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  1. A un paso de leer la mente

    lunes, enero 30, 2006

    © Javier Sampedro (*)

    El contenido de la consciencia, el foco de atención, los datos recuperados de la memoria, la elección voluntaria entre dos alternativas y la intención de ejecutar una acción son producto de la activación de ciertos grupos de neuronas del córtex, la parte más externa del cerebro humano. Leer la mente de una persona, por tanto, no es más que un problema técnico: las actuales técnicas para filmar el cerebro humano en acción -como la resonancia magnética funcional, o fMRI- tienen una resolución de unos tres milímetros, y las unidades funcionales del córtex, llamadas columnas, sólo tienen un diámetro de medio milímetro.
    Dos equipos científicos de Japón, Estados Unidos y Reino Unido acaban de encontrar un truco estadístico para esquivar esa limitación técnica (Nature Neuroscience, 24 de abril). Por el momento sólo han aplicado esta estrategia al córtex visual primario, la zona del cerebro (situada cerca de la nuca) que recibe la información de los ojos y empieza a analizarla antes de enviarla hacia las áreas superiores del córtex, donde residen nuestros pensamientos más abstractos. Pero nada impide en principio extender el método a cualquier otra región cerebral, incluidas las responsables de las más altas funciones intelectuales.
    Los estudios con animales de experimentación demostraron hace años que la principal función del córtex visual primario es clasificar las líneas (fronteras entre luz y sombra) del campo visual según su orientación. En la región más primaria (V1), una columna del córtex se activa en respuesta a las fronteras horizontales, la de al lado en respuesta a las ligeramente inclinadas, y así sucesivamente. Ésta es la información elemental con la que las áreas superiores del córtex construyen después la representación de las formas geométricas y los objetos tridimensionales.
    Los experimentos en que se basan esas conclusiones son invasivos, y no pueden hacerse en humanos. La más precisa de las técnicas no invasivas (la fMRI) detecta qué zonas cerebrales están demandando más energía del flujo sanguíneo, y en la imagen resultante cada pixel es demasiado impreciso para saber si se ha activado una u otra columna del córtex.
    El nuevo truco consiste en analizar a la vez varios pixels adyacentes. Los científicos siguen sin saber qué columnas exactas están activas, pero la combinación estadística de varios pixels aprovecha las redundancias funcionales del córtex cerebral, y se puede asociar de manera fiable a cada tipo de frontera del campo visual.
    Yukiyasu Kamitani, de los Laboratorios de Neurociencia Computacional ATR de Kioto (Japón), y Frank Tong, de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), han logrado así deducir a qué tipo de fronteras orientadas está mirando un voluntario sin más datos que su patrón de activación neuronal en el córtex visual. Esto es ya una forma, aunque modesta, de leer la mente. Pero una segunda parte del experimento ha abierto, de manera inesperada, un campo con implicaciones mucho más profundas.
    En esta ocasión no se muestran a los voluntarios fronteras de una sola orientación, sino de dos orientaciones superpuestas. Los ojos y el córtex visual primario ven ambos tipos de líneas simultáneamente. Pero, si se les pide a los voluntarios que fijen su atención en sólo un tipo de líneas, los patrones del córtex visual que se activan son sólo (o sobre todo) los correspondientes a esa orientación. Sin más que mirar a las pautas de activación del córtex, los investigadores pueden deducir no ya qué hay en el campo visual de una persona, sino qué aspectos del campo visual ocupan su pensamiento consciente en ese momento.
    Kamitani y Tong concluyen: "Las pautas de activación en las áreas visuales primarias del córtex contienen información detallada sobre la orientación que puede predecir fiablemente la percepción subjetiva de una persona".
    El resultado ilustra una de las propiedades esenciales del córtex: que la información no sólo fluye de abajo a arriba -de lo concreto a lo abstracto-, sino también de lo abstracto a lo concreto. La decisión voluntaria de fijarse en ciertas líneas y no en otras, que se genera en niveles muy altos del córtex, se transmite hacia abajo, hasta las áreas más primarias de la percepción visual.
    En un trabajo paralelo, los británicos John-Dylan Haynes y Geraint Rees utilizan la misma técnica para demostrar que las imágenes del cerebro de una persona son un criterio más fiable que la consciencia de esa misma persona. Cuando un dibujo de líneas se sustituye rápidamente por otro, el sujeto sólo es consciente de haber visto el segundo, pero las imágenes de su córtex visual permiten a los investigadores deducir que el primer dibujo le había sido mostrado. La búsqueda de los sustratos neuronales de la consciencia está en marcha.


    (*) Publicado el 26/04/2005 en El País de Madrid.

    Ver también: La materialidad de la conciencia, Versus John Eccles y Contra un enemigo del cerebro (además de los comentarios finales en Asimov y la ética de los ateos).


