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  1. Haití y la hipocresía cristiana

    jueves, enero 28, 2010



    © Richard Dawkins
    Visto en La Media Hostia

    Sabemos lo que ha causado la catástrofe en Haiti, simplemente los movimientos de la placa tectónica caribeña frotando sobre la placa norteamericana; una fuerza de la naturaleza, indiferente al pecado, no premeditada, sin motivación, supremamente indiferente hacia la miseria o cualquier asunto humano.
    La mente religiosa, en cambio, busca sin descanso un significado humano en los ciegos acontecimientos naturales. Como cuando el tsunami en Indonesia, del cual se culpó a la moral perdida en los bares para turistas; o el huracán Katrina, atribuido a la venganza divina sobre la ciudad entera de Nueva Orleans por servir de escenario a una comedia lésbica, u otros desastres, remontándonos al famoso terremoto de Lisboa y más atrás. Así que la tragedia de Haiti debe ser el pago por el pecado humano. El reverendo Pat Robertson ve la mano de Dios tras el terremoto, atribuyéndolo a una terrible retribución por el pacto con los viejos ancestros de los haitianos de hoy con el diablo que les permitió liberarse de la colonización francesa.
    No hace falta decir que creyentes algo más amables se echan las manos a la cabeza por las palabras de Robertson, tal y como rechazaron las de otros pastores, evangelistas, misioneros y mullahs en tiempos de desastres previos.
    Qué hipocresía. Tan repugnantes como son los puntos de vista de Robertson, él es en cambio el cristiano que se pliega a la tradición cristiana. Esos agónicos teístas que ven el sufrimiento como una miseria intratable y a Dios en la ayuda, el dinero y los bienes que ahora fluyen sobre Haiti, o —lo más nauseabundo de todo— proclaman estar viendo a su Dios sufriendo en la cruz sobre las ruinas de Puerto Príncipe. Esos afligidos hipócritas niegan la piedra angular de su propia teología. Es el obsceno Pat Robertson el auténtico cristiano aquí.
    ¿Donde se metía Dios durante la inundación de Noé? Sistemáticamente hundiendo bajo las aguas al mundo entero, animales y humanos, como castigo por sus pecados. ¿Y mientras Sodoma y Gomorra se consumían por el fuego y el azufre? Deliberadamente pasando por la barbacoa a la ciudadanía y sus bienes como castigo por los mismos pecados. Queridos cristianos modernos, ilustrados y teológicamente sofisticados; vuestra religión está basada en una obsesión por el pecado, por el castigo y la expiación. ¿Dónde están vuestros argumentos para condenar a Pat Robertson, vosotros que habéis firmado la obscena doctrina de que el propósito central del nacimiento de Jesús era torturarse a sí mismo como cabeza de turco por los pecados de toda la humanidad, pasada presente y futura, empezando por el pecado de Adán quien —como cualquier teólogo moderno sabe— en realidad nunca existió? Por citar al presidente de un seminario teológico, escribiendo en esas mismas páginas.
    «El terremoto en Haiti, como cualquier otro desastre en el planeta, nos recuerda que la creación gruñe bajo el peso del pecado y el juicio de Dios. Esto es tan cierto para cada célula de nuestro cuerpo como para la corteza terrestre en cada lugar del globo.»
    Vosotros amables teólogos y clérigos en mitad del camino, seguid balando tan bien vestidos en vuestros púlpitos, renunciando la sugerencia de Pat Robertson de que los haitianos están pagando por su pacto con el diablo. Pero seguid adorando a un hombre quien —tal y como decís a vuestras congregaciones aunque ni vosotros lo creáis— «expulsaba demonios». Incluso creéis —o no corregís a vuestras multitudes cuando lo creen— que Jesús curó a un loco haciendo que los demonios dentro de él volasen sobre una manada de cerdos y los abalanzara sobre un precipicio. Una historia encantadora, calculada para inspirar y subir el ánimo en la lectura del domingo y en las clases para los niños. La mención de Robertson puede sonar absurda, pero porque no es más que un aficionado en ese juego. Sólo lee tu propia Biblia. Pat Robertson es fiel a ella. ¿Y tú?
    Querido apologista educado, ¿cómo te atreves a derramar tus lágrimas cristianas cuando tu teología es al completo una celebración del sufrimiento como pago por el pecado o expiación por él? Puedes llorar por Haiti cuando Robertson no lo hace pero, al menos, en su ignorancia pueblerina, sostiene un espejo honesto mostrando la fealdad de la teología cristiana. No eres más que un hipócrita tal y como lo define la Biblia.

