Pocos confían ya en Benedicto XVI. Sus anacrónicas decisiones muestran un Papa rodeado de una curia inoperante e incapaz de conducir la maquinaria vaticana
© Miguel Mora
Publicado en El País el 29 de marzo de 2009
ROMA- No se apaga el tam tam de los tambores. Tras su periplo africano y la encendida polémica sobre el sida y los preservativos, afirmar que Joseph Ratzinger es un papa cada vez más cuestionado es una obviedad. Fuera de la Iglesia, no cesan las críticas y los ataques. En Francia y Alemania, las encuestas entre católicos registran ya la palabra «dimisión», y Gobiernos, ciudadanos y ONG dejan ver su abierto descontento. Dentro del Vaticano, las cosas están igual. O peor. El Papa alemán fue elegido por los cardenales por su alta inteligencia. Pero, como dice el veterano vaticanista y escritor Giancarlo Zizola, «estos primeros cuatro años de papado sugieren que, por mucho que su inteligencia sea finísima, no le llega para gobernar la Iglesia».
«Ratzinger es un prisionero de la curia, vive en una especie de Aviñón en patria, alejado de los episcopados nacionales, sin más apoyo que el de su pequeña camarilla», explica Zizola, autor del libro Santità e potere. Dal Concilio a Benedetto XVI. El Vaticano visto dal interno. Filippo di Giacomo, sacerdote y periodista, 11 años de misionero en el Congo, hoy juez vicario en Roma, cree que la crisis que vive el Vaticano «refleja una enfermedad crónica desde hace siete siglos: su sistema de Gobierno no funciona ni es colegial». «La curia moderna es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil. Hay 35 cardenales en Roma. Están divididos en grupos, enfrentados, y se dedican a conspirar y a cooptar afines por los pasillos», señala Di Giacomo.
Se trata de una batalla en toda regla, en la que los bandos se mezclan y se confunden. La revuelta estalló con el perdón a los obispos lefebvrianos. Un grupo amplio de obispos y teólogos moderados y conciliares (alemanes, franceses y latinoamericanos, sobre todo), hartos de no ser tenidos en cuenta, hizo ver su descontento al Papa. En respuesta, éste reprendió a la curia por no actuar de forma «colegiada y ejemplar».
Zizola recuerda que Wojtyla intentó obviar una fractura que ya existía a base de carisma y comunicación. Su papado creció con la televisión y se convirtió en una especie de Show de Truman, la primera encíclica catódica: le vimos envejecer, derribar el muro de Berlín, sufrir atentados, viajar, besar los suelos del planeta varias veces, agonizar en directo. Pero tampoco él fue capaz de reformar el sistema de gobierno. «Prefirió escaparse de Roma y tapar la crisis de la Iglesia y el vacío de gobierno», dice Zizola.
Mientras Wojtyla viajaba, Ratzinger estudia y escribe. Mucho más aislado y a la defensiva, el Papa soporta mal que le lleven la contraria. Su carta a los obispos reveló que le disgusta sobre todo el desamor, la intriga, «el odio y la hostilidad». Su texto dibuja a una curia conspiradora, que aspira a mandar tanto o más que él, que mueve los hilos en la sombra, que filtra noticias, escondiendo la mano, para hacerse valer. La peculiar sensibilidad de Ratzinger es una parte del problema. ¿Se trata de un «pastor alemán» como tituló Il Manifesto cuando fue nombrado, o «un cordero en medio de los lobos», según la expresión del Evangelio de Mateo?
Di Giacomo despachó con él a menudo cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Le puedes decir cualquier cosa, siempre que no subas la voz. Si la elevabas medio tono, ponía su extraña sonrisa, cerraba el cuaderno y se marchaba. Delante de él no se puede ofender a nadie. Es un democristiano bávaro, y los democristianos bávaros son raros. Pueden tener ideas avanzadas, pero si los demás no les siguen, se asustan y frenan. Ratzinger es cualquier cosa menos un aventurero. Por eso se fue de la Universidad de Tubinga el día que se encontró a los estudiantes protestando tirados en el suelo. Es un monje, y nadie le ha dicho a tiempo que el mundo mediático no es un aula universitaria».
En un texto publicado por la revista religiosa Il Regno, Zizola ha recordado que en 1965 el obispo brasileño Helder Camara anunció al mundo durante el concilio la reforma de la monarquía pontificia, creando un senado compuesto por cardenales, patriarcas y obispos, elegidos por las conferencias episcopales, para ayudar al Papa en el gobierno y convocar cada 10 años un concilio ecuménico.
La reforma nunca se hizo. La curia, la corte púrpura, ese ente invisible y lujosamente vestido, cuyo poder sobrevive a los papas, jamás aceptó la democratización. Hoy, dentro de la curia, nadie se fía de nadie. Por un lado están los influyentes hombres «del servicio», como se autodenominan los diplomáticos de la secretaría de Estado que dirige Tarcisio Bertone, el único que despacha a diario con Ratzinger; por otro, los intelectuales orgánicos (periodistas, profesores, juristas, rectores...), unos papistas y muchos no; y luego está la variopinta macedonia cardenalicia y episcopal que dirige los dicasterios: nueve congregaciones, 11 consejos pontificios, tres tribunales, tres oficinas. «En los dicasterios están los casos piadosos», dice Filippo di Giacomo. «Desde Pablo VI, el Papa que internacionalizó la curia y la llenó de excelencia con los mejores cerebros de ese tiempo, la decadencia del equipo de gobierno ha sido imparable. Wojtyla llegó a Roma en 1978 lleno de odio contra la curia, porque nadie escuchaba a los obispos del este de Europa, y se trajo a todos los fracasados, a los que no servían a las diócesis», cuenta Di Giacomo. «López Trujillo, Castrillón Hoyos, Martínez Somalo, Martino, Barragán, Milingo... Gente insignificante. Luego hizo obispo a su secretario, y le dijo: “A estas bestias trátales tú”».
