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  1. Gustavo Bueno. Fotografía: Moeh Atitar





    ste 1 de septiembre de 2024 no fue una fecha cualquiera para todo aquel interesado en las corrientes filosóficas contemporáneas. Al contrario, porque un día como ese, pero de hace un siglo —es decir, el 1 de septiembre de 1924— nacía en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja, España), uno de los más importantes filósofos contemporáneos, creador de un sistema de pleno vigor y llamado a seguir expandiéndose e influyendo en las estructuras de pensamiento del presente. Hablamos no de otro que de Gustavo Bueno, el creador del llamado Materialismo Filosófico, escrito íntegramente en español.

    Ahora bien, ¿por qué hablar de Filosofía, en general, y más aún, de un filósofo en particular, en un medio de comunicación? «Demasiado intelectual», dirán algunos. «Filosofía, ¿para qué?», dirán otros. «Esas cosas nunca me interesaron», dirán terceros. Y, sin embargo, no sólo habría que llamar la atención sobre quienes considerasen forasteros a esos temas dentro de un espacio de comunicación masiva como es un periódico. También habría que advertir que, contra lo que pueda asumirse acríticamente, la filosofía está tan impregnada en nuestro diario vivir, es tan usual para tratar con los demás y con los temas que nos interesan, que la preocupación debería ser no pasar por un filósofo ingenuo, antes que despreciar la Filosofía con ingenuidad. «Todos somos filósofos», decía, de hecho, el propio Gustavo Bueno. Sólo que algunos hacen mala filosofía, claro está.

    Para saber por qué merece unas líneas en un diario un filósofo como Gustavo Bueno —un texto, aunque sea breve, que llame la atención sobre la importancia de asomarse a su obra— las respuestas pueden darse de muchos modos y con muchos argumentos. El primero tendría que ver con la relevancia histórica. Cierto es que tenemos poca perspectiva, pues estamos ante un hombre de nuestro tiempo, pero no es arriesgado decir que con Bueno hemos sido contemporáneos de una de las mayores mentes del pensamiento filosófico. ¿Han pensado alguna vez el honor que pudo ser haber compartido el mismo tiempo que Sócrates, que Platón, que Aristóteles? ¿Qué tanto valoraría uno haber vivido en los tiempos de Tomás de Aquino? ¿Y qué tal haberlo hecho al tiempo que Descartes, o haber sabido de aquel pulidor de lentes de Ámsterdam que fue Spinoza? ¿Cómo no nos hubiera importado ser contemporáneos y cercanos de Kant o de Hegel, de Marx, de Husserl, de Russell o de Heidegger? Pues, la contundencia de la obra de Bueno (sus Ensayos materialistas, sus Teoría del cierre categorial, El animal divino, El mito de la izquierda, El Ego trascendental) lo pone a la altura de aquellos nombres fundamentales de la filosofía. La diferencia está que, en el círculo temporal de lo que puede considerarse «nuestra era», apenas hace un siglo que nacía Bueno, lo cual nos debe hacer sentir orgullo de haber compartido tiempo con él.



    La filosofía materialista (para resumir: una filosofía que niegue la existencia de vivientes incorpóreos) ha tenido en el último siglo a dos cultores insignes nacidos en el ámbito hispano. Uno es el argentino Mario Bunge (1919-2020), representante del materialismo sistémico, quien escribió gran parte de su obra en inglés. El otro es Bueno, cuyo sistema (creemos) supera al de Bunge. Por cierto, ambos mantuvieron ricas polémicas alguna vez.

    Hoy, la escuela que sigue a Bueno tiene sede en Oviedo (Asturias), pero hay seguidores en todo el mundo. De hecho, desde Mendoza, desde Lima, desde Caracas, desde DF, desde California o tantos lugares más, muchos están estudiando su sistema, incluso de manera reglada, a través de los cursos que dicta la Fundación que lleva el nombre del filósofo.

    Conocida es la alegoría de la caverna trazada por Platón en La República, tantas veces tomada de manera incompleta: allí, los hombres comunes están encadenados en una oscura cueva y ven la realidad a través de sombras que se proyectan contra una pared. Pero hay algunos que escapan, conocen el mundo exterior y luego vuelven para iluminar a los otros con las noticias de la realidad. Gustavo Bueno fue de esos que iluminan: exploró la realidad material con su sistema y regresó a la caverna para sacarnos el velo. 

    Leer a Bueno nos hace un poco menos idiotas. Su centenario es la mejor excusa para empezar a leerlo y pisar los primeros peldaños de esa escalera que nos lleva hacia fuera de la caverna.

  2. Acicates contra la vanidad

    sábado, abril 20, 2024

    Antonio de Pereda: Alegoría de la vanidad


    Los siguientes son sendos divertimentos en forma de versos para el viejo adversario Daniel Vicente Carrillo, ante el enojo demostrado al decirle que no quiero leer libros como el que acaba de publicar y que se presenta como una obra con la que «se ha querido resucitar las doctrinas platónicas no escritas y los principios de la filosofía escolástica, a mayor gloria de Dios».


    por Fernando G. Toledo


    Verdades que rasgan derroches vanos

    Te dirá él que es su obra
    «única en nuestra era».
    ¡Qué curiosa maniobra!
    Extraña cosa fuera
    que fallara en la crítica
    el mismísimo autor.
    Yo agregaría «mítica»,
    «de incontable valor».
    Que soberbia no falte,
    ya que vana es la empresa,
    vale que lo resalte,
    de aquel que le interesa
    ignorar el presente.
    Por esto no es sarcástica
    la etiqueta que cuente
    que exenta y escolástica
    es tal filosofía.
    Lo visto en adelantos
    muestran esa porfía
    que hace ya mucho tantos
    supieron practicar.
    Si cree tener dotes
    de un alto visionario,
    será fácil que notes
    que se asoma un falsario.
    Diremos de tal modo,
    con misma autoridad:
    según parece todo
    es pura vanidad.
    No esperes encontrar
    un agua cristalina,
    ni sustancia divina
    se va allí revelar,
    mas sí un embuste aciago
    de pajillero afán:
    pues «La piedra en el lago»
    la ha lanzado Onán.
    Pero ¡suerte! deseamos,
    ya que le hace ilusión.
    Muy atentos estamos
    por si revienta Amazón.


