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  1. Adiós a Martin Gardner

    lunes, mayo 24, 2010


    Uno de los adalides del escepticismo contemporáneo, el deísta Martin Gardner, falleció el sábado. Alejandro Agostinelli lo recuerda en este perfil


    © Alejandro Agostinelli

    Publicado en Factor 302.4

    «Por desgracia la vida es corta, los científicos están muy ocupados y los chiflados se empeñan en escribir montones de libros y artículos», escribió alguna vez. Martin Gardner fue longevo y examinó por todos nosotros miles de libros, teorías, ensayos y afirmaciones de cientos de chiflados, farsantes y, desde luego, de autores buenamente convencidos de que sus ideas (ingenuas, delirantes, pseudocientíficas o todo a la vez) no sólo eran ciertas, sino que iban a poner patas arriba todo lo que la ciencia había dado por bueno en el inseguro, lento y provisorio proceso de crear conocimiento.
    Martin estudió filosofía en la Universidad de Chicago, se apasionó por las matemáticas y fue ilusionista aficionado. Pero, sobre todo, se consagró al periodismo científico y a la literatura. Publicó más de setenta libros. Fue su ópera prima, Fad and fallacies in the name of science (Modas y falacias en el nombre de la ciencia, 1957), la que animó al filósofo Paul Kurtz, al ilusionista James Randi, al psicólogo Ray Hyman y al sociólogo Marcelo Truzzi a crear en 1976 el CSICOP (hoy Committee for Skeptical Inquiry, CSI)), al que luego se iban a sumar Isaac Asimov, Philip Klass y Carl Sagan.
    Eran tiempos de extraña soledad para quienes decidieron hacer un hueco en sus rutinas para encender velas en la oscuridad.
    Hoy encontramos en cualquier librería, o podemos descargar de la web, cientos de títulos dedicados a desenmascarar falsas ciencias. Pues bien: Gardner estuvo entre los primeros y fue autor de las obras más lúcidas y documentadas, ocupándose de figuras, doctrinas y libros de creciente influencia antes de final de siglo XX, como la Cienciología de L. Ronald Hubbard, el psiconálisis de Sigmund Freud y sus seguidores, la locura de las abducciones, el auge de la cirugía psíquica, el creacionismo o la poco tranquilizadora afición de ciertos políticos a tomar decisiones basándose en el horóscopo.
    Gardner se hizo popular por divulgar la buena ciencia a partir de la mala o la falsa ciencia y por sus obras sobre juegos matemáticos, pero también fue autor de ensayos, filosofía y ficción. Escribió sus primeros artículos de divulgación científica en Scientific American (1956-1986). Sus columnas en The Skeptical Inquirer (1983-2002) fueron publicadas como obras de recopilación y traducidas al español, entre ellas La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso (Alianza Editorial, 1988), Orden y sorpresa (Alianza Editorial, 1987), La nueva era. Notas de un observador de lo marginal (Alianza Editorial, 1990) o Extravagancias y disparates (Alcor, 1993).
    Su estilo, ácido y frontal, fue polémico. Pero el rigor periodístico y bibliográfico con que pasaba revista a las disciplinas y autores que diseccionaba lo volvieron fuente de consulta obligada, incluso entre el mismo ambiente paranomalista que cuestionaba: Martin Gardner se convertía en especialista de cada tema que abordaba.
    En ¿Tenían ombligo Adán y Eva? (Debate, 2001), su última obra traducida al español, Gardner expresó su esperanza:

    «No espero que ninguno de mis libros, y tampoco éste, altere la manera de pensar de nadie, pero si alguna vez ayudan a un lector receptivo a descartar una creencia insensata, habrán servido para algo más que para proporcionar entretenimiento y risas a los escépticos».

    Falleció (…) [el] sábado 22 de mayo, en Norman, Oklahoma. Tenía 95 años.
    Quedan sus libros, que son mágicos: sus mejores lectores los convierten en un tesoro del que no se querrán separar.