  2. Con el lastre de la religión

    martes, enero 17, 2006

    © Fernando G. Toledo

    Las crónicas de Narnia es la respuesta de Hollywood al descomunal éxito de El Señor de los Anillos. Una réplica que tiene su nudo en la historia misma de las novelas en las que se basan ambas sagas, casualmente. Es que la trilogía de J. R. R. Tolkien, cuya última versión en pantalla grande dirigió Peter Jackson (King Kong), fue la que inspiró a C. S. Lewis, amigo del creador de El Silmarillion, para su heptalogía sobre la tierra de Narnia.Por todo ello es que la comparación resulta inevitable. Y perjudicial para la primera parte de Narnia, titulada El león, la bruja y el ropero. Porque comparar es enfrentar, poner algo contra otra cosa. Y allí Narnia lleva las de perder.
    La historia de la primera parte de la saga de Lewis se puede resumir así: cuatro hermanos que escapan de los bombardeos alemanes a Inglaterra se recluyen en una casa misteriosa . Allí, un ropero que la más pequeña de las hermanas descubre, comunica con otra dimensión, el reino de Narnia, un lugar poblado de seres fantásticos y dominado por la Bruja Blanca, una monarca perversa que ha expulsado al bien del lugar y ha establecido una helada (literalmente) tiranía.
    Cuando los cuatro niños pasan al otro lado, descubren que su ingreso a Narnia estaba predestinado por una profecía y que es su deber liberar al reino de las garras de la Bruja Blanca.
    Deberán, para ello, sumarse al regreso de Aslan, un león mesiánico que ha reorganizado sus tropas para liberar al reino de todo mal. El director Andrew Adamson comparte nacionalidad con su colega Peter Jackson y su pasión por estos textos fantásticos. Pero su respuesta cinematográfica de la saga de Lewis es menor, sin duda.
    Las crónicas de Narnia se convierte en sus manos en un juguete con límite de edad: es para niños no muy grandes. La cinta tiene ritmo, mucho ritmo, y la misma carga de obviedades y previsibilidades. ¿Por qué tanto desprecio al misterio en una cinta fantástica? ¿Por qué tan poco pulso en una película donde el mal y el bien, se supone, están en pugna? ¿Por qué tan escasa fuerza en las escenas más intensas? ¿Por qué tanto descuido en los efectos visuales para una cinta pletórica de billetes? Una respuesta posible es la carga religiosa que posee. La misma de la novela, claro, pero que llevada a la pantalla pesa como un lastre. El centro de esa carga lo soporta Aslan, el personaje que se supone representa a Jesús. En la película es el portador del bien y el que regresa a Narnia para despertar en los niños su sed de salvación. Muere y resucita como en el mito, lanza frases aleccionadoras y eclipsa buena parte del encanto de los verdaderos protagonistas. Porque los niños pierden, ante esa carga, toda la profundidad. Sólo a Edmund (Skandar Keynes) se le permite algo de hondura. Pero a sus hermanos les toca el mismo estereotipo que al resto de la galería de personajes: blancos y negros, un tramado monocorde que, en su humilde redil, salva la dotada Tilda Swinton con su perversa bruja. Un aporte nada menor, pero ciertamente escaso.

    Publicado en Diario Uno de Mendoza.

  3. Un viejo engaño, a la justicia

    sábado, enero 07, 2006

    Un juez decidirá si existió Jesús

    ROMA (Reuters)- Parece que por fin alguien va a poner los puntos sobre las íes en temas de fe. Un ateo septuagenario italiano, harto de discutir sobre las bases de la Iglesia católica, ha decidido llevar el caso a los tribunales en los siguientes términos: la Iglesia, por decir que Jesús de Nazaret existió, está cometiendo dos delitos contra la ley italiana. Primero, abuso de la credulidad popular, y después, suplantación de personalidad (sostituzione, en italiano). El caso enfrenta a dos viejos conocidos que eran del mismo pueblo e incluso de jóvenes asistieron al mismo seminario. Enrico Righi se hizo sacerdote y es el acusado, como miembro de la jerarquía católica. El demandante, Luigi Cascioli, se hizo ateo. Tras años de batallas legales, ha conseguido que su caso sea escuchado a finales de este mes. "Empecé con esta demanda porque quiero dar el golpe definitivo a la Iglesia, promotora del oscurantismo y la regresión", dijo Cascioli. "La Iglesia construyó a Jesús basándose en la personalidad de Juan de Gamala [un judío del siglo I que luchó contra los romanos]", afirma. "En mi libro, La fábula de Cristo, presento pruebas de que Jesús no existió como figura histórica. Él [Righi] debe ahora refutarlo aportando pruebas de la existencia de Jesús", dice Cascioli. Un juzgado de Viterbo escuchará el próximo día 27 la versión de Righi, que aún no ha sido acusado de nada, antes de decidir si prospera la iniciativa legal. "Me ha demandado por engañar a la gente porque soy sacerdote y escribo en el periódico parroquial", dice Righi, quien no tiene problema en responder en serio a la acusación y decir que hay muchas pruebas de la existencia de Jesús, incluyendo textos históricos. "El juez debe decidir si Jesús existió o no", añade. El propio Cascioli admite que no lo tiene fácil en el juicio. "Haría falta un milagro para que ganara", bromea.