    El Onán plagiario se victimiza (soneto)

    Casi al pasar lo dijo sin sonrojo:
    que una obra maestra había escrito.
    Que su piedra en el lago era un hito
    que, además, exigía dignos ojos.

    A nadie le sorprende ese manojo
    de silogismos, frases y refrito,
    mas sí la vanidad de Danielito.
    Debe poner las barbas en remojo.

    Por las dudas de víctima se viste, 
    una pose que es pura propaganda,
    sufriendo a los injustos dice que anda.

    Sabemos, como Dios, que eso no existe.
    Curiosa esta versión nueva de Onán:
    copiarle a la Escolástica es el plan.

  3. Ese señor no existe

    jueves, febrero 29, 2024

    Bendición de los Frutos 2020. Foto: Municipalidad de General San Martín

     

    Respuesta bisiesta de un ateo católico a un crítico desorientado

    por Fernando G. Toledo


    ace exactamente cuatro años, y como cualquier sagaz lo notará, en otro año bisiesto, tuve una de las grandes alegrías que me dio mi oficio de escritor: ponerle palabras a la Fiesta de la Bendición de los Frutos, quizá el más importante espectáculo vendimial después del acto central. 

    La celebración de tal fiesta en aquel año, que nos encontró a las puertas de la peste de Covid, tuvo al menos dos particularidades que me atañían. La principal es que esa fiesta se realizó en San Martín, departamento que me vio nacer (como Belén a Jesús) y en el que aún vivo. La segunda particularidad es que el encargado de escribir el guion de una fiesta con tradición religiosa iba a ser ese año un ateo como yo. Cuestión esta de escasa importancia, ya que no hace falta ser un creyente para aplicarse a la dramaturgia de una fiesta en la cual ese guion no tiene por qué inmiscuirse en la parte litúrgica ceremonial. Además, mi ateísmo es uno que tiene características bien definidas, expresadas públicamente en infinidad de ocasiones: desde el punto de vista filosófico soy un ateo esencial total, y desde el punto de vista cultural, soy un ateo católico.

    Hay un ateo en mi bendición

    Bueno es destacar que el ateísmo confeso del autor de esa fiesta (o sea, el mío) a casi nadie escandalizó. Digo «casi», porque la excepción vino de parte de Ariel Robert, quien por entonces dedicó su columna «Escoliosis» a expresar con sarcasmo su velado desacuerdo por tamaño sacrilegio. Es justo decir que no negó que yo estuviese capacitado para escribir ese guion. Lo que le pareció digno de burla fue que dicho guion estuviera escrito por un ateo. Queda saber si le hubiera parecido menos ridículo que fuese un incapacitado, pero contrito creyente, el encargado. 

    Si no contesté en aquella ocasión su columna fue por dos razones: primero, porque no me hizo llegar de ninguna manera su texto cuando lo publicó y yo lo descubrí muy tarde. La segunda y más importante razón es que su columna estaba lastrada por una confusión de conceptos tan importante que me pareció mejor ignorarla. 

    Ese parecer hoy ha cambiado y me resulta interesante marcar esos errores, como digo, fundamentales, ya que los errores hay que subsanarlos. Y si no lo hace el errado, pues lo hace un tercero. Un error lo comete cualquiera, pero no vaya alguno a creer que, en este caso, el que calla otorga.

    Primer error: el apóstata que no existe

    El error primero, y creo que muy importante, es el hecho de que todo su texto me califica a mí no sólo de ateo, que lo soy, sino de «apóstata», que no. Lo cito: «El caso específico de este buen escritor es que él es un apóstata. Uno de los que reclaman que la Iglesia (Católica Apostólica Romana), destruya cualquier antecedente en el que se lo vincule con tal institución». Lo vuelvo a citar: «Me genera un interés muy especial que en esta, mi provincia, en la que no pudimos ver en salas convencionales de cine aquella genialidad de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, y que debimos esperar muchos años para poder ver la audaz película de Jean Luc Godard, Yo te saludo, María, ahora le otorguen a un apóstata la posibilidad de guionar la única celebración eminentemente no pagana de la temporada».

    Es curioso que la indignación apenas disimulada de Ariel se apoye en algo imaginario. Quiero decir, el escritor apóstata al que él hace referencia, y que habría escrito el guion de la Bendición de los Frutos de 2020, ese señor no existe. Y es que yo en absoluto puedo ser considerado un apóstata tal como me presenta con total claridad, o sea, de esos que «reclaman a la Iglesia que destruya cualquier antecedente que lo vincule con él».

    En mi caso, jamás me he plegado a esa apostasía, reduciendo la mía a la negación de la esencia y existencia de Dios (cosa que ya está expresada en mi «confesión de ateísmo»). Pero, en cambio, no he apostatado de los sacramentos del bautismo y la confirmación que recibí, ni me ha molestado casarme por Iglesia o bautizar a mis hijos como parte de una tradición. 

    Sucede que, como ateo católico, soy insoluble en agua bendita, y puedo respetar y entender los ritos aunque no tenga fe; puedo valorar a la Iglesia como institución histórica; puedo admirar y aprender del aporte de los grandes teólogos católicos; puedo afirmar que el catolicismo es la religión más racional, etc. Todo eso muestra no sólo mi respeto, sino mi poca eficacia para que se caiga algún santo del altar cuando me ve entrar a un templo. 

