocido el programa, el nombre de los invitados y las actividades previstas. Por supuesto, se trató del tema de la repercusión del Concilio y del riesgo que conllevaba su convocatoria, por lo que se acordó el envío de una nota a la Delegación de Gobierno solicitando protección policial al menos para dos de los participantes, JAM Montoya y Leo Bassi, víctimas de agresiones y amenazas por parte de integristas en más de una ocasión. Indudablemente, San Emeterio conocía la filiación católica del Alcalde socialista de Toledo, Emiliano García-Page, y la posibilidad evidente de que se mostrara contrario a la celebración del Concilio, por lo que optaría, nos dijo, por llevar el asunto de forma discreta, de modo que cuando llegara a conocimiento de García-Page éste no pudiera ya reaccionar. Estaba claro que el ambiente del consistorio y la correlación de las fuerzas políticas involucradas propiciaría ciertas ventajas a IU si adoptaba este tipo de pequeñas posturas desafiantes, y por otra parte sabíamos que contábamos con la antipatía del alcalde, cuya primera intervención pública, tras las elecciones, consistió, nada menos, que en recibir solemnemente las reliquias de un santo varón.
    Confiamos, pues, en las virtudes negociadoras de San Emeterio, y proseguimos así con los detalles de la organización y con la estrategia de propaganda. Semanas después, advertimos un creciente desapego por parte del mismo, reticencias a la hora de concretar diversos puntos y un cierto pánico escénico incipiente. Es obvio que el Sr. García-Page, con el “ahondamiento” que le caracteriza, había sido informado del proyecto y mantenido una amable monólogo con don Aurelio. En conversación telefónica, San Emeterio nos relató la situación, diciéndonos que «lo veía muy mal», puesto que el alcalde no estaba dispuesto a permitir en su ciudad ni la exposición fotográfica de JAM Montoya ni la actuación del «payaso» Leo Bassi. Pocos días después nos lo confirmaba, arguyendo que él tampoco conocía anteriormente las fotografías del Sanctorvm, y que le parecían «muy fuertes y provocativas».
    A la reunión con el Concejal de Cultura acudió, como Secretario de FIdA, Luis María González. Estuvieron además presentes otros miembros de la asociación, así como el propio San Emeterio. Durante la misma, que duró más de dos horas, García-Page llamó repetidamente al despacho de Ángel Felpeto, interesándose por el resultado de las negociaciones. El Concejal proponía, como condición imprescindible para la cesión de los locales (cesión no gratuita, por otra parte), que no se exhibieran las fotografías «blasfemas». Se definió como católico practicante, y nos aseguró que ni él ni el alcalde estarían dispuestos a permitir tal «provocación». La «provocación», en suma, se limitaba a exponer de forma privada, tan sólo accesible para los asistentes al Concilio, unas cuantas fotografías de contenido erótico. Pero ya se sabe, el respeto a las creencias religiosas parece ser un Molok imbatible en este Estado laico, en especial cuando sus representantes políticos se inclinan tan devotamente ante obispos y cardenales a la menor ocasión.
    Pero no se trataba solamente de JAM Montoya. Literalmente, Ángel Felpeto nos comunicó que «de ninguna de las formas vamos a permitir una celebración de esta índole, mientras el plantel de vuestros ponentes no sea diferente». Tras la reunión recibimos una llamada telefónica de San Emeterio, en la que nos decía que «no hay nada que hacer», pues minutos antes había sido llamado al despacho de García-Page, y éste le aseguró que no toleraría el Concilio ateo de ninguna de las maneras. El temor a la reacción de los votantes católicos –recordemos la presión ejercida por el obispo Cañizares durante los días de la pre-campaña, cuando convocó en Toledo un «viacrucis» de desagravio- importaba más al alcalde que cualquier argumento basado en nuestros derechos constitucionales…
    La FIdA no ha aceptado ninguna imposición semejante. No es ese nuestro estilo de hacer política. El programa del Concilio no podía someterse a condiciones de ese bajo nivel, y nuestra dignidad nos impide seguir negociando con tales interlocutores. No hemos aceptado el chantaje de unos políticos deshonestos y ajenos a los ideales que se suponen a los partidos que representan, el PSOE e IU. Unos, por impedir el derecho de parte de la ciudadanía a reunirse sin interferencias. Otros, por la desidia de permitirlo sin más respuesta que encogerse de hombros.
    La religión es una tara tradicional, de la que la cultura democrática permite, hasta cierto punto, liberarse. Seguimos embarcados en un amplio proceso de lucha política, cultural e institucional, cuyo objeto es frenar la influencia de las ideologías religiosas en el espacio público. Porque, aunque haya quien lo dude todavía, el laicismo representa un eje fundamental de la democracia, y no puede aceptarse ningún tipo de discriminación en una sociedad verdaderamente libre.
    Puesto que estamos firmemente convencidos de la legalidad y de la integridad de nuestro proyecto común, os animamos a difundir este comunicado, a denunciar la actitud de nuestros representantes públicos y a contribuir al proceso de expansión de nuestras ideas. También a promocionar, desde el más profundo sentido de la solidaridad, el I Concilio Ateo de Toledo, QUE SE CELEBRARÁ, si recibe el apoyo necesario, A PESAR DE LAS ACTUALES CIRCUNSTANCIAS. Todavía no podemos asegurar el lugar definitivo, y quizá debamos plegarnos a un cambio de fechas. Pero no renunciamos al objetivo ni a los contenidos previstos.
    Se comunicarán, en breve, aspectos más concretos de la nueva convocatoria. Las inscripciones ya formalizadas siguen siendo válidas, así como las que se realicen a partir de ahora. El I Concilio no se desconvoca, a pesar de todo, aunque naturalmente se trasladará de ubicación.
    La FIdA agradece las muestras de apoyo recibidas.