  2. Llevar el Vaticano a la Justicia

    jueves, mayo 13, 2010


    © Sam Harris
    Publicado en Huffington Post
    Traducido por Anahí Seri

    Confieso que, como crítico de la religión, no he prestado suficiente atención al escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia Católica. A decir verdad, siempre me ha parecido poco deportivo apuntar a un blanco tan fácil. Este escándalo ha sido uno de los más espectaculares «goles en contra» en la historia de la religión, y no parecía que hubiese necesidad de mofarse de la fe en un momento en que ésta se encontraba tan vulnerable y humillada. Incluso retrospectivamente, es fácil comprender el impulso de apartar la vista: imagínese el lector a una madre y un padre beatos que envían a su queridísimo hijo a la Iglesia de las Miles Manos para que reciba instrucción espiritual, y se encuentran con que a éste lo violan y lo aterrorizan con amenazas del infierno para que mantenga el silencio. Y luego imagínese que esto les ocurre a decenas de miles de niños de nuestra época, y a innumerables niños a lo largo de mil años. Que el espectáculo de la fe se haya traicionado de un modo tan atroz es sencillamente demasiado deprimente para pensarlo.
    Pero siempre ha habido más aspectos de este fenómeno que deberían haberme llamado la atención. Pensemos en la ridícula ideología que lo hizo posible: la Iglesia Católica se ha pasado dos milenios demonizando la sexualidad humana hasta unos niveles inigualados por ninguna otra institución, convirtiendo en tabú los comportamientos más básicos, sanos, maduros, consensuados. De hecho, esta organización se sigue oponiendo al empleo de métodos anticonceptivos, y prefiere que las personas más pobres de la Tierra se vean bendecidas con las familias más grandes y las vidas más cortas. Como consecuencia de esta estupidez santificada e incorregible, la Iglesia ha condenado a generaciones de personas decentes a la vergüenza y la hipocresía, o bien a la fecundidad neolítica, pobreza, y muerte de sida. Añádase a este trato inhumano el artificio del celibato de clausura, y ya tenemos a una institución, una de las más ricas de la Tierra, que atrae con preferencia a pederastas, pedófilos y sádicos sexuales, los promueve hasta posiciones de autoridad y les concede un acceso privilegiado a los niños. Por último, consideremos que un enorme número de niños nacerán fuera del matrimonio, y sus madres solteras serán vilipendiadas allí donde dominan las enseñanzas de la Iglesia, gracias a lo cual miles de niños y niñas se entregan a orfelinatos de la Iglesia donde el clero los viola y aterroriza. Aquí, en esta maquinaria fantasmagórica, puesta en movimiento, a lo largo de los siglos, por los vientos de la vergüenza y el sadismo, nosotros los mortales podemos vislumbrar, al fin, la extraña perfección de los caminos del Señor.
    En 2009, la Comisión para Investigar el Abuso Infantil (CICA, por sus siglas en inglés), en Irlanda, investigó los sucesos de este tipo ocurridos en territorio irlandés. El informe es de 2.600 páginas. He leído tan sólo una pequeña fracción del documento, y puedo decir que cuando reflexiono sobre el abuso infantil por parte de los clérigos, es mejor no imaginar las sombras de la antigua Atenas y las lisonjas de un «amor que no se atreve a decir su nombre». Sí, sin duda ha habido pederastas caballerosos entre los sacerdotes, de aquellos que expresaban un afecto angustiado por chicos que iban a cumplir 18 años al día siguiente. Pero estas indiscreciones ocultan un continuo de abusos que llegan hasta una profunda maldad. El escándalo de la Iglesia Católica (bien podríamos decir, ahora, el escándalo que es la Iglesia Católica) incluye la violación y tortura sistemática de niños huérfanos y discapacitados. Las víctimas declaran haber sido azotadas con cinturones y sodomizadas hasta sangrar, a veces por varias personas, y luego se las volvía a azotar y se las amenazaba con la muerte y las torturas del infierno si decían algo sobre los abusos. Y sí, a muchos de los niños que estaban lo suficientemente desesperados y tuvieron la valentía de informar de estos crímenes, se les acusó de mentir y se los devolvió a sus torturadores para que los siguieran violando y torturando.
    Las pruebas sugieren que la desgracia de estos niños se vio facilitada y ocultada por la jerarquía de la Iglesia Católica a todos los niveles, llegando hasta el nivel de la corteza pre frontal del actual Papa. En su anterior capacidad como Cardenal Ratzinger, el Papa Benedicto supervisaba personalmente la repuesta del Vaticano a los informes sobre abusos sexuales en la Iglesia. ¿Qué hizo este hombre sabio y compasivo cuando se enteró de que sus empleados estaban violando a niños por miles? ¿Avisó inmediatamente a la policía, asegurando que se evitaría que siguieran torturando a las víctimas? Uno aún puede imaginar que se podría haber producido tal destello de cordura humana elemental, incluso dentro de la Iglesia. Sin embargo, se ignoraron quejas repetidas y cada vez más desesperadas referidas a abusos; se presionó a los testigos para que callaran; se alabó a los obispos que desafiaban a las autoridades laicas; y los sacerdotes delincuentes fueron trasladados, para que pudieran destrozar vidas frescas en parroquias donde no se sospechaba de ellos. No es exagerado afirmar que durante décadas (si no siglos) el Vaticano se ha ajustado a la definición formal de organización criminal, dedicada no al juego, la prostitución, las drogas u otro pecado venial, sino a la esclavización sexual de niños.
    Considérense los siguientes fragmentos del informe de la CICA:

    7.129 En relación con una escuela, cuatro testigos hicieron declaraciones detalladas de abusos sexuales, incluyendo violación en todos los casos, por parte de dos hermanos, y en una ocasión junto con un residente de más edad. Un testigo de la segunda escuela, de la cual había varios informes, describió cómo fue violado por tres hermanos: «me llevaron a la enfermería . . . me sostuvieron encima de la cama, eran animales . . . Me penetraron, yo sangraba». Otra víctima declaró que dos hermanos abusaban de él dos veces a la semana, determinados días, en los váteres junto al dormitorio:

    «Un hermano vigilaba mientras el otro abusaba de mí . . . (sexualmente) . . . luego se turnaban. Todas las veces acababa con fuertes azotes. Cuando se lo dije a un sacerdote durante la confesión, me llamó mentiroso. Nunca volví a hablar de ello.
    «Yo tenía que ir a la habitación del . . . (hermano X) siempre que él quería. Te pegaban si no ibas, y me hacía que lo . . . (masturbara). Una noche no . . . (lo masturbé) . . . y había otro hermano que me sujetó y me golpearon con un palo y me rompieron los dedos . . . muestra una cicatriz».

    . . .

    7.232 Los testigos declararon que pasaban mucho miedo por las noches cuando oían gritar a los residentes en los aseos, en los dormitorios o en las habitaciones de los empleados, cuando abusaban de ellos. Los testigos eran conscientes de que los otros residentes a quienes describían como huérfanos los pasaban especialmente mal:

    «Los niños huérfanos sufrían mucho. Yo sabía . . . (quiénes eran) . . por su talla, les preguntaba y ellos decían que venían de . . . nombra la institución . . . Estaban allí desde muy niños. Se oían los gritos desde la habitación cuando el hermano . . X. . . abusaba de ellos.
    Recuerdo una noche, yo no llevaba mucho tiempo y vi a uno de los hermanos en la cama con uno de los chicos jóvenes . . . y oí al muchacho gritando, llorando y el hermano . . X . . me dijo “si no te ocupas de lo tuyo, te pasará lo mismo”. . . .Oí a niños gritando, y sabes que están abusando de ellos, es una pesadilla para cualquier persona. Intentas huir. . . Yo tenía claro que eso a mí no me iba a ocurrir. Recuerdo a un niño que sangraba por detrás y yo decidí que de ninguna manera me iba a ocurrir a mí eso . . (violación anal) . . . Esas son las cosas que se me pasaban por la cabeza».