    Por si todo eso que digo fuera poco, jamás he hecho lo que dice Ariel que he hecho, es decir, aunque soy ateo, jamás he reclamado a la Iglesia que destruya cualquier vinculación mía con ella. Lo que sí he hecho ha sido, justamente, lo contrario: criticar públicamente a aquellos que hacen de la apostasía una batalla. Por ejemplo, en una publicación del 13 de agosto de 2018, decía yo en Facebook:

    «Soy ateo esencial total y, aunque fui bautizado, me interesa un pepino apostatar. Eso no cambia ni a la Iglesia ni a mí. A diferencia de otros países, en la Argentina el sostenimiento a la Iglesia no sale del registro de bautizados. Así que creo que los que se desesperan por la apostasía están tan obsesionados con lo eclesiástico que por eso hasta quieren ser borrados de un libro que no ve ni Dios».

    De dónde mi crítico sacó que yo era un apóstata de esos que reclama a la Iglesia «la destrucción de cualquier antecedente que nos vincule» termina siendo, entonces, un misterio más grande que el de la Santísima Trinidad.

    Segundo error: ¿ateos por la gracia de Dios?

    El otro error de la columna de Ariel Robert es tomar una postura de rechazo (escasamente disimulado) ante el hecho de que un ateo intervenga en «la única celebración eminentemente no pagana de la temporada», y ese error quizá lo comete por falta de conocimiento o por olvido de los notables casos que me preceden. 

    Y es que la Historia muestra que han sido muchos los artistas ateos que han establecido tratos directos con la materia de fe, y no sólo para negarla. Valgan como ejemplo obras como el Réquiem y la Misa solemne, de Héctor Berlioz; las pinturas religiosas de Francisco de Goya; la Catedral de Brasilia de Oscar Niemeyer o la película El evangelio según Mateo, de Pier Paolo Pasolini. Si uno tiene en cuenta ese bagaje, que este modesto ateo católico escriba un argumento para una fiesta como la Bendición de los Frutos, termina siendo, apenas, una nota al pie en el libro de las grandes obras con simbolismo religioso que muchos ateos han producido.
     
    Al fin, me cuesta un poco imaginar las columnas torcidas que hubiera escrito Ariel contra alguno de esos artistas mencionados. A lo sumo, puedo suponer que, por error, en cada caso hubiera dicho que estaba arremetiendo contra alguien que quiere «destruir su vinculación con la Iglesia», aunque ese señor, como el Dios de los cristianos, no exista. 


  4. ¿Qué es el ateísmo católico?

    lunes, marzo 27, 2023



    El doctor en Economía, escritor, politólogo y "youtubero" Santiago Armesilla, quien ya ha colaborado antes con este blog, indaga sobre un término al que nos hemos referido anteriormente en Razón Atea: el ateísmo católico. Su video, donde se cita un artículo de este blog, intenta explicar filosóficamente el sintagma.



  5. Cristina Pérez junto a la obra de su autoría que fue vandalizada.


      

    El reciente escándalo en la Universidad Nacional de Cuyo por una muestra de arte devela una vieja tensión entre el arte y lo sagrado, donde aparece el concepto de blasfemia. Sólo que veces, parece haber cierta selectividad para blasfemar contra unos, pero no contra otros.





    n 2004, un cardenal argentino repudiaba con estas palabras —dirigidas a sacerdotes, pero abierta a toda la comunidad— una muestra de arte que consideraba blasfema: «Desde hace algún tiempo se vienen dando (...) algunas expresiones públicas de burla y ofensas a las personas de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen María; así como también a diversas manifestaciones contra los valores religiosos y morales que profesamos. Hoy me dirijo a ustedes muy dolido por la blasfemia que es perpetrada (...) con motivo de una exposición plástica. También me apena que este evento sea realizado en un centro cultural que se sostiene con el dinero que el pueblo cristiano y personas de buena voluntad aportan con sus impuestos. Frente a esta blasfemia (...) todos unidos hagamos un acto de reparación y petición de perdón (...)».

    La muestra de la polémica era nada menos que de León Ferrari (1920-2013), considerado en su momento por el New York Times como uno de los artistas plásticos más provocativos del mundo. Y quien firmaba la carta de repudio era nada menos que Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, quien nueve años más tarde iba a ser ungido como papa Francisco, máxima autoridad mundial de los católicos.

    Arte y religión: vieja relación

    La tensión entre el arte y lo «sagrado», como está visto, ni es nueva ni es inédita en la Argentina. Por eso el escándalo suscitado en la UNCuyo por la muestra de arte a propósito del «8M» no resulta una extravagancia. En su momento, con piezas aun más sutiles y refinadas, Ferrari provocó las quejas de la Iglesia y sufrió el ataque de grupos radicalizados. Aquí se vio un eco de aquello, con obras pictóricas o escultóricas que representaban, por ejemplo, una versión femenina y con cabeza de vaca del Cristo crucificado o una vagina que transmutaba en la imagen popular de la Virgen María. Y se vio la queja de la Iglesia local por lo que consideraban una ofensa, de parte de una universidad pública que debería velar por el respeto general. Y se vio luego lo peor de todo: el ataque vandálico de los fundamentalistas, con acciones que fueron rechazadas hasta por el propio arzobispado.

    Lo que prueba esta clase de hechos es algo que sorprende a quienes podrían pensar que el arte está exento de otro contenido que su propia estética (el arte por el arte). Entender que esto no es así permite, a la vez, descubrir algo más: que el afán blasfemo del arte en nuestro ámbito tiende a ser selectivo.
    En nuestra cultura (en la que el catolicismo es parte basal de una estructura social, cultural, legal, etc.), las bellas artes no han sido solamente una expresión plástica, sino que han servido de exaltación, prédica y representación de contenidos religiosos, especialmente católicos. Algunas de las obras maestras de la pintura universal han tenido este fin: desde los manuscritos iluminados y Giotto a las obras finales de Dalí, pasando por El Bosco, Leonardo, Miguel Ángel, Velázquez o El Greco. Si se quiere, esa práctica llega hasta nuestros días y nuestra región, ya que, por ejemplo, la obra de un pintor como Sergio Roggerone puede encuadrarse en esta línea.

    Blasfemias «selectivas»

    Ahora bien, en cuanto a la blasfemia, hay que decir que este es un concepto complejo: la blasfemia puede tener un aspecto, digamos, «subjetivo» (lo que le parece blasfemo a uno puede no parecerle a otro) y otro «objetivo» (se practica con el conocimiento de que lo que se produce subvierte un sentido conocido y sabe de su repercusión).