  5. El culpable. ¿Los culpables?

    miércoles, octubre 10, 2007

    Quien visite asiduamente esta página podrá dar cuenta de que hasta el momento no había hecho mención al juicio cursado contra el sacerdote católico Christian von Wernich, dado que la inclusión en este marco de su nombre podría significar algo así como una «sentencia previa» de mi parte. Pronunciarse por su inocencia o culpabilidad no habría tenido sentido alguno y preferí esperar a que los jueces dictaran su sentencia, aun sabiendo que los testimonios contra el cura eran contundentes. Ahora que puede decirse que Von Wernich es culpable de delitos de lesa humanidad, resta exigir a la Iglesia católica de la Argentina un pronunciamiento al respecto, dando a conocer su papel (o al menos el de muchos de sus miembros) en la «guerra sucia» que padeció el país entre los años 1976 y 1983.
    F.G.T.




    9/10/2007 (Efe)- La Justicia de Argentina ha sentenciado hoy a cadena perpetua al sacerdote católico Christian Von Wernich, el primer religioso condenado por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar (1976-1983).
    El ex capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires, de 68 años, ha sido condenado a la máxima pena prevista por las leyes locales por participar en siete homicidios calificados, 31 casos de tortura y 42 privaciones ilegales de la libertad.
    La sentencia ha sido impuesta por el mismo tribunal que en el 2006 condenó a prisión perpetua a un expolicía al cabo del primer juicio oral y público por violaciones a los derechos humanos celebrado tras la anulación parlamentaria de las «leyes del perdón», que habían librado de responsabilidad a más de un millar de represores.

    Aplausos y gritos de euforia
    «Todos los hechos referidos son delitos de lesa humanidad cometidos en el marco del genocidio» perpetrado en Argentina durante el último gobierno de facto, ha señalado el presidente del tribunal, Carlos Rozanski, tras enumerar los casos por los que ha sido sentenciado el sacerdote.
    El histórico fallo ha sido celebrado ruidosamente, con aplausos y gritos de euforia, por integrantes de organismos humanitarios que se encontraban tanto dentro como fuera de la sede del tribunal.
    Horas antes, la defensa de Von Wernich había solicitado al Tribunal Federal Número 1 de la ciudad bonaerense de La Plata que absolviera al sacerdote, al argumentar que durante el juicio quedaron «más dudas que certezas». «Quizás todo esté listo y todo esté preparado antes de empezar» para condenar a Von Wernich, ha subrayado su abogado, Juan Cerolini, al alegar que este proceso «violó el principio de igualdad ante la ley, como lo violaron los juicios de Nuremberg y Tokio».

