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  1. La involución papal

    jueves, septiembre 21, 2006



    © Fernando G. Toledo

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    Ninguna palabra de las que Ratzinger ha dejado caer en su gira por Alemania parece haber sido pronunciada con descuido y, sin embargo, no fue necesario esperar más que unos días para que éste se desdijera públicamente. Ante sus ojos infalibles tenía, dichas tales palabras, un panorama inesperado: el Islam, la religión con la que juega desde hace años el papel de colega, se mostraba encendido ante una expresión tan desafortunada para la diplomacia. Resulta curioso que, luego de que el papa católico hiciera uso en su conferencia «Fe, razón y universidad», en la Universidad de Ratisbona, de una cita de Manuel II Paleólogo («Múestrame además aquello que Mahoma haya traído de nuevo, y sólo encontrarás cosas malvadas e inhumanas»), debiera asumir la pose hipócrita que a todo político se le exige. Y que, agachando la cabeza iluminada por uno de los dioses en disputa, debiera exclamar, ya sin alusiones a emperadores bizantinos: «Lamento profundamente las reacciones en algunos países a unos pocos pasajes de mi discurso a la Universidad de Rastisbona, que fueron considerados ofensivos a la sensibilidad de los musulmanes». Para otorgar novedad a la escaramuza, además, Ratzinger ha evitado echarle la culpa al emisario –los periodistas–, destacando su flagrante errancia: «De hecho, era una cita de un texto medieval que en absoluto expresa mi pensamiento personal».
    Pero las sorpresas habrán acabado allí, seguramente. Cuando es el fundamentalismo (islámico, para más señas), el que está en juego, toda espiral de violencia es previsible. Tanto como el triste espectáculo que se despliega a partir de ahora: el Papa se encuentra con que una de las religiones con las que ha practicado una cierta «internacional de confesiones» desde hace años, es más peligrosa y explosiva que la casta a la que siempre le interesa condenar: la de los impíos. El blanco fijo de sus críticas.
    Pero resulta que los increyentes no han prometido venganza, ni exigido disculpas, ni matado a sus acólitos, ni organizado un «viernes de ira», ni preparado un arsenal para bombardear Roma. Los que (parafraseando a Dostoievsky) tienen todo permitido por carecer de Dios, han dejado pasar cualquier exabrupto excepto para las críticas, que es lo que se le pide a cualquier persona razonable. En cambio, la religión con la que comparte libros y profetas, esa religión que parece tardía en seguir el camino del catolicismo inquisidor, es ahora una serpiente entre sus sábanas. Y puede escupir mucho veneno.
    Como ha recordado Juan G. Bedoya en El País de Madrid [19/09/06], «el problema del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona es su pensamiento excluyente, cristiano-céntrico. ¿Por qué recordó en Ratisbona –como cita de autoridad, sin refutarla– al emperador bizantino, teniendo a mano a pensadores cristianos que sostuvieron lo contrario en la misma época, como Francisco de Asís, Raimon Llull (en El gentil y los tres sabios), o Nicolás de Cusa (La paz de la fe)?»
    Cuando un año atrás, en setiembre de 2005, un diario danés tuvo la enorme osadía de dibujar al profeta Mahoma, cruzando el límite que los musulmanes trazan contra la iconofilia (en unas caricaturas más suaves que las palabras de un antiquísimo emperador), el Vaticano reaccionó para defender a sus «colegas», condenando la grosería del periódico. Y ahora está entre los groseros. Pero, de nuevo, prefiere estar en el bando de los que lo amenazan y no de los que defendieron, en ese entonces, la libertad de expresión. Por eso es que el nuncio Manuel Monteiro de Castro, ha subrayado que «Su Santidad ha manifestado su aprecio por el Islam, por un pueblo que cree en un sólo Dios, que considera a Jesucristo como un profeta, venera a la Virgen Santísima y cree en la recompensa de lo que hacemos en la vida. El Papa ha manifestado muchas veces esto sobre los musulmanes».
    Sin embargo, rota, al menos por ahora, la utopía interconfesional, dinamitados para siempre los puentes hacia el diálogo de religiones (según la imagen del teólogo español Juan José Tamayo), Ratzinger ve en la arena que su aura de brillante intelectual queda reducida al del bocotas incapaz de sostener sus propias palabras. ¿Cree Ratzinger, en su viejo corazón de Rottweiler alemán, que el pensamiento de Manuel II es errado y no puede hacerlo suyo como parecía? ¿Cree que merece respeto una religión sólo porque convive con ella en el casillero de los monoteísmos? ¿Cree que cuando habló de que la religiosidad no puede justificar la violencia, deba ahora hacer el payaso, asustado por esa violencia? ¿Cree que su religión, finalmente, habrá estado libre de los mismos pecados como para poder arrojar alguna piedra?