    Lo que se observa aquí es una blasfemia selectiva: se practica con la iconografía de una religión particular, pero se evita con sugestivo cuidado hacerlo con otras. Así, una muestra catalogada como «feminista» apunta su blasfemia, subjetiva u objetiva, más usualmente contra el catolicismo, pero no contra el judaísmo o el Islam. ¿Qué sucedería si se utilizara el arte con afán blasfemo —algunos con eufemismo lo llamarán «crítico»— contra la simbología o el credo judíos? ¿No se lo calificaría de antisemita? O, para ir más allá: ¿por qué no se blasfema artísticamente contra algunas leyes de la sharía, que prohíben a las mujeres mostrarse si su cuerpo no está tapado por el burka?

    En este último sentido, es llamativa la selectividad, dado que los países en los que las democracias han florecido (y en los que la idea de libertad de expresión más se ha difundido) son mayormente aquellos en los que ha predominado el cristianismo. Y esto puede o debería verlo un ateo —como quien firma—, un agnóstico, un deísta o un creyente. Todo el mundo, en suma. Si la blasfemia, o la «crítica», se emprende con selectividad contra el cristianismo, tal vez (sólo tal vez) ello sea producto de una miopía ideológica traducida en arte.

    El papel de la universidad

    Por último, hay que preguntarse por el papel jugado aquí por la institución que avaló la muestra. En 2018, y con el fin de asegurar la «laicidad» de la institución, la UNCuyo decidió retirar todos los símbolos religiosos (algunos, en sí mismos, también obras de arte) de sus edificios. A pesar de ello, ahora propició una muestra plagada de imágenes religiosas, aunque fueran blasfemas.

    Algunos querrán exorcizar o eximir a estas imágenes de la muestra «8M - Manifiestos visuales» de todo contenido religioso con el «agua bendita» del arte y la libertad de expresión. Sin embargo, ¿acaso esas obras artísticas exhibidas tendrían el mismo valor si no hicieran uso de la simbología religiosa? Si la respuesta no es afirmativa, ¿por qué entonces se exhiben en un lugar donde la simbología religiosa fue excluida?

    También aquí, al parecer, hay selectividad, y unas simbologías son más simbólicas que otras.



  6. Un guardia suizo custodia en el Vaticano el cadáver de Benedicto XVI. Foto: AP.




    a muerte de Joseph Ratzinger, papa Benedicto XVI para la Iglesia Católica, ha permitido ver unas exequias inéditas en el Vaticano, la santa sede de esta religión, la mayoritaria en el planeta y basal para nuestra cultura.

    Las claves que hacen tan especial el funeral de este papa católico tienen que ver con la excepcionalidad de su figura, al tratarse de un papa emérito, algo pocas veces visto en la historia. En particular, porque Benedicto XVI llegó a ese puesto tras una renuncia en 2013 a su cargo, al que había llegado para ocupar el puesto que dejó Juan Pablo II (Karol Wojtila) con su muerte, en abril de 2005.

    El pontífice alemán termina sus días con una historia particular: llevó el hábito de papa emérito durante más años que el de papa efectivo, dejó lugar a la primera designación de un papa americano (el argentino Francisco I) y dejó una estela de misterio alrededor de las razones de su abdicación.

    Por un lado, el fallecimiento provocará, entonces, algunos hechos nunca vistos en la historia de la Iglesia Católica.

    Por ejemplo, el funeral a un papa estará encabezado por un papa. La muerte no llevará a la elección de otro. Y, finalmente, será destruido el anillo del pescador, emblema que lucen los papas en el anular de su mano derecha. Este anillo es legado de un papa a otro, pero en el caso de Benedicto XVI se construyó uno para que él siguiera luciendo el suyo y Francisco tuviera el propio.

    Entre los pocos antecedentes a la renuncia del papado aparecen la de Celestino V (1294), quien al parecer no estaba en sus cabales. La última había sido la de Gregorio XII, quien dejó el cargo en 1415 como “sacrificio” personal para solucionar una serie de conflictos eclesiásticos que dio en llamarse “Cisma de Occidente”.

    ¿Por qué renunció el papa Benedicto XVI?

    Ahora bien, ¿cuál fue la razón para que el 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI acabara renunciando? Las excusas oficiales no tienen por qué ser rechazadas de antemano y hablaban de una debilidad de salud que le impedían a Ratzinger entregarse a pleno a su papado. Según el propio obispo: “Llegué a la certeza de que mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son aptas para un adecuado ejercicio del ministerio petrino”. Otras voces, sin embargo, han hablado de un debilitamiento en otro sentido: el que sintió el Santo Padre de los católicos por diversos escándalos y también por una intención de miembros de la iglesia que habrían propugnado un aire más progresista en la Iglesia. El alemán cargaba con una fama de conservador, a veces poco justificada si se tienen en cuenta cuestiones como que fue el primer papa en hablar del uso del preservativo como un “acto de responsabilidad” en casos puntuales.

    Sin embargo, otra de las hipótesis que se manejan resulta, para muchos, más inquietante. Y tiene que ver con la aparición de una “noche oscura del alma”, que se extendió hasta el fin de sus días. Con ese término se alude al célebre poema de San Juan de la Cruz, poeta y místico español, que pone en palabras un momento de duda ante la fe religiosa.

    En el caso de Ratzinger estamos no sólo ante un papa y nada más, sino a un teólogo y filósofo de gran magnitud, autor de textos notables, además de sus encíclicas y conferencias. Entre estas últimas, hay una que destaca sobremanera: el “Discurso de Ratisbona”, cuyo título original era “Fe, razón y la universidad: recuerdos y reflexiones”, y fue pronunciado el 12 de septiembre de 2006. Allí, reflexionaba sobre el entrelazamiento de fe y razón y tuvo un capítulo polémico por una dura referencia al Islam.