    «Agente de inteligencia» de la dictadura
    Cerolini ha asegurado que el religioso sólo «prestaba servicios sacramentales» a las personas detenidas por la dictadura y que «muchos testigos» de cargo en este proceso «echaron a perder todo lo que sabían con todo lo que creían saber».
    La querella y la fiscalía, con diferencia de matices, habían pedido este lunes la pena de cadena perpetua para Von Wernich, quien fue capellán de la mayor fuerza de seguridad del país cuando ésta era dirigida por el fallecido general Ramón Camps, condenado a perpetuidad en 1986 por delitos de lesa humanidad.
    En las audiencias, numerosos testigos han declarado que Christian von Wernich colaboró con la dictadura ejerciendo el rol de «agente de inteligencia», tal como señaló uno de los abogados querellantes. Entre otras cosas, los testigos han indicado que el sacerdote se ofrecía a confesar a detenidos ilegalmente en centros clandestinos de la dictadura para sacarles información y que incluso participó en sesiones de tortura.

    Inspecciones a centros clandestinos de detención
    Durante el proceso, que comenzó el 5 de julio pasado, han declarado más de 70 personas, entre supervivientes de la represión, familiares de desaparecidos y testigos de secuestros ocurridos durante el último gobierno de facto.
    Además se han realizado inspecciones oculares en cuatro centros clandestinos de detención del llamado Circuito Camps, donde los testigos reconocieron los lugares por los que se movía libremente el excapellán policial.
    Organismos de derechos humanos vienen reclamando con insistencia que la jerarquía de la Iglesia católica argentina se pronuncie sobre la actuación de Von Wernich durante el régimen militar, lo que podría ocurrir en las próximas horas, según conjetura hoy la prensa.

    Críticas al silencio de la Iglesia católica
    Hasta el momento, sólo algunos obispos y sacerdotes han cuestionado «el silencio» de parte de la Iglesia católica en la denominada «guerra sucia», que dejó unos 30.000 desaparecidos, de acuerdo con cifras de entidades humanitarias.
    El final del juicio a Von Wernich ha coincidido con una presentación como querellante ante la Justicia de una congregación católica por la desaparición de un sacerdote uruguayo a manos de la última dictadura argentina.



    Ver aquí un ensayo de «defensa» a Von Wernich.

    Von Wernich, paradigma del clérigo fascista
    Nota publicada hace un año en el diario Página/12

    El cura Christian Federico Von Wernich fue capellán de la Policía bonaerense de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz durante la última dictadura y se desempeñó como asesor espiritual de los grupos de tareas de La Plata. No sólo proporcionó una supuesta justificación religiosa a los asesinos, sino que fue un represor más. Cuando el fiscal Félix Crous lo denunció penalmente, lo acusó de «desplegar una actividad voluntaria y consciente, dirigida a procurar quebrar la voluntad de las víctimas, obtener información, procurar el silencio de las víctimas y sus familiares y con ello asegurar los fines perseguidos por la dictadura y la impunidad de él y sus cómplices». El año que viene será juzgado por 45 privaciones ilegales de la libertad y torturas, tres homicidios y la apropiación de un bebé. El caso pondrá en evidencia una trama en la que Iglesia y dictadura funcionaron como una unidad.
    Von Wernich nació en 1938 en San Isidro y se ordenó en 1976, a los 38 años. El mismo año, el general Ramón Camps, entonces jefe de la Policía bonaerense, lo designó oficial subinspector para desempeñarse como capellán. En el libro Iglesia y Dictadura, Emilio Mignone señaló que fue la personalidad del sacerdote lo que lo hizo conocido y lo transformó en una «suerte de paradigma del clérigo fascista identificado con las Fuerzas Armadas y colaborador de la represión ilegal».
    Miembro de una acaudalada familia de Concordia, el hecho de que tomara los votos no fue una sorpresa. Había transitado por varios seminarios y más de un obispo se había negado a ordenarlo. El hombre decía a sus amigos que había optado por ser cura porque es una profesión en la cual se trabaja los domingos y se descansa el resto de la semana.
    «Como soy de Concordia el general Camps me conocía de chico, ya que él es de Paraná. Por eso y de acuerdo con monseñor (Antonio) Plaza, llegué a ser cura de confianza para muchas cosas en la lucha contra la subversión», afirmó él mismo en un reportaje.
    Fue arrestado por primera vez en agosto de 2003, después de declarar en la causa por la Verdad que lleva adelante la Cámara Federal de La Plata.
    Antes de que entrara a la sala de audiencias, el juez Leopoldo Schiffrin advirtió a los presentes que colmaban el lugar que «guardaran el decoro» para permitir que la Cámara cumpliera con el «objetivo de verdad y justicia». Por eso, cuando el sacerdote caminó hacia su silla vestido con una campera azul, camisa celeste con cuello clerical y pantalón gris, sólo se sintió un murmullo. Pero después de más de una hora de escuchar la lectura de los testimonios de varias víctimas que relataban sus encuentros con Von Wernich, la bronca de muchos fue incontenible.