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    La eufórica visita del Papa a Alemania no ha abundado en concordias. Las palabras que irritaron a los musulmanes han tenido oportunidad de ser reinterpretadas hasta el hartazgo por los exégetas papales y por el mismo Ratzinger, de manera de, como es usual, «resolver la contradicción mediante la interpretación», versión teológica del «donde dice “digo” debe decir “Diego”».
    Pero en otros asuntos Su Santidad no ha sido tan contemplativo. Por ejemplo, en la misa celebrada en la explanada Islenger Feld, también en Ratisbona, que pronunció como parte de su gira alemana. Allí Joseph Ratzinger, considerado por algunos como una de las «mentes más brillantes» del siglo XX, decidió reprochar a una de las grandes teorías de la historia del conocimiento humano: la evolución. Y lo hizo de la manera más dogmática posible, poniendo a la ciencia en entredicho con la invocación al Credo católico, muestra indubitable de la fama de brillantez que el vicarius christi alemán se ha ganado en algunos círculos.
    Para Ratzinger, la teoría de la evolución es «irracional» si no pone a Dios a contar en las ecuaciones. Está, en este sentido, pidiendo a la ciencia que incluya a Dios (por supuesto, la cláusula exigirá al «Dios cristiano», uno y trino), porque de otro modo ésta acabaría en la irracionalidad más pura, ésa que la humanidad ha heredado de la Ilustración.
    El ataque puede causar tanto risa como espanto. Ratzinger no sólo ha repetido sus diatribas contra el ateísmo diciendo torvamente que éste «nace del miedo» (se supone que a lo que no existe). Sino que, además, ha censurado cierto ateísmo tácito de la ciencia, que se atreve a sacar a Dios de las hipótesis, cual Laplace ante Napoleón.
    Las palabras de Benedicto XVI tienen sus bemoles, y no han pretendido ser claras. Sabe el teólogo que, cuando estuvo como una sombra sosteniendo los pies de Karol Wojtyla, el papa anterior, debió escuchar de labios de éste que «la evolución ha dejado de ser una hipótesis». Pero ha venido a cobrar ese terreno cedido con este razonamiento: «Nosotros creemos en Dios. Ésta es una opción fundamental. ¿Pero es hoy aún posible? ¿Es una cosa razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se ha dedicado a buscar una explicación al mundo en la que Dios sería innecesario. Y si eso fuera así, Dios se haría innecesario en nuestras vidas. Pero cada vez que parecía que este intento había logrado éxito –inevitablemente surgía lo evidente: ¡algo falta en la ecuación!».
    La «mente brillante» del anciano obispo se ensaña con su propia caducidad. ¿Acaso fue posible saber, desde lo alto de su pía infalibilidad, cuáles serían las ecuaciones que fracasan, para que los científicos no yerren en su oscuro camino? De ninguna manera: hasta la teología tiene sus límites. Y Dios, en efecto, es a todas luces una «hipótesis innecesaria». Así, como la evolución (la teoría sintética hoy vigente) se atreve a buscar la explicación del origen de la vida y su desarrollo desde las coordenadas rigurosas de toda ciencia, naturalista por definición, esto es sinónimo de la irracionalidad que toda disonancia de los dogmas cristianos arrastra, según Ratzinger. Porque, se pregunta éste y se responde, «¿qué existió primero? La Razón creadora, el Espíritu que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, privada de toda razón, extrañamente produce un cosmos ordenado en modo matemático así como el hombre y su razón. Esta última, sin embargo, sería entonces solo un resultado casual de la evolución y por lo tanto, al final, igualmente irrazonable».