    Esas reflexiones de Ratzinger sobre la fe dieron origen luego a un libro, editado en español bajo el título Dios salve la razón. En él, como cuenta la presentación del volumen, “diversos intelectuales de primera línea, provenientes de diferentes países, tradiciones religiosas y posiciones culturales, se dan cita en este libro para recoger el desafío planteado por Benedicto XVI en su célebre lección magistral en la Universidad de Ratisbona en septiembre de 2006: ampliar la razón. Desde diferentes perspectivas, coinciden en proponer un nuevo humanismo que integre de manera nueva la relación entre fe y razón”.

    El texto más notable de ese volumen no era el del propio Benedicto XVI, sino el de un filósofo que escribía en castellano: el español Gustavo Bueno, un “ateo católico”, autor de un sistema materialista y probablemente el más notable filósofo de habla hispana de todos los tiempos. Su artículo, tan brillante y contundente, fue leído por el propio Ratzinger y, se dice, lo llevó a largas reflexiones. En él, Bueno decía que el Dios de las grandes religiones no es en sí racional, sino que ha sido la Iglesia la que ha “salvado la razón” para la tradición histórica, y ha permitido el desarrollo de imperios y culturas que hoy destacan en el mundo.

    Consultado el propio Gustavo Bueno sobre si su texto habría dinamitado la fe del pontífice, este respondió: “Me han dicho algo así. No tengo ninguna razón para creerlo o para dejarlo de creer. Parece ser que lo leyó. (...) No creo que mi artículo de 2008 le haya planteado dudas de fe al papa, en todo caso habría ahondado en un proceso que vendría de más lejos”.

    En esa posibilidad ahonda el profesor de filosofía Yago de la Cierva, quien trabajó en oficinas del Vaticano y para el Opus Dei. Para él, estuvo muy claro el porqué de la renuncia: “el único modo en que se consigue entrever qué puede pasar por la mente y el corazón del Papa es una crisis espiritual”. Podríamos agregar: el único modo de entender el sintagma “crisis espiritual” es pensar en una pérdida de la fe.

    Un último dato anecdótico podría terminar de confirmarlo. En mayo de 2006, Benedicto XVI se detuvo a orar ante el “muro de la muerte” de lo que fuera el campo de concentración de Auschwitz, levantado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Allí fueron torturadas y asesinadas, según algunos cálculos, más de un millón de personas. Conmovido, Ratzinger exclamó en italiano: “Sólo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a Dios: ¿Por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.

    Esas palabras de reproche a la divinidad, venidas de parte nada menos que de la máxima autoridad católica en el planeta (un apóstol de Cristo, según la creencia) no pueden ser ignoradas.

    Tal vez ese brillante teólogo que fue Joseph Ratzinger tuvo su noche oscura, sólo que el azar le llevó a sufrirla siendo nada menos que Papa. Su inédito retiro, que lo recluyó hasta el fin de sus días, permitió tal vez una paradoja: que un papa no creyente fuera el que acaba de morir.


  7. ¿Qué es el Materialismo Filosófico?

    lunes, febrero 11, 2019

    Gustavo Bueno.


    Sistema filosófico desarrollado por Gustavo Bueno (1924-2016)


    Definición en la Enciclopedia Symploké (actualmente con enlaces caídos)

    Materialismo: Doctrina filosófica que considera que la omnitudo rerum (la totalidad de las cosas) es la materia. A pesar de esta definición tan simple, el materialismo no puede considerarse como una doctrina unívoca, pues puede hablarse de un materialismo corporeísta, que reduzca al primero de los géneros de materialidad todos los entes (o al segundo o tercer género de materialidad, según otros tipos de formalismos). Asimismo, puede hablarse de un materialismo filosófico, de un materialismo dialéctico, que supone que existe una transición desde la Naturaleza al Espíritu, expresado ahora en términos positivos por medio del materialismo histórico; la doctrina que supone que los fenómenos de la Economía Política son la base y la causa de las realidades históricas y sociales, etcétera. La opción por alguna de las doctrinas materialistas ha de ser dialéctica, en el sentido de mostrarse más potente que sus alternativas.

    Materialismo, en el sentido ontológico especial, o «materialismo cósmico», es la doctrina de los Tres Géneros de Materialidad {M1, M2, M3}. La materia ontológico-especial puede representarse del modo siguiente: Mi = {M1,M2,M3}. «Mundo» designa el conjunto de entidades físico-empíricas, corpóreas, que constituyen el Primer Género (M1). «Alma» designa el conjunto de fenómenos de la «vida interior» psicológica e histórica, es decir, el contenido del Segundo Género (M2). «Dios» se corresponde con el Tercer Género de Materialidad (M3). Dios es el depósito de las esencias eternas con respecto a las cuales el mundo y las almas están gobernadas según un orden invisible.

    Materialismo, en Ontología general, es el resultado de una metodología crítica: la crítica a la tesis de la unicidad del ser. La Idea ontológico-general de Materia (M) la entiende Gustavo Bueno como la Idea de la pluralidad indeterminada, infinita, en la que «no todo está vinculado con todo» (negación de un orden o armonía universal). La característica esencial del concepto de Ser, o de Materia ontológico-general, estriba en su aspecto regresivo: la Materia ontológico-general no sólo designa las realidades mundanas, sino también las transmundanas, incluso las anteriores al tiempo, anteriores al sistema solar, anteriores a la constitución de los átomos. Bueno llama mundanistas a todas aquellas concepciones que afirmen que los géneros mundanos {M1, M2, M3} están incluidos en la Idea de Materia, pero que, a su vez, la Idea de Materia no rebasa ese ámbito mundano, ontológico-especial, sino que se pliega a él. Llama materialismo, en sentido ontológico-general, a todo tipo de concepciones que partiendo de la inmersión de los materiales mundanos en la Materia ontológico-general, defienden la regresión real de la Idea de materia y, por tanto, la tesis de que la Materia ontológico-general no puede considerarse reducida a las materialidades cósmicas.