  6. El biólogo norteamericano Craig Venter, famoso por haber participado del Proyecto Genoma Humano, anunció ayer la creación de cromosomas sintéticos a partir de elementos químicos. Y se armó. Como no podía ser de otra manera, enseguida salieron a replicarle los genetistas católicos: «Venter todavía no creó nada», argumentaron.

    Según Craig Venter, ya existe una nueva especie sobre la Tierra. Pero la novedad es que no apareció por selección natural, sino que fue creada en un laboratorio con elementos químicos. Así queda claro desde su mismo nombre, Mycoplasma laboratorium. El anuncio aún no es oficial –se especula que mañana sea el día de la comunicación, en el marco de un encuentro científico en California–, sino que Venter confió el resultado de sus investigaciones al diario londinense The Guardian.

    Naturalmente, el «creador» no se quedó en chiquitas a la hora de evaluar su propia investigación. «Este es un paso filosófico muy importante en la historia de nuestra especie. Vamos de la posibilidad de leer nuestro propio código genético a estar capacitados para escribirlo. Esto nos da la hipotética chance de hacer cosas que nunca antes habíamos contemplado», dijo, sin modestia.

    Pero más allá de posiciones filosóficas, Venter tiene una coartada bien práctica. Dice que este tipo de desarrollos podría ayudar a combatir el cambio climático global. Según indicó, no está lejana la posibilidad de crear bacterias que incorporen en su metabolismo dióxido de carbono (el principal gas de los que provocan el efecto invernadero). O incluso, con la habilidad para producir combustible hecho completamente del azúcar.

    Pasos. El Mycoplasma laboratorium fue obtenido usando elementos químicos y apareándolos con la secuencia de ADN de la bacteria Mycoplasma genitalium, con una longitud de 381 genes. De este hecho se toman los científicos católicos para negarle entidad al trabajo de Venter. «Lo que se ha logrado es un organismo genéticamente modificado de algo que ya existía, no se trata de la creación de un nuevo organismo», bajó un cambio el investigador Angelo Vescovi del Instituto San Rafael de Milán, en declaraciones a Radio Vaticano. Sin embargo, reconoció que la biotecnología puede ayudar o destruir a la humanidad según cómo se use.

    El nuevo ser dependerá enteramente de su capacidad de replicarse y tomar energía del medio para su supervivencia. Como cualquier otro ser del planeta, y como lo hizo la primera célula viva hace unos 3.500 millones de años, de donde derivan todos los demás seres vivos, incluidos el lector, su mascota y la planta.

    Amigo de las controversias

    Nació en la ciudad cuna de los mormones, Salt Lake City (Utah), está por cumplir 61 años y no deja de llamar la atención. Como fundador de Celera Genomics, estuvo a cargo de la “pata privada” del secuenciamiento del genoma humano, cuyo borrador fue anunciado en 2000 por él, junto con Bill Clinton, Tony Blair y Francis Collins.

    Pero no se quedó ahí su carrera. Desvinculado de Celera Genomics fundó el Craig Venter Institute y luego Synthetic Genomics, para usar organismos modificados genéticamente para la producción de biocombustibles y el uso del hidrógeno como vector de las nuevas energías.

    Ahora, este nuevo anuncio lo vuelve a poner en el ojo de la tormenta. Sabe que se oirán muchísimas críticas a su personalismo y a su desprejuicio a la hora de hacer anuncios. Pero no le importará. Para él, el objetivo estará cumplido.

    Vía: Diario Perfil.