  2. Ateos no pueden desempeñar cargos públicos en 7 estados de EEUU


    Por Alysia Patterson
    Associated Press Publicado el 05/01/2010

    Cecil Bothwell, concejal de Asheville City, cree que debe proscribirse la pena de muerte, preservarse el agua y reformarse el gobierno. Pero no cree en Dios.
    Y sus opositores políticos consideran que eso último es un factor que le impide desempeñar su cargo.
    La constitución de Carolina del Norte está del lado de esos detractores, que ahora amenazan con demandar a la ciudad ante los tribunales por tomarle juramento. Pero el anticuado requisito del estado, de que los servidores públicos crean en Dios, no puede hacerse cumplir, porque viola la Constitución del país.
    «No me parece particularmente interesante la pregunta de si Dios existe o no, y ciertamente es irrelevante para un cargo público», señaló el funcionario recién electo, de 59 años.
    Criado como presbiteriano, Bothwell comenzó a cuestionar las creencias cristianas desde muy joven, y se declaró ateo cuando tenía unos 20 años. Es miembro activo de la Iglesia Unitaria Universalista de Asheville y sigue celebrando la Navidad, colgando a veces adornos en un cactus.
    Bothwell se postuló a finales de este año, basado en una plataforma que proponía también poner límites a la altura de los edificios céntricos y preservar los árboles en el corazón de la ciudad, proyectos que atrajeron a los votantes en esta comunidad predominantemente liberal, al pie de los Montes Apalaches.
    El lunes 7 de diciembre, cuando Bothwell juramentó, utilizó una fórmula alterna, la cual no requiere que los funcionarios pongan la mano sobre una Biblia ni hagan referencia a «Dios Todopoderoso».
    Eso enfureció a los activistas conservadores, quienes mencionaron un fragmento poco conocido de la Constitución de Carolina del Norte, el cual descalifica a los servidores públicos «que niegan la existencia de Dios Todopoderoso». La provisión fue incluida en 1868, cuando se redactó el documento, y no se revisó en 1971, cuando el estado enmendó su constitución.
    Un adversario del concejal, H.K. Edgerton, amenaza con interponer una demanda ante un tribunal estatal contra el ayuntamiento, para que impugne el nombramiento de Bothwell.
    «Mi padre fue ministro bautista. Soy un hombre cristiano. Tengo problemas con la gente que no cree en Dios», dijo Edgerton, fundador de Southern Heritage 411, una organización que defiende los intereses de los negros del sur.
    El jefe de un semanario conservador dijo que los funcionarios de la ciudad eludieron su deber de acatar las leyes estatales al tomarle el juramento a Bothwell. David Morgan, editor del Asheville Tribune, dijo que está cansado de ver cómo la constitución se «arroja a la basura».
    Bothwell no puede ser destituido por su ateísmo porque la provisión de Carolina del Norte no puede hacerse cumplir, de acuerdo con la cláusula de supremacía de la Constitución de Estados Unidos. Otros seis estados, Arkansas, Maryland, Pensilvania, Carolina del Sur, Tenesí y Texas, tienen provisiones similares que prohiben los servidores públicos ateos.
    En 1961, la Corte Suprema federal ratificó que la ley federal prohibe que los estados requieran cualquier tipo de creencia religiosa para desempeñar un cargo, cuando se pronunció en favor de un ateo de Maryland que buscaba su nombramiento como notario público.
    Pero las salvaguardas de la ley federal no necesariamente impiden que los funcionarios públicos ateos pasen años defendiéndose en la corte. El ateo declarado Herb Silverman ganó una batalla judicial de ocho años, en 1997, cuando el tribunal superior de Carolina del Sur le otorgó el derecho a ser nombrado como notario, pese a la ley estatal.
    Bothwell dijo que un desafío legal a su nombramiento sería «gracioso», pero considera que los esfuerzos de sus contrincantes tienen más relación con aspectos políticos que religiosos.
    «Son los opositores políticos locales, quienes buscan cambiar el resultado de una elección que perdieron», señaló Bothwell.

