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  1. ¿Qué es el ateísmo católico?

    lunes, marzo 27, 2023



    El doctor en Economía, escritor, politólogo y "youtubero" Santiago Armesilla, quien ya ha colaborado antes con este blog, indaga sobre un término al que nos hemos referido anteriormente en Razón Atea: el ateísmo católico. Su video, donde se cita un artículo de este blog, intenta explicar filosóficamente el sintagma.



  2. Cristina Pérez junto a la obra de su autoría que fue vandalizada.


      

    El reciente escándalo en la Universidad Nacional de Cuyo por una muestra de arte devela una vieja tensión entre el arte y lo sagrado, donde aparece el concepto de blasfemia. Sólo que veces, parece haber cierta selectividad para blasfemar contra unos, pero no contra otros.





    n 2004, un cardenal argentino repudiaba con estas palabras —dirigidas a sacerdotes, pero abierta a toda la comunidad— una muestra de arte que consideraba blasfema: «Desde hace algún tiempo se vienen dando (...) algunas expresiones públicas de burla y ofensas a las personas de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen María; así como también a diversas manifestaciones contra los valores religiosos y morales que profesamos. Hoy me dirijo a ustedes muy dolido por la blasfemia que es perpetrada (...) con motivo de una exposición plástica. También me apena que este evento sea realizado en un centro cultural que se sostiene con el dinero que el pueblo cristiano y personas de buena voluntad aportan con sus impuestos. Frente a esta blasfemia (...) todos unidos hagamos un acto de reparación y petición de perdón (...)».

    La muestra de la polémica era nada menos que de León Ferrari (1920-2013), considerado en su momento por el New York Times como uno de los artistas plásticos más provocativos del mundo. Y quien firmaba la carta de repudio era nada menos que Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, quien nueve años más tarde iba a ser ungido como papa Francisco, máxima autoridad mundial de los católicos.

    Arte y religión: vieja relación

    La tensión entre el arte y lo «sagrado», como está visto, ni es nueva ni es inédita en la Argentina. Por eso el escándalo suscitado en la UNCuyo por la muestra de arte a propósito del «8M» no resulta una extravagancia. En su momento, con piezas aun más sutiles y refinadas, Ferrari provocó las quejas de la Iglesia y sufrió el ataque de grupos radicalizados. Aquí se vio un eco de aquello, con obras pictóricas o escultóricas que representaban, por ejemplo, una versión femenina y con cabeza de vaca del Cristo crucificado o una vagina que transmutaba en la imagen popular de la Virgen María. Y se vio la queja de la Iglesia local por lo que consideraban una ofensa, de parte de una universidad pública que debería velar por el respeto general. Y se vio luego lo peor de todo: el ataque vandálico de los fundamentalistas, con acciones que fueron rechazadas hasta por el propio arzobispado.

    Lo que prueba esta clase de hechos es algo que sorprende a quienes podrían pensar que el arte está exento de otro contenido que su propia estética (el arte por el arte). Entender que esto no es así permite, a la vez, descubrir algo más: que el afán blasfemo del arte en nuestro ámbito tiende a ser selectivo.
    En nuestra cultura (en la que el catolicismo es parte basal de una estructura social, cultural, legal, etc.), las bellas artes no han sido solamente una expresión plástica, sino que han servido de exaltación, prédica y representación de contenidos religiosos, especialmente católicos. Algunas de las obras maestras de la pintura universal han tenido este fin: desde los manuscritos iluminados y Giotto a las obras finales de Dalí, pasando por El Bosco, Leonardo, Miguel Ángel, Velázquez o El Greco. Si se quiere, esa práctica llega hasta nuestros días y nuestra región, ya que, por ejemplo, la obra de un pintor como Sergio Roggerone puede encuadrarse en esta línea.

    Blasfemias «selectivas»

    Ahora bien, en cuanto a la blasfemia, hay que decir que este es un concepto complejo: la blasfemia puede tener un aspecto, digamos, «subjetivo» (lo que le parece blasfemo a uno puede no parecerle a otro) y otro «objetivo» (se practica con el conocimiento de que lo que se produce subvierte un sentido conocido y sabe de su repercusión).