  7. Las religiones como materia obligatoria

    lunes, octubre 01, 2007


    © Daniel C. Dennett
    Traducción de Mirta Rosenberg


    En Romper el hechizo argumento a favor de la educación obligatoria sobre las religiones del mundo en todas las escuelas estadounidenses, públicas y privadas, y en la educación a domicilio. En el año y medio transcurrido desde la aparición de mi libro en los Estados Unidos [N. de E.: en la Argentina acaba de ser publicado por Katz] me ha encantado ver que algunos líderes religiosos y formadores de opinión recibían mi propuesta con entusiasmo, aunque otros, por supuesto, aborrecían la idea. Los incomodó particularmente descubrir que les resultaba difícil encontrar argumentos en contra. Esto es lo que propuse:
    «Tal vez sea posible confiar en la gente de cualquier parte y, por lo tanto, permitirle que haga sus propias elecciones bien fundadas. ¡Elecciones bien fundadas! ¡Qué idea sorprendente y revolucionaria! Tal vez se pueda confiar en las elecciones de las personas, no necesariamente en las elecciones que nosotros les recomendemos, sino en las que tienen mayor probabilidad de satisfacer los objetivos que ellos se han planteado. Pero, ¿qué les enseñamos hasta que adquieran suficiente información y madurez como para poder elegir por sí mismos? Les enseñamos todo sobre las religiones del mundo, de manera práctica, bien informada en los aspectos históricos y biológicos, de la misma manera que les enseñamos biografía, historia y aritmética. Tengamos más educación sobre religiones en nuestras escuelas, no menos. Deberíamos enseñarles a nuestros hijos credos y costumbres, prohibiciones y rituales, los textos y la música, y cuando nos dediquemos a la historia de la religión, deberíamos incluir tanto lo positivo (el papel de las iglesias en el movimiento de derechos civiles de la década del 60, el florecimiento de las artes y las ciencias en el período temprano del islam, y el papel desempeñado por los musulmanes negros, que llevaron esperanza, honor y dignidad a las vidas destruidas de muchos internos de nuestras cárceles, por ejemplo) como lo negativo (la Inquisición, el antisemitismo a lo largo de los siglos, el papel de la iglesia católica en la proliferación del sida en Asia por medio de su oposición a los preservativos). Y a medida que descubrimos más y más cosas sobre las bases biológicas y psicológicas de las prácticas y costumbres religiosas, deberíamos agregar esos conocimientos a los programas, del mismo modo en que actualizamos nuestros conocimientos en los campos de la ciencia, la salud y los acontecimientos de actualidad. Todo esto debería formar parte del programa obligatorio de las escuelas públicas, las privadas y la educación a domicilio.
    «(...) Es solo una idea y tal vez haya otras mejores para tener en cuenta, pero esta seguramente resultará atractiva para los amantes de la libertad en todas partes: la idea de que los devotos de todos los credos deberían enfrentar el desafío que implica asegurarse de que su credo sea suficientemente digno, atractivo, plausible y significativo como para resistir las tentaciones de sus competidores. Si uno tiene que engañar a sus hijos o vendarles los ojos para asegurarse de que confirmarán su fe cuando sean adultos, esa fe debería desaparecer».