    Rizado el rizo, la evolución es irracional para el Papa porque no tiene en cuenta la Razón Creadora, la petitio principii de esta fe que en otros tiempos supo oponerse a Copérnico o Galileo por motivos análogos (¿o acaso no era, en estos términos, «irracional» que no fuéramos el centro de la «creación»?). Para la «brillante mente» de Ratzinger, entonces, la teoría de la evolución es, probablemente producto del miedo, y una excrecencia propia del ateísmo: «como cristianos decimos: “Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra”, creo en el Espíritu Creador. Nosotros creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad».
    ¿Y si un espejo se tendiera sobre la figura de Benedicto XVI? ¿Qué rostro miraría el Sumo Pontífice? Porque, si Ratzinger cree que la ciencia debe rodearse de su fe específica para no caer en la irracionalidad, ¿por qué no piensa que su religión también debería aceptar los parámetros de la ciencia? Es que, difícilmente sea posible vivir hoy sin ciencia (o más bien, sobrevivir), pero se ve por sus regaños que es perfectamente posible vivir sin religión, sobre todo con la católica. Ratzinger exige a la ciencia introducir la hipótesis divina. ¿Asumiría las consecuencias de falsar sus propias hipótesis? ¿De someterlas a experimentos?
    En El legado de Darwin (editorial Katz, 2006), el biofilósofo británico John Dupré propone una lectura y puesta al día de cuanto la teoría de la evolución ha aportado -no ya sólo a la biología, sino a las ciencias todas, a la filosofía e, incluso, a la teología- desde la aparición de El origen de las especies, en 1859. Para Dupré, el desarrollo de la teoría de la evolución representa uno de los mayores cimbronazos para el conocimiento humano de los últimos siglos. En su libro, Dupré lleva el barco de la valoración de la teoría a sus lindes, para encontrarse, curiosamente, como dice, «de acuerdo tanto con Richard Dawkins como con los fundamentalistas cristianos». ¿En qué punto? En que evolución y teísmo son incompatibles.
    Luego de advertir que, sin embargo, la evolución no es capaz de explicarlo todo, Dupré llega a la conclusión que quizá es la misma que acucia a Ratzinger. «Deseo insistir en un enfoque que antes parecía obvio, pero que ahora puede resultar ingenuo. Y ese enfoque afirma que gran parte de la contribución de Darwin fue la de dar un paso importante en el camino que nos aleja del animismo primitivo, pasando por los grandes héroes científicos del Renacimiento –Copérnico, Galileo, Newton y otros–, en dirección a una visión del mundo naturalista que finalmente logró prescindir de los fantasmas, los espíritus, y los dioses que servían para explicar, en épocas anteriores, todos los fenómenos naturales». Por esto Dupré apuesta a volver, ya maduros, al empirismo, de modo que éste nos ofrezca razones válidas para adoptar lo que adoptamos y rechazar lo que rechazamos. «Una exigencia modesta, tal vez, pero que, según creo, podría eliminar una parte de las mitologías religiosas y supersticiosas que siguen dominando, y a veces devastando, a las vidas humanas», sentencia.
    Las palabras de Ratzinger contra la ciencia han permitido a muchos ver las cartas con las que el primer papa coronado en el siglo XXI desea jugar. Días antes de la estocada vicaria de Ratisbona, el diario The Guardian anticipaba que el Vaticano se aprestaba a «abrazar» la «teoría del Diseño Inteligente». Eso lo alejaría de Juan Pablo II, o quizá revelaría el sentido verdadero de su aceptación de la evolución, en la que intentaba dejar a las almas fuera de la discusión científica. Ratzinger ha sido más radical y quiere regresar al sueño de evangelizar la ciencia. Acaso lo suyo sea el primer estertor de una superstición antigua que, para usar sus propias palabras, ya no sirve ni siquiera para adormecer los miedos.