    Lo que se observa aquí es una blasfemia selectiva: se practica con la iconografía de una religión particular, pero se evita con sugestivo cuidado hacerlo con otras. Así, una muestra catalogada como «feminista» apunta su blasfemia, subjetiva u objetiva, más usualmente contra el catolicismo, pero no contra el judaísmo o el Islam. ¿Qué sucedería si se utilizara el arte con afán blasfemo —algunos con eufemismo lo llamarán «crítico»— contra la simbología o el credo judíos? ¿No se lo calificaría de antisemita? O, para ir más allá: ¿por qué no se blasfema artísticamente contra algunas leyes de la sharía, que prohíben a las mujeres mostrarse si su cuerpo no está tapado por el burka?

    En este último sentido, es llamativa la selectividad, dado que los países en los que las democracias han florecido (y en los que la idea de libertad de expresión más se ha difundido) son mayormente aquellos en los que ha predominado el cristianismo. Y esto puede o debería verlo un ateo —como quien firma—, un agnóstico, un deísta o un creyente. Todo el mundo, en suma. Si la blasfemia, o la «crítica», se emprende con selectividad contra el cristianismo, tal vez (sólo tal vez) ello sea producto de una miopía ideológica traducida en arte.

    El papel de la universidad

    Por último, hay que preguntarse por el papel jugado aquí por la institución que avaló la muestra. En 2018, y con el fin de asegurar la «laicidad» de la institución, la UNCuyo decidió retirar todos los símbolos religiosos (algunos, en sí mismos, también obras de arte) de sus edificios. A pesar de ello, ahora propició una muestra plagada de imágenes religiosas, aunque fueran blasfemas.

    Algunos querrán exorcizar o eximir a estas imágenes de la muestra «8M - Manifiestos visuales» de todo contenido religioso con el «agua bendita» del arte y la libertad de expresión. Sin embargo, ¿acaso esas obras artísticas exhibidas tendrían el mismo valor si no hicieran uso de la simbología religiosa? Si la respuesta no es afirmativa, ¿por qué entonces se exhiben en un lugar donde la simbología religiosa fue excluida?

    También aquí, al parecer, hay selectividad, y unas simbologías son más simbólicas que otras.



  3. Un guardia suizo custodia en el Vaticano el cadáver de Benedicto XVI. Foto: AP.




    a muerte de Joseph Ratzinger, papa Benedicto XVI para la Iglesia Católica, ha permitido ver unas exequias inéditas en el Vaticano, la santa sede de esta religión, la mayoritaria en el planeta y basal para nuestra cultura.

    Las claves que hacen tan especial el funeral de este papa católico tienen que ver con la excepcionalidad de su figura, al tratarse de un papa emérito, algo pocas veces visto en la historia. En particular, porque Benedicto XVI llegó a ese puesto tras una renuncia en 2013 a su cargo, al que había llegado para ocupar el puesto que dejó Juan Pablo II (Karol Wojtila) con su muerte, en abril de 2005.

    El pontífice alemán termina sus días con una historia particular: llevó el hábito de papa emérito durante más años que el de papa efectivo, dejó lugar a la primera designación de un papa americano (el argentino Francisco I) y dejó una estela de misterio alrededor de las razones de su abdicación.

    Por un lado, el fallecimiento provocará, entonces, algunos hechos nunca vistos en la historia de la Iglesia Católica.

    Por ejemplo, el funeral a un papa estará encabezado por un papa. La muerte no llevará a la elección de otro. Y, finalmente, será destruido el anillo del pescador, emblema que lucen los papas en el anular de su mano derecha. Este anillo es legado de un papa a otro, pero en el caso de Benedicto XVI se construyó uno para que él siguiera luciendo el suyo y Francisco tuviera el propio.

    Entre los pocos antecedentes a la renuncia del papado aparecen la de Celestino V (1294), quien al parecer no estaba en sus cabales. La última había sido la de Gregorio XII, quien dejó el cargo en 1415 como “sacrificio” personal para solucionar una serie de conflictos eclesiásticos que dio en llamarse “Cisma de Occidente”.

    ¿Por qué renunció el papa Benedicto XVI?