  4. La materialidad de la conciencia

    domingo, enero 01, 2006

    © Fernando G. Toledo

    La piedra de la discordia fue una frase: “La conciencia es producto de lo material”. ¿Qué tiene de escandalosa esa afirmación? Nada. Sólo algo que lo niegue podría ser hoy motivo de discusión. Y es que sobre todo a partir de los admirables avances en las ciencias neurológicas, la comprensión de la mente humana ha ido dilucidando muchos viejos enigmas. Y una de las hipótesis que ha desterrado es la de su “inmaterialidad”. No basta decir que la cuestión no nos soprende a los materialistas (que llevamos una ventaja: podemos dar pruebas de lo que afirmamos), pero sí a los dualistas, que postulan la existencia un alma espiritual y distinta del cuerpo físico.
    A un visitante de Razón Atea, por ejemplo, la aserción le pareció osada, casi insultante. “¿Dónde están las pruebas de que la conciencia es algo material?”, desafió. Y le fueron ofrecidas las fuentes: investigaciones que muestran cómo va dilucidándose el mapa mental, siguiendo trabajos que llevan por lo menos tres décadas, y que dan cuenta de que nuestras ideas son producidas por el trabajo laborioso de nuestras neuronas. Nada fantasmal, nada que no salga de esa materialidad, subyace en esa abstracción que llamamos “conciencia”. Pero a nuestro comentarista no le bastó la prueba puntual, y contraatacó con opiniones. Opiniones respetables, claro: las de John Eccles, neurólogo, creyente, y premio Nobel de Medicina en 1973. A Eccles le parece que hay más, una especie de espíritu o alma que anida (¿cómo lo hará en algo material si no lo es?) en nuestras ideas. Las razones: que hay mucho que no conocemos. ¿Es eso una prueba? Claro que no. Lo que ignoramos es una exclusión, no una evidencia. Sin embargo, Eccles, sus seguidores y nuestro visitante, parecen sostener su creencia (“la conciencia es espiritual”) en cualquier pequeña hendija sin cubrir por la neurobiología.
    Por si fuera poco, Eccles va más allá, y anuncia pomposamente que la evolución no explica todo, que ha de haber un diseñador trazando el camino de la vida y que, claro, la autoconciencia jamás será explicada materialmente. Una afirmación que a esta altura ya es tozuda, si ignora todas las explicaciones ya ofrecidas.
    El desarrollo cerebral de la especie humana es nuestro logro evolutivo. Nuestro cuerpo no es ni tan fuerte, ni tan veloz, ni tan ágil, ni tan inmune. A cambio, el cerebro lo ha dotado de gran inteligencia y de autoconciencia. Esa autoconciencia tiene sus fallas: como se constituye en un puente entre el hombre y el mundo exterior, corre el riego de confundir al mundo con el puente, cuando no con el propio sujeto. En ese error (como si alguien confundiera la foto de una persona con la persona misma) se funda acaso el vicio de considerar a la conciencia algo que excede al cuerpo. Los nombres que suele tomar esa conciencia hipostasiada es “alma”, “espíritu”, “ánima”. Un concepto que convierte a la mente en una especie de forma sin su correspondiente figura.
    Pero la ciencia ha develado el error: “considero a la mente inseparable del cerebro”, ha sentenciado, por ejemplo, el experto F.J. Rubia, en El cerebro nos engaña. “La división de la realidad en antinomias, es decir, en términos contradictorios […] es fruto de la actividad de una parte del cerebro, a saber, del lóbulo pariental inferior, por lo que cabe suponer que la distinción entre cerebro y mente también es producto de esta estructura cerebral […] La inmensa mayoría de las actividades del cerebro se realiza ordenando el mundo en antinomias”, ha dicho también, al respecto de la tendencia al dualismo (cuerpo-alma, cerebro-mente).
    En nuestra corteza cerebral, allí donde se da cita una maraña de “cables” neuronales que transmiten pulsos eléctricos e intercambian su química, allí se produce lo que llamamos conciencia. No hay un alma inmortal que tengamos insuflada: todo es materia o energía.
    “El contenido de información del cerebro humano expresado en bits es probablemente comparable al número total de conexiones entre las neuronas: unos cien billones (1014) de bits”, ha ilustrado Carl Sagan en Cosmos. “Hay muchos valles en las montañas de la mente, circunvoluciones que aumentan mucho la superficie disponible en la corteza cerebral para almacenar información en un cráneo de tamaño limitado. La neuroquímica del cerebro es asombrosamente activa, son los circuitos de una máquina más maravillosa que todo lo que han inventado los hombres”, ha explicado.
    Christopher Koch, quien escribió junto al eminente Francis Crick (ver aparte) el libro La búsqueda científica del alma, ha sido contundente: “Es evidente que la conciencia nace de reacciones bioquímicas del cerebro”.
    ¿Eso explica todo? Claro que sí. Y claro que no. Cuando la neurobiología avance hasta trazar el imponente mapa cerebral completo, la idea del alma o de alguna “conciencia espiritual” podrá quedar desterrada, aunque la cuestión puede adquirir todavía más riqueza. Michael Reiss, científico y religioso, ha dicho que afimar que la conciencia se reduce a procesos materiales equivale a “decir que una catedral es un conjunto de piedras y vidrios. Cierto, pero se trata de una constatación simplista”. Tan simplista como su comparación, puesto que si ignorásemos que una catedral se compone de ladrillos y cruces, sería un error darle a su estructura otra composición. La neurología no dice que las plegarias y los fieles están hechos de ladrillos, pues eso sería como decir que el templo está fabricado con avemarías. Lo que se afirma, nada más y nada menos, es que las ideas se forman en el cerebro. La conciencia. Eso que antes llamábamos alma. Las discusiones en este punto podrían continuar, pero hay un punto inevitable: la ciencia ofrece sus evidencias y la posibilidad de corrobar sus afirmaciones (por ejemplo, que una persona puede cambiar de personalidad con drogas que afecten su química cerebral). La teología nos debe hace siglos la validez de sus asertos.
    Así, menudo inconveniente comporta la materialidad de la conciencia para las religiones. Es como una espada que cuelga sobre su cuello. Si todo es material, si no existe el mentado mundo espiritual, no hay trascendencia entonces. No hay alma y, luego: ¿hay un Dios? ¿Será el dios deísta o el motor inmóvil aristotélico, que no conoce al mundo ni al hombre? Aun así, como no hay almas, las religiones están en problemas.