    Ver también: Ratzinger contra la ciencia, Identifican un gen crucial para la evolución humana y ¿Dónde ponemos a la religión?

  2. 204 comentarios:

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    1. La vieja disputa entre Hobbes y Rousseau: los hombres nacen malos o buenos...

      Más vieja incluso. Escribe Pérez de Oliva:

      Que aunque algunos piensan, que vale más nuestro entendimiento para la vida, que la ayuda natural que tienen los otros animales: no es assí, pues nuestro entendimiento nace con nosotros torpe y escuro: y antes que conualezca son pasadas las mayores necessidades de la vida: por la flaqueza de la niñez, y los ímpetus de juuentud, que son los que más han menester ser con la razón templados. Entonces ya puede algo el entendimiento, quando el hombre es viejo, y vezino de la sepultura, que la vida lo ha menos menester. Y aun entonces padece mil defectos, en los engaños que le hazen los sentidos: y también porque él de suyo no es muy cierto en el razonar y en el entender: vnas vezes siente vno, y otras vezes el mesmo siente lo contrario: siempre con duda y con temor de afirmarse en ninguna cosa. De do nace, como manifiesto vemos, tanta diuersidad de opiniones de los hombres, que entre sí son diuersos. Por lo qual yo muchas vezes me duelo de nuestra suerte: porque teniendo nosotros en sóla la verdad el socorro de la vida, tenemos para buscarla tan flaco entendimiento, que si por ventura puede el hombre alguna vez alcançar una verdad, mientras la procura, se le ofrece necessidad de otras mil, que no puede seguir. Mejor están los brutos animales proveydos de saber: pues saben desde que nacen, lo que han menester sin error alguno: vnos andan, otros buelan, otros nadan guiados por su instinto natural. Las aues sin ser enseñadas edifican nidos, mudan lugares, proueen al tiempo: las bestias de tierra conocen sus pastos y medicinas, y los peces nadan a diuersas partes, todos guiados por el instinto que les dio naturaleza. Sólo el hombre es, el que ha de buscar la doctrina de su vida con entendimiento tan errado y tan incierto, como ya auemos mostrado. Aunque yo se, por qué me quexo en tan pequeños daños de nuestro entendimiento: pues siendo aquel a quien está toda nuestra vida encomendada, ha buscado tantas maneras de traernos la muerte. Quién halló el hierro escondido en las venas de la tierra? Quién hizo dél cuchillos para romper nuestras carnes? Quién fue el que hizo lanças? Quién lombardas? Quién hizo saetas? Quién halló tantas artes de quitarnos la vida, sino el entendimiento, que ninguna ygual industria halló de traernos la salud? Este es el que mostró deshazer las defensas, que las gentes ponen contra sus peligros, este halló los engaños, este alló los venenos, y todos los otros males, por los quales dizen, que es el hombre el mayor daño del hombre.

    2. IRICHC:
      Me he enterado por Wikipedia de este don Fernán Pérez de Oliva, a quien no tenía el gusto de conocer. Sin embargo, ¡qué hermoso es leer ese castellano del XVI! Se lo ve como a un chiquillo creciendo abruptamente, pasando de la niñez a la adolescencia, con los cambios de voz y la timidez de la inteligencia. La verdad le hace honor a esas ideas tan pobres de ese entonces sobre la biología o la psicología.

    3. Hispanicus dijo...

      Robert Spaemann, uno de los más destacados filósofos alemanes de las últimas décadas, ha publicado recientemente en el diario italiano «Avvenire» un artículo que se considera parte de la ponencia del viernes. Escribe Spaemann: «Quien se abre a la dimensión de un Dios creador no está en absoluto atemorizado con la posibilidad de encontrar racionalmente el origen de la vida, incluido el hombre; pero donde encuentre bondad y belleza, o contradicciones en una teoría científica, descubrirá un mensaje nuevo, totalmente distinto al científico, y que ayuda a comprenderlo».

      En este mismo sentido publicaba el sacerdote y científico Fiorenzo Facchini un artículo en el «Osservatore Romano» considerado la síntesis más actualizada de los postulados de la Iglesia católica al respecto: «El hombre no puede considerarse un producto natural de la evolución. El elemento espiritual que lo caracteriza no puede emerger de la potencialidad de la materia. La aparición del hombre supone una voluntad positiva de Dios desde el momento en que se encendió la chispa de la inteligencia en uno o más homínidos. La naturaleza tiene la potencia de acoger el espíritu según la voluntad de su creador, pero no puede producirlo por sí misma», escribe. El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, participó también como relator. Probablemente se hizo eco de la conferencia pronunciada el pasado mes de julio, que se producía después de que publicara un artículo en el «New York Times» sobre los límites de la ideología evolucionista.«La Iglesia no sostiene la posición de las teorías creacionistas», sostiene Schönborn. «Es importante distinguir entre la teoría científica de la evolución -que no provoca conflicto entre la fe y la razón- y la ideología evolucionista. Una ideología que pretende imponer como científica una conclusión que no es científica: que en el origen de la vida se encuentra la casualidad».