  3. La brutalidad de los textos sagrados

    viernes, enero 01, 2010



    © Diego Marinelli
    Publicado en Ñ del diario Clarín

    Que un historietista se decidiera a hacer una versión del Génesis no es tan raro. Muchos de los grupos cristianos que van de casa en casa en busca de nuevos fieles llevan consigo materiales de propaganda en los que aparecen relatos dibujados de pasajes de la Biblia. En Estados Unidos, incluso, hay toda una industria de cómics cristianos, que no venden lo que las revistas de superhéroes, pero de todas formas son bastante populares. Y en la Argentina de los primeros años 80 se vendía en los kioscos de diarios un coleccionable llamado La Biblia para niños que contaba el Nuevo Testamento a través del lenguaje de la historieta, con personajes de caras redondas y ojos grandes, al estilo del manga japonés. Salía los martes.
    Lo que llama la atención es quien se lanzó a hacer su propia versión de los textos sagrados. Pocos de los muchos fanáticos que tiene por el mundo Robert Crumb se imaginaban que el gran maestro del cómic underground iba a salir de su largo letargo creativo con una obra inspirada en el Génesis. Y el asombro está dado, sobre todo, porque Crumb se hizo famoso gracias a historietas libertinas que narraban sus obsesiones con las mujeres y daban testimonio del desenfreno lisérgico de los hippies de San Francisco, durante la década de 1960. Que Robert Crumb publique un cómic sobre el Génesis era tan impensado como que Mick Jagger escribiera un libro sobre el valor de la castidad. Pero ocurrió.
    No sólo ocurrió, sino que, además, es una versión extremadamente respetuosa, casi literal, que deja en nada las sospechas de que iba a tratarse de una relectura salvaje del Antiguo Testamento, marcada por el erotismo y la ironía que conforman el ADN de la obra de Crumb. Eso no es, sin dudas, lo que esperaban los amantes del cómic cuando se anunció la aparición del libro, cuya edición en castellano acaba de ser presentada en España por la editorial La Cúpula y previsiblemente será distribuida muy pronto en la Argentina.
    La historia del Robert Crumb que revolucionó el lenguaje de las historietas comienza en 1967, cuando se mudó a San Francisco, donde estaba estallando el «verano del amor». Hasta entonces se había ganado la vida dibujando tarjetas de felicitación y haciendo ilustraciones para pequeños medios de prensa, así que la llegada a San Francisco le voló la cabeza –literalmente–, ya que allí comenzó a experimentar con drogas alucinógenas, a frecuentar salas de música donde actuaban grupos psicodélicos como Jefferson Airplane y a disfrutar de las bondades del amor libre. Allí, al poco de desembarcar, fundó Zap Comix, una revista legendaria en la que publicaba tiras que describían el alocado entorno que lo rodeada y que hoy es considerada como la primera piedra del cómic underground (hasta entonces los cómics eran fundamentalmente un fenómeno manejado por grandes editoriales y no tocaban temas considerados conflictivos).
    Antes de largarse a vivir en una granja, siguiendo la premisa hippie, y luego a un pequeño pueblito francés, Crumb tuvo tiempo para crear personajes profundamente representativos de los 60, como Fritz El Gato y Mr. Natural, e ilustrar la tapa de discos emblemáticos de esa década como Cheap Thrills, de Big Brother and the Holding Company, el grupo de Janis Joplin. Además, fue quien impulsó la carrera de Harvey Pekar –otro gran ícono del cómic independiente–, encargándose de los dibujos de sus primeros álbumes, y realizó varios libros maravillosos dedicados a músicos de jazz y blues. Un recorrido creativo que está retratado de una manera realmente estupenda en el documental Crumb (1994), dirigido por Terry Zwigoff y producido por David Lynch.

    Y Dios dijo: «¡Haya luz!»
    Robert Crumb creció en el seno de una familia profundamente católica y es muy probable que con este cómic esté cerrando el círculo que abrió al renegar de las buenas costumbres cristianas, allá por los ’60. No se trata de volver a abrazar la fe perdida, sino de regresar a los relatos que marcaron su infancia con la intención de redescubrirlos, de encontrar en ellos símbolos que le permitan comprender el mundo. «Yo no creo que la Biblia sea la palabra de Dios, sino las palabras de los hombres. No obstante es un texto poderoso, con muchas capas de significado que profundizan en nuestro inconsciente colectivo, en nuestro inconciente histórico», reflexiona Crumb sobre este abordaje en el Génesis, el primero de los cinco libros del Antiguo Testamento, donde se compilan episodios fundacionales de la tradición judeo-cristiana como la Creación, Adán y Eva en el Jardín del Edén, la historia de Caín y Abel, la Torre de Babel y el Diluvio, además del nacimiento de las tribus de Israel. «En ciertos pasajes, si creía que mis palabras podían aclarar el sentido del texto, he realizado una interpretación propia», devela Crumb. «Pero me controlé y no me permití demasiado a menudo ese ejercicio de creatividad».
    Dado que los textos son transcripciones prácticamente literales, la impronta autoral hay que buscarla en la expresividad de los dibujos y en los fragmentos que Crumb decidió recortar y dotar de una importancia mayor. Así, es posible reconocer las típicas obsesiones de Crumb en la relevancia que tienen dentro de su libro los conflictos cotidianos de las tribus de Israel. Las familias de los patriarcas aparecen retratadas como colectivos humanos brutales en los que hay hijos que traicionan a los padres, hermanos que intentan asesinar a otros hermanos, mujeres celosas y terribles que compiten por el amor de los profetas, intentos de violación, esclavas sometidas sexualmente y otros etcéteras por el estilo que no son inventos de la mente afiebrada de Crumb sino que están tomados fielmente de los textos sagrados.
    Una vez que pasan los episodios de la Creación y el Diluvio, el resto de la obra podría leerse casi como una bestial novela rosa cuyos escenarios son los antiguos territorios de Asia Menor. Un mundo primitivo en el que, sin embargo, se establecieron muchas de las normas morales que rigen la vida de numerosos ciudadanos de las sociedades actuales. Con su trazo detallista y expresivo, Crumb pone en marcha la delicadísima tarea de dar humanidad a personajes intocables por su condición de figuras veneradas y decide mostrar sus acciones tal cuál fueron contadas, para que sea el lector el que saque sus propias conclusiones. Sin burlas ni reinterpretaciones. Llegados a este punto, hay que decir que se trata de un comic ambicioso y magnífico, una obra destinada a pasar a la historia del género. El desafío que se impuso Crumb justifica todos los honores: dotar de vida a un texto sagrado e intocable, volverlo mundano, imperfecto, brutal. Tal como el mundo que se creó a partir de sus enseñanzas.