    Cuando desde M se adscribe {M1, M2, M3} al mundo, se abre la posibilidad de coordinar estos géneros a un «centro del mundo» (Ego trascendental, designado por E) desde el cual intentaremos «reconstruirlo científicamente». La constitución del sujeto en cuanto Ego trascendental puede ser considerada como el proceso recurrente de un paso al límite de las relaciones de identidad (terciogenéricas) al que tienden los sujetos operatorios (segundogenéricos, alineados en el eje pragmático: autologismos, dialogismos, normas) en tanto interactúan, a través de sus individuos o términos corpóreos (primogenéricos) en el proceso de constitución del Mundo. Los tres géneros de materialidad se coordinarán con los sectores del eje sintáctico y a través de los sectores del eje semántico del espacio gnoseológico: los términos (de los diversos campos de las ciencias), a través del sector fisicalista, se coordinarán con los contenidos primogenéricos; las operaciones (a través de los fenómenos) con los contenidos segundogenéricos; y las relaciones (a través de las esencias) con los contenidos terciogenéricos. Cuando consideramos los tres géneros desde la perspectiva de los sujetos operatorios (que convergen en un punto E, que no es trascendental en virtud de ciertas funciones a priori de su entendimiento, sino en virtud del propio ejercicio, in medias res, de los sujetos operatorios) los contenidos terciogenéricos tenderán a ser puestos bajo el control de M2, por cuanto éste aparece en su génesis. Pero cuando los consideramos desde la perspectiva de M, estos «canales genéticos» pueden desvirtuarse, de suerte que M3 pasa a verse como una «refracción» de «algo de M» en cuanto a su estructura, independientemente de su génesis.



  8. Reflexiones para Semana Santa

    viernes, abril 14, 2017

    Celebración de Semana Santa en Toledo (España).


    Por Manuel Millán (*)

    En los maravillosos años de las tertulias que tenían lugar en RAZÓN ATEA –el blog del filósofo, escritor y periodista mendocino Fernando G. Toledo— pude aprender y enriquecerme con los participantes en los mismos.
    El materialismo filosófico lo encarnaba el propietario de la página. Fernando Cuartero y Atilio desarrollaban sus argumentos como escépticos formidables y siempre con una base científica que hacían inquebrantables sus conclusiones. Recuerdo –le he perdido la pista— al teísta católico que se hacía llamar Dark Packer. Había muchos más, iconoclastas la mayoría, sabios todos, poseedores de una oratoria y sintaxis dignas de los mejores alumnos, los «cerebritos», los que sufrían bullying porque los mediocres no soportaban su superior intelecto. En mi corazón hay un sitio especial por ese mexicano esteta y amante de toda manifestación cultural, religiosa o no, que murió trágicamente hace ya tres años: Enrique Arias, «Ariastóteles». De él aprendí el valor supremo de la belleza como motor de la vida, así como el ensimismamiento ante la brutal maravilla que nos rodea, creada por el hombre o la naturaleza.
    Con las redes me he encontrado con antiguos amigos y he hecho amistades cibernéticas nuevas. Sacerdotes, músicos, políticos de todas las ideologías, profesores, artistas, creadores, obreros, empresarios, etc. La variedad de la sociedad es infinita y los posicionamientos ante la vida van a la par.
    Por consiguiente, todos los años se han generado debates  antes de comenzar las festividades religiosas cristianas. Me gusta que existan, pero creo que me tengo que definir de forma radical. Soy escéptico, laicista y creo firmemente que por el bien de mi patria y de las religiones, el estado laico (o aconfesional, que es lo mismo pero «no e iguá», que diría Martes y 13) es el único aceptable.
    Asimismo, en todo estado laico deben existir convenios con las religiones y con otras asociaciones para celebrar actos públicos que se consideren de interés cultural, antropológico y económico para todos.



    Aquí es cuando empiezo a chocar con el resto de laicistas. Creo firmemente que las administraciones públicas deben ser partícipes activas en las procesiones de Semana Santa, al igual que en los desfiles de Carnaval o en las celebraciones de conmemoraciones de éxitos sociales conseguidos en el pasado, como son el 1 de mayo o el día del orgullo gay.
    El Estado debe apoyar la riqueza de la nación y las manifestaciones que suceden estos días lo son de forma incuestionable. Son bellas y muy especiales. En muchos lugares de España salen a la calle obras maestras de la escultura barroca, la puesta en escena es variopinta e intensa. Siempre me planteo que si la seriedad con la que millones de españoles organizan los actos de estos días se extrapolara al resto de las funciones, seríamos la primera potencia mundial.
    Por último y no menos importante: la Semana Santa es una gran fuente de ingreso económico. Una ciudad pequeña como la mía [Cuenca] multiplica por tres su población en Jueves y Viernes Santo. No hay ideología, por muy racional que pretenda ser, que justifique la pobreza o la eliminación de un negocio sostenible, no contaminante y que provoca todo tipo de sentimientos.
    Como conclusión: quiero un estado laico, que sea neutro ante las religiones pero que las admita en el ámbito público cuando el beneficio es para todos. Quiero el sonido del almuecín en la mezquita, las campanas de los templos católicos y sobre todo, quiero escuchar nuevamente las dos Pasiones de Bach y seguir conmoviéndome. Quiero que mis entrañas se retuerzan a pesar de que la neurociencia logre entender el porqué de todo ello.

    (*) Publicado originalmente en el blog Entre fusas anda el juego.

  9. Gustavo Bueno en 2006 (gentileza: Fundación Gustavo Bueno)


    Publicado en diario Los Andes (Argentina) y en El Catoblepas (España)

    a historia está hecha de pasado. Esto suena a verdad ridícula, por lo flagrante, y sin embargo toma relevancia cuando sucede lo inusual: cuando uno descubre, recién instalados, los cimientos sobre los cuales grandes edificios habrán de levantarse.
    La muerte, el domingo 7 de agosto, del filósofo español Gustavo Bueno (1924-2016) nos pone frente a este espectáculo: el de haber sido contemporáneos de un hombre del que van a hablar las próximas generaciones. Haber vivido en los tiempos de Bueno es como haber sido contemporáneo de Platón.
    La estela del pensamiento de Bueno comenzó, para muchos, en 1970, cuando la editorial Ciencia Nueva de Madrid publicó un libro titulado El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Pocos acaso podían predecir que era el primero de una serie que iba camino a la construcción paulatina de un sistema filosófico con pocos parangones: una elaboración que iba a poner a Bueno a la altura de titanes filosóficos como Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel o Marx.