    Ver también: Adiós a las almas y Desalme mundial.

    Actualización del 10/11/2006: lea aquí una versión levemente
    corregida de este artículo.


  5. © Fernando G. Toledo

    Un visitante de esta bitácora ha ofrecido un par de enlaces donde pueden leerse las opiniones de John Eccles y Mariano Artigas, uno de sus acólitos. Ambos niegan la materialidad de la conciencia y creen en la existencia de un alma inmortal. Los textos están publicados no en sitios científicos, sino en portales religiosos. Esos textos caen dentro de la crítica que ya ofrecí en los comentarios al artículo “Asimov y la ética de los ateos”, pero sin embargo los trataré puntualmente, no sin cierta osadía si se tiene en cuenta, por caso, que estamos hablando de un premio Nobel (Eccles), especialista en el cerebro:

    El primer enlace es un texto (introducción a un libro de Mariano Artigas) de John Eccles, en el que el premio Nobel insiste en las palabras que lo han hecho objeto de críticas generalizadas de parte de sus colegas. Con un agravante: si Eccles ya era blanco de recusaciones por el hecho de afirmar que existe un alma sin probarlo, aquí también da a entender que la evolución no es válida y, coqueteando con el diseño inteligente, afirma que la evolución “está dirigida”.
    He aquí algunos fragmentos de sus exabruptos, con mis comentarios:

    Eccles: “Yo creo que hay una Providencia Divina que opera sobre y por encima de los sucesos materiales de la evolución biológica. No debemos afirmar dogmáticamente que la evolución biológica en su forma actual es la verdad Última. Deberíamos más bien creer que es la historia principal y que, de modo un tanto misterioso, hay una dirección que guía la cadena evolucionaria de contingencias.

    F.G.T.: Más allá del “yo creo”, da risa la protesta de Eccles: chilla contra el “dogma” (sic) de la evolución biológica, pero no contra la “Providencia divina” de la que habla y que maneja los hilos. Luego, su “cadena de contingencias” no es más que una alusión a los argumentos de Santo Tomás o de Leibniz, largamente refutados (se puede leer a Hume o a Kant, para empezar).

    E: El suceso más extraordinario en el mundo de nuestra experiencia es que cada uno de nosotros aparece como un ser único autoconsciente. Es un milagro que está siempre más allá de la ciencia.



    F.G.T.: Eccles está obviando aquí el trabajo de muchos de sus colegas que muestran de qué va, químicamente por ejemplo, eso de la “autoconsciencia”. Citemos, por ejemplo, a Pablo Argibay, director del Instituto de Ciencias Básicas y Medicina Experimental del Hospital Italiano de Buenos Aires: “Los procesos de aprendizaje, la memoria y el comportamiento, incluidos la ética y los sentimientos, están contenidos en redes de neuronas. Si alguien pierde su lóbulo frontal su mente cambia y se vuelve antisocial: deja de trabajar, se vuelve agresivo, tiene conductas obscenas: no ama igual, no valora igual, ¿Por qué no pensar entonces que en ese grupo de neuronas reside la ética? No se trata de una nueva forma de localizacionismo, sino de buscar nexos en esa central cognitiva que es el cerebro y aquellas habilidades que nos hacen humanos”.

    E: Una respuesta frecuente y superficialmente plausible a este enigma es la aserción de que el factor determinante es la unicidad de las experiencias acumuladas por un «yo» durante su vida. Se acepta fácilmente que nuestro comportamiento y memoria, y de hecho todo el contenido de nuestra vida consciente interior, dependen de las experiencias acumuladas en nuestras vidas; pero por muy extremo que pueda ser el cambio producido por exigencia de las circunstancias en algún punto particular de decisión, uno sería todavía el mismo «yo», capaz de rastrear hacia atrás en la propia continuidad de la memoria hasta los recuerdos más tempranos, hacia la edad de aproximadamente un año, el mismo «yo» con otra apariencia. No puede haber eliminación de un «yo» y creación de un nuevo «yo».

    F.G.T.: Antes de hacer esa suposición, Eccles podría ofrecer el experimento que la avale. Con repecto al “retroceso” hasta los recuerdos más tempranos, el premio Nobel olvida un asunto crucial: el desarrollo del cerebro.

    E: Cada alma es una creación divina

    F.G.T.: Eccles no se conforma con dar por cierta la existencia del alma, sino también de la divinidad (tal para cual).

    E: Puesto que las soluciones materialistas fallan cuando intentan dar cuenta de nuestra unicidad experimentada, me veo obligado a atribuir la unicidad de la psique o alma a una creación espiritual sobrenatural.

    F.G.T.: Esta tesis se desprende de las afirmaciones gratuitas del propio Eccles. Estará en cada cual atenderla o no, pero de cualquier modo es curioso que este científico se vea obligado a atribuir la “unicidad” del alma (sic) a lo sobrenatural. ¿Por qué no se sentirá obligado a respetar los criterios científicos y atender las explicaciones, surgidas de la experiencia, que prescinden de esa divinidad?