    Mucha gente coincide conmigo en que se trata en realidad de una medida de salud pública: al abrir la mente de los jóvenes, y darles una reserva compartida de conocimiento sobre todas las religiones, estamos protegiendo la mente de esos jóvenes de las formas tóxicas de la religión que surgen en todas las tradiciones. Pero hay que responder a una cantidad de objeciones.
    En primer lugar, la gente quiere saber de qué manera se establecerá el programa de enseñanza. ¿Quién «dictaminaría» qué hechos incluir y cuáles omitir? La gente piensa que, sin duda, eso desencadenaría una tormenta política. No es así, respondo. Si pudiéramos idear un proceso político que no solo fuera transparente y justo, sino que además fuera visto indudablemente como transparente y justo, podríamos alcanzar un consenso estable acerca de qué incluir en el programa y qué no, y esos contenidos se adaptarían, con el tiempo, a medida que aprendamos más cosas sobre las religiones, ya que el proceso político se mantendría y se corregiría a sí mismo. Todas las religiones, mayores y menores, estarían invitadas a participar, así como representantes de la minoría no religiosa (cuyo número supera a muchos de las principales religiones en los Estados Unidos). Hay al menos 749 millones de ateos en el mundo de hoy, el doble de ateos que de budistas, 40 veces más ateos que judíos y 50 veces más ateos que mormones, según un estudio reciente realizado por Phil Zuckerman (2006).
    Se invitaría a todos los principales grupos religiosos y no religiosos a que trazaran perfiles de sus tradiciones, incluyendo todo el material sobre ellos que quisieran que los demás conocieran, dentro de límites preestablecidos de extensión. Ninguna religión tiene mayoría en el mundo y, en un primer momento -siempre de acuerdo con los cambios y ajustes del proceso político-, el tiempo y el espacio que ocupe cada una en el programa debería ser proporcional al número de adherentes que tuviera en el mundo.
    Estos perfiles podrían cuestionarse por inexactos en lo referido a los hechos y otros representantes (expertos y otras partes interesadas) tendrían la oportunidad de proponer hechos importantes si estos hubieran sido excluidos de los perfiles. Estos desacuerdos sobre los hechos se resolverían mediante algo semejante a un juicio legal y ese proceso pasaría por diversas instancias, sin duda, antes de que se aprobaran las versiones acordadas. Sabemos cómo hacerlo. Existen muchas maneras de probar y lograr equilibrios que impidan que las religiones censuren verdades vergonzosas pero innegables, y que impidan también que se confabulen para vilipendiar a las religiones minoritarias. Para que todo esto ocurra hará falta voluntad política, pero, ¿quién no ve, hoy en día, la importancia de que estos temas sean sometidos a la luz de una indagación racional? (Adviértase que la verdad o la falsedad de una doctrina religiosa no sería un tema incluido en el programa, ya que en la comunidad mundial no existe acuerdo respecto de que algún punto de las doctrinas religiosas pueda considerarse como un hecho comprobado.)
    Otra objeción que se expresa con frecuencia es que resulta muy poco realista esperar que maestros y educadores domiciliarios puedan enseñar de manera eficaz este programa, ya que muchos seguramente lo encontrarán antiético respecto de su visión del mundo. Coincido, y sin duda una proporción significativa de los docentes cumpliría su tarea a desgano, pero creo que no importa. Me basta con que los maestros les digan a sus estudiantes: «Este programa obligatorio es una basura, obra de Satanás, una miserable concesión política que nos impone un Estado poco comprensivo». Pero será mejor que agreguen: «Sin embargo, ustedes tendrán que rendir examen y, si no lo aprueban, su promoción estará en peligro». La sola exposición, por tendenciosa que sea, de que la mayoría de las personas cree en esos hechos religiosos debería conseguir que muchos niños quedaran inoculados contra los virus tóxicos de algunas religiones. La credibilidad de los maestros, además, sería cuestionada si despotricaran contra el programa de enseñanza, por lo que cuanto mejor lo planifiquemos tanto más difícil resultará denigrarlo. Algunas series televisivas sobre el nuevo programa de enseñanza, y amplios sitios web, también servirían para contrarrestar los efectos de los que intenten desacreditarlo.
    Tal vez el cuestionamiento más serio que se haya planteado es que el currículum escolar ya está atestado. ¿Qué eliminar para hacerle lugar a este nuevo programa? Es otro difícil tema político, pero la ignorancia generalizada sobre las religiones –especialmente debido al poder emocional que esa ignorancia implica– es una situación peligrosa que no debe persistir, y esa convicción ayudará a los educadores a decidir cuál es la mejor manera de priorizar los contenidos para poner en marcha el programa.
    Finalmente, me ha hecho gracia escuchar que algunos opositores alegan que esta propuesta es «fascista» o «totalitaria», cuando en realidad es renovadora y libertaria: uno puede enseñarle a sus hijos lo que se le antoje sobre religión, sin ninguna interferencia del Estado, siempre y cuando les enseñe también estos hechos . ¿Qué mayor libertad podría desearse? ¿La libertad de mentirles a nuestros hijos? ¿La libertad de mantenerlos en la ignorancia? Nadie es dueño de sus hijos, como si fueran esclavos, ni nadie tiene derecho a incapacitarlos manteniéndolos en la ignorancia. Tenemos la obligación de permitirles acceder al conocimiento del que disponemos, como parte normal del hecho de crecer en una sociedad libre.
    Además, este conocimiento enriquecerá sus mentes de infinitas maneras, ya que les permitirá familiarizarse con parte de la música, el arte y la literatura más grandes que el mundo tiene para ofrecer, y les dará, respecto de sus propias vidas, la perspectiva que solo se puede alcanzar cuando uno compara su vida con la de otros.
    El Reino Unido ha tenido desde hace años educación obligatoria sobre las religiones del mundo, y ha funcionado bien, a pesar de algunas tensiones y controversias. No sé si alguna otra nación ha instrumentado esa política, pero creo que en el siglo XXI todas las naciones deberían adoptar alguna versión para instrumentar esta instrucción. Es de esperar que las naciones musulmanas se resistan particularmente a esta reforma educativa, pero si nosotros, que vivimos en naciones no musulmanas, no somos capaces de establecerla, no estaremos en la mejor posición para criticar a esos Estados teocráticos por su estrechez de miras. Cuando hayamos dado un buen ejemplo, los otros tendrán que imitarnos.

    Vía: ADN Cultura.