    El materialismo filosófico
    Dos años más tarde de su «ópera prima», Bueno iba a publicar Ensayos materialistas, un portento de 470 páginas que sentaría las bases ontológicas de su filosofía, y que en ese libro, ya se autoimponía un nombre: el «materialismo filosófico». Allí Bueno establecía, contra el materialismo dialéctico vigente y contra todos los espiritualismos, una nueva manera de entender la materia. Su descubrimiento –así lo llamaba el mismo filósofo–, era que había dos planos: el de la materia general (indeterminada) y el de la materia especial (mundana). Esta última está compuesta por tres géneros que conforman el «aspecto del mundo»: la materia física (M1), la materia psicológica (M2) y la materia ideal o esencial (M3).
    Esa pluralidad de la materia era un hallazgo brillante, que hacía derrumbar el gran ingrediente metafísico (en sentido peyorativo) de otras filosofías: el monismo. Porque, decía Bueno inspirándose en la symploké de Platón, ni todo está relacionado con todo (monismo) ni todo está desconectado de todo. Y es gracias a eso que podemos conocer el mundo.

    Dedicatoria de Gustavo Bueno al autor
    de este artículo, en un ejemplar
    de La fe del ateo
    Un portentoso sistema
    Ya puesta la piedra basal, ontológica, Bueno avanzó hacia la gnoseología, y lo hizo con su brillante y monumental Teoría del cierre categorial, que es una lección contra las baratijas pseudofilosóficas de muchos fundamentalistas científicos.
    Luego, el filósofo siguió por la antropología, con notables artículos y libros, entre los que destaca una filosofía de la religión que aún sorprende, y que pone el origen de lo religioso en los «númenes» bestiales, algo que se entiende con la fórmula: «El hombre creó a Dios a imagen de los animales».
    La obra que contenía ese estudio (El animal divino) se completó luego con otras como Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión y La fe del ateo. Dio con ellas, también, una definición de su ateísmo que descolocó a los incautos, ateos y creyentes por igual.
    Bueno siguió trazando arquitectónicamente su sistema, y también abarcó la ética (destacan sus libros El sentido de la vida y El mito de la felicidad), la economía y la estética. Y, por supuesto, también se metió con la política, dejando como principales, entre muchas, dos obras en espejo: El mito de la izquierda y El mito de la derecha. En ellas deja en claro, con su célebre capacidad trituradora de conceptos, que hoy en día la distinción derecha-izquierda carece de sentido.

    Un filósofo en el barro
    La imagen que podemos hacernos de Gustavo Bueno con este esbozo podría ser la de un «intelectual» (palabra que le repugnaba), que desde su torre de pensamiento pontifica contra la especie humana. Nada más alejado de la realidad.
    El filósofo, que había nacido en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) y estudiado en su ciudad, en Zaragoza y en Madrid, había comenzado como profesor de un instituto secundario de señoritas en Salamanca. Pero luego ganó una cátedra en la Universidad de Oviedo (Asturias), donde se instaló para siempre, y desde donde irradió su obra y creó su escuela, que hoy tiene seguidores diseminados por el mundo.
    En Oviedo también, vivió episodios que mostraron su entereza. Allí fue perseguido por el franquismo, que lo consideraba «marxista». Allí bajó una vez a las profundidades de la tierra para dar un discurso memorable a los mineros asturianos. Allí sufrió atentados de la «izquierda» y de la «derecha» (le arrojaron un tarro de pintura una vez, que por poco lo deja ciego). Allí también forjó discípulos que comenzaron a ramificar su filosofía. Allí fundó y dirigió publicaciones, como la notable El Basilisco.
    Pero, como decíamos, Gustavo Bueno jamás le rehuyó al combate cuerpo a cuerpo con las cuestiones candentes de la actualidad. Así, se dedicó a hablar nada menos que del programa Gran Hermano y a participar de tertulias televisivas que muchos españoles hoy recuerdan, dada la vehemencia, claridad y el carácter polémico de lo que Bueno era capaz de volcar en un medio tan repelente a la filosofía como la pantalla catódica.
    Esa presencia mediática fue a veces vista con desconfianza. No por nada un colega le protestó una vez al riojano que «trivializara» a la filosofía llevándola a la TV. Bueno le dio una respuesta memorable: «¿Y cuántos teoremas has demostrado tú mientras tanto?».
    Con esas apariciones televisivas –y con artículos que dejaban muchas veces «heridos ideológicos» a diestra y siniestra– el filósofo alcanzó una fama popular que le granjeó enemigos y admiradores.
    Entretanto, como a hombre de dos siglos, le tocó convivir con nuevas tecnologías. Y fueron estas las que algunos de sus seguidores (especialmente su hijo, Gustavo Bueno Sánchez) utilizaron para comenzar a difundir su pensamiento. Establecida una fundación que lleva su nombre a poco que le llegó una jubilación forzada por cuestiones ideológicas, la obra de Bueno empezó a difundirse en la red con revistas digitales como El Catoblepas y con la difusión de numerosas de sus obras y videos didácticos del propio filósofo.

    Gustavo Bueno en plena escritura. Última foto del filósofo, tomada
    por su nieto, Lino Camprubí (18 de julio de 2016).