    E: Para dar la explicación en términos teológicos: cada alma es una nueva creación divina. Es la certeza del foco interno de individualidad única lo que exige la «creación divina». Me permito decir que ninguna otra explicación es sostenible; ni la unicidad genética con su fantásticamente imposible lotería, ni las diferencias ambientales que no determinan la unicidad de cada uno sino que meramente la modifican.

    F.G.T.: La falacia “petición de principio” (petitio principii) utiliza su propia premisa para asumirla como verdadera. Por ejemplo: “la Biblia es la palabra de Dios porque es la verdadera y Dios dice siempre la verdad”. O “cada alma es una nueva creación divina porque Dios es el que crea las almas”. En cuanto a la interpretación de la evolución que hace Eccles (“imposible lotería”, “diferencias ambientales”) no hace más que obligarnos a pedirle que releea los textos sobre evolución. El ambiente no “arroja” a los individuos hacia el estado mejor adaptado, sino que favorece los cambios genéticos más beneficiosos cuando ocurren al azar, sin incidir en su aparición. O sea, la selección puede actuar antes de la “variabilidad genética seleccionable”. Pero la selección natural no es una “fuerza”, sino un efecto.

    E: Esta conclusión [la creación divina dirige la evolución] tiene un significado teológico inestimable. Refuerza fuertemente nuestra creencia en el alma humana y en su origen prodigioso por creación divina. Se reconoce no solo el Dios trascendente, el Creador del Cosmos, el Dios en el que creía Einstein, sino también el Dios amoroso al que debemos nuestro ser.

    F.G.T.: Debí revisar el texto para comprobar si estaba citando a Eccles o a Benedicto XVI. Y es curioso que en su caldo de ideas, este premio Nobel también meta a Einstein, quien sin declararse como ateo, sí afirmó no creer en el Dios personal (al que se refiere Eccles) sino más bien en el “dios de Spinoza”, que es el universo o la naturaleza. Otra vez, Eccles pide el principio (en inglés se dice “begging the question”). Cuesta pensar que este hombre hizo grandes avances con respecto al estudio del cerebro. Me gustaría saber si su religiosidad no le ha impedido avanzar todavía más.

  6. © Fernando G. Toledo

    El avance del estudio del cerebro ha puesto, como decíamos, a algunas religiones en aprietos. Porque para las religiones, y en especial la católica, la idea de trascendencia es crucial. Sin embargo, esa trascendencia sólo es atribuible a una existencia que contenga algo más que esta carnalidad evidente, esta mortalidad. En los arcanos de la mente fue colocada esa alma que podía justificar tal conexión con lo divino. Sin embargo, si la ciencia desecha esa hipótesis, si la muestra falsa, la religión está en un brete.
    El otro texto que ofreció el visitante (Menino, quien parece sugerir que en lo que desconocemos sobre la conciencia puede estar el alma), corresponde a un website que proclama el intento de conciliar “fe, ciencia y razón”. A mi juicio, uno de los tres términos es repugnante a los otros dos: ¿hace falta que diga cuál? Textos como el que se analizará a continuación son una buena muestra de esa repelencia.
    Todas las citas son de un escrito de Mariano Artigas, quien la emprende contra el libro del descubridor de la doble hélice del ADN, Francis Crick (Premio Nobel de Medicina en 1962). El libro de Crick se llama La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI (Debate, Madrid, 1994).

    Mariano Artigas: La ciencia nos proporciona conocimientos interesantísimos, pero nunca nos ha dicho ni nos dirá nada sobre las dimensiones espirituales de la realidad, y eso no significa que esas dimensiones no existan.

    FGT: Por supuesto. A la ciencia no le interesan en demasía la samsara hindú o la eucaristía. La ciencia trata sólo con campos categoriales precisos (reales), para las ficciones están la literatura o las religiones. De cualquier modo, no se puede enfrentar a la ciencia con una afirmación como la de esas supuestas «dimensiones espirituales de la realidad». ¿De dónde salen, de qué están hechas, qué prueba hay de que existan?

    MA: “[Francis Crick dice que] ‘No todos los neurocientíficos creen que la idea del alma sea un mito (sir John Eccles es la excepción más notable), pero sí la mayoría’. Eccles es premio Nobel por sus estudios sobre el cerebro, y defiende a capa y espada que cada persona humana posee un alma espiritual creada por Dios.

    FGT: Por las dudas, Artigas acude a un argumentum ad verecundiam, en lugar de ofrecer explicaciones y citar evidencias del basamento de las opiniones de Eccles.

    MA: el alma es «forma substancial» del cuerpo, lo cual significa que alma y cuerpo forman una sola cosa, una sola substancia, un solo ser.

    FGT: Aduciendo que Crick no sabe siquiera lo que es el alma, y que por eso en su libro pretende escarbar el cuerpo “con un bisturí” hasta encontrarla, Artigas ofrece esta definición (que no está alejada de la que el mismo neurólogo da para afirmar que no existe) sacada ¡de la doctrina de la Iglesia Católica! ¿Eso es más serio que la investigación de Crick?