    Ahora bien, ¿cuál fue la razón para que el 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI acabara renunciando? Las excusas oficiales no tienen por qué ser rechazadas de antemano y hablaban de una debilidad de salud que le impedían a Ratzinger entregarse a pleno a su papado. Según el propio obispo: “Llegué a la certeza de que mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son aptas para un adecuado ejercicio del ministerio petrino”. Otras voces, sin embargo, han hablado de un debilitamiento en otro sentido: el que sintió el Santo Padre de los católicos por diversos escándalos y también por una intención de miembros de la iglesia que habrían propugnado un aire más progresista en la Iglesia. El alemán cargaba con una fama de conservador, a veces poco justificada si se tienen en cuenta cuestiones como que fue el primer papa en hablar del uso del preservativo como un “acto de responsabilidad” en casos puntuales.

    Sin embargo, otra de las hipótesis que se manejan resulta, para muchos, más inquietante. Y tiene que ver con la aparición de una “noche oscura del alma”, que se extendió hasta el fin de sus días. Con ese término se alude al célebre poema de San Juan de la Cruz, poeta y místico español, que pone en palabras un momento de duda ante la fe religiosa.

    En el caso de Ratzinger estamos no sólo ante un papa y nada más, sino a un teólogo y filósofo de gran magnitud, autor de textos notables, además de sus encíclicas y conferencias. Entre estas últimas, hay una que destaca sobremanera: el “Discurso de Ratisbona”, cuyo título original era “Fe, razón y la universidad: recuerdos y reflexiones”, y fue pronunciado el 12 de septiembre de 2006. Allí, reflexionaba sobre el entrelazamiento de fe y razón y tuvo un capítulo polémico por una dura referencia al Islam.

    Esas reflexiones de Ratzinger sobre la fe dieron origen luego a un libro, editado en español bajo el título Dios salve la razón. En él, como cuenta la presentación del volumen, “diversos intelectuales de primera línea, provenientes de diferentes países, tradiciones religiosas y posiciones culturales, se dan cita en este libro para recoger el desafío planteado por Benedicto XVI en su célebre lección magistral en la Universidad de Ratisbona en septiembre de 2006: ampliar la razón. Desde diferentes perspectivas, coinciden en proponer un nuevo humanismo que integre de manera nueva la relación entre fe y razón”.

    El texto más notable de ese volumen no era el del propio Benedicto XVI, sino el de un filósofo que escribía en castellano: el español Gustavo Bueno, un “ateo católico”, autor de un sistema materialista y probablemente el más notable filósofo de habla hispana de todos los tiempos. Su artículo, tan brillante y contundente, fue leído por el propio Ratzinger y, se dice, lo llevó a largas reflexiones. En él, Bueno decía que el Dios de las grandes religiones no es en sí racional, sino que ha sido la Iglesia la que ha “salvado la razón” para la tradición histórica, y ha permitido el desarrollo de imperios y culturas que hoy destacan en el mundo.

    Consultado el propio Gustavo Bueno sobre si su texto habría dinamitado la fe del pontífice, este respondió: “Me han dicho algo así. No tengo ninguna razón para creerlo o para dejarlo de creer. Parece ser que lo leyó. (...) No creo que mi artículo de 2008 le haya planteado dudas de fe al papa, en todo caso habría ahondado en un proceso que vendría de más lejos”.

    En esa posibilidad ahonda el profesor de filosofía Yago de la Cierva, quien trabajó en oficinas del Vaticano y para el Opus Dei. Para él, estuvo muy claro el porqué de la renuncia: “el único modo en que se consigue entrever qué puede pasar por la mente y el corazón del Papa es una crisis espiritual”. Podríamos agregar: el único modo de entender el sintagma “crisis espiritual” es pensar en una pérdida de la fe.

    Un último dato anecdótico podría terminar de confirmarlo. En mayo de 2006, Benedicto XVI se detuvo a orar ante el “muro de la muerte” de lo que fuera el campo de concentración de Auschwitz, levantado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Allí fueron torturadas y asesinadas, según algunos cálculos, más de un millón de personas. Conmovido, Ratzinger exclamó en italiano: “Sólo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a Dios: ¿Por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.

    Esas palabras de reproche a la divinidad, venidas de parte nada menos que de la máxima autoridad católica en el planeta (un apóstol de Cristo, según la creencia) no pueden ser ignoradas.

    Tal vez ese brillante teólogo que fue Joseph Ratzinger tuvo su noche oscura, sólo que el azar le llevó a sufrirla siendo nada menos que Papa. Su inédito retiro, que lo recluyó hasta el fin de sus días, permitió tal vez una paradoja: que un papa no creyente fuera el que acaba de morir.