    El legado de un gigante
    Esa difusión de su obra es la que patentiza, como nunca, la potencia y la potencialidad, valga el juego de palabras, que su filosofía encierra. Sucede que el materialismo filosófico tiene tal capacidad «lumínica» que se asemeja a una herramienta, a un cincel, a un microscopio o a un martillo. Con él se trabaja para avanzar sobre lo pedregoso del mundo de las ideas. Con él también se pone en evidencia a ciertas concepciones delirantes y divagantes de la filosofía contemporánea, muchas de las cuales ocupan con ocio autosatisfactorio las cátedras universitarias.
    Como a todo individuo finito, la muerte biológica hubo de llegarle a Bueno, y esto sucedió a sus 91 años, cuando aún continuaba trabajando, escribiendo y polemizando con la misma lucidez de siempre. Su muerte llegó a los dos días del fallecimiento de su esposa. Ese gesto, involuntario quizá, mostró que «nada de lo humano le era ajeno». Ni siquiera el amor, o más bien, el dolor que el amor ausente causa.
    Con el punto final de su vida, la obra de Bueno queda en evidencia, como un legado. Un legado al que ni siquiera le hace falta esperar que corra el río de la historia. Es tan contundente que nos dice a gritos que con él ha muerto no ya el filósofo más importante de la lengua española (sí, más que Balmes, que Unamuno, que Ortega y Gasset): con él ha muerto el Platón de nuestro tiempo.




  10. Con este magnífico video celebramos los 10 años de Razón Atea. 

    Por Fernando G. Toledo

    Un hombre adulto vive días aciagos. Ha sufrido un grave accidente en bicicleta del que con dificultad se ha recuperado. Está casi sordo. Está atravesando una depresión. El hombre, semianalfabeto, habla poco y en esos instantes dice para sí lo poco que sabe: una oración. De pronto, ve ante él a una imagen de la Virgen María (a quien estaba rezando en ese momento). Su sordera le impide oír otra cosa que voces interiores que le dejan mensajes. Ese es el germen del culto a la Rosa Mística, que atraerá devotos en la Mendoza natal del hombre, una provincia de Argentina, un país que, como el resto de la porción del continente que integra, está dominada por el cristianismo.
    Mucho antes, algo similar le sucedió a Bernadette Soubirous, una adolescente francesa, analfabeta, quien dijo haber visto casi una veintena de veces la imagen de la santa (santísima) Virgen María.
    En otro lugar del mundo, el piadoso musulmán Keyhand Mohman ve una foto satelital del continente africano y se estremece: Alá («el único Dios») ha estampado su firma en el planeta que ha creado. Así lo prueba lo que ve: su nombre, formado por los colores de los árboles, en un sector del África.
    Como vemos, cada cual ve lo que quiere, o lo que su religión le permite. Difícil será encontrar a un budista que vea una zarza ardiendo que diga «yo Soy el que Soy», o un Testigo de Jehová a quien la Virgen le esparza aromas de rosa en su habitación. Cada milagro parece, curiosamente, tallado a imagen y semejanza de la fe de cada uno. Algo extraño: si los milagros fueran manifestaciones de cualquiera de los dioses reales, ¿por qué habrían de expresarse justamente ante los que ya creen en ellos?
    El argumento es sencillo y contundente. La web Business Insider (cuyo nombre puede ser traducido como «Dentro del Negocio»), ha puesto el foco en un negocio de larga data: el de las religiones. Y lo ha hecho a través de un mapa animado que muestra cómo se expandieron y cómo dominan actualmente los diversos territorios del planeta.
    A 10 años de la creación de este blog, nos parece una buena manera para seguir reflexionando sobre cómo las religiones siguen vigentes. Y, por supuesto, también su crítica. Que es lo que se propone desde este espacio.


  11. Una de las imágenes promocionales de Educate Together.

    16.000 alumnos de la red Educate Together podrán recibir las clases. Seguirán los principios orientadores de Toledo

    Walter Oppenheimer
    Publicado en El País de Madrid

    Algo se mueve en la católica Irlanda. Antes del verano, el Parlamento aprobó lo que en otros países puede parecer una modesta reforma para facilitar el aborto pero en la república constituye una novedad importante al permitir interrumpir un embarazo para proteger la vida de la madre. Y ahora llega el ateísmo a las escuelas. Bueno, a algunas escuelas: las que gestiona Educate Together y no están adscritas a ninguna fe en particular. Y no es que llegue el ateísmo, sino la posibilidad de aprender qué es.

    Las lecciones se van a basar en los llamados principios orientadores de Toledo sobre la enseñanza acerca de religiones y creencias en las escuelas públicas, llamados así porque fueron aprobados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) bajo presidencia española en esta ciudad, una de las que mejor representan la importancia pero también la convivencia de distintas religiones.

    Irlanda Ateísta, encargada de poner en práctica un programa piloto en septiembre de 2014, advierte en su página web que se trata de «enseñar acerca del ateísmo, no de enseñar ateísmo». «Irlanda Ateísta tiene ya casi cinco años de edad y nos hemos establecido como parte de un discurso social y político sobre religión y secularismo en Irlanda y a nivel internacional», explican. «Promovemos el ateísmo y la razón por encima de la superstición y el supernaturalismo y promovemos un Estado ético y secular». Las lecciones durarán entre 30 y 40 minutos y el objetivo es extenderlas a los 16.000 alumnos de la red de Educate Together, que en 2011 tenía 60 escuelas frente a las 2.884 de la Iglesia Católica.

    El anuncio de este programa piloto se ha producido en paralelo a otro anuncio de importancia semejante, si no superior: la apertura por el ministro de Educación, Ruairí Quinn, de un proceso de consulta sobre inclusión religiosa y cultural en las escuelas primarias. Ese proceso coincide a su vez con la firma por primera vez de un acuerdo por el que una escuela primaria pública católica, los Hermanos Cristianos de Basil Lane, cerca de Dublín, va a ser absorbida por Educate Together, que ofrece una educación multifé. Aún hoy, el 93% de los alumnos irlandeses estudian en escuelas católicas.

    Ese proceso de consultas busca asegurar que las escuelas acepten estudiantes con independencia de su religión, establezcan políticas de conducta de las escuelas en relación a celebraciones religiosas y culturales y aseguren que sus consejos de dirección reflejen la diversidad de su comunidad local.