    MA: Crick propone una «hipótesis revolucionaria». ¿Cuál es? En sus propias palabras, “La hipótesis revolucionaria es que «Usted», sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre voluntad, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas. Tal como lo habría dicho la Alicia de Lewis Carroll: «No eres más que un montón de neuronas». Esta hipótesis resulta tan ajena a las ideas de la mayoría de la gente actual que bien puede calificarse de revolucionaria”.
    No creo que la hipótesis sea tan revolucionaria. Es la hipótesis materialista, tan vieja como la filosofía. Hace unos años, Carl Sagan decía lo mismo en su programa
    Cosmos. Otros han dicho lo mismo.

    FGT: Coincido con Artigas en que la hipótesis es menos revolucionaria de lo que el mismo Crick asegura que es. La diferencia es que el científico pone en la mesa su investigación, sus pruebas, su trabajo, para certificarla. Sagan lo había afirmado en Cosmos, siguiendo las investigaciones de, entre otros, Charles Sherrington, pero 14 años después, Crick muestra más estudios sobre el mismo asunto, lo cual acentúa la veracidad de esa afirmación materialista -digamos: el momento en que Crick ejercita una filosofía materialista, de vertiente «clásica» (mecanicista).

    MA: Crick no sólo habla del reduccionismo, sino que lo define y lo defiende. Su definición es la siguiente: “«enfoque reduccionista», es decir, que un sistema complejo pueda explicarse por el funcionamiento de sus partes y las interacciones entre ellas”. Crick se pregunta dónde vamos a parar con el reduccionismo, o sea, si hay unas partes últimas a las que todo se reduce, y también contesta: “¿Dónde acaba ese proceso? Afortunadamente, hay un punto natural de parada, a la escala de los átomos químicos”. Y luego hace un elogio del reduccionismo, afirmando que “el «reduccionismo» es el principal método teórico que ha guiado el desarrollo de la física, la química y la biología molecular. Es el principal responsable de los desarrollos espectaculares de la ciencia moderna. Es el único modo sensato de proceder hasta que (y a menos que) nos veamos obligados a afrontar una evidencia experimental incontestable que nos exija cambiar de actitud. No sirven aquí los argumentos filosóficos generales en contra del reduccionismo”.

    FGT: Bueno, lo que dice Crick es así de cierto. De la física se ha dicho que es la ciencia última, y hay muchos que no están de acuerdo (yo mismo no lo tengo por seguro, aunque me arrimo bastante a esa posición). Pero más allá de que duela oírlo, hay que ver si realmente es así. Una ciencia abarca hasta cierto campo y desde allí tiene que aparecer otra ciencia si se excede este mismo perímetro, pero en el caso que explica Crick no hace falta saltar. Es decir, si la física (o, para algunos, la física cuántica, aunque las sinapsis neuronales no se dan en un tamaño cuántico) da una explicación cabal y completa del funcionamiento de la conciencia, qué le vamos a hacer.

    MA: Crick se refiere a los filósofos en los términos siguientes: “Los filósofos han obtenido unos resultados tan pobres durante los últimos dos mil años que más les valdría mostrar algo de modestia en lugar de esa arrogante superioridad que normalmente exhiben... tienen que aprender a prescindir de sus teorías favoritas cuando la evidencia científica las contradice, so pena de ponerse en ridículo ellos mismos”.

    FGT: Suscribo en este punto lo que dice Crick en cuanto a que si la evidencia muestra lo contrario a lo que los filósofos afirman, deben ceder. No coincido demasiado en que los resultados de la filosofía han sido tan pobres en los últimos 2.000 años, y si no baste ver cuánto han aportado filósofos desde Hume hasta Popper, pasando por Spinoza, Kant, Hegel, Russell, o incluso M. Bunge y G. Bueno (quien desprecia a la ciencia cuando quiere ésta “explicarlo todo”).

    MA: Por ejemplo, Crick dice: “Hasta ahora, los resultados obtenidos por las creencias religiosas para explicar los fenómenos científicos han sido tan pobres que no hay mucho motivo para creer que las religiones convencionales lo consigan en un futuro... No sólo las creencias de las religiones más populares se contradicen unas a otras sino que, según los planteamientos científicos, se basan en pruebas tan endebles que sólo pueden aceptarse mediante un acto de fe ciega... La historia nos demuestra que los misterios que las religiones pensaban que sólo ellas podían explicar (por ejemplo, la edad de la Tierra) han caído ante un asalto científico coherente. Lo que es más: las respuestas verdaderas suelen encontrarse bastante alejadas de las de las religiones convencionales. Si las religiones reveladas han revelado algo es, precisamente, que suelen estar equivocadas”.
    Desde luego, la Iglesia católica no pretende “explicar los fenómenos científicos”, ni nunca ha considerado que la edad de la Tierra sea un misterio ni que sólo la religión pudiera explicarlo. Sobre esa base, concluir que las religiones reveladas suelen estar equivocadas, así, sin más, parece como mínimo inadecuado, gratuito y superficial.


    FGT: Además de aplaudir a Crick (QEPD) por su puntería, me pregunto, a partir de lo que afirma Artigas, si es verdad que la Iglesia no debe rendir cuentas ante la ciencia cuando dice que existe un alma, por ejemplo, o que hay vida después de la muerte… o que no hay conciencia sin cerebro. Vamos, sin contar la “verdad revelada” del origen del mundo, de la luz (Génesis 1:2-3 y 1:14-15), de la redondez de la Tierra (Apocalipsis 7:1 ), del detenimiento del sol (Josué 9-10), de la resurrección de la carne (Marcos 12:26), de la transmisión de enfermedades como la lepra (Levítico 14: 33-57), etc.

