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Paul Kurtz (1925-2012) |
© Joaquín Pi Yagüe
El País de Madrid
Es muy probable que, justo antes de su fallecimiento
el pasado 20 de octubre, a Paul Kurtz no le asaltara en sus últimos días la
angustia recurrente respecto a qué encontraría después de la muerte. Desde sus
años de universitario luchó por liberarse de los miedos ligados a la fe en la
divinidad o en lo sobrenatural y al respeto a la autoridad de la jerarquía de
las religiones mayoritarias.
Paul Kurtz nació en 1925 en Newark (Nueva Jersey, EE
UU). Hijo de padres judíos a los que calificaba de «librepensadores», se alistó
en el Ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial y fue uno de los
primeros en entrar en los campos de concentración nazis de Buchenwald y Dachau
en la liberación. Después de la guerra retomó los estudios y se matriculó en la
Universidad de Nueva York para graduarse en Filosofía en 1948. Influido por el
pensamiento pragmático de Sidney Hook, continuó formándose hasta obtener el
título de doctor en 1952 por la Universidad de Columbia. En esa década de los
cincuenta comenzó su identificación plena con el pensamiento humanista secular
y dio sus primeros pasos en el terreno de la enseñanza universitaria en el
Trinity College de Connecticut, para pasar después al Union College.
A partir de 1965 se vinculó a la Universidad del
Estado de Nueva York, en la ciudad de Búfalo, como profesor de filosofía hasta
su jubilación en 1991, si bien continuó en esta institución como emérito. Una
vez se hubo establecido en esta universidad comenzó su activismo cívico. En
1973 publicó el Humanist Manifesto II, un escrito de crítica al teísmo desde
una perspectiva humanista. La obra está basada en otro documento de 1933 al que
se la habían incorporado algunos de los asuntos más candentes de la década de
los setenta como las armas nucleares, el control de la población, el racismo o
el sexismo. El manifiesto lo firmaban 120 importantes personalidades del mundo
de la ciencia y de la cultura entre las que se encontraban Andréi Sájarov,
Francis Crick o Isaac Asimov.
La pugna para que el pensamiento racional guiara las
acciones humanas lo llevó a hacer campaña contra quienes daban pábulo a los
fenómenos paranormales. En 1977 puso una reclamación en la Comisión Federal de
las Comunicaciones contra la NBC por un programa de titulado Explorando lo desconocido, presentado por el actor Burt Lancaster y en el que, utilizando un
formato de documental, introducía a la audiencia en temas tales como la cirugía
psíquica de unos curanderos filipinos que aseguraban ser capaces de extraer un
tumor practicando incisiones con el poder de su mente.
El auge del fundamentalismo religioso en EE UU en la
década de los ochenta también animó a Kurtz a responder con la aparición de la
revista Free Inquiry. Antes de la irrupción oficial del integrismo religioso
algunas voces afines a él comenzaron a revolverse contra los esquemas de
pensamiento de Kurtz. Es el caso del evangelista Edward Rowe, que dejó escrito
en su libro Save America, publicado en 1976, que «el humanismo es la filosofía
y el programa de Satán». Lejos de arredrarse, Kurtz respondió a todos estos
sectores con In Eupraxophy: living without religion, publicado en 1989 y donde
proponía una moral alternativa laica prescindiendo de las religiones.
En los últimos años de su vida no dejó de
comprometerse ocupando cargos de importancia en distintas asociaciones afines a
sus postulados filosóficos. Sin embargo, su entorno no era una balsa de aceite:
desde posiciones de un ateísmo militante sin concesiones, algunos le echaron en
cara su mesura y falta de agresividad en la crítica a los distintos credos. En
2010 dejó la dirección del Center for Inquiry por entender que se había llenado
de «ateos enfadados» y por estar en desacuerdo con los últimos proyectos de
esta asociación, que incluía, entre otros, el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia.
Publicado
el 29 de octubre de 2012