¿Podrá este Papa más tímido aún apaciguar a ese rebaño de «gálatas que muerden y devoran»? Según Zizola, «el Papa trabajó durante el Concilio en la frontera de la renovación y sabe que el gran problema es la nula participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia. Algunos cardenales recuerdan que los obispos eran consultados más a menudo en la época de Pío XII, antes del Concilio, que actualmente».
Cerca del Papa, coinciden Zizola y Di Giacomo, está el desierto. Cuatro monjas estadounidenses que dirigen el departamento informático y evitan que los hackers entren en la web. Su secretario, el guapo, alto y bávaro Georg Genswein, considerado un cero a la izquierda –«Es un cretino», afirma sin tapujos un miembro de la curia–. El portavoz, el amable jesuita Federico Lombardi, y sus dos ayudantes, que no dan abasto a apagar fuegos, y que según se dice serán sustituidos en junio.
Los hombres de confianza son aún menos. El cardenal alemán Lehman, que culpó del desastre Williamson a los mensajeros; Bertone, el secretario de Estado, que también dejará su sitio pronto por edad. Antonio Cañizares, prefecto de la estratégica, según la visión de Ratzinger, Congregación para el culto divino. Y el lituano Audrys Juozas Backis, que suena para sustituir a Bertone. Demasiado poco para un hombre de 81 años con una enorme carga de trabajo. «El grado de complejidad del cargo, con 1.100 millones de católicos, 6.000 obispos en activo, relaciones ecuménicas e interreligiosas, viajes, encíclicas, y relaciones de Estado, es insostenible para un hombre solo, inteligente como Ratzinger o carismático como Wojtyla», dice Zizola.
Por eso hay muchos obispos en guerra. Mientras Ratzinger salta de un pantano a otro, la iglesia moderada, progresista y conciliar no aguanta más. Según Zizola, el poder del Opus Dei, como en tiempos de Wojtyla y Navarro Valls, sigue siendo enorme. Di Giacomo no cree que sea tanto. Pero la máquina de enredar está en marcha. Con el perdón a los lefebvrianos, el Papa ha despreciado a las corrientes de signo opuesto, especialmente a la Teología de la Liberación, que él mismo frenó hace 25 años. Al fondo, se habla ya de un posible sustituto, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Pero eso lo decidirá la curia.
Exigen al Papa que se retracte
Publicado en El Periódico
La irritación que el papa Benedicto XVI ha provocado en la comunidad científica internacional al cuestionar la eficacia del preservativo en la lucha contra el sida difícilmente podría tener un altavoz más autorizado que la revista británica The Lancet, considerada, junto con la estadounidense New England Journal of Medicine, como la publicación médica más influyente del mundo. Y esta vez The Lancet ha sido contundente. En un editorial de insólita dureza que aparece en el número que hoy mismo [28 de marzo] se distribuye, el semanario acusa al Pontífice de haber llevado a cabo un ejercicio de «manipulación» de la verdad científica que ha puesto en peligro «la salud de millones de personas», y le exige por ello una rectificación en toda regla.
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«Cuando una persona influyente, ya sea una figura religiosa o política, hace una declaración científica que podría tener efectos devastadores sobre la salud de millones de personas, debería retractarse o rectificar», señala el editorial de The Lancet, que, consciente del enorme impacto que todas las manifestaciones del Pontífice tienen entre los católicos, añade a continuación: «Algo menos que eso sería hacer un flaco servicio al público y a quienes trabajan en defensa de la salud, incluidos muchos miles de católicos que trabajan de manera incesante para impedir la propagación del sida en todo el mundo».
La revista sugiere incluso que Benedicto XVI es consciente de la falsedad que encierran sus palabras pero antepone a la verdad el propósito interesado de extender su fe. «Al afirmar que los condones exacerban el problema del sida, el Papa ha distorsionado públicamente las evidencias científicas con el fin de promover su doctrina», apunta. Y más adelante abunda en la cuestión: «No está claro si el error del Papa se ha debido a ignorancia o a un intento deliberado de manipular la ciencia en apoyo de la ideología católica».
La ola de airadas protestas que han provocado las declaraciones de Joseph Ratzinger forzó el domingo pasado a L’Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, a publicar un artículo en el que se aceptaba la eficacia del preservativo y a matizar que lo que el Papa quiso decir en realidad era que la distribución de condones por sí sola no es suficiente para hacer frente al sida, sino que debe ir acompañada de prácticas más acordes con el discurso de la Iglesia católica como la abstinencia y la fidelidad dentro del matrimonio. Una suerte de marcha atrás que The Lancet juzga completamente insuficiente. «Sus comentarios de Benedicto XVI están ahí –señala la revista–, y los intentos del Vaticano de retorcer las palabras del Papa, manipulando una vez más la verdad, no es el mejor camino a seguir».