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Bendición de los Frutos 2020. Foto: Municipalidad de General San Martín |
Respuesta bisiesta de un ateo católico a un crítico desorientado
por Fernando G. Toledo
ace exactamente cuatro años, y como cualquier sagaz lo notará, en otro año bisiesto, tuve una de las grandes alegrías que me dio mi oficio de escritor: ponerle palabras a la
Fiesta de la Bendición de los Frutos, quizá el más importante espectáculo vendimial después del acto central.
La celebración de tal fiesta en aquel año, que nos encontró a las puertas de la peste de Covid, tuvo al menos dos particularidades que me atañían. La principal es que esa fiesta se realizó en San Martín, departamento que me vio nacer (como Belén a Jesús) y en el que aún vivo. La segunda particularidad es que el encargado de escribir el guion de una fiesta con tradición religiosa iba a ser ese año un ateo como yo. Cuestión esta de escasa importancia, ya que no hace falta ser un creyente para aplicarse a la dramaturgia de una fiesta en la cual ese guion no tiene por qué inmiscuirse en la parte litúrgica ceremonial. Además, mi ateísmo es uno que tiene características bien definidas, expresadas públicamente en infinidad de ocasiones: desde el punto de vista filosófico soy un
ateo esencial total, y desde el punto de vista cultural, soy un
ateo católico.
Hay un ateo en mi bendición
Bueno es destacar que el ateísmo confeso del autor de esa fiesta (o sea, el mío) a casi nadie escandalizó. Digo «casi», porque la excepción vino de parte de Ariel Robert, quien por entonces dedicó
su columna «Escoliosis» a expresar con sarcasmo su velado desacuerdo por tamaño sacrilegio. Es justo decir que no negó que yo estuviese capacitado para escribir ese guion. Lo que le pareció digno de burla fue que dicho guion estuviera escrito por un ateo. Queda saber si le hubiera parecido menos ridículo que fuese un incapacitado, pero contrito creyente, el encargado.
Si no contesté en aquella ocasión su columna fue por dos razones: primero, porque no me hizo llegar de ninguna manera su texto cuando lo publicó y yo lo descubrí muy tarde. La segunda y más importante razón es que su columna estaba lastrada por una confusión de conceptos tan importante que me pareció mejor ignorarla.
Ese parecer hoy ha cambiado y me resulta interesante marcar esos errores, como digo, fundamentales, ya que los errores hay que subsanarlos. Y si no lo hace el errado, pues lo hace un tercero. Un error lo comete cualquiera, pero no vaya alguno a creer que, en este caso, el que calla otorga.
Primer error: el apóstata que no existe
El error primero, y creo que muy importante, es el hecho de que todo su texto me califica a mí no sólo de ateo, que lo soy, sino de «apóstata», que no. Lo cito: «El caso específico de este buen escritor es que él es un apóstata. Uno de los que reclaman que la Iglesia (Católica Apostólica Romana), destruya cualquier antecedente en el que se lo vincule con tal institución». Lo vuelvo a citar: «Me genera un interés muy especial que en esta, mi provincia, en la que no pudimos ver en salas convencionales de cine aquella genialidad de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, y que debimos esperar muchos años para poder ver la audaz película de Jean Luc Godard, Yo te saludo, María, ahora le otorguen a un apóstata la posibilidad de guionar la única celebración eminentemente no pagana de la temporada».
Es curioso que la indignación apenas disimulada de Ariel se apoye en algo imaginario. Quiero decir, el escritor apóstata al que él hace referencia, y que habría escrito el guion de la Bendición de los Frutos de 2020, ese señor no existe. Y es que yo en absoluto puedo ser considerado un apóstata tal como me presenta con total claridad, o sea, de esos que «reclaman a la Iglesia que destruya cualquier antecedente que lo vincule con él».
En mi caso, jamás me he plegado a
esa apostasía, reduciendo la mía a la negación de la esencia y existencia de Dios (cosa que ya está expresada en mi «confesión de ateísmo»). Pero, en cambio, no he apostatado de los sacramentos del bautismo y la confirmación que recibí, ni me ha molestado casarme por Iglesia o bautizar a mis hijos como parte de una tradición.
Sucede que, como ateo católico, soy insoluble en agua bendita, y puedo respetar y entender los ritos aunque no tenga fe; puedo valorar a la Iglesia como institución histórica; puedo admirar y aprender del aporte de los grandes teólogos católicos; puedo afirmar que el catolicismo es la religión más racional, etc. Todo eso muestra no sólo mi respeto, sino mi poca eficacia para que se caiga algún santo del altar cuando me ve entrar a un templo.
Por si todo eso que digo fuera poco, jamás he hecho lo que dice Ariel que he hecho, es decir, aunque soy ateo, jamás he reclamado a la Iglesia que destruya cualquier vinculación mía con ella. Lo que sí he hecho ha sido, justamente, lo contrario: criticar públicamente a aquellos que hacen de la apostasía una batalla. Por ejemplo, en
una publicación del 13 de agosto de 2018, decía yo en Facebook:
«Soy ateo esencial total y, aunque fui bautizado, me interesa un pepino apostatar. Eso no cambia ni a la Iglesia ni a mí. A diferencia de otros países, en la Argentina el sostenimiento a la Iglesia no sale del registro de bautizados. Así que creo que los que se desesperan por la apostasía están tan obsesionados con lo eclesiástico que por eso hasta quieren ser borrados de un libro que no ve ni Dios».
De dónde mi crítico sacó que yo era un apóstata de esos que reclama a la Iglesia «la destrucción de cualquier antecedente que nos vincule» termina siendo, entonces, un misterio más grande que el de la Santísima Trinidad.
Segundo error: ¿ateos por la gracia de Dios?
El otro error de la columna de Ariel Robert es tomar una postura de rechazo (escasamente disimulado) ante el hecho de que un ateo intervenga en «la única celebración eminentemente no pagana de la temporada», y ese error quizá lo comete por falta de conocimiento o por olvido de los notables casos que me preceden.
Y es que la Historia muestra que han sido muchos los artistas ateos que han establecido tratos directos con la materia de fe, y no sólo para negarla. Valgan como ejemplo obras como el Réquiem y la Misa solemne, de Héctor Berlioz; las pinturas religiosas de Francisco de Goya; la Catedral de Brasilia de Oscar Niemeyer o la película El evangelio según Mateo, de Pier Paolo Pasolini. Si uno tiene en cuenta ese bagaje, que este modesto ateo católico escriba un argumento para una fiesta como la Bendición de los Frutos, termina siendo, apenas, una nota al pie en el libro de las grandes obras con simbolismo religioso que muchos ateos han producido.
Al fin, me cuesta un poco imaginar las columnas torcidas que hubiera escrito Ariel contra alguno de esos artistas mencionados. A lo sumo, puedo suponer que, por error, en cada caso hubiera dicho que estaba arremetiendo contra alguien que quiere «destruir su vinculación con la Iglesia», aunque ese señor, como el Dios de los cristianos, no exista.