    MA: Es una pena, entre otros motivos, porque ahora existe, por fin, un ambiente de comprensión y colaboración entre científicos, filósofos y teólogos, y el libro de Crick lo estropea. Es un auténtico atentado intelectual, una especie de terrorismo en el mundo de las ideas.

    FGT: Hay una frase sabia que dice: “La verdad no duele. Lo que no tiene es remedio”. Más allá de la “convivencia” pacífica entre científicos, filósofos y teólogos, hay “verdades” (las de la religión) que no se pueden seguir sosteniendo si es que hay evidencias que la contradigan. A menos que se quiera seguir viviendo en la ceguera. O en la fe, que es lo mismo. Y se parece demasiado a un terrorismo contra el conocimiento, a un oscurantismo.

    MA: Pero si uno es materialista de verdad, si todo se reduce a las neuronas, si no somos más que «un montón de neuronas», ¿dónde irán a parar la libertad, la moralidad, la responsabilidad y todo este tipo de cosas? De hecho, Crick acaba el libro con un post scriptum dedicado a la libertad, y de sus palabras se desprende que no somos realmente libres, aunque nos parezca que lo somos.
    En efecto, según Crick, es el cerebro el que trabaja, hace planes y decide: “parte de nuestro cerebro se ocupa de hacer planes para futuras acciones”, “podemos ser conscientes de tales planes”, somos conscientes “de las «decisiones» que toma: esto es, de los planes”. Evidentemente, ni Crick ni nadie pueden explicar qué significa todo esto, ni menos aún pueden probarlo. Pero, una vez embarcados en esta extraña empresa, ya no podemos sorprendernos de que Crick nos diga en qué lugar del cerebro se localiza la libertad: “El libre albedrío se encuentra en, o cerca de, el surco del cíngulo anterior. En la práctica, lo más probable es que el asunto sea más complicado. Puede que intervengan otras áreas frontales del cerebro...”.


    FGT: Bueno, Artigas se espanta cuando Crick habla de la “novedad” de su tesis para refregarle su vejez, pero ahora no dice nada acerca de que ya filósofos del siglo XVIII hablaban de la inexistencia de la libertad: “libertad es la ignorancia de aquello que nos determina” (Spinoza, Etica). Es célebre el oxímoron sartreano de que “estamos condenados a ser libres”. Antes, Kant (Reflexión sobre la metafísica) decía: “No podemos demostrar la libertad a posteriori, ya que la carencia de percepción de causas determinantes no aporta prueba alguna respecto a su existencia. Tampoco somos capaces de reconocer su posibilidad a priori, puesto que la posibilidad de la causa originaria, es decir, aquella que no se ve determinada por ninguna otra, no se deja concebir en modo alguno. Por lo tanto, no nos es posible demostrarla teóricamente, sino como una hipótesis prácticamente necesaria”. La verdad es que se han escrito cientos de especulaciones, que sería arduo reseñar aquí, sobre el tema de la libertad. Hay algunos que opinan que la única manera de defender la existencia de la libertad es el punto de vista dualista (alma-cuerpo), pues desde un materialismo monista la libertad no existe. Por ejemplo, si actuamos a partir de nuestros deseos, no es que seamos realmente libres. Si creemos contradecir nuestros deseos, es porque deseamos no lo que creemos, sino todo lo contrario. Podemos elegir entre cosas que deseamos, pero no podemos elegir no desear.

    MA: Sí, el asunto es más complicado. Pero no sólo porque intervengan también otras áreas del cerebro, sino porque intervienen otros factores que el Dr. Crick ha olvidado completamente. Lo que es peor: como hemos visto, él sabe que los ha ignorado, y quiere remediarlo planteando una apuesta de futuro. Nos dice, en efecto: “Sólo el tiempo, junto con mucho más esfuerzo científico, nos permitirá decidir. Sea cual fuere la respuesta, el único modo sensato de llegar a ella es una detallada investigación científica. Todos los demás enfoques son poco más que unas palmaditas de ánimo para que no desfallezcamos”. Este tipo de apuestas también son conocidas, y alguien las ha denominado «materialismo promisorio», porque siempre se basa en la promesa de que el futuro le dará la razón. Pero, ¿dónde estará el Dr. Crick para responder de su apuesta?

    FGT: Ciertamente, lo que dice Crick es que resulta imprudente avanzar sobre las áreas que desconocemos, aunque es posible prever que el camino que se está recorriendo puede llevarnos a esa dilucidación. Pero, aunque Artigas no lo diga, su postura como creyente es la que da por respondidas todas las preguntas aunque después, cuando se hallan las verdaderas respuestas (la Tierra es redonda, ¿verdad censores de Galileo?), los dogmáticos acusan a los científicos de “estropear la convivencia”.