      "Darwin y Lamarque no postularon la evolución de las especies como un ataque a la religión o una teoria politica. Sino como una observación cientifica. El uso politico o anticlerical posterior fue ejercido por politicos de izquierda, no por cientificos. La ciencia hace siglos que se circunscrive por voluntad propia al campo de la fisica, no de la metafisica, donde entran la religión y la politica. La ciencia se limita a estudiar los hechos observables, no a opinar sobre realidades transcendentales de tipo mistico o a decir a la gente a quien debe votar. El mito del cientifico ateo es un error. La mayoria de cientifcos no mezclan el estudio de la materia con sus creencias religisas. La afirmación cientifica de que las especies han variado con el paso de los milenios no es un ataque a ninguna religión. Ni niega las transcendentalidad del ser humano. Ni pone al ser humano a la altura moral de los animales. Todo eso ha sido afirmado por politicos o por fanaticos. Es un error enfrentar a la ciencia con el cristianismo. El metodo cientifico lleva cientos de años conviviendo pacificamente con el cristianismo, que ha sido la religión que mas lo ha respetado. El juramento hipocratico de los medicos, remontandose a Grecia, responde perfectamente a los ideales cristianos, y por eso las monjas han sido enfermeras durante siglos. No me gusta nada que intenten enfrentar a la ciencia y al cristianismo, porque respeto a las dos. Eso son desvarios de socialistas y de algunas sectas protestantes."

    4. HISPÁNICUS:
      Sea usted quien fuere, amigo o enemigo, creyente o ateo, estúpido o sagaz, la tarea de copiar y pegar lo acerca a la práctica del troll. Este artículo, que puso usted el 30 de setiembre en su propio blog, será tolerado como excepción y para ofrecer estas palabras aleccionadoras. Además, porque resulta un objeto de deseo para las refutaciones.

      Las primeras palabras de Spaelmann corresponde a lo que Puente Ojea, con su conocido bisturí, ha llamado "la falacia conativa". Se reduce a la idea de que "como es más bello creer en Dios que no hacerlo, Dios existe". En efecto, Spaelmann supone que las explicaciones científicas de la evolución conllevan un temor. Por otra parte, introduce adjetivos emotivos que nada tienen que ver con la discusión, al pensar que uno va a encontrar, por ejemplo, "bondad" en una teoría científica, y para colmo, que si a alguien se le ocurriera tener ese sentimiento, ello lo conduciría directamente a un "mensaje nuevo", presumiblemente cristiano (¿?), o por lo menos "distinto al científico" (¿¿??).
      Por otra parte, mostrando una ridícula actitud anticientífica e interesada el "sacerdote y científico" Fiorenzo Facchini lanza la premisa de que "el hombre no puede considerarse producto natural de la evolución". ¿Será porque el credo de su religión dice que hemos sido creados por Dios y nada más? ¿Será porque ya tiene puesta la premisa de que tiene que haber un alma, aunque jamás aparezca esa posibilidad en los estudios científicos? Esa clase de ceguera es la que no ofrece ningún interés, porque invita al oscurantismo y pretende ponerle palos a las ruedas de la ciencia.
      Lo de la teoría de la evolución y el evolucionismo como ideología es más aceptable, aunque el "darwinismo" sólo es dañino cuando se lo lee intencionadamente, o directamente mal, como por ejemplo sacando un axioma que no pertenece en realidad a la teoría de Darwin, y que se ha popularizado: "la supervivencia del más fuerte".
      Finalmente, el comentador Ginesillo, de quien usted aquí no consigna el nombre, y al que le harían falta varias lecciones de ortografía, lo único que hace es abogar por la no asunción de las consecuencias del conocimiento científico. Antes que responder directamente, y habida cuenta de la descortesía de Hispánicus, ofrezco como respuesta a este ingenuo texto el célebre escrito de Richard Dawkins "Cuando la religión pisa el césped de la ciencia", asequible en internet.

      P.D.: Queda hecha la advertencia de que aquí se puede debatir, pero se solicitan argumentos frescos y no meras pegoterías.

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