    Estos son los tipos de abusos que la Iglesia ha practicado y ocultado desde tiempos inmemoriales. Incluso el informe de la CICA se resistió a nombrar a los sacerdotes que habían cometido los delitos debido a presiones del Vaticano. Se siguen ocultando estas atrocidades.
    Lo que me ha sacado de mi irresponsable letargo en relación con estos asuntos son unos recientes informes de prensa y especialmente la elocuencia de mis colegas Christopher Hitchens y Richard Dawkins. Ambos han iniciado un esfuerzo público para que el Papa responda por la complicidad de la Iglesia en estos crímenes. Quiero aprovechar la ocasión para anunciar que Project Reason (Proyecto Razón), la fundación que mi esposa y yo hemos puesto en marcha para extender el pensamiento científico y los valores laicos, se ha unido a Hitchens y Dawkins (que forman parte de nuestro comité asesor) en el esfuerzo de acabar con la inmunidad diplomática que, según el Vaticano, protege al Papa de cualquier responsabilidad. Agradeceríamos mucho que nos apoyaran en esta causa.

  3. El código ateo

    viernes, mayo 07, 2010


    Un teólogo protestante promueve un ateísmo «humanista y humano»

    (C) Anahí Seri

    «La fe religiosa es una creencia en contra de la realidad. La fe atea es una creencia basada en la realidad»
    Paul Schulz

    Una señora de 84 años ha concertado una cita con su párroco. Quiere hacerle una pregunta muy importante a la que desea que éste responda dándole su opinión personal. «De acuerdo, lo intentaré», asiente el pastor. La señora pregunta: «¿Cree usted en la vida después de la muerte?», y se da cuenta de que el pastor vacila. «No quiero explicaciones teológicas, quiero que me dé su opinión personal». «No, no creo en la vida después de la muerte».
    Ambos siguen conversando durante dos horas sin que vuelva a salir el tema. Dos días más tarde, el párroco recibe una llamada telefónica de la hija de la señora. «¿Qué le ha dicho usted a mi madre?». El párroco se estremece, se arrrepiente de haber sido tan directo. Su interlocutora le explica lo sucedido: «Ayer me llamó mi madre para que fuera a verla. Había abierto una botella de vino, ella que nunca bebe, y quería que brindáramos. Me explicó: el pastor me ha dicho que no hay vida después de la muerte, que no hay juicio final ni infierno. Ahora puedo morir en paz».
    Con esta anécdota comienza el segundo capítulo de Atheistischer Glaube (La fe atea), el segundo libro de Paul Schulz, quien en 2006 ya había publicado Codex atheos. Die Kraft des Atheismus. Grundpositionen des abendländischen Denkens ohne Gott (Codex atheos. La fuerza del ateísmo. Las bases del pensamiento occidental sin Dios).
    Paul Schulz, nacido en 1937 en Francfort, se licenció en teología y se doctoró con una tesis sobre los Manuscritos del Mar Muerto. En los años ’70, fue párroco en la iglesia de San Jacobo de Hamburgo. En 1975 la Iglesia luterana evangélica inició contra él un proceso por herejía, entre otras cosas, por haber afirmado, desde su púlpito, que la existencia de Dios es «una consoladora invención de la criatura humana» y que la oración sólo es «una reflexión personal». En 1979 se vio privado de su ordenación como sacerdote y trabajó entonces durante unos años en la empresa privada, pero cambió de rumbo en 1995 con la fundación de una «academia de la tercera edad» desde la cual, intentando seguir el ejemplo de Sócrates, promueve un ateísmo humanista y humano.
    El libro Atheistischer Glaube (La fe atea) consta de siete capítulos, cada uno subdividido en cinco secciones, y estas 35 secciones corresponden a las 35 tesis de su Manifiesto ateo. El manifiesto parte de la idea de que el hombre debe rechazar a Dios para recuperar su autonomía como ser humano. Utiliza términos como «nacimiento racional» en relación con ese proceso de desprenderse de lo divino. Define la «fe atea» sobre tres niveles: el primer nivel consiste en aceptar la realidad como tal, sin Dios. El segundo nivel consiste en hallar la responsabilidad y el sentido de la vida de forma autónoma. El tercer nivel (meta nivel) apunta a una filosofía de la existencia más allá de la naturaleza. A lo largo del libro, se entra en más detalles relacionados con la vida, la muerte, la estética, el sentido de la vida. Cada capítulo comienza con una anécdota concreta como punto de partida para sus reflexiones. Lástima que los editores españoles no se hayan interesado por esta obra, que creo que podría atraer bastante interés entre los lectores de lengua castellana.