    MA: El Dr. Crick pone las cosas difíciles para quienes afirman que la libertad es algo real, y por tanto, que también son reales la responsabilidad y la moral. Supongo que el Dr. Crick tiene libertad y moral; lo que no comprendo es por qué las admite. Sólo se me ocurre felicitar al Dr. Crick porque tiene un cerebro estupendo, capaz del premio Nobel. Mejor dicho: a quien tengo que felicitar es al cerebro del Dr. Crick, que es el que planea y decide: el Dr. Crick sólo se entera, de vez en cuando, de lo que planea y decide su cerebro. Somos nuestro cerebro. Por tanto, ya lo saben: hay que cambiar todo desde la raíz. Hay que hacer política y leyes para los cerebros. Hay que hacer escuelas para cerebros. Hay que meter en la cárcel a los cerebros. Hay que escribir libros para los cerebros. Hay que hacer películas para los cerebros. Mientras tanto, quizás nos podremos ir de vacaciones, aunque si tiene razón el Dr. Crick, probablemente no podremos, porque sólo somos unos fantasmas ilusorios. Quizá no quede más remedio que repetirnos una y otra vez: soy mi cerebro. A lo mejor nos lo acabamos creyendo.

    FGT: Dejemos de lado la falacia del hombre de paja. La refunfuñante conclusión de Artigas podría tener un correlato si hablara de la evolución: no hay diseñador, sino diseñadora: ¡la evolución! Es lo que practica el autor al “felicitar al cerebro de Crick”. En su caso podríamos decir: “hay que felicitar al alma de Artigas”. Acaso este autor esté olvidando que todo cuanto puede despotricar puede hacerlo merced a que tiene un cerebro que funciona, aunque insista tanto en disimularlo. Y si no, que pruebe a escribir sin cerebro.

  7. © Simbol (*)

    La teoría de Eccles puede admitirse como una opinión lógica, es aplicable incluso si el hombre llega a explicar el origen de la vida y el universo porque siempre se podrá afirmar que el autor, Dios, estableció las leyes que les dieron origen. Al fin y al cabo no es imposible, de la misma manera que no es imposible que mañana salga el sol por el Oeste pero la probabilidad de que esto ocurra es cercana a cero vistas las leyes de la física.
    El problema se complica, pues, cuando hablamos de probabilidades, porque probabilidad y posibilidad no es lo mismo. También es perfectamente posible y por lo tanto no ilógico afirmar que sin evidencias, yo puedo asumir razonablemente que no hay tal Dios. Ambas posiciones, así definidas, no pueden calificarse como imposibles aunque sean contradictorias y, siendo contradictorias, obviamente solo una de ellas es verdadera pero puede que no haya manera de determinarlo a satisfacción de ambas partes.
    La de Eccles es la vieja teoría de la “primera patada” y es sustentada por muchos de los que pertenecen al Old Earth Creationism, que no se atreven a negar ni la evolución ni la geología, pero tiene que hacerlas compatibles con Dios, es decir: no hay Adán ni Eva y la Tierra tiene más de 10.000 años, lo cual obliga a interpretar el Génesis y botar casi todo el Viejo Testamento a la basura; es la posición de muchos científicos no ateos.
    Así, sostienen que un Dios fuera de la naturaleza (metafísico) puso las leyes naturales y dejó que actuaran. Por lo tanto el “propósito” al que alude no es otro que el resultado en el largo plazo de la acción de esas leyes. Esta posición sin embargo, obliga a otras dos asunciones: a) Que Dios no se ha vuelto a entrometer con el universo puesto que esas leyes parecen no variar, y b) Que lo que hagamos esta determinado por el curso probabilístico de esas leyes, ya que Dios no interviene, y por lo tanto todo lo que acontece es consecuencia de esas leyes.
    Olvídense del libre albedrío, porque no estamos hablando del Dios cristiano, ya que el tipo del que estamos hablando no se apareció mas por aquí. Así, mi comportamiento es probabilístico dependiendo de muchos factores(biología y sus alrededores). En estas circunstancias, mi comportamiento está totalmente determinado externamente, por lo que no depende de mí la opinión religiosa que tenga, ni tiene ningún efecto que yo crea o no en Dios porque a Dios no le importa y a efecto de sus leyes yo no soy diferente de un chimpancé ni de una ameba; y por lo tanto, si eso es así, tampoco puede haber castigos ni premios, porque éstos tendrían que otorgarse con el mismo criterio que se otorgan los de la lotería, ya que el hecho de que yo sea “malo” no es culpa mía sino del resultado de esas leyes, luego lo justo pareciera otorgar los premios sin atender a la conducta, o sea, apelar a la suerte (debería darle su número a los chimpancés también).
    El problema es que ni Eccles ni los que lo acompañan han hablado de la existencia de esa lotería y de sus reglas, aunque debo reconocer que Calvino de alguna manera sugirió algo como eso, cuando dijo que la salvación estaba predestinada para algunos pero no para todos, y que esta salvación era independiente de la conducta. Lo que también es posible, porque puede que cada uno de nosotros tenga un número en esa lotería y cuando Dios dio la primera patada al balón también puso a trabajar un generador de números aleatorios. Con lo cual, eso de matar o no matar es asunto mío (en realidad dependería de una resultante de variables aleatorias que me afectarían, tales como genes, educación, valores, circunstancias, etc.); que lo haga o no, eso no me sacará o meterá en la lista de números premiados porque su resultado es aleatorio y no está relacionado con mi conducta. Ya que no puedo saber si estoy en la lista, y portarme religiosamente no me meterá en ella, puedo mandar la religión al carajo y aun así estaría operando bajo “las reglas” puestas por Dios, es decir, las leyes de la física, la química y la biología.
    He estado hablando de patadas y balones y eso me recuerda que alguien me dijo, que en algunas décadas la verdadera religión mundial será el fútbol.

    (*) Especial para Razón Atea.